Lleva dos semanas haciendo la misma encuesta a pie de calle. La pregunta es: “¿Sabe que había aquí antes de levantarse el Palacio de Congresos de Badajoz?”.
Respuestas múltiples a esta pregunta. Aunque lo frecuente es que los jóvenes no sepan contestarla.
“Eso sí, una chica me apuntó que había escuchado que allí fusilaron hace años a gente”. “Imagínate qué pasará cuando pesen otras dos generaciones, la memoria de este lugar habrá quedado completamente olvidada”. Son las palabras de John Thompson, doctor y profesor de Estudios Hispánicos de la Universidad de Montana (EEUU).
Investiga desde hace años los lugares de la memoria y ahora está en la capital pacense. Centra su mirada en la plaza de toros y las tapias del cementerio viejo, testigos vivos de la matanza de Badajoz. Espacio donde cientos de republicanos fueron fusilados.
Sobre el antiguo coso se erige hoy un modernista palacio de congresos construido en los años 90 por la Junta, a lo que se une que el equipo de Gobierno municipal del PP tapó en 2009 con un muro las tapias del cementerio viejo, lugar donde se cometieron parte de los crímenes de agosto de 1936.
Una mirada a ambos espacios implica un viaje a una matanza que copó las portadas de la prensa internacional de la mano de corresponsales que narraban una historia espeluznante. De asesinatos que comenzaron el 14 de agosto de 1936 con la entrada de las tropas franquistas con el general Yagüe al frente.
A modo de comparación el profesor John Thompson se pregunta cómo habría reaccionado la comunidad internacional si el campo de concentración de Auswitch hubiera sido derrumbado para ser sustituido por un modernista edificio civil. Algo que ha ocurrido en Extremadura.
Critica que el símbolo del republicanismo “más importante de España”, la plaza de toros de Badajoz, hoy es irreconocible. “Porque la destrucción de uno de los lugares testigos de la represión no es bueno para la memoria colectiva, porque estos lugares permiten a la psique occidental mantener viva su memoria”.
Un lugar de la memoria no es un monolito
El experto pone de manifiesto que los lugares de la memoria no pueden ser comparados nunca con los monumentos instalados tras la muerte de Franco a modo de monolitos. Los monumentos post-franquistas actúan como un ‘fetiche’ en la mente de la gente, porque les permite recordar lo que ocurrió. El recuerdo son las propias personas y no el monumento en sí. Una tesis que trasladó en una charla organizada por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Extremadura.
El caso de los lugares de la memoria es diferente porque fueron lugares protagonistas, porque conservan el legado de lo que allí pasó. Porque son parte de la propia historia vida.
“Encontramos en Badajoz una violencia simbólica sin parangón en las sociedades democráticas”, afirma este historiador. Hace hincapié en que hoy en día son lugres de la 'des-memoria'-. “Badajoz se lleva la palma, porque albergando uno de los lugares de la memoria más importantes de la memoria hoy en día ya no están”.
“El olvido es para las próximas generaciones”
Y no es una carencia a corto plazo, sino una carencia que heredarán según comenta las futuras generaciones. Un valor simbólico irrecuperable en el caso de la plaza de toros porque ya no existe.
Diferente sin embargo en el caso de las tapias del cementerio de Badajoz, donde confía que con el paso de los años y un cambio de color político, llegue un gobierno local con más “sensibilidad” que restituya aquél lugar como lo que es: un lugar de la memoria. Y para lo cual incide que solo sería necesario echar abajo el muro que montó encima el PP.
¿Qué propuesta hace?
Como propuesta, traslata el doctor John Thompson que lo deseable hubiera sido un “lugar de conciencia”, agenciado por especialistas en patrimonio y en los derechos humanos, en el que se aprenda de las injusticias del pasado, pero también en diálogo con las injusticias del presente. Un espacio de interpretación como el que funciona en los campos de concentración nazi.
