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OPINIÓN | Días de ruido y furia, por Enric González

Paola Obelleiro

3 de junio de 2021 22:23 h

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Es dócil pero imprevisible. De espíritu sociable y juguetón, con una boca enorme en forma de sonrisa permanente, busca el contacto. Hace un año que los marineros de la ría de Noia (A Coruña) lo vieron vagar por primera vez en las aguas frente sus playas. Entonces pesaba 150 kilos y había perdido a su manada. Ahora su peso se ha multiplicado por dos y su longitud supera los dos metros.

Este delfín mular lleva un año supliendo la falta de una familia con la interacción física con humanos. Cuando los arenales estaban desiertos por el confinamiento empezó a rondar a Roger Suárez, un buceador que marisquea en busca de navajas. Fue su primer amigo y quien eligió su nombre: Manoliño.

Levantado el estado de alarma y con los primeros días de sol en Galicia, el delfín se ha convertido en una atracción para los bañistas que se acercan a tocarlo a unas playas que apenas distan media hora en coche de Santiago, la capital de Galicia. Con algunos marineros las cosas también se han tensado un poco. Manoliño es cada vez más insistente y los buceadores menos experimentados han empezado a quejarse.

El animal puede hacer daño accidentalmente o por arrebatamiento al igual que un gato cachorro que busca jugar y acaba arañando o echando el colmillo, coinciden en relatar los 'navalleiros' y los biólogos de Cemma, una ONG gallega dedicada al estudio e investigación científica de los mamíferos marinos. Y el peligro ahora está en las playas, que se llenan de personas deseosas de acercarse y tocar al delfín juguetón, ávido de contacto y caricias. Multiplica los envites pero la consigna es ignorarlo.

El susto y el miedo pueden surgir tanto por la parte del animal como por la humana. Fue lo que le pasó a una mujer a la que el cetáceo asustó el pasado fin de semana mientras se bañaba. O a Jorge, principiante en el oficio de sumergirse en el fondo del mar para capturar marisco, y que también se asustó tras un encontronazo mientras faenaba. Cuando terminó, con el neopreno rasgado a la altura del codo, corrió al centro de salud para que le echasen un vistazo y comprobar que no había resultado herido. Después, le contó a un periódico local su experiencia. El titular de ese día decía: “Mariscadores huyen del delfín que vive en la ría noiesa porque ahora los embiste”. Tras esa primera noticia alarmante en los diarios, las televisiones empezaron a llegar al arenal para hacer sus conexiones en directo.

El relato de Jorge que encendió las alarmas es matizado por otros mariscadores: “Jorge empezó a ir a las navajas este año, está aprendiendo y se asustó de más. Todos estábamos en el mar ese día y Manoliño a todos nos echa la boca igual, igual que un cachorro, pero no fue una mordedura. No hace fuerza. Si realmente mordiese, con la boca que tiene te lleva la mano o el codo, estaríamos todos mancos. Claro que no es agresivo. Es como un amigo muy pesado”, atempera Roger Suárez, el primer amigo humano del delfín.

Roger es consciente de que cometió el error de interactuar con él cuando aún era un ejemplar 'pequeño' de 150 kilos. Sabe que hay que ignorarlo, no entrar en su juego. Pero asegura que, de momento, la convivencia con los buceadores mientras faenan es pacífica y llevadera. “Nos acosa un poco. Últimamente anda como en celo, se nota que busca aparearse, es como cuando un perro se te cuelga de la pierna. Nos busca él, es él quien interactúa. Estamos a ocho o nueve metros de profundidad en el mar y él pesa 300 kilos. Puede asustar. Pero yo bajo tranquilo. Intentamos que no enrede con la manguera del compresor. Vamos capeando como podemos, le reñimos, le damos la espalda y nos hacemos el muerto para que se vaya. Y, de momento, conseguimos trabajar y coger el cupo de navajas”. La jornada de los 14 'navalleiros' de la ría de Noia, repartidos en siete embarcaciones, es de las 10.00 a las 13.00 horas.

Manoliño está en su hábitat, nació en las aguas en las que vive, subraya el Cemma. Roger remarca que la zona en la que se mueve es limitada. Está en la ría de Noia, entre las aguas del entorno de Testal y las de enfrente, en O Freixo. No va más allá de Punta Batuda, ni se acerca al muelle de Portosín y las playas más concurridas de Porto do Son como el verano pasado. Solo dos barcos, el de Roger y el de otros tres mariscadores, trabajan con el delfín de por medio. Los demás optaron por cambiar de sitio para no coincidir con el animal.

El malestar preventivo crece entre los profesionales del mar de la zona. Hay quien ya habla de lanzar un “petardo” para ahuyentar al mamífero. “Y su reacción puede ser toda la contraria, tener un arrebato imprevisible. Y, si se asusta y nos golpea, nos revienta”, se indigna Roger. El peligro, dice, son “las ideas de bombero que tienen algunos”. “No todos los animales andan a cuatro patas, hay mucho disfrazado que busca hacer el mal”, añade. Y la consigna con Manoliño es, precisamente, para todos los humanos, sean pescadores o bañistas, no hacerle caso.

“No es una mascota. La soledad hace que se acerque a las personas. No hay que establecer contacto o darle comida, hay respetar su zona de descanso”, reitera en notas de prensa la Xunta de Galicia. Desde el Cemma, llevan también un año tratando de hacer entender a las cofradías de pescadores y a los ayuntamientos que hay que dejar al animal en paz, que nadie debe responder a su busca de contacto físico con humanos para suplir la carencia de no estar con los de su especie. “Está en fase de dominación de la gente, hace de la gente lo que quiere. Los 'navalleiros' piensan que crean un vínculo con él, pero no es así, son marionetas del animal, es él el que hace lo que quiere”, insiste el biólogo Alfredo López.

El colaborador del Cemma alerta que la situación puede evolucionar muy rápidamente si vuelven a ocurrir escenas como las del fin de semana pasado: madres con niños en brazos acercándose a acariciar el delfín sin ser conscientes del peligro de que los tire de un golpe al agua, jóvenes en motos acuáticas intentando jugar con el animal y bañistas en neopreno rondándolo en el mar.

Los delfines son sociales y transmite simpatía. Todos quieren tocarlo. Pero no deben ni acercarse, insiste López. Manoliño es un caso excepcional pero llegará el momento en que se integre en alguna de las muchas manadas de su especie que son habituales en esas aguas de las Rías Baixas en esta época del año. “Tendrá que competir con otros machos para integrarse y obtener la aprobación de una hembra, y para eso se está preparando”, afirma el responsable del Cemma. Mientras, que viva en paz “donde le corresponde” y que nadie responda a sus invitaciones al juego y las caricias. “O colaboramos todos o mal asunto. Esto puede acabar mal”, advierte.