Carlos Asorey, la cámara “desesperada y compulsiva” que grabó la emigración gallega en París durante los 70

Daniel Salgado

21 de mayo de 2024 22:18 h

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Su escasa obra finalizada, apenas dos cortometrajes, una hora de duración entre ambos, fue experimental y rudimentaria, tentativa y enigmática, doméstica y militante, definitivamente amateur, dice quien la ha visto. Pero en realidad nadie la recordaba. El rastro se perdía en la hemeroteca de 1978, cuando el crítico Miguel Castelo hizo una referencia en El Ideal Gallego a la casi indescifrable A festa popular da montaña, proyectada en las Xornadas dos Cines das Nacionalidades e das Rexións en Ourense. Oficio de desterro, un documental ficcionado sobre gallegos emigrados en París, se pudo ver al año siguiente en A Coruña. Las películas de Carlos Asorey Martínez, cineasta frustrado y después cámara de la Televisión de Galicia, desaparecieron de la circulación y de la memoria colectiva. Hasta este miércoles.

El Festival de Cans (O Porriño, Pontevedra), apoyado en el investigador Xaime Varela, rescata la segunda de estas piezas y con ella una figura que filmó “con desesperación y compulsivamente” en el París de los 70 y que registró lo que casi nadie más ha registrado en la historia del cine gallego: trabajadores migrantes, comunistas exiliados, la mujer asomada a unas libertades desconocidas en su país natal.

Son unas siete u ocho horas de filmaciones en Súper 8 las que la familia de Asorey, muerto en 2015 a los 65 años, depositó en la Filmoteca de Galicia. Y lo hizo gracias a la mediación de Varela, quien tuvo noticia de estos materiales gracias al dirigente comunista gallego Celso Carnero, entonces residente en París. Regresado a Galicia, Carnero le habló hace un par de años de unas misteriosas grabaciones en las que él mismo había trabajado como foquista. Intrigado, Varela, profesor de lengua y literatura gallega, acabó localizando a Suso, el hermano de Asorey. El azar intervino: otra hermana estaba a punto de deshacerse de unas bolsas que le ocupaban espacio en el trastero y contenían doce bobinas de película. Se las entregó y, así, acabaron en la filmoteca, donde las han digitalizado. “Empecé a estudiarlas a fondo”, relata Varela a elDiario.es.

Imágenes de un mundo inédito

Lo que encontró, además de los cortos mencionados al inicio de esta pieza, fueron fragmentos inconexos, retales, asegura, y sin embargo un mundo en ellos del que prácticamente no existen imágenes en movimiento, el de la emigración gallega en París durante los años 70. El propio Asorey Martínez, nacido en Loño, una aldea de Vila de Cruces (Pontevedra), se había marchado a Francia en 1974. Ya vinculado al Partido Comunista durante sus estudios inacabados en Madrid -Varela vincula su escapada a la actividad política: “No estaba implicado a fondo, pero creo que cogió algún miedo”-, en París frecuenta los ambientes gallegos antifranquistas. Son estos, nucleados alrededor de la asociación cultural O Toxo, próxima a los comunistas, los que aparecen una y otra vez en sus filmaciones. Actos y conferencias en el local del centro gallego -una de ellas de Miguel Cancio, en aquellos años intelectual de referencia del PC gallego y hoy tertuliano reaccionario-, la célebre Festa do Caldo que el partido ofrecía a los migrantes gallegos en la ciudad y donde presentaban el periódico A Voz do Pobo, asambleas, la pintora Fina Mantiñán en su estudio. “Son grabaciones nada profesionales, domésticas, pero clarísimamente militantes”, indica Varela.

