“Esta enzootia pretende ser una enfermedad interestelar, un despertar contagioso que nos desconecte de la máquina en la que nos atrapó la inercia. Una vuelta a la tierra, a la cueva, al animal”, así dan pie a la trama de la obra desde Aula Negra, los responsables de esta cínica propuesta ecologista que recibe por nombre Enzootia. Su propuesta llega a los escenarios de la Sala Off Latina de Madrid este miércoles 26 de abril, a las 20:00 horas, bajo la dirección e interpretación de jóvenes actores que buscan “sembrar la semilla de una revolución”.
Descrita como una “reflexión gamberra” y “tragicomedia documental”, la pieza teatral parte de una reflexión que mide lo humano y lo animal, así como la importancia de cada pequeño acto. Mario Salas de Rueda, el director (24 años), comenzó a trabajar la pieza en un confinamiento que paralizó todo: “Me puse a leer los textos de Darwin, porque era lo que tenía por casa. Y en ellos vi que este hombre tenía mucho que decir de la pandemia hoy en día”. Reflejado por los textos del autor, llegó al paradigma de una “selección natural de una superpoblación, un ecosistema que no puede mantenerla y provoca cosas para que la población se equilibre”.
“Ahí fue cuando tomé conciencia y dije: somos animales. Porque a veces creo que se nos olvida que somos animales, es un poco la desanimalización del ser humano. Nosotros nos adaptamos al medio, el ser humano construye ciudades y un castor construye puentes en un río”, añade. Enzootia trata de esta desanimalización humana en una comedia un poco ácida, con movimientos de drama, cinismo, y un gran sentido humano.
“En un futuro próximo, donde la flora y la fauna se han visto amoldadas a las necesidades del hombre, Carlos, el trabajador de una fábrica de animales, entra en contacto con un grupo de activistas extremos, que quieren parar los proyectos de su empresa”, reclama la sinopsis del teatro. Un futuro distópico dentro de una fábrica donde se crean bolsos a raíz de perros, y un trabajador entra en un dilema enorme porque no era una persona que se planteara muchas cosas. Cuando se las empieza a plantear, empieza a entrar en conflicto y llega hasta un grupo ecoterrorista.
“También investigamos sobre el ecoterrorismo, una corriente que me llamó la atención: lo que se piensa es que la última manera de salvar este mundo es por medio de actos violentos, de otra forma no perciben que la gente reaccione, entonces recurren al terrorismo. Cosa que es bastante cuestionable”, añade el director. Su documentación partía de los puntuales ataques masivos a fábricas en Canadá por parte de un grupo anónimo, que bombardeó tiempo atrás a macrogranjas con todo lo que había dentro. “Asesinatos, bombas, son corrientes ecológicas que buscan que la sociedad entre en pánico y piense: Dios mío, nos vamos a extinguir porque nadie hace nada. Un poco Don’t look up, este tipo de películas. En España cobra fuerza Exintion Rebelion, no son ecoterroristas pero desde Madrid tienen mucha fuerza, en Gran Vía, por ejemplo, se pegaron las manos al escaparate de Zara. Son activistas violentos, van por esa línea”.
Este trabajador se une a un grupo ecoterrorista, pero entra en conflicto porque es su trabajo, le da de comer, pero razona que está mal. Más allá del impacto con el que resuenen estas palabras el director describe la obra con cercanía a su público, por medio de las propias vivencias que los integrantes de la compañía experimentaron y vivieron. “Me metí en reuniones de Extintion Rebelion, porque si quiero hablar de ello tenía que vivirlo. Siempre que escribo algo está basado en cosas que me han pasado o cosas de mi alrededor que me habían sucedido, todo iba basado incluso en frases que habíamos escuchado”, de ahí que acudieran a las propias reflexiones y vivencias que le compartía Tamara, otra de las actrices de Aula Negra.
“Mientras hacíamos el proceso de esto, ella trabajaba de carnicera, estaba en contra de las macrogranjas pero no tiene otra forma de comer, su familia tiene la carnicería y ella no tenía otro trabajo. Por las tardes estábamos haciendo esta obra, y por las mañanas ella estaba en la carnicería”, por lo que, al final, sus personajes terminaban cobrando vida dentro y fuera de la escena por medio de cosas y sensaciones que vivieron. Desde la mismísima cámara frigorífica de una carnicería familiar, hasta las tierras donde Charles Darwin trabajó sus textos que Mario Salas reflexionó para Enzootia: la mismísima Ecuador, hasta donde llegaron gracias a una beca.
