La hierba –política– no ha crecido demasiado alrededor de Alberto Núñez Feijóo. Y, a juzgar por la estrategia desplegada para desembarcar en Madrid, tampoco es algo que le preocupe. En su despedida de la cúpula del PP gallego este miércoles no dedicó ni una frase a lo que deja atrás. De hecho, solo unas horas antes anunciaba que considera “perfectamente posible” compatibilizar las presidencias de Galicia y de su partido a nivel estatal. El hermetismo rodea la operación. Las hipótesis sobre la sucesión se reducen al escalafón de su gabinete y a la legislación gallega: quien recoja el testigo debe ser miembro del Parlamento (a diferencia de lo que sucede en el Congreso de los Diputados). El hiperliderazgo de Feijóo, cultivado con ahínco durante sus 13 años al frente de la Xunta, ha opacado la existencia de una segunda línea política dispuesta al relevo. “Aún no se ha ido y ya lo echamos de menos”, declaró este viernes su secretario general, Miguel Tellado.
Es Alfonso Rueda, vicepresidente del Gobierno gallego, el primero en la cadena de mando. Hace apenas una semana le tocó oportunamente presidir el Consello semanal de la Xunta. Sin embargo, intentó despejar el balón. “Es hablar de cosas que a día de hoy no se han planteado”, dijo ante las preguntas de la prensa sobre quién sustituirá a Feijóo. Rueda lleva a su lado los 13 años de gobierno. Fue uno de los ideólogos de la sucia campaña electoral de 2009, cuando el PP insinuó que el nacionalista Anxo Quintana, entonces número dos del bipartito, maltrataba a su mujer, y tildó de “sultán adicto al lujo” al austero Emilio Pérez Touriño por comprarse un Audi blindado exactamente igual al que tenía Fraga y en el que tantas veces había viajado Feijóo. Aquella campaña de Fake News, antes de que tuviesen este nombre, y una conjunción de intereses mediáticos y empresariales conformaron los ejes sobre los que Feijóo construyó una inesperada mayoría absoluta. La primera de cuatro, marca solo igualada por Fraga Iribarne.
Rueda es, junto a la conselleira do Mar, Rosa Quintana, el único miembro del actual gabinete que ha repetido en todos los gobiernos de Feijóo. Y, junto al otro vicepresidente, Francisco Conde, el único que mantiene su escaño en el Parlamento de Galicia, requisito imprescindible para optar a la presidencia de la Xunta. Pero Conde está menos bregado en la política partidaria que Rueda, ex secretario general del PP y ahora responsable de la provincia de Pontevedra. En su día, 2016, el movimiento fue interpretado como una degradación interna. Eso sí, después de 13 años el de Rueda no es lo que se dice un rostro popular. Una encuesta reciente de La Voz de Galicia situaba en un 45,9% su nivel de conocimiento entre la población gallega.
En realidad, el de ningún conselleiro ni conselleira lo es. En los puestos altos de este tipo de clasificaciones suele aparecer Rosa Quintana. Algunos expertos demoscópicos lo achacan a la coincidencia de su nombre con el de la popular presentadora de televisión. En el mencionado estudio del diario coruñés, es el responsable de Sanidade, Julio García Comesaña, habitual en la prensa desde que en medio de la pandemia relevó a Jesús Vázquez Almuíña, quien obtiene un porcentaje similar a Rueda. No es diputado. Francisco Conde, el otro vicepresidente y encargado de las discretas políticas industriales de la Xunta, no llega ni al 33%.
Feijóo no ha mostrado sus preferencias en público. De hecho, prácticamente ha afirmado desentenderse. “No depende exclusivamente de mí. Daré mi opinión, con más intensidad si soy consultado”, afirmó al término de la última reunión semanal de su Ejecutivo, el pasado jueves. E insistió en el adjetivo con el que quiere identificarse: “Soy un político previsible, y sé de mis responsabilidades con Galicia”. Su inminente abandono de la presidencia de la Xunta, menos de dos años después de ganar por cuarta vez las elecciones gallegas, no está claro que encaje con la definición de previsibilidad. La campaña con la que lo logró fue extremadamente personalista. Las siglas del PP estaban prácticamente ocultas, y el único mensaje era “Galicia, Galicia, Galicia”, el mismo que esgrimió para no optar a las primarias del PP hace cuatro años.
