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Café y memes para una película de 15 horas fascinantes en el cine: “Se me ha hecho hasta corta”

Ante una película particularmente larga, especialmente si está estructurada en capítulos, muchos espectadores reaccionan con una pregunta que les salta de la mente a la boca como un resorte: “¿Por qué no es una serie?”. La duda tiene cierta lógica considerando el auge (o el regreso) de grandes superproducciones y dramas con pretensiones que necesitan cientos de minutos para recrearse en su espectáculo y su trama, con una factura técnica o una forma de desarrollar su historia no muy alejada del último fenómeno televisivo de la temporada.

Hay otros casos donde, en cambio, la duración es una faceta más del extremismo genuino de una propuesta. Una herramienta para convertir el cine en una vivencia más allá de la pantalla, como puede serlo la sala frente al sofá, o una alta resolución frente a una calidad mejorable. O una película misteriosa en lugar de otra que ofrezca respuestas. Todos esos elementos se conjugaron en las casi 15 horas que conformaron el pase de Out 1: Noli me tangere (Jacques Rivette, 1971), entre metraje y descansos, el pasado sábado 17 de junio. Una sesión histórica en el Cine Doré de Filmoteca Española. Quienes la vivieron, quienes por qué no decirlo la resistieron, entendieron quizá que una obra tan fascinante y particular (tan sustentada en lo mítico y lo místico) necesita una duración así de extenuante para que lo que se vea se complemente con lo que se experimenta.

El asunto empezó a las 9.15, hora a la que Filmoteca Española abrió sus partes para dar café gratis para los muy cafeteros espectadores. Al final hubo hasta crepes de pistachos, detalle a agradecer porque la inanición era un peligro todavía mayor que el sueño. La cafetería del Doré se convirtió en un hervidero de gente ilusionada, nerviosa y un poco kamikaze. Gente, por cierto, muy joven. Las personas veteranas eran la excepción, otra muestra más de “la renovación de públicos que hemos vivido estos últimos años” que comentaría Natalia Marín, programadora de la institución, después de la proyección. Pero no adelantemos acontecimientos, para eso faltaban todavía muchas horas.

Porque la sesión arrancó a las 10.00 y no finalizó hasta pasadas las 0.30. Entre medias, dos descansos: el primero, para comer, de 15.10 a 16.00. El segundo, para la merienda-cena, de 19.15 a 20.00. Las pausas fueron articuladas a partir de los capítulos de la película (cuyo número no hay necesidad de detallar, a fin de cuentas en un largometraje donde la estructura interna es tan fundamental conviene que el espectador futuro la vaya desenmarañando por su cuenta). Quizá en el momento donde situar esa segunda pausa, algo temprano teniendo en cuenta que podría haberse retrasado a un intervalo de cena menos anglosajón, viene la única pega que algún que otro espectador puso a una sesión bien planteada y resuelta dada su complejidad.

Gran ambiente y una afluencia mayor de la esperada

Los aciertos se sucedieron ya desde la presentación. Los comisarios del ciclo Jacques Rivette. En el laberinto de espejos, la propia Marín y Pablo López, fueron tan concisos como la situación demandaba. Más que una introducción a una obra insondable fue un subrayado de la excepcionalidad del momento, mención incluida a un puñado de personas llegadas de otros puntos de España (se vio alguna maleta de viaje); un agradecimiento al equipo de producción, proyección y subtitulado de Filmoteca; y un recordatorio de que esas particularidades no eximían de cumplir ciertas normas, como no comer ni beber en la sala. Con el paso de los minutos se escuchó abrir algún refresco (si algún sonido puede definirse como refrescante sería ese), o alguna mano rebuscando en un paquete de plástico, pero el propio equipo de Filmoteca reconoció su satisfacción por la tranquilidad con la que se vivió la sesión y el estado impoluto en el que terminó la sala.

Y no fue por falta de gente. Aunque en un primer momento Filmoteca Española cifró en “unos 150” el número de espectadores al comienzo del pase, fuentes de la entidad confirmaron a Somos Madrid que se rebasaron las 170 personas, una afluencia que ha superado ampliamente sus expectativas. Al comienzo del segundo bloque llegaron unas 145, mientras que fueron en torno a 130 las que continuaban en la sala para disfrutar el último tramo de Out 1. Cabe apuntar que no se trató de un proceso gradual o unidireccional de pérdida de espectadores: hay quien llegó a mediodía, quien desapareció unas horas para luego regresar y hasta quien se presentó solo para ver las últimas horas.

Es justo lo que se buscaba al idear la sesión como una jornada abierta en la Sala 1 del Doré: no se pusieron entradas a la venta, sino que cualquiera era libre de acceder y abandonar el espacio cuando así lo deseara. Pese a ello, y siempre que las necesidades vitales lo permitían, el público trataba de respectar las paradas establecidas por la propia película.

