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Suso Vaamonde: el cantautor rebelde y primer artista condenado por censura en la democracia

Suso Vaamonde actuando en la Hermandad Gallega de Caracas en 1979.

Alfonso Pato

27 de marzo de 2022 06:01 h

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Antes de los casos de los raperos Valtònyc o Pablo Hasél, el cantautor Suso Vaamonde fue el primer músico condenado por censura en democracia. En 1979, el artista canta en la Praza da Ferrería de Pontevedra: “Sempre que falo de España/sempre teño unha disputa/ que se España é miña nai/ eu son un fillo de puta”. Es denunciado por un militar y condenado a seis años y un día de prisión por “injurias a la patria con publicidad”. Vaamonde decide exiliarse en Venezuela y no regresará a España hasta 1984. Se entregó y fue encarcelado, antes de ser amnistiado por el gobierno socialista.

La biografía Suso Vaamonde, a canción libre e comprometida dun pobo (Editorial Galaxia), escrita por Fernando Fernández Rego, analiza con nuevos datos y opiniones este episodio, la relevancia indiscutible de Suso Vaamonde en la música gallega -una docena de discos, tres de ellos para público infantil- y otras situaciones controvertidas, como sus desencuentros con el colectivo Voces Ceibes o la disputa soterrada con Juan Pardo, al que acabó lanzando huevos en un concierto.

“Es un artista clave en la historia de la música gallega y un pionero. El primero que musica poemas en gallego y los populariza, el primero que hace discos en gallego para niños o como productor, rescatando la música popular de las tabernas”, relata Fernández Rego sobre este cantautor del que también remarca “su facilidad para entrar en polémicas, debido a sus firmes convicciones y que siempre fue de cara”.

Xesús Vaamonde Polo (Pontecaldelas, 1950 - Vigo, 2000), crece como artista entre los aires ye-yé del Vigo de finales de los 60. Escucha discos de los Beatles y de los Kinks, que traen los marineros que desembarcan en el puerto, y bebe de las influencias de los cantantes folk americanos. Desde Pete Seeger a Bob Dylan, pasando por Woody Guthrie, pionero de los autores de canción protesta estadounidenses, cuya célebre pegatina antifascista en su guitarra era una contundente declaración de intenciones: This machine kills fascists -Esta máquina mata fascistas-.

“Para mí es el Woody Guthrie o el Víctor Jara de la música gallega, de los artistas más comprometidos y de izquierdas que hemos tenido nunca”, dice Fernández Rego. Tiene un primer intento musical con el grupo Marco Barolento, hasta que su amigo Xerardo Moscoso le ofrece entrar en Voces Ceibes, el colectivo de canción protesta que surge dentro de la Universidad de Santiago en 1968, en paralelo con otros del Estado como la Nova Cançó catalana. Vaamonde comienza a hacer conciertos pateando las aldeas con la guitarra al hombro, cantando en asociaciones y teleclubes con el pie apoyado en un taburete y huyendo muchas veces de la policía con la palabra en la boca. “Nunca tuvo mánager, la gente lo llamaba a casa y tocaba muchas veces gratis allí donde hubiese una huelga, un despido o una protesta social”, explica el autor del libro. A propósito de estos conciertos y su apoyo a causas solidarias, Vaamonde declara con mucha sorna y un punto de amargura en una de las entrevistas rescatadas en el libro: “Cuando no había presupuesto me llamaban a mí, pero cuando había dinero contrataban a Azúcar Moreno”.

Vaamonde se movía, pese a la estrecha vigilancia de la Brigada Político-Social franquista. “Para que nos llegasen a escuchar 2.000 personas en un concierto hacían falta tres años, porque no salíamos en la prensa ni sonábamos en la radio”, dice en una de las varias entrevistas recuperadas, muchas de ellas gracias al trabajo de su sobrino Gael Vaamonde, guardián de su memoria a través de la completa página web del artista.

En realidad, los discos eran enviados a las radios, pero en muchas emisoras se rayaban a propósito para que fuesen irradiables. Sus letras eran censuradas y sus conciertos denegados. Ser cantautor era no una labor sencilla y Vaamonde llegó en 1973 a actuar en Cádiz disfrazado de cura para pasar desapercibido.

En el aval de Voces Ceibes, encontró un paraguas bajo el que cobijarse, pero se intuye a veces en sus palabras un cierto desapego por el colectivo. “Prefiero tocar para marineros o campesinos que para universitarios”, declara en una entrevista, marcando distancias con el ambiente del que surgen los Voces Ceibes. Sus desavenencias con el líder moral del grupo, Benedicto Villar, que marca el argumentario del colectivo, se escenifican públicamente en una actuación en la ciudad portuguesa de Guimarães. “Benedicto dirigía el cotarro y marcaba el paso con mano de hierro y Suso tenía un carácter fuerte que chocó con él”, explica Fernández Rego.

El autor se aproxima en el libro a este controvertido episodio. “En Guimarães no dejaron cantar a Suso, con la excusa de que había llegado tarde y ya con los tiempos distribuidos y ese fue el detonante”, explica Rego. Benedicto salió a tocar y buena parte del público lo abucheó y lo insultó. Entre el público, una vez más, Suso Vaamonde, acusado de calentar los ánimos e incitar a la gente contra Benedicto.

