Un velo traslúcido cubre la ciudad de Ourense. El tono es gris cargado. Personajes desesperados, al borde del acantilado, con más pasado que futuro, recorren las calles de su extrarradio. Buscan un perdón que no saben que buscan. Las grietas por las que entra la esperanza son mínimas, pero existen. O cervo e a sombra (El ciervo y la sombra, Xerais, 2021), décimo segunda novela de Diego Ameixeiras (Lausanne, Suiza, 1976), es una obra de lirismo oscuro, género negro sin hagiografía policial, intensa, casi existencialista. Le valió a Ameixeiras el último Premio da Crítica en la modalidad de narrativa y ahora ve la luz en castellano, en versión del autor y en la editorial Alrevés. “Muchas veces el mundo delictivo de la novela negra es un mundo demasiado espectacularizado”, resume su visión de la literatura noir, “y el mundo del delito está mucho más cerca de lo que pensamos”. Se trata, al fin y al cabo, de su propia poética: “A cualquiera se le pueden torcer las cosas, verse en situaciones no muy recomendables y, así, obligado a delinquir o, por lo menos, a estar en una frontera peligrosa entre lo legal y lo ilegal”.
El ciervo y la sombra es una novela negra en la que no hay detectives, ni policías, ni periodistas, ni abogados. ¿Por qué?
Para mí la novela negra tiene más que ver con un tono, con una atmósfera o con un cierto posicionamiento a la hora de mirar la realidad, y no tanto con un determinado tipo de historia o con un determinado tipo de personajes. Es verdad que se tiende a identificar, sobre todo en el mercado, la novela negra con la novela policial. Es la que más se vende y la que más cabida tiene en el mundo editorial. Pero hay un tipo de novela negra que cuenta historias relacionadas con la ética del perdedor, con algunos ángulos oscuros de la sociedad, y que tiene voluntad de crítica social. A mí me interesa escribir desde ahí. Quizás no es lo más comercial para el lector al que le gusta la novela policial en que se le presenta un enigma y se resuelve.
Con protagonistas fuertes, carismáticos...
Hay un tipo de novela que le gusta al lector -a mí también me gusta- en que un personaje realiza una investigación y el lector lo acompaña en el descubrimiento de ese misterio. En El ciervo y la sombra hay también una trama, una intriga, y hay unos personajes que persiguen cosas, pero está lejos de ese tipo de novela policial. Con todo, muchos personajes sí pertenecen a la mitología del género. Hay delincuentes, hay perdedores y hay personas que están en esa cuerda floja entre lo que llamaríamos legal e ilegal.
¿Por qué, como acaba de explicar, la novela negra de más éxito comercial es la de policía y detective?
Quizás porque tiene un componente de juego. Cualquier novela o cualquier película en que al principio aparece un muerto y alguien que quiere saber que pasó, hay algo ahí que engancha. Es un tipo de lectura que guarda cierta relación con la cultura popular, es novela de evasión, aunque a veces las intrigas puedan ser complicadas y necesites tiempo y concentración. Pero mucha novela policial se ha escrito con intención de ocupar el poco tiempo libre de la gente para leer.
Hablaba de los personajes de El ciervo y la sombra. Son solitarios, con más pasado que futuro. ¿Qué nos dicen de la época?
Yo quería escribir una novela sobre cómo la memoria influye en el presente. Todos los personajes arrastran una herida del pasado y cargan con esa mochila. Sobre todo el personaje principal, Mateo, arrastrado en una historia que es casi de redención. Necesita ser perdonado por cosas que hizo en el pasado. De ahí viene esa relación con el religioso, intenta solventar sus dudas de fe. Tiene ganas de aferrarse a la última oportunidad. Otra de las cosas que quería contar era cómo identificamos siempre las ciudades con un patrimonio artístico o sus edificios, pero hay un patrimonio de sensaciones y emociones, de cierto conocimiento generacional que está en el ambiente y que intento atrapar en la novela. Por eso el libro habla de los barrios, del extrarradio, de esos lugares donde la ciudad deja de ser ciudad pero tampoco acaba de ser rural, una zona de frontera.
Muy propia de Galicia.
Exacto. De hecho creo que todos vivimos ahí. Hay esa memoria del extrarradio que a mí me interesa mucho, una memoria que se pierde y de la que nadie habla.
Pero esa ausencia de futuro que se intuye en muchos personajes, ¿tiene que ver con su mirada general sobre la actualidad?
