Quiénes somos y cómo enfrentar los grandes conflictos sociales son los temas que han atravesado los Monólogos Inspiradores para el Cambio

Los Monólogos Inspiradores para el Cambio (MIC) que estrenamos el año pasado en Valencia, han vuelto, esta vez sobre el escenario del teatro Rosalía de Castro, en A Coruña, en la tarde del sábado. Luis Zahera, Asaari Bibang, Isabel Moreno y Elena Bueriberi han sido las voces que han tomado el micrófono para hablar, bien con el recurso del humor, desde una intención divulgativa o desde la honestidad de la experiencia, sobre la identidad, sobre quiénes somos y sobre los conflictos que generamos entre nosotros y en el mundo. Hemos podido realizar los MIC gracias al apoyo de Fundación Anesvad.

Precedido por la música de Carmina Burana ha salido al escenario el dos veces premio Goya Luis Zahera. Vestido con una camiseta del grupo Kiss, la cosa ya prometía que podría tratarse de una mascarada, de un entroido en septiembre, porque Zahera salió a provocar al público coruñés, “el archienemigo”. La audiencia, haciendo gala de la tradicional educación herculina, rió y aplaudió las provocaciones, incluso cuando era regañada por el actor ante las risas y los aplausos.

El monólogo de Zahera exageró su compostelanismo, en oposición al coruñismo –de ahí lo de la archienemistad entre ambas ciudades gallegas– como recurso cómico para hablar de cómo nos educan en las familias y del peso que eso tiene en nuestro futuro. La identidad, como decíamos.

Lo de empezar con Carmina Burana tiene su explicación en esto que les contamos a los lectores hace un año, y que en verdad viene de lejos. 23 años tiene la historia y lo cierto es que, por desconocimiento o por repetición, sigue haciendo gracia. Jesús Pérez Varela, en aquel momento conselleiro de Cultura de la Xunta de Galicia, se pensó que la interpretación de Carmina Burana en un programa de festejos era la actuación de una Carmen, Carmina o Carmiña con muy buena voz, lo más seguro. Según Zahera, la cosa ya acabó de liársele a Pérez Varela al anunciar que cantarían dos famosas divas: Ainhoa y Arteta. Esto ya podría ser fruto de la exageración del actor, como tantos otros divertidos momentos de su monólogo, en el que habló mucho de su madre, Lecha, y de la muerte. A ella le gustaba mucho ver “el parte” –el telediario– “porque moría un montón de gente en accidentes de la carretera. Una hecatombe, decía ella”. Lecha abría el periódico por las esquelas, como por otro lado es lo habitual en Galicia, para enterarse pronto de quién había muerto. “Niñas –le decía a Luis y a sus hermanas– ¿sabéis quién murió? Murió Rosita, 98 años, una niña”, les decía. Y le ponía a Luis un verduguito apretado en la cabeza para que no cogiera frío compostelano –“había niebla en el pasillo de casa”– y si pretendía ir de Santiago a Coruña en Navidad, Lecha le decía: “¿Vas a Coruña en Navidad? ¡Pon todo lo que puedas y no respires con la boca abierta que te entra la muerte!”. Piques de compostelanos frente a coruñeses, que tanto gustan a los locales y que ahora, gracias a Luis Zahera, son ya de dominio público en todo el territorio español.

La cómica Asaari Bibang recibió nuestro premio Desalambre en enero de este año. Con él, quisimos reconocer su trabajo como activista antirracista, que canaliza de manera brillante a través del humor. Contamos con ella en la gala de entrega de los premios y también en el noveno aniversario de Micromachismos porque con ella nos reímos, sí, pero sobre todo aprendemos y reflexionamos.

Bibang nos anunció que al cumplir los 38 ha entrado en la crisis de los 40, evidenciando esa teoría cada vez más extendida de que las crisis de cambio de década llegan siempre dos años antes. “Por que, para qué esperar, para qué dejar para mañana lo que puedes hacer hoy”, señala.

El principal conductor del monólogo de la actriz fue las contradicciones de la vida: medidas que se toman supuestamente para llevarla mejor pero en realidad acaban perjudicando a alguien. Por ejemplo: que la solución para conciliar sea el teletrabajo –“yo trabajando y el niño en casa, no soy muy de matemáticas pero a mí esa ecuación no me cuadra”– o que los niños y las niñas pasen más horas en el colegio (“así tenemos a una maestra cuidando niños, pero no a los suyos”).

A menudo, Asaari Bibang nos recuerda todo el racismo intrínseco en el lenguaje y que con demasiada frecuencia pasamos por alto. Uno de los mayores aplausos lo recibió al comentar: “Mi amiga Marta me dice: ‘A mí los racistas me ponen negra’, y yo le digo: ‘A mí los racistas me ponen verde’”.

En este momento de su vida, Bibang ha llegado a tres conclusiones vitales: no entrar en discusiones que no valen la pena, amar todo lo que pueda –“el amor no mueve el mundo, el dinero sí, pero como dinero no vas a tener…”– y escucharse a una misma: “Normalmente solo vas a oír tonterías pero si hasta un reloj parado acierta dos veces, cómo no vas a acertar tú”. Como con Zahera, con Bibang también apareció su madre en el relato. Asaari, antes de llegar a este momento de madurez, se decía así misma: “Joder, soy un desastre”. Pero su madre le dijo: “No te hables así que te oyes”. Las madres, la identidad.

Y la salud mental. Hay que quererse. “Algo que he aprendido este último año de mi vida es que amar bien es dejar marchar para que así el amor sea libre”, ha dicho. Y un último dardo: “Necesitamos una salud mental accesible y asequible porque sino es cerca y no es barato, es privilegio, my friend”.

