A principios del siglo XIX, en el pueblo salmantino de Candelario, había un charcutero, Constantino Rico, que hoy figura en un famoso tapiz del palacio de El Pardo gracias al dicho que salió de su comercio. Parece que una de sus obreras tenía un perro pequeño y apremiada por una urgencia fisiológica, para evitar que el animal la siguiera hasta el servicio, lo ató a la pata de una mesa con lo primero que encontró, una longaniza. En esta situación entró un cliente en la tienda y al ver la escena, comentó en la taberna que en la casa de Constantino Rico ataban los perros con longanizas. La expresión fue aceptada como sinónimo de contradicción y exageración en la demostración de la opulencia y el derroche, porque en el pueblo se sabía que el chacinero estaba arruinado y cargado de deudas… La frase, “atar los perros con longanizas”, hizo fortuna y hasta el mismo Fernando VII la utilizó durante una recepción.
Pues Extremadura, arruinada y cargada de deudas, parece hoy la heredera del chacinero de Candelario, porque, estando como estamos, no nos falta para cohetes y fiestorras. Aquí, en la misma cola de los comedores sociales, seguimos atando a los perros con longanizas porque esto que se autodenomina gobex (por favor, respeten las minúsculas), ha establecido que su prioridad sea de principio a fin la fanfarria y el dispendio. Cuatro años, una legislatura entera, dedicados a fabricar un artificio que no se cree nadie, excepto el propio muñeco, que en su megalomanía demuestra tener tan mal gusto que incluso se gusta. Ahora de frente, ahora de perfil, ayer de motero, mañana de bombero, después de matón desafiante, con aquel “si ten collons dímelo a la cara”, hoy de barón rojo, mañana de verso suelto, un día de contestatario, otro de manso cordero, por la tarde llorando, por la noche recepciones seudo reales, allí lucimientos de pretensiones imperiales, aquí mentiras, viajes, cachondeos…Cuatro años moviendo los cubiletes y va a concluir una legislatura en la que ni el mismo tahúr sabe dónde está la bolita. ¡Y mira que la bola es grande!
Lo curioso es que algunos “analistas” concluyen por elevar a lo sublime al equipo de ocurrencias que mueve los hilos de la marioneta. Parecen olvidar que los mejores asesores son los que no se notan, los mejores guardaespaldas los que no se ven y los mejores publicistas los que hacen que todo parezca verdad en medio de las grandes mentiras. Aquí, con un actor malo, el que se luce es el guionista. Con tanta sobreactuación todo apesta y da pufo de impostura. El consejero más conocido y famoso del gobex (sí, las tonterías con minúsculas) es el consejero de Ocurrencias y esa es la prueba más evidente de su fracaso y del fracaso de su marioneta. También dice poco de todos los demás. Un gabinete de casi treinta personas dedicados a paridas y no han logrado cumplir con la primera norma, la que se da en primero de comunicación, que es que los asesores deben permanecer ocultos detrás de las cortinas. Es decir, que no sirven ni para estar escondidos. Si se hace una encuesta en la calle, seguro que pocos identificaran al consejero de Agricultura, Sanidad, Trabajo, Cultura, Hacienda, Recados y Asentimientos…, pero si se pregunta por el consejero de Ocurrencias, serán muchos los que lo señalen con nombre y apellido. Hasta la vicetodo ha quedado obnubilada por el omnipresente, que ya está buscando vientos para navegar por otros mares después de mayo. ¡Tierra a la vistaaaaaaaaa!
Ahora se han gastado un pastón, atando jaurías de perros con longanizas, para sembrar los pueblos con publicidad estática y, para no dejar ningún cabo suelto, han soltado un gazapo por el monte, en plan Forrest Gump, vestido de verde pistacho para que se le vea. Y para mear más lejos que los de Podemos, ellos son Hacemos, “Hacemos Extremadura”. ¿No se les habrá ocurrido algo más rotundo, como “hemos hecho”? La idea en sí, por ridícula, no pasaría ningún filtro en un gabinete serio de comunicación, pero aquí, como tenemos mucho de todo, excepto neuronas, la han llevado hasta los cines y los sufridos espectadores se tienen que comer las palomitas mezcladas con un señor de pistacho que sin ton ni son, aparece y desaparece de la escena cada quince segundos. Por lo poco que tarda en volver, parece que da la vuelta a una farola.
Se lo han pasado bien y que les quiten lo bailado. Hasta el último día seguirán jugando. Después de mayo siempre podrán reunirse alrededor del fuego y rememorar hazañas y correrías. Fue bonito mientras duró y punto. Además, como el que tuvo retuvo (que se lo pregunten a Ibarra, que todavía anda por ahí con su cohorte y coche oficial, pagados por todos nosotros) siempre les quedará calderilla para un nuevo casco o unas nuevas zapatillas. Como decía Antonio Vázquez remarcando su acento gallego, “muy listos no son, carallo, pero ninguno quema billetes”. Sí que los queman, pero son los nuestros.