No ha habido muchas noches electorales amargas en la sede del PP gallego desde que, hace diez años y medio, logró desalojar de la Xunta en el primer intento al Gobierno de coalición de PSdeG y BNG. La victoria de los de Alberto Núñez Feijóo había sido la primera del ciclo electoral del derrumbamiento del PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero y cuando llevaban apenas dos años de retorno al poder gallego, el PP de Mariano Rajoy acumulaba más poder que nunca, sumando mayorías absolutas desde el Gobierno de España a múltiples ayuntamientos.
El PP de Feijóo solventó sin sobresaltos las elecciones gallegas de 2012, en las que una desconcertada izquierda parecía no haber sido capaz de metabolizar la derrota de 2009, y el primer susto no llegó hasta las europeas de 2014, cuando los populares gallegos sufrieron un fuerte declive que, no obstante, no los apeó de la primera posición en votos. Un año después, en 2015, el surgimiento de las mareas municipales les arrebató simbólicas plazas de poder local, pero seguían primeros en votos. Los problemas internos del PSdeG, la incapacidad del espacio de las mareas y las fuerzas que las sustentaban para articular con tiempo y perspectiva una alternativa en toda Galicia y la repetición electoral en España hicieron el resto: Feijóo repitió mayoría absoluta en 2016.
Pero la moción de censura que desbancó a Rajoy en primavera de 2018 cambió el panorama y así lo confirmaron las elecciones generales del pasado 28 de abril. Por primera vez en su historia el PP no fue el partido más votado en Galicia: lo fue un PSdeG-PSOE que ascendió hasta el 32% del voto gallego, casi cinco puntos por encima de los populares.
En las europeas del 26 de mayo el PSdeG volvió a ganar y en las municipales del mismo día el PP los superó por menos de un punto, un empate técnico que unido a la nula recuperación de poder municipal dejó a los populares en niveles de la vieja Alianza Popular y a los socialistas, con Gonzalo Caballero al frente, percibiendo el viento de cola llegado desde el Palacio de La Moncloa. La izquierda gallega volvía diez años después, más allá de la retórica, a soñar con la Xunta con la vista en las elecciones previstas para 2020.
Y en esto llegó –siguió– el bloqueo estatal y la mayoría encabezada en el Congreso por Pedro Sánchez no fue capaz de formar gobierno. Más allá de la composición de las nuevas Cortes, en Galicia este 10 de noviembre es una primera vuelta, una vista previa, los juegos de calentamiento para unos comicios autonómicos de 2020 que, según lo que suceda ahora, pueden adquirir un aroma parecido al de aquellos de 2005 en los que un decadente fraguismo fue por primera vez a las urnas, Aznar mediante, sabiendo que podía perder el poder. Y lo perdió, por poco.
Cuando termine el escrutinio del 10N, en Galicia dos variables van a ser miradas en las salas de máquinas de los grandes partidos con más atención que nunca. La primera, la de la primera posición en votos y escaños. Que el PSdeG revalide el primer puesto en el número total de sufragios significaría que la repetición electoral no le ha pasado factura excesiva y que, al mismo tiempo, los continuos llamamientos de Alberto Núñez Feijóo a “unir el voto” de la derecha en el PPdeG no han hecho efecto y que, de este modo, parte de la población conservadora gallega sigue fuera de la que fue casa común, ya sea antes mirando a Ciudadanos o ahora, a la extrema derecha de Vox.
Incluso recuperando el primer puesto en votos, la noche electoral del 10N podría no ser dulce en el PPdeG. Si son primeros pero no superan en escaños a los socialistas –el 28A el PSdeG tuvo 10 de los 23 gallegos y el PP, 9– y, sobre todo, si no captan los escaños que pueda perder Cs, la inquietud seguirá. Incluso aumentará si parte de la representación que pueda perder Ciudadanos la ganan En Común-Unidas Podemos o incluso el BNG. Varios de estos factores se reflejaban en las encuestas que los partidos han manejado durante la semana en la que ha estado prohibido publicarlas. Todo cambiaría, coinciden, si esto sucediera pero las derechas sumaran para gobernar una España que sigue mirando a Catalunya.
Por estos y otros factores todas las fuerzas políticas gallegas harán una doble lectura del resultado electoral del 10N. Repetir victoria asentaría a Gonzalo Caballero –ya proclamado candidato a la Xunta– al frente de un PSdeG en el que voces internas autorizadas y con poder territorial advierten que para aspirar a gobernar Galicia no es suficiente la reiteración de la necesidad de “echar a Feijóo”. Para la dirección socialista, un nuevo gobierno de Pedro Sánchez con plenos poderes, aprobando medidas sociales y con guiños a Galicia en materia de inversiones supondría el regreso del viento de cola.
En el PP este 10 de noviembre también será un termómetro de muchas variables. La fundamental, de las posibilidades de que Alberto Núñez Feijóo repita en el cartel electoral, una repetición deseada por muchos en un partido –“No le queda otra que volver a presentarse”, ilustró recientemente el presidente del Parlamento gallego, Miguel Santalices– que se agitaría si su poderoso motor sigue sin carburar como debe a pesar de a la repetición electoral. Los reveses electorales de los últimos meses han provocado, además, una escasez de puestos públicos que es proclive a la tensión.
Para el BNG, regresar al Congreso sería un excelente impulso que reforzaría el liderazgo de Ana Pontón hacia 2020. No lograr escaño sería un percance que un ascenso significativo de votos lograría amortiguar. Y, ¿en lo que antaño fue el espacio de las mareas? En Común-Unidas Podemos va al 10N optimista, incluso esperando crecer por primera vez tras la ruptura de En Marea. Pero la nebulosa en este espacio político, imprescindible para componer una mayoría de izquierdas en el Parlamento gallego, sigue siendo densa hacia 2020 cuatro años después de que los enfrentamientos internos y los acuerdos endebles al borde del abismo de la izquierda fueron claves para reflotar al PPdeG hasta hacerlo emerger con una nueva mayoría absoluta en la mano.