Crónica

Manual para cazar votos perreando en prime time: Rueda acelera su precampaña “pintando la mona” en la TVG

Luís Pardo

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El primer trabajo de Alfonso Rueda fue el de comercial en un banco, allá por 1991. Quizá por eso su mejor momento en el Land Rober llegó cuando tuvo que venderle a María, sevillana de Alcalá de Guadaira, una promoción para visitar la playa de As Catedrais que incluía la posibilidad de elegir la hora de las mareas. Era la razón para llamarla por teléfono -un número al azar- pasadas las 23:20 del jueves y no esperar a que fuese de día: por el tiempo necesario para poner en marcha un operativo que le permitiría disfrutar del arenal “que tiene los arcos” la tarde del sábado y todo el domingo. Y lo hizo sin decir ni una sola vez la palabra Xacobeo, algo que en él tiene muchísimo mérito.

Así, con una soltura nunca vista cuando le pregunta la prensa, el presidente de la Xunta seguía hilando argumentos inventados en una demostración práctica del género “venirse arriba”. Hasta ese momento, sin embargo, su actitud había sido muy diferente. Durante casi media hora, su rostro contraído y su lenguaje corporal parecían preguntarle al espectador: ¿Qué hago aquí? ¿Por qué he dejado que me convenciesen para venir? ¿De verdad es necesario hacer esto para que los gallegos sepan quién se presenta en el sitio de Feijóo? En la promoción había declarado su disposición a ir a “pintar la mona”, la expresión con la que este espacio presenta a todos sus invitados.

Pero no era el único incómodo. Mientras él arrastraba sus Adidas -“si no tengo un acto oficial, es con lo que ando siempre”-, el presentador, Roberto Vilar, se mostraba más tenso de lo habitual. “Estoy nervioso”, admitió en el arranque y lo repitió, una hora después, al presentar a su invitado. Entre medias, fue una constante: “Atención, que va a haber lío”. “Va ser una noche bastante caliente”. “Si aquí estuvo Carmen Lomana botando esterco, puede pasar cualquier cosa”. Si la idea era normalizar la presencia del presidente gallego en un programa de humor, no parecía la mejor manera de conseguirlo.

Vilar estaba nervioso, sí, y seguro que en su interior tenía motivos para ello. Rueda apareció en el programa estrella de una TVG bajo constante sospecha de manipulación coincidiendo con el arranque de su gira de precampaña, bautizada muy oportunamente 'Galicia non para'. A nadie se le escapa la similitud con ese “a cabeza non para” que el comunicador popularizó -con perdón- durante años como marca de la casa. Ninguno de los dos sacó el tema.

Sí se habló de Feijóo y Roberto volvió a utilizar su propio caso -dos veces “fracasó estrepitosamente” en su intento de dar el salto a la televisión estatal- como ejemplo de lo que no hacer: “Lo peor que podía hacer (Feijóo) era ir (a Madrid), no triunfar y lo que es triste es volver otra vez para aquí, ¿o no?”. “Porque los de Madrid aún tienen mucha inteligencia que cultivar para entender lo que hacemos aquí bien”, respondió Rueda. “No lo entendían”, repuso Vilar. “¡Allá ellos!”, zanjó el presidente entre aplausos. “Tú volviste aquí y aquí estás bien, ¿no?”. Lo que no aclaró es si cree que eso es lo que debe hacer también el líder del PP.

Tampoco faltaron múltiples menciones al paso por el programa de Abel Caballero. El alcalde socialista de Vigo, habitual en los platós de las televisiones estatales -donde cuenta incluso con imitadores- estaba sin embargo vetado para el entretenimiento del canal autonómico… hasta que hace 15 días foi pintar a mona a Land Rober. ¿Una maniobra para blanquear la presencia posterior de Rueda?

El tiempo lo dirá, pero lo cierto es que, hasta ahora, además del fenómeno mediático vigués, solo dos políticos han pasado por el programa. Los dos eran presidentes de la Xunta: uno acababa de ganar las elecciones y el otro las afronta. Si Vilar cumple el deseo que tuiteó tras la emisión con Feijóo -“Esperamos que muchos más políticos vengan aquí a pintar la mona con nosotros”- e invita a los líderes de la oposición, cosa que no hizo en siete años, desaparecerán esas suspicacias. El BNG ya ha puesto en marcha una campaña para que llame a Ana Pontón. El PSOE todavía tiene que decidir a quién habría que llamar y Roberto tendría que conseguir -o al menos intentar- que le permitiesen hacerlo. Parece difícil, pero recordemos que allí estuvo Lomana botando esterco.

Sin embargo, después de soportar las casi dos horas y media que dura este programa, la pregunta real es: ¿de verdad nuestros futuros gobernantes quieren ir a Land Rober? Estoy convencido de que a Rueda le resultó así de fácil reencontrarse con su yo de comercial bancario porque se sintió abducido por un túnel del tiempo que lo arrastró de nuevo a los años 90… ¿o es que alguien hace todavía bromas telefónicas en prime time?.

