La portada de mañana
Acceder
El jefe de la Casa Real incentiva un nuevo perfil político de Felipe VI
Así queda el paquete fiscal: impuesto a la banca y prórroga a las energéticas
OPINIÓN | 'Siria ha dado a Netanyahu su imagen de victoria', por Aluf Benn

“No quería venir a Galicia, seguía provocándome terror”

“Tuve ansiedad, lo pasé mal... No quería venir porque Galicia me ha provocado y me seguía provocando terror; fueron muchas historias, mucho tiempo escuchando todo aquello que habían pasado papá y su familia aquí”. Selva García, a punto de cumplir 80 años, pisa la tierra de su progenitor por primera vez. Es incapaz de contener las lágrimas y dice que incluso le ha caído algo de pelo. Lo cuenta a escasos metros del barrio de donde su padre huyó hace 82 años, en plena guerra civil, y a pocos más de donde el fascismo mató a tres de sus tíos y donde hay una calle dedicada a todos ellos. Farmacéutica y bioquímica argentina, es hija de Pepín García, uno de los hermanos de la Lejía, que este fin de semana han sido homenajeados en Guitiriz.

Allí, en esa pequeña villa lucense, Bebel, France y Jaurés, hermanos pequeños de Pepín, fueron capturados por los franquistas pocos días después del golpe de estado de 1936. Los dos primeros cayeron fusilados en el Campo da Rata de A Coruña el día 29 de julio y el pequeño, aún menor, apareció muerto poco después, tras cumplir la mayoría de edad, junto al cementerio de San Amaro. Militantes y activistas de izquierda, ayudaron en la defensa de la ciudad a su hermano José, secretario general e impulsor de las Juventudes Socialistas Unificadas y uno de los organizadores de la respuesta popular a la rebelión fascista. “Era un líder nato”, recuerda ahora su hija. Toda la familia había acabado en A Coruña tras ser desterrada de Ribadeo por las ideas del padre, que sólo bautizó a Pepín. “Recibían clases en casa, con un profesor particular. Mi abuelo se negaba a que fuesen al colegio porque en todos eran obligados a cursar Religión”, explica Selva García, que guarda en una impecable memoria todas las historias que le contaron.

“Cada gallego que llegaba exiliado o escapando del franquismo pasaba por nuestra casa de Buenos Aires. Fui con mi padre a cientos de conferencias y debates en centros republicanos, le preguntaba desde muy pequeña y él escribía y me contaba historias mientras me sentaba en su pierna. Le faltaba la otra y yo le preguntaba por qué... Así empezó todo”, explica emocionada quien vuelve ahora a A Coruña, en parte, dice, a limpiar el nombre de su familia.

“Hay quien sigue diciendo que eran unos miserables, que no tenían nada o que mi padre era un inculto... Nada más lejos de la realidad”, dice Selva. Hace diez años, consultando internet, leyó comentarios insultantes hacia su familia, los de la Lejía, conocidos en A Coruña por sus ideas socialistas y por el negocio con el que repartían ese producto por la ciudad. “Decidí que no podía dejar las cosas así”, explica. Y juntó recuerdos y datos a pesar de que muchos años antes, siendo todavía una niña, se había prometido olvidar todo lo que su padre le había contado: “Si quería ser una persona normal, tenía que cerrar todo lo anterior”. Pero ahora no puede.

Le habían hablado de los asesinados, pero también de Conchita, Voltaire, Bélgica y Berthelot -nombres que seguían la tradición del padre de inspirarse en líderes socialistas-, los cuatro hermanos que habían quedado en A Coruña tras la huida de su padre. “Las monjas venían a la puerta de la casa y les gritaban: 'Hay que matar la semilla'. No les llegaba lo que habían hecho ya”, explica. Pepín ya no estaba. Luchó, pero era imposible oponerse a las fuerzas fascistas. “No tenía muy buen recuerdo de Casares Quiroga... Se negó a armar al pueblo y lo dejó vendido. Siempre criticaba aquella fatal decisión”, cuenta.

“Cargaba en su espalda con la muerte de sus hermanos”

Después de semanas entre tejados y casas de amigos que lo escondían en aquel verano de 1936, Pepín se tiñó el pelo, simuló una mudanza y llegó al puerto de A Coruña. Allí, con varios compañeros, secuestró un barco pesquero y alcazó Bayona, en Francia. A salvo por fin, decidió cruzar la frontera y unirse al ejército republicano. “Siempre decía que cargaba en su espalda con la muerte de sus hermanos y las torturas a los amigos a los que preguntaban su paradero, decía que había hecho lo que tenía que hacer”, cuenta Selva.

Pepín se unió al 4º Batallón Gallego de la 2ª División y perdió una pierna en la batalla de Brunete. “Vio morir a muchos compañeros allí”, dice la hija. Entre ellos a uno de los amigos con los que había secuestrado el pesquero en A Coruña.

Nominado capitán gobernador (el Capitán Coruña), conoció a su futura mujer en Valencia, se casó de inmediato y tuvo una hija. Escapando hacia Francia, el fascismo bombardeó a los huidos. “No tenía aún pierna ortopédica y mi madre tenía que montarle la muleta cada poco”, dice. En un de los ataques, una astilla alcanzó a la pequeña, que murió a los pocos días.

