El feminismo se ha consagrado como una fuerza social y política importante. El mensaje general ha trascendido permeando en espacios impensables hasta hace apenas cuatro años. Somos espectadores de un cambio social al que cuesta adaptarse porque parece haber resurgido como un caballo desbocado a punto de perder el control; pero esta premisa no es cierta.
El feminismo es actualmente una disidencia controlada, institucional y mediáticamente, debido al sistema económico neoliberal que ha conseguido prostituir, de manera hegemónica, cualquier postura subversiva. Pero, no solo el neoliberalismo capitalista ha sido el culpable de esta situación alucinógena en la que nos encontramos, la falta de ética y el acomodamiento individualista de muchas feministas aclimatadas en el sistema a través de las instituciones han sido claves para que nos encontremos ante una falaz noción de feminismo.
El feminismo ha antepuesto reivindicaciones obviando la perspectiva de clase. Se ha preocupado más de instalarse en puestos políticos dentro de partidos liderados por hombres, que en la propia lucha feminista. Tenemos, pues, a mujeres incapaces de sublevarse ante sus propios compañeros de partido denunciando las contradicciones de las políticas que defienden y practican.
Por poner un ejemplo, en Extremadura, comunidad gobernada por PSOE, se subvenciona, formando parte de la partida presupuestaria, la fiesta de Los Palomos, cuya entidad promotora y organizadora pertenecen a la Fundación Triángulo – LGTBI –. La posición de dicha Fundación es abierta y claramente partidaria de la legalización de los vientres de alquiler, algo que choca de frente con el ideario socialista que se ha pronunciado como firmes abolicionistas de esta práctica por estar considerada una forma de explotación reproductiva que afecta, en su gran mayoría, a mujeres pobres de forma directa e, indirectamente, a todas las mujeres del mundo.
Todavía no he leído ni he escuchado a ninguna mujer del partido cuestionar este hecho dentro de sus filas. Tarea difícil por otra parte, ya que no puede hacerse esta denuncia sin ser señalada de retrógrada y homófoba. Seamos sinceras, la fiesta no le ofende a nadie, lo que molesta son los movimientos insurrectos que atentan contra el poder. No me imagino al gobierno francés pagándole la fiesta a los chalecos amarillos, ni a las mujeres kurdas desfilando su disidencia subidas en carrozas; tampoco al Estado iraní presupuestando ayudas a las mujeres encarceladas por quitarse el velo públicamente.
Podemos encontrar centenares de asociaciones registradas que tienen que ver con la mujer. La mayoría de ellas son creadas con el fin de tejer redes y muchas están representadas por amas de casa, término que me parece arcaico resultando atávico y desfasado teniendo en cuenta el marco revolucionario en el que se mueve el feminismo. Estas agrupaciones nacen con el fin de empoderar, pero como diría la académica y filósofa Amelia Valcárcel, el empoderamiento lo dan las leyes, la cultura y el poder. Es una pérdida económica, de tiempo y energías seguir sufragando el aburguesamiento de estas Asociaciones. Unidas Podemos, partido que ha esgrimido el término ‘feminismo’ ad nauseam, ha sido incapaz de posicionarse respecto al tema de la prostitución, asunto primordial que ocupa la agenda feminista y que cuenta con muy poco apoyo. Algunos partidos como Izquierda Unida o el Partido Socialista se han manifestado abolicionistas y así lo recogen sus programas respectivamente.
Pero solo es eso, un punto perdido en un programa electoral del que apenas se debate porque ocasiona fricciones complejas debido a la escasez formativa y analítica del problema. Las mujeres que militan dentro de estos partidos dan como válida coaliciones con la derecha empeñando esfuerzos en hacer campañas a favor de sus compañeros que terminan siendo líderes consiguiendo cargos institucionales junto a partidos de ideología reaccionaria. A cambio, para justificar el sistema de cuotas, incorporan a mujeres de carácter conservador y moderado que no les dificulte sus pretensiones y que no pongan en riesgo el statu quo establecido. Mientras nos ocupamos de esto, no atendemos a las dificultades y a la precariedad de las familias monoparentales, ni a la situación lamentable de las millones de mujeres obreras y la de sus hijos. Tampoco atendemos a las jornaleras abusadas durante la recogida de la fresa, ni al funcionamiento de los juzgados de violencia de género.
Ni al abuso sexual en menores, ni a los Puntos de Encuentro Familiares, ni a las mujeres con discapacidad, ni a las víctimas de explotación sexual, ni a la desigualdad material entre las clases que afecta a las mujeres. Podría hacer un listado tan amplio que, lo último que se me ocurriría al terminarlo, sería solicitar que me subvencionan esta perversa fiesta que ya han pagado con su vida millones de mujeres en el mundo.