En 1975 Vaamonde grabó Loita y sus casetes comienzan a circular clandestinamente de mano en mano, pero no sería hasta 1977, cuando llegó un disco mucho más ambicioso: Nin rosmar un laído, el primer disco en directo de la música gallega. Este trabajo incluye el tema Volvín á terra pero perdín o amor, un poema de Bernardino Graña al que Vaamonde pone música.

“No había estudios en Galicia, trajeron una unidad móvil desde Madrid y se grabó en directo en el Cine Veiga de Moaña porque era la fórmula más asequible”, relata el autor de esta biografía, cuyo relato va paralelo al intento de crear en Galicia una industria discográfica propia. Para entonces, ya se había comenzado a gestar una nueva vía en la canción gallega. Voces Ceibes daba sus últimos coletazos y surge el llamado Movemento Popular da Canción Galega. Emerge una línea musical de inspiración nacionalista, que desplaza a la canción protesta, que hasta entonces contaba con el amparo ideológico y logístico del Partido Comunista. “Comienza un cruce de acusaciones entre los músicos que abanderaban el uso del gallego con marcado tono ideológico y reivindicativo y los que lo usaban despojado de connotaciones políticas, como Andrés Dobarro o Juan Pardo”, rememora Fernández Rego sobre aquel momento de confrontación.

En 1976 Juan Pardo presenta su disco Galicia, miña nai dos dous mares, una superproducción para la época, que solivianta todavía más al sector que defendía la canción protesta y veía con recelo los espectaculares medios que Pardo, al que consideraban un advenedizo en la lengua gallega, había tenido a su disposición. Uno de los episodios culmen de este enfrentamiento tiene lugar en la discoteca Nova Olimpia de Vigo, durante una actuación de Juan Pardo. “Comienzan a caerle en el escenario una gran lluvia de huevos y se arma un gran lío”, explica el autor del libro. Los músicos de Juan Pardo bajan y devuelven golpes entre el público, entre el que se encuentra en los primeros lugares un sospechoso habitual: Suso Vaamonde. Hay un cruce de denuncias y la cosa no pasa a mayores, aunque las heridas continuarán abiertas.

La carrera de Suso avanzaba y se conviertió en un cantante muy respetado por los poetas gallegos de su época, a los que saca del minoritario ámbito literario para popularizarlos a nivel musical, como Bernardino Graña, Manuel María o Celso Emilio Ferreiro. Hasta que llega el momento vivido en Pontevedra en 1979, que marca un punto de inflexión en su vida. En un recital antinuclear en la Praza da Ferrería, Vaamonde interpreta libremente las estrofas de una de sus canciones más populares, Uah, que acabará valiéndole una condena, provocando su exilio y posterior encarcelamiento.

La denuncia de un militar simpatizante del partido de ultraderecha Fuerza Nueva prospera y Suso Vaamonde es condenado en 1980, cinco años después de la muerte de Franco, a seis años y un día de cárcel por un delito de “injurias a la patria con publicidad”. Un proceso “con pocas certezas y muchas irregularidades, ya que nunca se pudo demostrar que Suso cantase esta estrofa completa”, escribe Rego en uno de los párrafos del libro. Vaamonde decide entonces huir y exiliarse en Venezuela.

El ascenso de los socialistas al poder, en 1982, hizo cambiar las cosas. En 1984 Suso se entrega y, tras mes y medio en la cárcel de Ourense, es indultado y puesto el libertad en un proceso de amnistía pactada.

Poco tiempo después, tendría lugar un nuevo desencuentro con Benedicto y los cantantes que habían pertenecido a Voces Ceibes. En su afán por difundir al máximo la historia de la música gallega, Vaamonde promovió un doble disco recopilatorio con la música de Voces Ceibes. Una vez publicado, surgió un problema. No parecía nada claro que Vaamonde tuviese autorización para utilizar los derechos de esas canciones, y los que sostenían la marca Voces Ceibes organizaron una rueda de prensa anunciando acciones judiciales contra él.

“Creo que es una falta de comunicación con él y entre ellos, colectivo donde cada uno va a su aire en aquel momento, unos dicen que Voces Ceibes se había acabado y otros que seguía”, explica Fernández Rego.

El disco acaba bloqueado y Vaamonde siguió con su carrera como artista y su trabajo como productor: desde grupos de tradición popular como A Roda, Cuco de Velle o Verbas Xeitosas hasta grupos de rock como Túzaros o Rastreros. Con sellos como Edicións do Cumio, promovió el primer disco recopilatorio del entonces emergente rock bravú, y creó su propio sello, Trebón, con el que estuvo activo hasta el final de sus días. Allí inició su obra más ambiciosa: el plan era elaborar doce discos con doce temas cada uno, que sumarían 144 canciones con las que quería reflejar la historia de la música popular en Galicia. Solo logró sacar adelante la mitad de su proyecto, porque un cáncer de pulmón se cruzó en su camino y su salud comenzó a estar muy debilitada.

A finales de 1999 sus amigos le organizaron un multitudinario homenaje en Salvaterra de Miño, al que asistieron más de 3.000 personas. Falleció poco después, en el año 2000, y sus cenizas fueron esparcidas en el río Oitavén, cerca de Regodobargo, la aldea que lo había visto nacer y a la que había dedicado un disco. “Mis canciones me han dado muchas satisfacciones, pero también me han dado muchos disgustos”, declara en una de sus últimas entrevistas, en lo que podría ser su epitafio.

 

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