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Mis diez razones para ser antinuclear

Hace diez años coincidí con un joven ingeniero que trabajaba para la NASA y que se esforzó en convencerme de que la energía nuclear es buena, limpia y barata. Aquel joven ingeniero trabajaba en un proyecto cuyo objetivo era encontrar el modo de hacer llegar los residuos nucleares al sol. Puede que esto que les cuento les suene a ciencia ficción o a guasa, pero les aseguro que aquel joven no estaba de broma. Las personas que no disfrutamos del don de una mente científica solemos sentirnos deslumbradas ante quienes pueden descomponer el mundo en ecuaciones, sin embargo debo reconocer que en aquella ocasión no fue mi caso. Si la solución más segura que encuentran las mentes privilegiadas para los residuos nucleares es sacarlos del planeta, hay algo que esas mentes no están viendo con claridad. Considero que carecer de una mente científica no es un gran drama, las humanidades también pueden aportar su granito de arena a los grandes dilemas de la modernidad. Por ello, voy a compartirles mis diez razones para ser antinuclear.

Es generaliza la relación de minería de uranio o asentamiento de centrales nucleares con zonas empobrecidas, ya sea en país de África o en los territorios de los pueblos originales en el caso de USA o Australia, o en las zonas más pobres de la Unión Europea. Esta clase de discriminación es altamente sospechosa.

Los residuos nucleares también se almacenan en las zonas más débiles económicamente, dentro de poblaciones que precisan de las compensaciones económicas que se obtienen por vivir cerca de una fuente de radiación que va a durar miles de años. Si le sumamos lo anterior, parece que en lo que respecta a la energía nuclear, las clases sociales existen y los DDHH son continuamente vulnerados.

Los reactores nucleares liberan radiactividad en el aire y en el agua de forma continua para su correcto funcionamiento (sin necesidad de accidentes aunque nos hacen creer lo contrario) y ese mínimo pero constante fluido expone a todas las criaturas vivas a las radioactividad, que pasa por la tierra, por el agua y por el aire. Una animalista como yo no puede ignorar esto.

Observo que las normas sobre la radiación o la seguridad se relajaron constantemente pese a que tenemos ya ejemplos más que suficientes de los peligros que entraña un accidente nuclear: Chernobil o Fukusima entre los que más acuden a nuestra mente.

Desconocemos aún un método seguro para manejar los residuos nucleares, bien sea para eliminarlos o para neutralizarlos de forma permanente. Ignorar esto pone en evidencia la locura que significa este jugar a ser dioses en que nos hemos empecinado.

Sabemos que la energía nuclear es causante de gran número de enfermedades mortales, y que los casos de cáncer y de mutaciones genéticas aumentan en las zonas donde hay minería de Uranio o centrales nucleares.

Donde se produce un accidente nuclear no hay otra opción que abandonar el lugar, tenemos el ejemplo de Chernobyl actualmente un vasto desierto, pero que significa un elevado coste monetario de más de 350 mil millones de dólares.

Mover los residuos nucleares es un actividad de alto riesgo y sin embargo es algo que se hace de forma continuada porque los tratamientos necesarios para su almacenaje rara vez pueden realizarse en el mismo lugar en que se producen.

La desinformación es la norma en las zonas donde existe minería de uranio o centrales nucleares, la información que nos llega es gracias a filtraciones y lo más habitual es que los máximos responsables no acudan cuando son citados. Este 2016 lo hemos vivido dos veces, tanto en el Parlamento nacional, como en la Asamblea de Extremadura donde fue citado el presidente del CSN Fernando Marti, pero no acudió. La energía nuclear no rinde cuentas a la democracia.

A partir de los 30 años de funcionamiento, cuando se amortizan la centrales nucleares, los propietarios de éstas pagan 1,5 € por kWh producido, mientras que lo venden a unos 5,5 € al mercado de la electricidad. Una empresa así es el sueño de cualquiera que ponga los beneficios económicos por delante del bienestar de las personas, de los animales y del equilibrio ecológico. Es el reflejo de todo cuanto de perverso hay en nuestra sociedad.