Es un poco lo que decía antes: para mí la novela negra es una atmósfera. Cuando escribo, no pienso previamente en que quiero impregnarla del espíritu de la época. Sin embargo este aparece. En la novela hay ese aire de desencanto, de derrota, ese aire tan de supervivencia, de rabia, pero también hay una atmósfera de cierta inocencia en algunos personajes, y todo está ahí porque es lo que percibo en el ambiente. Vivimos en una época en que es muy complicado aferrarse a algunas verdades, quedaron por el camino hace tiempo. Las perspectivas son oscuras. Por si fuera poco surge el tema climático, ya para acabar con todo.
Es la mirada del escritor.
Es, sí. Lo que sí aparece voluntariamente es la parte más luminosa de la novela, los anarquistas que ocupan un edificio.
La línea de fuga.
Exacto. Está hecho a propósito. Todos acabamos contagiados de un cierto desánimo, de un cierto cinismo, y hay que salir de ahí. La única manera es creer en las cosas, tener cierta visión inocente sobre algunas ideas y sobre algunas formas de organizarse. Qué mejor que atribuirle esa inocencia a un grupo de chicas jóvenes que son lo contrario del protagonista. El protagonista quiere creer en algo y arrastra derrotas. Estas son gente que acaba de llegar al mundo, tienen esperanza y miran hacia delante. Son la parte luminosa de la historia. La escribí también para convencerme a mí mismo de que hay que salir de esta perspectiva oscura.
Escribe El ciervo y la sombra con un lenguaje poético y sombrío. Contrasta con la prosa habitual en la novela de género, más funcional. ¿Cómo ha alcanzado su estilo?
Hay un proceso de evolución a lo largo ya de 20 años. Empecé a escribir unas primeras novelas más policiales, aunque paródicas. Estaba casi empezando a informarme sobre el género. A lo largo del tiempo uno se va llenando de más lecturas, de una perspectiva diferente sobre lo que es capaz de hacer y lo que no es capaz de hacer. Escribir es ser consciente de las limitaciones que tienes y aprovechar las virtudes que puedas tener. La evolución fue descubrir cuáles son las historias que me interesan, los personajes que me interesan y la atmósfera que quiero utilizar en los libros. Así llegué a un tratamiento que puede ser poético...
No era un adjetivo despectivo, conste...
No, no [ríe], pero a veces parece que decir poético es como elevar la escritura. Para mí es intentar darle al estilo un peso en la historia. Al estar el género negro vinculado a la cultura popular, cuando apuestas por escribir con más capas, estás en una vía diferente a la habitual. Pero a mí, aparte de los personajes y de la historia, me gusta que de alguna forma el estilo también hable. Sobre todo en historias como la de El ciervo y la sombra, una historia muy dramática y que merecía un narrador que cuente las cosas con una cierta trascendencia.
En la trama del libro, la ciudad -Ourense, en este caso- es fundamental. Opera además un esfuerzo por entenderla.
Totalmente. De hecho, una de las cosas que busco en la literatura como lector o que busco en los libros cuando los escribo es atrapar esas sensaciones, ese alma de la ciudad, lo que no está escrito y no se describe. Lo que compartimos todos los habitantes de un lugar, esa identidad no visible. Lo que no aparece en las guías turísticas, ni en la historia, ni en las grandes crónicas. Hay momentos de la novela en que el personaje reflexiona sobre ciertos edificios o ciertos bares del extrarradio de la ciudad que han desparecido. Lugares a los que la historia oficial no presta atención y sin embargo ahí están las biografías de los vecinos. Son cosas que encontramos en la literatura.
Los bares, por ejemplo, son espacios sociales importantísimos que no suelen figurar en la historia. Y eso a pesar de que algunos investigadores defienden que no se entendería la Revolución Francesa sin las tabernas y los cafés de París donde conspiraban los rebeldes.
Es un tipo de memoria que además se arrasa de la noche a la mañana. Un día en un barrio cierra un bar, echan abajo el edificio y adiós.
En El ciervo y la sombra es el caso del bar Paraíso.
Ese pasaje de la novela recoge el espíritu de toda la historia. La melancolía que tiene Mateo, el protagonista, cuando ve que no se respeta esa memoria a la que mucha gente es sensible. Pero no se comparte más allá de la literatura. No abre un informativo de la televisión. Y sin embargo afecta al espíritu de una ciudad o de una gente.
Esos territorios olvidados en la historia oficial que describe enlazan con el tipo de personajes de sus novelas: desahuciados, marginales, subalternos, siempre en el filo.