El nivel de los sketchs y el tono del humor del espacio oscila entre la televisión de hace 30 años, una despedida de soltero y una función de fin de curso de secundaria. Y eso que los aplausos constantes -tanto, que hasta hacen perder el ritmo- y los planos cortos de las carcajadas del público podrían hacernos creer que estamos en el Saturday Night Live. Curiosamente -voy a ser bien pensado- lo único que pareció espontáneo, al menos en origen, fue el “presidente, presidente” con el que primero un reducido grupo y luego toda la bancada recibió a Rueda.

“Me encanta que un presidente de un país venga a un programa de humor. Y si es el de mi país, mejor. Aunque me den palos”. En la víspera del programa, Vilar respondió a las críticas con un vídeo en el que decía estarse preparando para lo que se le venía encima. El entrenamiento consistía en que un grupo de enmascarados lo golpeaba con churros de corcho rojo… y otro, solo uno, con uno azul. Roberto mandaba parar: “Pero, los de azul no me darán palos también, ¿no?”. La izquierda se cortaría un brazo porque esa proporción fuese real en cualquier cita con las urnas.

Pero hagámosle caso a nuestro anfitrión y hablemos del humor. Aunque se le atribuya una función ácida y rompedora, hay dos características que permiten desenmascarar si realmente pretende serlo. Una es la victimización, el “nos pegan” del niño de la guardería o ese “ya no se puede hacer chistes de nada” en el que tantos se refugian. Los nervios y las vendas previas a las heridas de Vilar son una buena muestra. Como aquella frase con la que recibió en su día a Feijóo: “Al fin y al cabo, usted es mi jefe, el de la Televisión de Galicia; y la gente [me decía], 'dale caña'. Yo no veo a nadie entrando por Inditex e insultando a Amancio”.

Lo de Ortega me viene al pelo porque, precisamente, la segunda característica es la cobardía, el perdón por adelantado, la genuflexión ante el poderoso. Antes de empezar una imitación de la heredera del imperio textil, la copresentadora Eva Iglesias se plantó frente a la cámara y dijo: “Marta Ortega. Este sketch va con todo mi cariño para ti. Bueno, con todo el cariño con el que lo escribieron los guionistas”. El bufón de la corte debe saber siempre dónde están sus límites. La dureza, el ácido corrosivo, lo reservamos para los débiles (y para los eurodiputados, que algo le han hecho a los responsables del programa…).

Así que, mientras Roberto “iba a preguntarle al presidente qué le tenía que preguntar”, sus compañeros aprovecharon el carácter motero de Rueda para poner en marcha un concurso en el que había que emparejar a cuatro pilotos con sus monturas. Al finalizar, uno de ellos quiso aprovechar para colocársela al presentador por 9.000 euros. De todos los que estaban anoche vendiendo su moto, este fue el único que dejó claro el precio.

¿Y Rueda? Pues lo que le mandasen. Antes de hacer de teleoperador y empezar a disfrutar, trató de adivinar -sin éxito- qué concursante era gallego por su forma de comer el churrasco. Recordó su pasado como secretario municipal, habló de su familia, de sus hijas -ninguna de las dos estudia en Galicia- y de su padre -“una inspiración, me emociono cuando hablo de él” -, el senador que le dijo que no se metiera en política. Después, participó como “becario con canas” en una “Rueda” de prensa en la que a él le tocaría hacer las preguntas, “para que vea que no es tan fácil ponerse del lado de los periodistas”. Decir eso en una CRTVG que cumple su Venres Negro número 281 luchando por la independencia de los informativos es más farsa que comedia.

En la recta final todavía hubo dos momentos emotivos que parecían metidos con calzador. Uno, la llamada a la concienciación de los conductores frente a ciclistas y motoristas a través de la presencia de Dani, un joven que perdió una pierna en un accidente y ha logrado perdonar al causante rodando un documental. El otro, el ramo de flores que el presidente entregó a Isabel, una trabajadora de la productora que se jubila.

Y al final, llegó el cierre. El McGuffin. La pregunta que “toda Galicia” quería que se respondiera. No, no era la fecha de las elecciones. Roberto hizo un amago con ese tema y le preguntó al presidente cuando iba a convocar… el invierno, que ya hacía demasiado calor para octubre. “Aún queda tiempo, ya te iré diciendo”, se zafó. No: la preocupación real del país durante esta semana era saber si Rueda bailaría con el Combo Dominicano.

Y sí, bailó. El meneíto. Ni siquiera eso fue original: Iago Aspas ya había perpetrado La Cucaracha y en aquella ocasión, al menos, los del Combo se habían vestido para la fiesta. Esta vez, venían de paisano, como si pasasen por allí. Aun así, para el presentador verlos compartir coreografía con Rueda fue “una fantasía”.

Con Galicia respirando tranquila una vez resuelto el dilema, Vilar insistió. “Que el presidente de un país venga a un programa de televisión habla muy bien del programa, habla muy bien del presidente, pero sobre todo habla muy bien del país”. Si cambiamos “televisión” por “humor” -que estoy seguro de que es lo que pensaba- fue justo lo que le dijo a Feijóo en 2016. “Frases de 0,60”, parecían contestar los Ojete Calor, que aparecieron en pantalla justo tras los títulos de crédito, en uno de tantos refritos que ofrece la TVG. Este Land Rober no lo fue, pero por momentos, también lo pareció.