Le dobló el pulso al mismísimo Alberto Núñez Feijóo cuando este, en 2010, quiso reducir todo el partido a la obediencia madrileña. El candidato oficial de Santiago (y Madrid) fue entonces derrotado por los Baltar y Manuel, el hijo, sucedió al padre al frente del PP ourensano. Un año después también heredaba la presidencia de la diputación provincial, en manos de su familia desde 1990. El llamado sector de la boina resistía al birrete en Ourense y continuaba al margen de la disciplina emanada de Génova: compartían siglas, sí, pero en la provincia la jurisdicción era baltarista. La táctica, la estrategia y el discurso se decidían en el Pazo provincial. Hasta que un radar de la Guardia Civil se interpuso en su camino y destapó las extrañas prácticas de los Baltar con el parque móvil oficial de la institución. Eso y una potencia electoral demediada en las dos últimas elecciones municipales empujaron al clan Baltar hacia su final: Manuel Baltar anunció este miércoles que no optará de nuevo a presidir la Deputación de Ourense.
Tampoco lo iba a tener fácil. Los resultados del 28M enredaron aún más la política ourensana. El PP fue incapaz de alcanzar la mayoría absoluta que, durante décadas, convirtió la provincia en el pilar más estable de la hegemonía conservadora en Galicia. Todo cambió en 2019, cuando la irrupción de Democracia Ourensana y el impulso de la izquierda alteraron el equilibrio de fuerzas. Aquel año Baltar supo maniobrar y mantuvo la presidencia de la diputación a cambio de entregar la alcaldía de Ourense a Gonzalo Pérez Jácome, un populista de derechas que no ha dejado de protagonizar astracanadas y conflictos. Al mismo tiempo, el además líder del PP ourensano desautorizaba de nuevo a su teórico superior, Feijóo, que había considerado letal para la ciudad un entonces hipotético gobierno de Jácome. Ni él ni su sucesor, Alfonso Rueda, mandaban en Ourense. Cuatro convulsos años después, el PP ourensano no se recuperó.
Pese a que la cúpula gallega rescató, con aquiescencia de Baltar, al exalcalde Manuel Cabezas para intentar la conquista de la ciudad y reducir a Jácome el 28M, no lo consiguió. Los principales ayuntamientos (Carballiño, Allariz, O Barco, Verín) continuaron en manos de la izquierda. Y Jácome mejoró sus resultados en la capital provincial y saltó de siete a diez concejales. La mayoría absoluta en la diputación sigue dependiendo de un acuerdo con Democracia Ourensana. Este es el contexto del adiós de Baltar Júnior. Que tampoco figura en las listas del PP ni al Congreso ni al Senado, como se llegó a especular. Su futuro político, de haberlo, es una incógnita.
Las boinas y los birretes
Estas y otras cuentas pendientes figuran en la factura interna que la dirección autonómica le guardaba a Manuel Baltar. Como también lo hace el apoyo que el PP ourensano brindó a Soraya Sáenz de Santamaría en el proceso de primarias que dio el liderazgo de la derecha española a Pablo Casado. Baltar se enfrentó una vez más a Feijóo, que se significó a favor de Dolores de Cospedal y después, en la parte final, de Pablo Casado. Fue quizás la última expresión de la grieta más histórica del PP gallego, la que separaba a boinas de birretes. O, en otras palabras, al sector más autóctono y rural del más inclinado al centralismo madrileño. Este último es absolutamente dominante desde que, en 2006, Feijóo, como hombre de Romay Beccaría, se hizo con el mando de la organización en Galicia.
En todo caso, el origen de ese reparto de poder es lejano, incluso anterior a la lejana época de Fraga Iribarne. Su escenificación más vistosa sucedió en 2004 y en ella Manuel Baltar, de 37 años, representó un papel protagonista. Él y otros cuatro diputados por Ourense en el Parlamento de Galicia se pusieron a las órdenes del padre, José Luis, y tensaron al máximo la cuerda con la dirección gallega de su partido, el PP. Para ello, se encerraron en un piso en Ourense y amenazaron con una escisión. Las causas, la excesiva influencia del secretario general del PP estatal -entonces Mariano Rajoy- en el devenir de los populares gallegos. No hubo sangre, y Baltar padre se avino a negociar con personajes ligados a esa cúpula. Un tal Núñez Feijóo entre ellos. Unos meses más tarde, Fraga perdió la mayoría absoluta y una coalición de Partido Socialista y BNG gobernó la Xunta entre 2005 y 2009. Fueron los años en los que Feijóo desplazó la organización hacia Madrid. Con la excepción de Ourense, que aguantó hasta esta semana.
Los silencios de Rueda
Aunque otros escándalos habían agitado los mandatos de Baltar, fueron sus excesos al volante los que abrieron la puerta a su salida. El primero lo destapó elDiario.es, cuando publicó cómo agentes de la Guardia Civil lo habían pescado a 215 kilómetros por hora en dirección Madrid al volante de un coche oficial de la Diputación. El suceso, por el cual ha sido imputado por un presunto delito contra la seguridad vial, reveló otras multas, algunas a miembros de la familia de su chófer, siempre a bordo de los numerosos automóviles de la institución. Alfonso Rueda, presidente de la Xunta y del PP gallego desde que hace un año Feijóo se marchó a Madrid, no quiso enfrentarse a su colega ourensano. Dio por buenas sus escuetas disculpas y se negó a exigirle ningún tipo de responsabilidad política. Cada vez que la oposición sacaba el tema en la Cámara gallega, Rueda callaba. Ni siquiera se atrevía a pronunciar la palabra Baltar. Pero el 1 de junio, al término de un Consello de la Xunta y preguntado por si era el candidato del PP a la presidencia de la Deputación de Ourense, lo rebajó a “concejal por Esgos” (la pequeña localidad donde reside). Dos semanas después, Manuel Baltar anunciaba su retirada en otro escueto comunicado. Y con ella, el inicio del fin de una era en la derecha gallega. Solo veinte meses después de salir reelegido al frente de los populares ourensanos con por el 99,2% de votos y a menos de un año de las elecciones gallegas, el PP gallego se queda sin el líder de su territorio más fiel. Está por ver si el baltarismo sobrevivirá a los Baltar.