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Perfil

Marcial Dorado, el narco discreto

Mientras Sito Miñanco conducía un Ferrari Testarossa por el Salnés y presumía de su éxito en los negocios invitando a Don Perignon en los locales de moda, Marcial Dorado prefería un humilde Volkswagen Golf. Todavía bajaba a tomar la chiquita en las tabernas de la Illa de Arousa (Pontevedra). Allí se había criado y allí había ayudado al lanchero que transportaba pasaje por la ría muchos años antes de que Fraga Iribarne inaugurase el puente que la une al continente. Allí había trabajado como buzo de los que reparaban bateas, aparejos y cascos de buques. Y allí había emprendido su particular carrera de empresario, con constancia y, sobre todo, discreción.

Marcial Dorado Baúlde nació en Cambados, también en la ría de Arousa, en 1950. Hijo de una criada soltera que servía en casa de Vicente Otero, Terito, el patriarca do fume –contrabando de tabaco–, siempre se ganó la vida en oficios ligados al mar. Legales e ilegales. Como rana (buceador) o como marinero a la almeja lo recuerdan algunos vecinos de A Illa. “Una vez había temporal. Nos encontrábamos al abrigo en un bar”, relata uno de ellos, “y estábamos comentando la noticia de que en Sagres, en Portugal, la Guardia Civil había apresado un barco con tabaco. Y Marcial contó, allí delante de todos, que él iba escondido dentro de uno de los depósitos de agua que se usan como lastre”. No era lo habitual. “Él nunca alardeaba. No era un exaltado ni un chulo”, anota.

Seguramente Dorado ya se había iniciado entonces en el tráfico de rubio de batea. Al poco tiempo había conquistado su posición como uno de los señores do fume. Pese a su carácter retraído, se erigió en “uno de los jefes carismáticos” del sector, según escribió el periodista Benito Leiro en el libro pionero Un lugar tranquilo. Contrabando, droga e corrupción nas Rías Baixas (Nigra, 1993). Otro periodista, Perfecto Conde, se refiere a él como alguien “muy espabilado, el más listo e inteligente de los que se movieron en ese mundo”. Autor de La conexión gallega, del tabaco a la cocaína (Ediciones B, 1991), Conde tiene una espina profesional clavada: “Nunca conseguí hablar con él. Huía de la prensa. No era el típico putero que andaba en coches de 200 millones de pesetas”. Marcial Dorado no había concedido una entrevista hasta ahora, en el programa de Jordi Évole.

Y sin embargo, su rostro y sus andanzas sí son de dominio público. Y lo son sobre todo a causa de un álbum de fotos tomadas en los años 90 y en las que aparece con el hoy presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, entonces secretario general del Servizo Galego de Saúde (Sergas). Lo publicó El País en 2013. Este hallazgo periodístico desveló una larga amistad entre Dorado y Feijóo, que se conocieron a través de Manuel Cruz, chófer de un dirigente histórico del Partido Popular y varias veces ministro, Romay Beccaría, el mentor político del líder del PP gallego. Núñez Feijóo ha repetido por activa y por pasiva que no sabía a qué se dedicaba su amigo. Y, sobre alguno de los lugares a los que viajaron juntos, pronunció una frase ya mítica: “Solo sé que había nieve”. Fue en una de sus ruedas de prensa más controvertidas, al tratar de explicar que había contado a El País que varias de las fotos eran en Andorra, pero que una de sus acompañantes le había aclarado tras la publicación que se trataba de Picos de Europa. “Las explicaciones de Feijóo ofenden a cualquiera”, considera Perfecto Conde.

Y es que en 1990 Marcial Dorado ya había sido arrestado dentro de la decisiva y polémica Operación Nécora. Salió en libertad. Siete años antes, había sido detenido en la gran redada contra el contrabando de tabaco, cuyo juicio no llegó a celebrarse. Hasta que cayó, esta vez sí, en 2006.

En informes de los investigadores de los años 90 apareció vinculado con la Peseta Connection, una gigantesca red de blanqueo de contrabandistas gallegos en Suiza: había cálculos de que la organización de Dorado lavaba 250 millones de pesetas (1,5 millones de euros) a la semana.

En la actualidad cumple condena por narcotráfico y blanqueo de dinero. Su casa de granito rosa porriño, con torre almenada –una de sus escasas concesiones a la extravangancia del narco–, permanece cerrada en la Illa de Arousa. Donde, reiteran vecinos de toda la vida, nunca elevó la voz ni quiso ejercer de prócer. Quizás solo en dos ocasiones.

Una fue cuando pagó la nueva puerta de la iglesia, que había destrozado una tormenta. “A una parte de los católicos les pareció bien, pero a otra no”, hace memoria un oriundo. La otra, cuando adquirió terrenos en el Campelo, en la parte norte de la isla, para construir un puerto deportivo. Activistas vecinales y ecologistas se opusieron. “Un día estábamos en la plaza da Regueira y llegó Marcial en coche”, narra un participante en aquella movilización. “Paró y nos dijo 'yo solo quiero lo mejor para mi pueblo, no me quiero meter con nadie'. Así era él”. El puerto, por cierto, nunca llegó a construirse.