Al tratarse de Súper 8, carecen de sonido directo. Solo un tramo de diez minutos lo tiene: una entrevista con Luís Gonçales Blasco, Foz, vecino de París y fundador en 1963 de la Unión do Povo Galego (UPG), formación comunista y nacionalista gallega, origen del actual BNG. Pero hay más. Panorámicas en el metro, fiestas familiares, numerosos autorretratos, gaiteiros que usan el instrumento para espantar la morriña, la poeta Luz Fandiño -emigrada durante décadas y recientemente fallecida-, incluso “una suerte de road movie” de su viaje a A Coruña para defender Oficio de desterro en la sección Mostra de Cine das Nacionalidades e Rexións del desaparecido Festival Cine de Humor Ciudad de A Coruña en septiembre de 1979. “Asorey filma de manera compulsiva, sin pensarlo mucho”, aduce Varela, “pero el valor social e histórico de este material es muy importante”. Si sus cálculos, y los de los expertos de la Filmoteca de Galicia, no fallan, no se conocen otras imágenes de la emigración gallega en Europa, de sus vidas, quehaceres y preocupaciones (políticas).

La conexión con el cine radical

Varela llega a hablar de desesperación para definir la urgencia con la que Asorey capturaba lo real. Pero se abría cierto abismo entre sus intenciones, conectadas con el cine radical y politizado de su tiempo, y los resultados, que califica de frustrados. Aún así, también menciona una mirada tierna y muy frágil, que lo conduce, por ejemplo, a detenerse en la mujer y su problemática. “Creo que estaba maravillado por la posición social de la mujer en Francia, sus actitudes libres, y así las graba”, señala Varela, “era lo que quería para Galicia”.

El caso es que su formación cinematográfica, adquirida al tiempo que realizaba pequeños trabajos para sobrevivir, era sólida, como espectador en la mítica Cinemateca francesa -sus cineastas de referencia era Godard, Pasolini o el polaco Andrzj Wajda- y como cineasta en la no menos mítica universidad Paris VIII, en Saint-Dennis, fundada tras mayo del 68. “Hacer cine para dar voz a los que no la tienen”, era el lema de su departamento de cine, recuerda Varela. Lo relaciona con A festa popular da montaña, el primer corto de Asorey, aquel presentado en Ourense en 1978.

Asorey recoge en esa cinta la fiesta manifestación contra Fenosa organizada por los vecinos del embalse de Portodemouros, en su Vila de Cruces natal. Habían pasado cuatro días desde que la lancha que usaban para atravesarlo volcara. Cuatro personas habían muerto. Reclamaban un puente, que nunca se construyó. “Averigüé que en esa jornada de protesta actuaron el Mago Antón o Faíscas de Xiabre [banda folk, una de las raíces de Milladoiro], eso lo vemos en la película, pero después pasa a fuera de campo, hasta el final”, explica, “pensé que la copia estaba deteriorada. Pero encontré la reseña de Miguel Castelo en El Ideal Gallego en la que señalaba esto mismo”. Manierismo vanguardista, error o estrago de materiales, quizás todo a la vez, lo único cierto, añade Varela, es que su proyecto cinematográfico era una especie de cine documental experimental.

Las películas gallegas de la época, en todo caso, no transitaban esos caminos. Un tímido cine narrativo se abría paso con dificultades. Era tal vez con el cine militante de Carlos Varela Veiga -documentalista integrado en la izquierda nacionalista gallega durante los 70- o Llorenç Soler -cineasta valenciano que en la Transición filmó numerosos conflictos sociopolíticos en Galicia- con el que mantenía más afinidades. “Pero estaba fuera, en Francia, y no se movía en los círculos del cine gallego de los 70”, señala Varela, que reconoce su deuda con las investigaciones de Xan Gómez Viñas sobre las implicaciones estéticas y políticas del cine gallego de la época en formato no profesional.

En 1981, Carlos Asorey Martínez regresó a Galicia. Padecía un problema de salud mental. En su currículum, el explícito y el implícito, la huella de una época: en París VIII había recibido clases de Roland Barthes o Gilles Deleuze, y figuraba como actor de reparto en La hipótesis del cuadro robado (1978), del director chileno exiliado Raoul Ruiz. Superado el bache de salud, preparó algún guion. Documental para la ciudad de Compostela, por ejemplo. Llamó a algunas puertas. Quería seguir haciendo cine. Nadie respondió. Y la frustración se vuelve a cruzar con Asorey. Empaquetó sus aparatos y sus bobinas de Súper8 y las confinó en el desván. Él entró a trabajar en la televisión pública gallega en 1985, el año en que se inauguró. De su cine amateur, experimental y rudimentario, doméstico y enigmático, no volvió a haber noticia. Hasta ahora.