Aula Negra cuenta con tres versiones de Enzootia, de las tres veces que la han ido trabajado: “Una fue antes de irnos a Ecuador, en Málaga. La segunda fue cuando viajamos a Ecuador, la obra se inundó de cosas de Ecuador y cambió entera. La tercera es su vuelta aquí en Madrid, donde combinaron las cosas de Málaga y Ecuador”. Durante la pandemia, la compañía trabajó en el proceso de creación por medio de videollamadas pero, una vez todo empezó a movilizarse, cada cual siguió en sus residencias: Sevilla, Almería, Madrid, Cambridge... Finalmente, decidieron optar a una beca de residencia donde trabajar juntos en el proyecto y, de todas las internacionales y españolas, el destino sonrió a su gracia.
Uno de sus compañeros forma parte de una familia que trabaja en carpintería de cine, los mismos que hacen la escenografía de Juego de Tronos en España, y viven en el desierto de Tabernas (Almería). Desde ahí, el director explica que prepararon toda la escenografía para la primera función de Málaga, pero que llegaron a Ecuador cargados solo de sus mochilas. “Tuvimos que adaptarlo todo a lo que había allí, rehicimos todo. Había pasado un mes desde que la estrenamos por primera vez, la obra había madurado y yo también tenía otras inquietudes y dijimos: vamos a adaptarlas a las referencias para conectar con su público. Estuvimos adaptando palabras, la jerga o cosas, incluso”, explica, en cuanto al proceso de adaptación.
La gente que conocieron de Ecuador les mostró a los integrantes de Aula Negra su relación con la naturaleza y con los animales, desde una zona rurística en la que convivieron durante dos meses y por donde se nutrieron de diferentes aspectos para reflejarlos en la obra. Si el espectador mantiene los ojos bien abiertos, puede verlos: desde bidones de gasolina, pasando por fábricas gigantes, hasta una escena del todo peculiar. “Los ultraprocesados allí son muy caros, al contrario que aquí, y la comida natural no procesada es muy barata. Cerca de donde vivíamos, además, había una fábrica de cemento tremenda, nunca había visto una así en mi vida, como la NASA. Todo era bosques primarios y, de repente, boom, una fábrica”, a lo que añaden la experiencia cotidiana que vivieron por la aldea en la que se hospedaban.
“Vimos perros callejeros a montones y, una vez, había una señora mayor de Ecuador que llevaba una bolsa. En la bolsa había un perro. Ella iba pasando de tienda en tienda, la gente lo veía y la gente actuaba con total normalidad. Queríamos intervenir por instinto, pero claro, ¿teníamos derecho a ir a esa señora y decirle algo? No tiene sentido, nosotros, que somos de fuera, a decirle a ella que estaba mal, cuando es la relación que tienen allí con los animales. En épocas de crisis, de llevarse a perros callejeros porque no había qué comer. Entonces entramos en ese conflicto”, un conflicto que no dudan en abarcar en torno al mismo guión.
A raíz de ello, también cambiaron la escenografía: en Málaga usaban macetas, pero allí, como escaseaban, utilizaban barriles: “La gasolina allí es un bien muy preciado. Subió menos de diez céntimos la gasolina y se convocó paro nacional, en huelga general por una semana. Así que nos llevamos un bidón de gasolina en honor a esa huelga que vivimos y Enzootia la hacemos en Madrid con un bidón”. También contaron con el apoyo de una artista de allí, Nuria Rengifo, y Camino Rojo Danza Teatro, compañía contemporánea ecuatoriana que les ayudó.
Zurita Merlo, Beatriz Peña y Frasco Contreras son los tres actores que dan vida a un total de diez-once personajes de Enzootia, entre los que destacan los dos progenitores del principal. “Aquí los quería usar por medio de un elemento que refleje un hogar, en España se me venía la imagen de las tulipas, las lámparas, lo que tienen arriba. Eso es una casa por aquí: la imagen de una madre y un padre que esperan en el salón, leyendo. En Ecuador, por ejemplo, vimos que algo muy representativo era una cesta de mimbre. Entonces allí estos dos personajes llevaban cestas de mimbre gigantes en la cabeza”, pero ambos elementos se unen en un nexo común y familiar: la reacción paternal ante un hijo que comienza a cambiar.
"La juventud es muy revolucionaria y los padres hacen bajar un poco los pies a la tierra, a veces está bien y a veces no, a veces hay que volar", Mario Salas de Rueda
Los progenitores, a la vista de Mario Salas, son su padre y su madre, familiarizados con conversaciones que comparten. Pero también son los padres o madres de cualquier miembro del público: “La juventud es muy revolucionaria y los padres hacen bajar un poco los pies a la tierra, a veces está bien y a veces no, a veces hay que volar. Hay una escena de los padres que él llega de trabajar y, como cada noche, los padres le ponen una hamburguesa para cenar y quieren que se la coma. Pero él viene de trabajar de la fábrica y tiene su conflicto. Los padres lo ven así: después de una vida comiendo hamburguesa de ternera, mi hijo no quiere, mi hijo está cambiando, no puede ser, no quiero que cambien, se va a echar la mala vida”, explica, como breve vistazo a una de sus escenas favoritas de Enzootia.