El grupo parlamentario
En el grupo parlamentario autonómico que resultó de las urnas figuran nombres hacia los que también apuntan algunas fuentes del propio partido. El expresidente de la Deputación da Coruña y actual vicepresidente del Parlamento gallego, Diego Calvo, es uno de ellos. Otro, su portavoz, Pedro Puy, profesor en la Universidade de Santiago de Compostela, sobrino de Manuel Fraga y una de las voces más templadas del PP gallego. Pero no encajarían con esa “previsibilidad” de la que le gusta presumir a Feijóo y que los analistas identifican con su opción por Alfonso Rueda.
El partido en Galicia nunca estuvo, en realidad, entre sus ocupaciones principales. Su más significativa batalla interna ocurrió en 2010, cuando intentó situar a un afín en la presidencia provincial del PP ourensano. A enfrentarse con Manuel Baltar, hijo del histórico presidente de la diputación José Luis Baltar, envió al entonces alcalde de Verín, Juan Manuel Jiménez Morán. Fracasó. Manuel Baltar preside desde entonces el PP de Ourense y el ente provincial, e impone a Feijóo la estrategia política en la provincia. El caso de la ciudad de Ourense y el pacto de los populares con la derecha populista de Pérez Jácome –a quien el presidente gallego llegó a calificar de “letal para la ciudad” durante la campaña– es el último de los ejemplos. Feijóo había colocado como candidato al exconselleiro y exalcalde Jesús Vázquez, que se negaba a entrar en el gobierno local. Hace unos meses tiró la toalla y abandonó la política. Hay contrapartidas. A cambio de ceder el mando en la provincia de Ourense, Feijóo recibe de Ourense los votos: es uno de sus principales depósitos electorales.
Que la maquinaria popular no está tan engrasada como solía en Galicia lo demuestran sus resultados en las últimas municipales. La localidad más grande con alcalde del PP es Arteixo (A Coruña), un concello industrial pegado a A Coruña, sede de Inditex, y que apenas pasa de los 30.000 habitantes. Tres de las cuatro diputaciones tienen presidente socialista –en alianza con el BNG– y la otra está en manos de Baltar. No gobierna en ninguna de las siete ciudades. Y aún en 2019, el Partido Socialista quedó por delante en las elecciones al Congreso. De sumar toda la izquierda con representación en Madrid –socialistas, Galicia en Común y BNG– son 13 asientos frente a 10 del PP. El dominio electoral incontestable de Feijóo, que ha visto desfilar a cinco líderes del BNG, seis del PSdeG y dos alianzas de la llamada izquierda rupturista, es sobre todo en el nivel autonómico.
Menos de un mes
Fiel al hermetismo que rodea su desembarco madrileño, Alberto Núñez Feijóo no ha aclarado tampoco su calendario respecto a la Presidencia de la Xunta. Sí ha explicado que ve posible compatibilizarla con dirigir el PP español. Lo que no podrá, lo dicen los estatutos de la organización, es presidir al mismo tiempo su delegación el partido en Galicia. Y, dado que el congreso extraordinario para echar a Pablo Casado está convocado en Sevilla el 1 y 2 de abril, deberá resolver antes la papeleta en Galicia. La bicefalia –un presidente del partido distinto del del Gobierno gallego– nunca ha sucedido. Así, todo apunta a que el elegido para dirigir la organización gallega cuenta con muchas posibilidades de acabar al frente de la Xunta. Siempre y cuando Feijóo decida que su interinidad en San Caetano –sede del Gobierno gallego en Santiago de Compostela– finalizó.