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Estoy viviendo la crisis sanitaria sola y con la familia lejos
Me llamo Irene y vivo en Logroño. Llevo desde el jueves en casa, mucho antes del estado de alarma. Estoy sola y me siento sola, como muchas de vosotras. Mis padres están separados y aunque actualmente debiera tener la custodia de mi hija -desde el 16 de marzo-, y sentir su cariño, no puedo porque estoy aislada, que no en cuarentena. Mi madre está en una residencia y mi padre vive en su casa habiendo pasado en 2010 varios infartos. Mis padres no son jóvenes, son de esa población de riesgo en la que ese pequeño virus puede dejarnos huérfanos y huérfanas. A veces creo que doy mil perfiles en este aislamento porque también cobro una renta ciudadana de 250 euros y se me va a hacer muy dura la cuesta de marzo...y la de abril.
Antes de estar en una residencia mi madre estuvo en un hospital desde diciembre de 2019. Su vida corría peligro, estuvo a punto de morir y permaneció allí hasta el 17 de enero de este año. Mientras estuvo ingresada, mi padre me comunicó que comenzaba a tener pérdidas de memoria inmediata. No se lleva bien esta situación cuando eres hija única; menos mal que tuve el apoyo de las cuidadoras y de la familia de mi madre.
Una vez que pude dejar todo solucionado, me trasladé a Madrid desde Logroño, para dedicarme en exclusiva a la realización de un proyecto para el 8 de marzo. Mi compañero de trabajo vive allí. Fueron dos semanas de trabajo intenso; la primera en La Rioja, dejando muy de lado a mi hija y casi sin salir de casa, y la semana siguiente desde Madrid, trabajando unas 14 horas al día y saliendo lo imprescindible, mientras mi hija se quedaba en La Rioja a cargo de su padre durante en la quincena de su custodia.
Acabamos el trabajo y regresé a Logroño el día 9 marzo, pero sin saberlo me vine con compañía: no fui consciente de ello hasta que el miércoles comencé a tener síntomas. El jueves me enteré de que una persona con la que había estado el domingo había dado positivo en COVID-19. En ese momento no pensé en mí, pensé en que el martes, un día después de mi vuelta, había estado en la residencia viendo a mi madre. Lo primero que hice fue llamar al centro y después al teléfono que el Gobierno de La Rioja ha puesto a disposición de la ciudadanía.
Tras 47 llamadas contadas, me atendieron diciendo que no iban a hacer pruebas; que me aislara en casa; que la residencia tomaría las medidas oportunas. La medida que tomó la residencia fue aislar a mi madre, que, aparte de contar con una cardiopatía, solo tiene una capacidad auditiva del 5%. Sin hacerle las pruebas, sigue en aislamiento, que es además un aislamiento informativo porque no entiende exactamente qué está pasando fuera. No tiene televisión y la única forma que tiene de comunicarse es el WhatsApp.
Ante esta situación, me vi con la obligación de avisar al padre de mi hija -que el lunes 16 volvía a tener en custodia-. Tras hablar con la Policía, el Juzgado de Guardia y el Servicio de Salud, me obligaron al aislamiento total, así que no pude ir a recogerla. En caso de incumplimiento, me advirtieron de que se verían obligados a imponerme una sanción. No es una situación fácil. Estoy temiendo que no voy a ver a mi hija en algo más de un mes.
El lunes 16 no solo no pude ir a recoger a mi hija a Viana (Navarra), que es la residencia habitual de su padre, sino que tuve que llamar a la Policía porque mi padre tenía el teléfono apagado. Se pasó por su casa y todo estaba bien. Mi padre y las nuevas tecnologías “no confraternizan mucho”, así que la farmacia del barrio tuvo que ir a configurarle el móvil. Unas horas más tarde pude hablar con él y me comentó que estaba con tos. Le han hecho acudir al ambulatorio, le han entregado guantes y una mascarilla y le han mandado para casa a la espera de que Servicios Sociales le lleve comida. Por consejo de su médico, debo controlarle en la distancia.
No es fácil vivir esta situación teniendo a toda tu familia en diferentes lugares, unos padres separados legalmente y una hija a la que no puedes ver. No lo es estar viviendo todo esto sola. Así, a las dificultades derivadas del confinamiento, se suman otras y esto se hace cuesta arriba.
¿Y qué me queda? Me quedan los grupos de WhatsApp, como el que usa Sole para mandarme memes y Ana fotos de comidas o en el que podemos comunicarnos con mi madre; me quedan las llamadas a mi padre (porque él no suele llamar); las redes sociales, en las que me he reencontrado con gente con la que hacía años que no hablaba; me quedan los aplausos que todos los días lanzo desde mi ventana para todas aquellas personas que están cuidando de esta sociedad. Aplausos a la solidaridad, aplausos a mi familia por seguir al pie del cañón y a la que siento lejos. Me queda la esperanza de que entre todas las personas hagamos lo posible, seamos consecuentes y entendamos que cuidando de nosotras cuidaremos de los demás.
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Me llamo Irene y vivo en Logroño. Llevo desde el jueves en casa, mucho antes del estado de alarma. Estoy sola y me siento sola, como muchas de vosotras. Mis padres están separados y aunque actualmente debiera tener la custodia de mi hija -desde el 16 de marzo-, y sentir su cariño, no puedo porque estoy aislada, que no en cuarentena. Mi madre está en una residencia y mi padre vive en su casa habiendo pasado en 2010 varios infartos. Mis padres no son jóvenes, son de esa población de riesgo en la que ese pequeño virus puede dejarnos huérfanos y huérfanas. A veces creo que doy mil perfiles en este aislamento porque también cobro una renta ciudadana de 250 euros y se me va a hacer muy dura la cuesta de marzo...y la de abril.
Antes de estar en una residencia mi madre estuvo en un hospital desde diciembre de 2019. Su vida corría peligro, estuvo a punto de morir y permaneció allí hasta el 17 de enero de este año. Mientras estuvo ingresada, mi padre me comunicó que comenzaba a tener pérdidas de memoria inmediata. No se lleva bien esta situación cuando eres hija única; menos mal que tuve el apoyo de las cuidadoras y de la familia de mi madre.