“Como cuando un niño se hace un piercing y un padre dice: va a estudiar arte, Dios mío, se va a la miseria. Un hijo, al final, cambia algo. Y esa resistencia de los padres de no cambies, sé mi niño, es una escena muy común y muy universal desde fuera. Que un niño cambie algo y sus padres entren en pánico”, por tanto, utilizaban el pequeño paso en la evolución más habitual de la edad que ocurre dentro de diversas familias. “A pesar de ser un tema tan grande, trascendental e importante, queríamos bajarlo a la tierra. Que la gente que venga a ver la obra sienta que en su día a día puede cambiar la tierra o hacer pequeños gestos, como las conversaciones más cotidianas con tus padres, algo que comes, sin juzgar demasiado”, recuerda Mario.
En escena también se encuentra el jefe de la fábrica, el trabajador y una activista del grupo ecoterrorista, cuyos integrantes tienen nombres de personajes extintos como si fueran superhéroes, además de los carismáticos padres y una cobaya insatisfecha con el nombre que le han asignado. “Una de las cosas que intentamos innovar en Aula Negra es la guerra que hay siempre en teatro en cuanto al género, hoy en día está todo sesgado en cuanto al género. Te presentas a Aladdin y tiene que ser un hombre cis. Hoy día, en todo. Es muy difícil que en Hamlet, si se hace en España, no sea un hombre cis y español”, replica Mario Salas, en cuanto al reparto que compone Enzootia.
“Los otros personajes tienen que cogerse a otro secundario o un villano. Yo escribí esta obra y conviven el trabajador, Carlos, de Charles Darwin, el jefe y la activista. Cuando pillamos para el reparto y empezamos a trabajar, fui descubriendo la energía de cada intérprete. Entonces, dije: que Carlos es Bea, el Jefe es Tamara y la activista es Juanfra, porque sus energías eran muy afines a los personajes. A Carlos lo interpreta una chica cis, pero es Carlos, lo vimos por la energía. Carlos va vestido como convenga, según su energía”, a lo que, añade, el género no lo han tenido en cuenta ni para caracterizarse ni para la distribución de personajes.
La obra entró en sus inicios dentro del cartel de un festival y consiguió su porcentaje fijo de ganancias, algo que el director echa de menos por Madrid: “Vamos a taquilla y estamos experimentando porcentajes abusivos. Si el grupo no viviera aquí en estos momentos, sería impensable traer la obra”. Perciben la dificultad de ser emergente en la capital, donde, a pesar de sus multitudinarias salas y oportunidades, las condiciones para grupos más jóvenes no son ventajosas: “Aquí te puedes llevar el 60, 50 o incluso menos del porcentaje de taquilla. Cuántas entradas tengo que vender para pagar el sueldo a los intérpretes, darme de alta a la seguridad social, que si los gastos de transporte, dietas. Seguimos actuando aquí, a sabiendas de que no vamos a ganar un sueldo”.
Pese a las complicaciones, los seis integrantes de Arte Negra sigue dedicándose a su iniciativa de artes escénicas y experimentación. “Si se ha hablado de algo, lo intentamos hablar desde otro punto, siempre intentamos experimentar, innovar, pensamos siempre en la experiencia del grupo, a veces demasiado, para que todo sea más inmersivo e interactivo. Que no sea un espectáculo como tal. Una incomodidad de no sé en qué momento me van a decir o dar algo”, explica Mario Salas. Con intención de dar una última función por Madrid este miércoles, antes de una posible vuelta por Andalucía, invitan a pasar por la Sala Off y tomar asiento en su butaca.
“A pesar de que es un tema duro de hablar, vamos a plantar una pequeña semilla de revolución. Es para pasarlo bien, para reflexionar desde un punto más distendido. Al final, creo que hay llevarlo más a un tú-a-tú. A un soy ecologista pero soy una víctima de la moda. Creo que todo el mundo está incluido y es bienvenido”, según indica. Una frase de la obra es: “No está prohibido juzgar”, pero, añade Mario, “está prohibido juzgar a alguien que es ecologista y ama Pull&Bear, o come hamburguesas de ternera, o coge su coche y su Uber para todo. No nos podemos martirizar por todo lo que hacemos en nuestro día a día. A pesar de ser un tema ecologista, todos tienen cabida y todos pueden iniciar su revolución aunque sea con un pequeño gesto”.