Al legendario humorista Xesús, Chichi, Campos (1952-1991) le gustaba referirse a Santiago de Compostela, su lugar de adopción, como la “ciudad levítica”. Por las calles de su casco viejo aún no es raro cruzarse con curas vestidos de sotana. Unas 25 iglesias históricas, y más de una treintena de lugares de culto católico diario, apuntalan la estructura profunda de la capital gallega, no por casualidad fundada sobre un mito religioso, la presunta tumba del Apóstol Santiago. Este lunes ha vuelto la eucaristía a los templos compostelanos, de acuerdo a las actividades permitidas en la fase 1 del desconfinamiento. Con mascarilla, guantes y gel hidroalcóholico a la entrada. Y comulgando en mano, no en boca.
“¿Por qué no ha acabado con esta pandemia? Dios tiene sus designios, pero sabemos que ha sufrido a nuestro lado”, solventaba el sacerdote que ha oficiado este mediodía en la iglesia de San Francisco la que, a todas luces, debe ser la gran duda del catolicismo. Su sermón, salpicado de consejos higiénicos contra el coronavirus, no resultó excesivamente vibrante. Pero sí ilustrativo de como la Iglesia afronta el regreso a las misas presenciales. Catorce personas, nueve mujeres y cinco hombres, escuchaban atentas en un espacio con capacidad para, cómodamente, unas 300 personas. No parece que vaya a haber problemas respecto a la limitación a un tercio del aforo impuesta por el Gobierno.
Y eso que San Francisco, una iglesia adyacente al convento del mismo nombre con una imponente fachada entre el singular barroco gallego y el neoclasicismo, se encuentra a apenas unos 300 metros de la catedral. Desde que la basílica está en obras -en la actualidad restaura su cripta y la escalinata de la Praza do Obradoiro-, se ha hechos cargo de su servicio de misas. Incluída la llamada del Peregrino, ahora de capa caída con el Camino de Santiago en cuarentena. Las feligresas y feligreses de este 11 de mayo parecían antes parroquianos habituales que peregrinos de la Ruta Jacobea. Que, en el siglo XXI, se distinguen por la uniformidad de sus ropas más o menos deportivas.
A ellos, a los de la parroquia, fue a los que recibió el cura con una referencia al “tiempo de Pascua” -cuando se conmemora la resurrección de Jesucristo- en que se reaunudaban sus “celebraciones eucarísticas”. Y de entrada les ofreció una peculiar explicación acerca de los que está sucediendo. “Los israelitas, para llegar a la Tierra Prometida, cruzaron el Mar Rojo. Nosotros, para llegar a la Pascua, pasamos este trance, este trámite de tristeza y soledad. Pero Jesús resucita”, afirmó en el altar, justo antes de llamar a sus fieles a “ser solidarios, a cuidarse”. “Ya hemos visto lo contagioso que es este virus, Jesús quiere que nos cuidemos”, aseguró.
El sacerdote no hizo referencia a la indulgencia plenaria que la Penitenciaría Apostólica -con sede en el Vaticano- acaba de publicar, especialmente dirigida a católicos enfermos de COVID-19, agentes sanitarios, cuidadores y familiares. Sí pidió, sin embargo, una oración por ellos. Después, las lecturas de la Biblia, realizadas por un fraile franciscano, se centraron en los Hechos de los Apóstoles y en el Evangelio según San Juan. Fue justo antes de las recomendaciones previas a la comunión. “No respondan amén cuando yo diga 'cuerpo de Cristo'. Así limitamos que pueda haber ligeros contagios de saliva, o lo que sea”, dijo, contravininedo siglos de práctica eclesial. Los asistentes recibieron la hostia en la mano, y no directamente en la boca. A no ser que se negasen, entonces “irán de últimos”, advirtió el cura. No fue el caso. Ningún feligrés quiso arriesgar la salud por la fe.
El sermón tocó a su fin con una referencia al gel hidroalcóholico y a la necesidad de su uso “a la entrada y a la salida”. El cura también anunció que desinfectarían el templo nada más acabar la misa. Y pidió a sus fieles que, como es habitual, se diesen la paz: “No nos podemos tocar, pero dáosla con la cabeza”. “Cuidémonos, eso es lo que quiere el Señor como tarea principal estos días”, concluyó su perorata sobre cuidados y gozo pascual. En el exterior de San Francisco, la todavía fantasmal ciudad vieja de Compostela recibía a los creyentes. Los bares y comercios mayormente cerrados recordaban que la vida económica del lugar orbita en no poca medida alrededor de una historia inventada por la Iglesia. Y a la que todavía no ha llegado la fase de desconfinamiento.