A Isabel Moreno la habéis visto en el programa Aquí la Tierra de TVE. Es graduada en Física y tiene un máster en Meteorología y Geofísica. Además, es autora del libro Cambio climático para principiantes y un poco de eso nos ha hablado en su MIC, porque en realidad, aunque nos afecte de manera tan apabullante, seguimos siendo todos unos principiantes. Enfrentarse a la emergencia climática es probablemente el gran reto de la humanidad en este momento y Moreno es consciente de que la información es una herramienta imprescindible para ello.

Como viene de la tele, ha querido apoyarse en videos y fotografías que han ayudado a recordar fenómenos recientes, ya que la memoria es engañosa. Nos ha enseñado imágenes de inundaciones y de sequías, muy cerca las unas de las otras. Nos ha recordado el efecto de la borrasca Filomena en Madrid y de la borrasca Gloria en las costas del este y el noreste en enero de 2020, a las puertas de la pandemia, algo que ya casi se nos había olvidado. O la DANA de septiembre de 2019, que conviene recordar cuando acabamos de ser atravesados por otra. Son los “nuevos tiempos”, como dice Moreno. “Los tiempos de ahora no son los de antes”, insiste, a pesar de que las memorias personales nos engañen, cuando individualmente recordamos calores o inundaciones de antaño. Las gráficas, que la física ha mostrado en pantalla, son inapelables: el mundo ha cambiado.

“Me pone los pelos de punta”, ha admitido Moreno, “el cambio climático también es hablar de crisis humanitaria porque qué van a hacer aquellas personas que vean inundadas sus casas cada dos por tres, o que sus tierras ya no den nada y tengan que migrar porque no tienen qué comer”. “Llegará un momento que la Tierra diga 'se acabó. No puedo más'”, ha advertido.

El mar de hoy no es del mismo mar de ayer, por ejemplo, nos ha explicado, porque está a un nivel diferente. Ya hay especies extinguidas a causa del cambio climático, como la rata melomys rubicola. “Escribamos el mejor futuro posible”, nos ha pedido Isabel Moreno.

Por último, la periodista y fotógrafa valenciana Elena Bueriberi ha cerrado el encuentro. En su monólogo, nos ha llevado de la mano en su búsqueda de su propia identidad, la cual ha comparado con “un gran libro en blanco”. Inevitablemente, la suya está marcada por estas coordenadas de gran peso: mujer negra nacida en España. Su padre es ecuatoguineano y su madre salvadoreña. Con una narración que mantuvo a la audiencia absorta y con el corazón en un puño, Bueriberi nos llevó desde su infancia en la España de los 90, en la que no era consciente de “ser diferente de las Barbie” con las que jugaba o de que “el lápiz de color carne” de su estuche no era del mismo color que el de su propia carne. No entendía por qué, cuando jugaba con sus amigas a ser las Spice Girls, le decían que ella era Mel B, cuando no necesariamente era su spice girl favorita.

El día que se hizo consciente de esa diferencia fue cuando un niño en el colegio la escupió y la llamó “negra de mierda”. No lo entendió pero comprendió que era un insulto y empezó a hacerse preguntas. “A partir de ahí, descubro que el racismo me acompañaría toda mi vida, que tendría que vivir con que me toquen el pelo como si fuera un peluche y que le pregunten a mi madre si soy adoptada”, reveló. Su mecanismo de defensa fue rechazar todos los elementos que la podían identificar como extranjera. Le daba vergüenza hacerse trenzas o vestir telas africanas.

El punto de inflexión en este camino sucede cuando se traslada a Madrid para estudiar Periodismo y allí entra en contacto con la comunidad afrodescendiente. Comienza a investigar en sus raíces en Guinea Ecuatorial, país con el que España tiene una deuda colonial, algo “muy poco conocido” por las generaciones actuales, recalca Bueriberi. La clave la encuentra al comprender que el camino para entender la identidad pasa a través de “la vulnerabilidad” y se completa cuando concluye que era “un tesoro” que tenía que “valorar”.

El padre de Elena Bueriberi también es periodista. “Él nunca me ha ocultado la realidad sobre su país, las historias de violencia, supervivencia, encarcelamientos injustos y luchas políticas, y siempre ha hecho un hueco para transmitirme la cultura y las tradiciones pero estas historias no nos llegan, a todos, lo suficiente a través de los medios occidentales”, explica. Por ello, una de las preguntas fundamentales que mueven su vida y su carrera es “¿cómo podemos equilibrar esta balanza?” y señala, a la vez que se pregunta “¿por qué África se ha convertido en el patio de recreo de la pornografía de la pobreza?”, recordando esas fotos de perfil en las aplicaciones de ligue en las que una persona blanca se rodea de niños y niñas racializados.

En Guinea Ecuatorial es “la española” y en España es “la africana”. “¿De dónde soy yo?” es una pregunta que le llevó tres años contestarse, y lo hizo con una exposición fotográfica en París: “En ella abro una ventana a una realidad poco explorada, la de las personas mestizas: no sabes de dónde eres, no pertenecen del todo a ningún sitio”, dice. “Quiero demostrar que se puede hacer un periodismo comprometido y relevante. Para mí es importante crear un espejo en el que me hubiera gustado verme reflejada de pequeña. Me digo que estas preguntas son naturales y que puedo volver a ser vulnerable, Ya no paso frenéticamente las páginas de mi libro de mi identidad sino que puedo sentarme tranquilamente a escribir en ese libro y así es como descubro que puedo volver a ser vulnerable”, explica, antes de despedirse dejando al público del teatro Rosalía con una pregunta: “¿Qué queréis vosotres escribir en vuestro libro?”.