Anne Waldman aprendió el valor político de un poema en la calle. En concreto en una calle frente a la planta de armas nucleares de Rocky Flats, en Denver, Colorado (USA). Allí protestaba con palabras y allí fue arrestada junto a Allen Ginsberg, uno de sus poetas más próximos, y a Daniel Ellsberg, el periodista que filtró los Papeles del Pentágono. “Un poema puede expresar las delicias y las poderosas urgencias de la consciencia y la lucha”, explica Waldman (Nueva Jersey, 1945), una de las principales poetas experimentales estadounidenses, feminista militante, encuadrada en la Escuela de Nueva York y con fuertes lazos con los Beat. “Odio el ruido de la tecnología y la polución, odio el ruido de los dictadores”, añade. Y aunque también lea “en silencio”, es celebrada por sus lecturas públicas y performances. Este sábado participa en el Festival Kerouac de Vigo.
“¿adónde se dirige toda esta belleza? / estrépito de la confusión / tambores de guerra en la calle”, escribe en el poema Truco o vida, como si resumiera en tres versos su posición ante la escritura. Incluido en la más completa traducción al castellano de su obra, Para ser una estrella a medianoche (Arrebato, 2021), es uno de esos largos textos con los que Waldman enfrenta el mundo tal y como es. “Mi infancia implicaba refugiarse debajo de un pupitre en simulacros de ataques aéreos”, relata a elDiario.es, “lo que enseguida me hizo desear una realidad antitética a eso. Experimentaba disonancia cognitiva. Escribir puede ayudar al mundo a despertar y a expresar la pasión de la resistencia a la tiranía y al imperio”.
Su poesía, que ella misma sitúa en algún lugar entre la ascendencia modernista anglosajona -William Carlos Williams, HD, los Cantos de Ezra Pound o Charles Olson- y la segunda generación del ala experimental de la Nueva Poesía Americana, resulta proteica. Sin miedo a la larga distancia y refractaria a limitar lo que sea o no su objeto, entiende “la escritura como acto político”. Verdad o consecuencias testimonia un viaje a la frontera sur de Estados Unidos en julio de 2019. Donald Trump en la Casa Blanca. El poema surge en prosa y se va descomponiendo en una dicción rota, asintáctica por momentos. “qué han sido fronteras... / ¿fluido o fascista? // una cuna de la civilización es miedo // ¿qué chica has abandonado en Juárez?”, dice la versión de Mariano Antolín Rato publicada por Arrebato, “Wichita Kansas, sede de la vampírica empresa Koch, ¡aquí los convoco! ¡hijosputa! ¡traidores! / la muerte de un hermano no es consuelo.../ los espíritus chupan más sangre pasada la tumba”.
“Que haya niños en jaulas en la frontera estadounidense o la carnicería de soldados adolescentes y el asesinato de mujeres jóvenes en Irán son atrocidades que los poetas deben gritar”, señala Waldman, quien escribió en algún lugar que sus largos poemas son como “proyectos de investigación”. En los que entra la barbarie pero también las culturas oprimidas, cierta espiritualidad libertaria, una inclinación a la estética radical. Es el caso de Piezas de una hora, escrita para performance acompañada del piano de John Cage. “=querido John Cage= / =el mundo es un sitio más resonante te lo agradecemos= / =escuché los semáforos= / =nunca me acostumbraré a la televisión=”, dice el poema. Waldman lo aclara: “Esta composición explora el sonido, la aleatoriedad y las operaciones del azar”. Y el feminismo, claro, central en su obra y que considera fundamental para “cambiar la frecuencia hacia la justicia y la liberación de vidas precarias, también más allá de binarismos de género”.
En la praxis poética de Waldman convergen dos vías: “La escritura de libros y las actuaciones para discos o las colaboraciones en el escenario”. Ha trabajado junto a compositoras como Meredith Monk o Laurie Anderson y con músicos de jazz de la envergadura del trompetista Don Cherry o el saxofonista Steve Lacy. Incluso figura en Renaldo & Clara (1978), el filme collage de Bob Dylan. Todavía en 2020 reunió a Anderson, al mítico contrabajista de free jazz William Parker o al guitarrista noise Havard Skaset para el elepé Sciamachy, un tratado sobre “la ruina ecológica y los traficantes de guerra”. “Pero también estoy comprometida con el texto. La Trilogía Iovis es un montaje lírico modernista de más de mil páginas. He escrito mucha poesía que no sirve inmediatamente para performances”, asegura, y coloca otros dos ejemplos de poemas extensos en forma de libros: ManateeHumanity (2009), “una meditación sobre especies en peligro de extinción” o Estructura del mundo comparada con una burbuja (2004), “un peregrinaje a Borobudur Stupa, en Java, a través de las estaciones del camino bodhsattva en el budismo”.
“También leo en silencio, lo hago todo el tiempo, por supuesto. Ahora estoy con [la poeta danesa] Inger Christensen”, responde además Waldman a la pregunta sobre la poesía como antídoto contra la aceleración del mundo: “Odio el ruido de la tecnología y el tráfico y la polución. Y odio el ruido de los dictadores”. Responsable de una amplísima obra, más de medio centenar de títulos en forma de libro, plaquete o antología, es además una estudiosa del hecho poético. En 1974 fundó, junto a Gisnberg y Diane di Prima -autora de Cartas revolucionarias (1971)- la Escuela Kerouac de Poéticas Incorpóreas. Honraba así a la “subversiva tradición Beat” que la atrajo “a una edad temprana”, tal y como confiesa en Para ser estrella a medianoche. “He sido una dedicada estudiante y amante de la poesía toda mi vida. Aunque me asocian a la vertiente experimental de la Nueva Poesía Americana, tambiénhe fabricado mi propia forma y sonido a través de la voz y la música del período inaugurado por la Generación Beat”, admite. Y es justamente a Jack Kerouac a quien dirige estos versos, extraídos de la monumental Trilogía Iovis: “pues he pecado / he dormido en los brazos de / otro 'marido' / he defendido la revolución / en el mercado / he mirado / la cara de / Fidel Castro”.