Luego estaban los intervalos interpuestos por Filmoteca, todo un balón de oxígeno con el que reajustar las maltrechas columnas vertebrales después del sometimiento a las butacas del Doré. En el primero de ellos ya hubo quien empezó a comentar la jugada, el choque de las expectativas frente a una película que escapa tanto de lo que se puede intuir. Los valientes que ya la habían visto comentaban las diferencias respecto a hacerlo en casa o a lo largo de varios días, la sensación de acontecimiento que estas circunstancias generan.

Pero más que hablar estos 50 minutos se dedicaron a comer. Muchos tiraron de provisiones traídas de casa, otros compraron algo rápido en algún local cercano. Bocadillos, hamburguesas, kebabs y algún gazpacho se concentraban en la calle Santa Isabel. Pese al calor y al sol resplandeciente con el que horas antes nos entregamos al delirio de Rivette, en esa pausa comenzó a llover. Como si algo o alguien estuviese diciendo que estar en la calle no tocaba ese día, que había que volver a la sala lo antes posible.

Del cansancio a la euforia colectiva

Así sucede a las 16.00. Aunque el tramo que sigue es el más corto, para muchos asistentes también se trata del más duro. No por la radicalidad de las imágenes o el acercamiento narrativo, que ya estaba presente desde el primer minuto de Out 1 (de hecho con más fuerza si cabe, ya que al pasar las horas se empieza a vislumbrar el hilo de un relato y muchas bifurcaciones convergen). Más bien por el peso de las horas y de una comida a la que no sigue ni siesta ni cabezada. Si a las 15.10 muchos presumían de estar “bastante frescos”, en los corrillos de la pausa de las 19.15 emerge algún resoplido más. Muchos se entregan de nuevo a la cafeína, aunque ya hace casi diez horas que el Doré dejó de repartir gratuitamente café para todos.

En el tramo final la fatiga se palpa en muchos rostros, pero también la fascinación de quienes se saben ya convencidos de vivir algo excepcional, por la sesión en general y la película en particular. Muchos destacan sus momentos favoritos hasta el momento, que por supuesto conviene no desgranar. Lo indudable es que los intérpretes Jean-Pierre Léaud y Juliet Berto son desde luego dos de los nombres más citados. También los más conocidos, es posible, pero sus hilarantes e imprevisibles personajes están a la altura de su fama y la engrandecen. Hablando de fama, en la Sala 2 ha comenzado a las 19.00 la proyección de la muy popular Perdición (1944). Natalia Marín contará luego que una espectadora despistada entró a Out 1 creyendo que se proyectaba la película de Billy Wilder. No tardó en percatarse de su error.

Las últimas cinco horas, cuando ya se vislumbra un final (aunque el tiempo que falta correspondería a tres películas de metraje habitual), arrancan con uno de los pasajes más divertidos de la sesión. Si bien ya se había oído risas previamente, se escuchan por primera vez carcajadas secas e incontrolables como reacción a unas situaciones rocambolescas, que parecen sacadas de la chistera de un mago. Aunque el truco, más bien, es un juego de naipes.

La resolución es otra cosa. Dejémoslo ahí, en que no va por los derroteros que cabría esperar. Claro que es difícil establecer qué se puede esperar de una película tan libre, donde todo parece ocurrir sin motivo, aunque esa sinrazón esté muy pensada y extremadamente bien construida. Así parece compartirlo el público, que reacciona con una sonora ovación al llegar los créditos finales. Cuando se encienden las luces nos miramos las caras, de satisfacción y cansancio. Nos hemos visto al otro lado.

Salimos fuera, a sabiendas de que ya no habrá un regreso a un evento tan excepcional. Aunque hay quien bromea: “¿Y Out 2 para cuándo?”. Poco antes, un usuario escribía en Twitter (donde se han amontonado memes y mensajes equiparando la sesión con Los juegos del hambre u otros relatos de supervivencia) acerca de las ganas que tenía de soltar un chascarrillo similar: “Pues se me ha hecho hasta corta”. Es una chanza, claro, el cuerpo y la mente no dan para más cuando no falta mucho para que el reloj marque la 1.00 de la madrugada. Pero de camino a tomar algo, mientras los ojos y las mentes se despejan por las calles de Lavapiés, la película vuelve una y otra vez.

Hay algún debate, sobre los muchos misterios que se plantean o sobre el encaje de la obra en el panteón del cine de su director. Pero ya corresponde a cada cual seguir con la película en su cabeza, montarla a su manera. Porque las más de 13 horas de metraje y 15 de sesión no han sido suficientes: Out 1 se expande como una ilusión que nunca se cumple ni decae. El día ha sido un largo sueño y ahora toca soñar despiertos.

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