El 23 de octubre de 1977, Josep Tarradellas, presidente de la Generalitat de Catalunya en el exilio, aterrizaba en El Prat. Ante una multitud reunida en la plaza de Sant Jaume, proclamó su histórico “Ja sóc aquí!”. El 15 de diciembre de 1979 llegaba a Sondika el vuelo del lehendakari Leizaola, quien poco después intervenía para más de 40.000 personas en el Estadio de San Mamés. El 28 de junio de 1984 -el aniversario de la aprobación del Estatuto de Autonomía del año 36, que nunca llegó a aplicarse por el golpe de Estado que provocó la Guerra Civil- tomaba tierra en Lavacolla el avión con los restos de Alfonso Daniel Rodríguez Castelao. Desde ese momento hasta su entierro, cinco horas después, en el Panteón de Galegos Ilustres, el fotoperiodista Xan Carballa, siguió el recorrido del féretro, un camino marcado por la emoción, los disturbios y las honras fúnebres que hoy, cuarenta años después, puede volver a transitarse en la exposición Castelao: O retorno a Galicia. 1984.
A Carballa, nacido en 1960, como a la generación de sus mayores, se les “hurtó” la figura de Castelao. Por eso no deja de tener cierto sabor a justicia poética el lugar que acoge la muestra: la sala que lleva su nombre, la Sala Castelao, en el Museo de Pontevedra, una institución que el propio autor de Sempre en Galiza ayudó a fundar. Una estancia que el comisario de la exposición, Xosé Enrique Acuña, ha convertido en una especie de prólogo físico de aquella histórica jornada.
Allí puede verse el “cosmos vital”, especialmente centrado en sus años de exilio, de quien “quizá” había sido “la persona más popular en Galicia en los años 20 y 30 del siglo pasado”, tal y como enumeraba Carballa: “Humorista, político, escritor, actor, novelista, diseñador, etnógrafo, diputado, ministro, médico, periodista, irmandiño”.
Sin embargo, para el régimen de Franco, tan sólo era “artista, literato y caricaturista”, las únicas formas en las que la prensa podía referirse a él -en páginas interiores y a una columna- para informar de su muerte, en 1950 en Buenos Aires. Al otro lado del Atlántico, Castelao fue ministro de la República y primer presidente del Consello da Galiza.
En la sala que hoy lleva su nombre, puede verse su pasaporte diplomático como ministro de aquel gobierno en el exilio, los álbums con sus estampas de guerra editados en Shanghai, su entierro en Buenos Aires, en el cementerio de Chacarita o el expediente que los tribunales franquistas le abrieron por “responsabilidades políticas” entre 1937 y 1962.
Crónica visual, casi un plano secuencia
En 1984, Galicia contaba desde hacía tres años con un Estatuto de Autonomía vigente y con su primer Parlamento autonómico, del que habían sido expulsados tres diputados nacionalistas del Bloque-PSG tras su negativa a jurar la Constitución, un caso único en el Estado. Otro diputado nacionalista, Camilo Nogueira, único representante de Esquerda Galega, fue quien propuso a la cámara el retorno de los restos de Castelao. La propuesta -respaldada por Tareixa, la hermana del galeguista- salió adelante por unanimidad.
El viaje ya fue agitado y el avión que traía los restos de Castelao a Lavacolla -hoy, Aeropuerto Internacional Rosalía de Castro- llegó de Barajas con más de dos horas de retraso por una amenaza de bomba. Carballa, que por aquel entonces trabajaba para el desaparecido semanario A Nosa Terra, estuvo en primer lugar en el aeródromo, donde fotografió las primeras protestas, las protagonizadas por militantes del Partido Comunista de Galicia.
Tras éste, son otros dos escenarios los que centran su reportaje: los exteriores de la Iglesia de San Domingos de Bonaval, donde se encuentra el Panteón de Galegos Ilustres -hoy, de Galegos y Galegas, desde que depende del Parlamento- y el propio interior del templo.
Toda esta “gran crónica visual”, alcanza por momentos un aspecto cinematográfico de “plano secuencia”, según Acuña, para quien “aunque algunas puedan parecer impropias”, son escenas que ya forman parte “de nuestra Historia, con mayúsculas”. Y eso que, sumando todas las fotos, tal y como puntualizó Carballa, “es muy posible que no ocupen ni siquiera un segundo de película”.
En el blanco y negro propio del nuevo fotoperiodismo de la época, Carballa recoge tanto los “intentos” de la Xunta por preparar “un protocolo para los actos de bienvenida que se correspondiesen con la importancia de la figura histórica de Castelao” como las imágenes que más han quedado en la retina de aquella jornada, los incidentes y manifestaciones que no sólo se vivieron en el aeropuerto, sino también, con mayor intensidad, a las puertas de Bonaval.
Unos dos millares de seguidores del Bloque Nacionalista Galego acudieron a denunciar la “manipulación” de la herencia ideológica de Castelao y acabaron protagonizando enfrentamientos con la policía. Los hechos trascendieron más allá de la piedras de Bonaval porque el centro territorial de Televisión Española en Galicia estaba retransmitiéndolos en directo.
La voz que narró aquellas imágenes, parte ya de la historia del audiovisual gallego, fue la de la periodista Tareixa Navaza. Hoy, también ella vuelve a estar de actualidad pero por motivos muy diferentes. Treinta años después, ejerció de fugaz portavoz de la familia de Rosario Porto y Alfonso Basterra. Por eso, interpretada por la actriz Iolanda Muíños, tiene un breve papel en El Caso Asunta, la serie de Netflix que se ha convertido en la segunda más vista de la plataforma en todo el mundo.