Verónica Pena aprendió que el poder hace la fuerza, especialmente entre mujeres, desde su puesto de trabajo. Es auxiliar de Axuda no Fogar, el servicio que contratan los ayuntamientos para el cuidado de persoas con dependencias, en el municipio de Vilalba. Un trabajo profesional que realizan en gran medida las mujeres, al igual que el no remunerado. Una cuestión que marca este año las reivindicaciones del 8M.
En su empresa, las personas contratadas para realizar el trabajo cuidados son todas mujeres, que visitan las casas de los pacientes sin tener mucho contacto las unas con las otras. Unas 130 mujeres que un día recibieron un mensaje anónimo por whatsapp para convocarlas a una reunión en el auditorio del pueblo. “Seguimos sin saber quién lo mandó pero la idea fue brillante”, cuenta.
“No sabía en las condiciones precarias en las que trabajábamos. No lo sabía, ni lo sabían muchas de mis compañeras. Nos quejábamos de que no cobrábamos los kilómetros, pero no sabíamos que estábamos tan mal. Madre mía de mi vida, no cobrábamos nada”, dice. No percibían el salario que les correspondía, ni las pagas extra, ni sabían que existían los días de libre disposición, ni que el desplazamiento entre domicilios contaba como horas de trabajo. “A nadie le interesaba que hubiese unión”, lamenta.
La feminización del trabajo de cuidados en el sector profesional es reflejo en una realidad social que Pena ve en su día a día, en el que es difícil encontrar una casa en el que a las personas dependientes o el mantenimiento del hogar no lo ejerzan las mujeres. Cuenta que en muchos casos les cuesta ceder el puesto a la cuidadora o aceptar su consejo y que, incluso, mujeres enfermas se resisten a que sean sus maridos los que realicen tareas básicas.