En 1939, embarcó en el Winnipeg, el barco que Pablo Neruda puso a disposición de 2.500 exiliados españoles en Francia para trasladarlos a Chile. De allí pasó a Paraguay, donde vivió un tiempo y donde nació Selva. Y luego a Argentina, donde residió exiliado hasta 1977. “Lloraba mucho, muchos días, por todo lo que había sufrido”, cuenta la hija, que recuerda como había un juego recurrente con el que disfrutaban ella y su hermana mayor Conchita en la capital federal: “Hacer las maletas para regresar a España”. “Mi padre estaba convencido de que los aliados ganarían la II Guerra Mundial y sacarían a Franco del poder, nos compró unas maletitas pequeñas y nosotros hacíamos el equipaje cada poco esperando el día definitivo”. Nunca llegó.

Casi 40 años después, Selva tampoco hizo la maleta. Se quedó con su hermana, su madre y toda la familia en Buenos Aires. Pepín decidió volver solo a A Coruña tras la muerte de Franco. ¿Por qué? “Creo que por dos razones: la primera porque quería dar la cara, limpiar su nombre y volver a ver a los amigos que le quedaban; y también porque en esta ciudad, durante su infancia y juventud, fue en el único lugar en el que fue plenamente feliz”, dice. “Siempre hablaba del Campo da Leña, de cuando jugaba allí con sus amigos y hermanos, a los que quería con locura”, añade.

Le mataron a tres, todos enterrados en una fosa en el cementerio municipal de San Amaro, bajo montones de nichos, sin placa ni identificación posible para poder honrarlos. Selva García sabe el lugar exacto. Se lo contaron, pero quiere sacar los cuerpos y darles una sepultura digna. En A Coruña o en Buenos Aires, donde un mausoleo lleva años esperando la llegada de los tíos. La querella contra el franquismo iniciada precisamente en Argentina es una de las opciones que medita para poder lograrlo. Además, ya se ha puesto en contacto con el Ayuntamiento para colocar en una plaza de la ciudad el monumento de homenaje a los Hermanos de la Lejía que ha encargado al escultor Ramón Conde. “Mi abuela llevaba flores rojas al cementerio y los falangistas se las cambiaban por unas amarillas. Todavía no sé por qué”, dice.

Allí están los restos de France, de Jaurés y también de Bebel García, que fue honrado este domingo en Guitiriz con un torneo de fútbol. Era jugador del Deportivo cuando fue fusilado. Su figura, olvidada para la mayoría del deportivismo y de muchos más, se irguió de nuevo tras el relato que Eduardo Galeano le dedicó en Espejos, una historia casi universal, un breve texto en el que el autor uruguayo relata el fusilamiento de este futbolista coruñés y en el que comenta el detalle de que, justo antes de ser asesinado, mandó detenerse al pelotón de fusilamiento para poder orinar ante sus verdugos y por última vez.

A Coruña, verano de 1936: Bebel García muere fusilado. Bebel es zurdo para jugar y para pensar. En el estadio, se pone la camiseta del Dépor. A la salida del estadio, se pone lana camiseta de la Juventud Socialista...” A pesar de que varios testimonios hablan de esa anécdota, Selva dice que “nadie pudo saber nunca en la familia si fue así”. Lo que sí tiene claro es por quien supo el escritor uruguayo la historia de Bebel. “Era amigo mío, yo misma le conté lo que había ocurrido, sabía lo que había pasado con mi familia y con Bebel, y el resto lo debió investigar él”, explica quien compartió experiencias con actores, literatos o gobernantes. Como su padre, reconocida figura entre el exilio republicano en Argentina, habitual de tertulias y amigo de importantes figuras de la cultura y de la política.

A su vuelta a A Coruña, en 1977, Pepín fue homenajeado y reconocido por el PSOE local. Murió en 1996 y reposa bajo un monumento a los “defensores de la libertad”. “Mantuvo su carné, pero rechazó varios cargos honoríficos que le ofrecieron en el partido a nivel estatal. Se relacionó con sus amigos de Izquierda Socialista, pero era muy crítico”, explica Selva, que cuenta cómo su padre censuraba que muchos militantes de la formación habían sido años antes adictos al régimen fascista o pertenecientes a familias afines a la dictadura. “A Felipe González lo llamaba arribista”, dice.

Selva también es crítica. “Vivo enfadada con el PSOE. Miles de asesinados en las cunetas, calles franquistas, el Valle de los Caídos homenajeando un dictador... Es todo de una cobardía absoluta”, se queja cuando habla de la falta de reparación y reconocimiento de la memoria histórica. “Supongo que aún sigue habiendo un miedo terrible. Si lo tengo yo, y sólo por lo que me contaron, cómo será lo que sintieron aquí”, finaliza emocionada. Y cuenta una última de tantas anécdotas. Entre la múltiple documentación que dejó su padre, descubrió una carta de un ex-falangista, que en nombre de la hija de Juan Canalejo --“uno de los represores que más acosó y hostigó a los de la Lejía”, dice--, le enviaba un escapulario y le pedía ayuda para limpiar la imagen del militante fascista, destacado por su extrema violencia. Guardaba la misiva y el regalo. Por lo visto, nunca contestó.