Alguien que tiene una vivienda en un momento determinado queda sin trabajo, por quedar sin trabajo no puede pagar su vivienda, al no pagar su vivienda sufre un desahucio, al verse en la calle se ve obligado a subsistir con una red de apoyo de vecinos y amigos, y cuando eso acaba a lo mejor entra en un mundo que el sistema considera como delictivo. Son mundos relacionados. No digo que alguien, desde el momento en que queda sin trabajo, vaya a dar el salto a cometer delitos. Pero creo que gran parte de ciertos delitos tienen una explicación social y un contexto de crisis y de mal reparto de la riqueza. Que los anarquistas de la novela que ocupan un edificio al mismo tiempo protesten contra desahucios, que un pequeño traficante de drogas al mismo tiempo tenga la capacidad de colaborar con un banco de alimentos o de ayudar en los cuidados a una jubilada. Son mundos que en la novela relaciono desde la ficción pero que en la vida real pueden tener conexión.
Es ficción pero no es mentira.
Claro. Aunque la menos recomendable de todas las cosas que acabo de decir es la de ser traficante de droga [ríe]. Todo tiene matices, pero mucha gente se ve obligada a hacer cosas que no querría hacer para sobrevivir. Muchas veces el mundo delictivo de la novela negra es un mundo que se espectaculariza demasiado. Y el mundo del delito está mucho más cerca de lo que pensamos. Está en la calle y a cualquiera se le pueden torcer las cosas y verse en situaciones no muy recomendables, verse obligado a delinquir o por lo menos a estar en una frontera peligrosa entre lo legal y lo ilegal.
A menudo se habla de la novela negra en relación a su exterior. Es el caso, por ejemplo, del lugar común sobre la novela negra como crítica social. Pero invirtiendo el planteamiento, ¿qué aporta la novela negra a la literatura, digamos, sin género?
Ser un género popular que pide escribir teniendo en cuenta al lector, no olvidar que la literatura tiene que ser legible y que hay algo de evasión en el hecho de leer un libro. Igual otro tipo de novelas no lo tienen tan claro. Es un género que sigue teniendo muchos lectores. Y puede aportar esa tradición que empezó con Dashiell Hammett de ser un espectador de su tiempo. Es un tópico decirlo, pero la novela negra es el género realista de nuestro tiempo.
Los tópicos acostumbran a tener algo de verdad.
Claro. En la novela negra se cuentan muchas cosas a las que el periodismo no llega por falta de tiempo. Es un tipo de género que cuando lo escribes, escribes en el presente -aunque también haya novela negra histórica. Al escribir sobre el presente, estás siempre escribiendo sobre las contradicciones de tu tiempo. Pero también es mutante, un cajón donde cabe de todo. Yo antes estaba muy seguro de lo que era la novela negra, ahora mismo no.
Antes mencionó sus primeras novelas, protagonizadas por el detective Horacio Dopico y de tono paródico. Con los años ese tono se fue nublando y el humor desapareció. ¿Por qué?
Hay una búsqueda de voz propia y se va oscureciendo un poco sin que te des cuenta. O igual porque vas teniendo respuesta de los lectores a esa voz y quieres insistir en ella. Tiene que ver también con una visión del mundo. Yo siempre escribo pensando que el estilo habla y que es importante cómo se cuentan las cosas. Este tipo de historias merecen ser contadas con ese tono más oscuro, más crepuscular, ese cierto aroma de derrota. Pero también son historias que tienen un pulso de rabia y de potencia vital. Para mí, El ciervo y la sombra, aunque es todo muy oscuro y hay un aroma fatal desde el principio, es una novela sobre la esperanza. Hay alguien que está peleando para que las cosas le salgan bien. Fui aprendiendo y sabiendo que la voz del escritor es algo que nunca encuentras. Estás siempre trabajando en ella...
Y siempre existe el riesgo de perderla.
Claro, es un territorio tuyo pero muy frágil. Cuando consigues atraparla un poco es que realmente estás escribiendo con honestidad. Todo es aprendizaje y descubrimiento interior, aunque suene un poco a autoayuda [ríe], pero bendita autoayuda que es la literatura.
Tres segundos de memoria (Xerais, 2006) es la única de sus novelas que no se adscribe al género negro. ¿Volverá a incurrir en ello?
Esa es una novela de hace diez mil años [ríe]. Puede ser que alguna vez pueda escribir algo que no tenga que ver con el género negro, pero no sé, algo me arrastra a cierto tipo de historias. Ese aire de fatalidad, crepuscular y poético, siempre aparecerá en mis libros. No me veo escribiendo otra novela pretendidamente humorística como esa. Era otra época de la vida. Pero gracias a esas novelas del principio, escribo ahora estas. Es un aprendizaje sobre la marcha. Ya escribí 12 novelas, y eso implica que he cometido errores y aciertos. Puedes mirar atrás y saber qué es aquello que se te da un poco mejor y qué es aquello para lo cual quizás estás más limitado y que es mejor que hagan otros.