Un lugar que contextualice y que explique que la plaza y las tapias del cementerio son uno de los símbolos de las “mayores atrocidades del Franquismo”, y que los que murieron “eran republicanos que defendían la legalidad y los valores democráticos”.
Porque el conocimiento del pasado es una exigencia ‘sine qua non’ para evitar que se cometan los errores del pasado, y una conciencia histórica necesaria a su parecer que lleve a la ciudadanía a un a “verdadera revolución democrática”.
“No es un derrumbe, estaba en ruinas”
En su investigación se ha encontrado con el argumento de que aquello no fue un derrumbe, porque la plaza de toros “estaba en estado de ruinas y estaba irrecuperable” según le han trasladado. “Una verdadera falacia, si tenemos en cuenta que la mayoría de campos de concentración fueron hallados también por los aliados en estado de semi ruina porque fueron quemados por los nazis antes de abandonarlos, y eso no fue sinónimo de derrumbe”. “Parece un argumento ofensivo, como si pensaran que la gente es tonta o algo así (…) Pesemos en Auswitch y dígale a alguien con sentido democrático que lo van a demoler”.
Y añade más argumentos. Como el hecho del sentido histórico de Badajoz, que pone en “entre dicho” el concepto de Guerra Civil “teniendo en cuenta que la ciudad fue tomada gracias a la intervención de los mercenarios de las tropas árabes y de la colaboración del nazismo, un lugar donde hubo un aplastamiento republicano gracias a la invasión extranjera”.
Insiste en que intentar justificar el silencio de los lugares de la memoria bajo el argumento de que “todos mataron y cometieron errores” es una evidencia de “hasta qué punto las falacias franquistas calaron en el sistema democrático y asentaron en el imaginario colectivo de la gente”.
“Derrumbar un símbolo republicano es un golpe a los valores democráticos, un golpe durísimo no ya para la historia de Badajoz, sino para la historia de España porque es el símbolo del republicanismo español por antonomasia”.
Por fortuna, comenta, se recuperan otros de los puntos importantes de esta historia, que es el campo de concentración de Castuera, aunque recuerda que hay otro en Montijo que no goza de figura de protección alguna.
Para muchos historiadores, uno de los capítulos más negros de la Guerra Civil, que comenzó con la entrada de las tropas franquistas del general Yagüe. Paseos, asesinatos y desapariciones. Sin la menor formalidad. Ejecuciones con el barniz de los consejos sumarísimos de guerra.
'La Columna de la Muerte', de Francisco Espinosa, documenta hasta 1.500 personas víctimas de la represión en el mes de agosto de 1936 en el oeste de la provincia de Badajoz, con nombres y apellidos. Personas registradas en los libros del cementerio y del Registro Civil. Puede hablarse sin complejos de que la cifra se duplicó, pues muchos nunca fueron registrados.
Narra el propio Espinosa en una de sus entrevistas el testimonio de un ganadero de entonces, afín al régimen, que llega a la ciudad en agosto del 36 y que describe que en las calles se recogieron muertos durante tres días. Para hacer menos viajes en los camiones, los colocaban de pie.
Los hechos los contaron periodistas como el portugués Mário Neves que contaba el 15 de agosto del 36 para El Diario de Lisboa escenas de horror en la ciudad en la que los franquistas acaban de tomar: “Durante toda la jornada, se produjeron asesinatos por las calles de la ciudad, sobre todo a cargo de legionarios marroquíes. El mismo día 14, Yagüe ordenó el confinamiento de todos los prisioneros -la mayoría civiles- en la plaza de toros”.
El enviado de Le Temps, Jacques Berthet, enviaba su crónica: “...alrededor de mil doscientas personas han sido fusiladas (…) Hemos visto las aceras de la Comandancia Militar empapadas de sangre (…) Los arrestos y las ejecuciones en masa continúan en la Plaza de Toros. Las calles de la ciudad están acribilladas de balas, cubiertas de vidrios, de tejas y de cadáveres abandonados. Sólo en la calle de San Juan hay trescientos cuerpos (…)”.