Las modernas Monsanto que avivan la polémica de los transgénicos
Si no te acabas una manzana, ten por seguro que la parte del corte se pondrá marrón tras permanecer un tiempo al aire. Da igual que la metas o no en la nevera. Esta regla biológica, consecuencia de la oxidación de las células, se sigue cumpliendo en España y en la mayoría de países del mundo, pero ha dejado de ser universal. Solo en los supermercados estadounidenses puede encontrarse una variedad de la fruta bautizada como Artic que escapa a este proceso de degradaciónArtic.
La firma canadiense Okanagan Specialty Fruits ha empleado una técnica de edición genética denominada TALEN para inhibir la producción de la encima responsable del cambio de tonalidad. Sus manzanas Artic, a la venta desde finales del 2017, forman parte de la exigua lista de organismos modificados genéticamente (OMG) que han llegado a las tiendas. Los champiñones de la investigadora Yinong Yang, que tampoco se oxidan, aún no se comercializan, pero también han pasado el filtro del Departamento de Agricultura estadounidense: dice que no le compete regularlos porque no los considera OMG.
Las nuevas herramientas para alterar genes concretos de forma dirigida, como la utilizada por los canadienses y la famosa tijera molecular CRISPR, que Yang usó en sus setas, han reavivado la polémica sobre los transgénicos no solo en Estados Unidos, donde las opiniones sobre su naturaleza son dispares, sino también a este lado del Atlántico. Hace solo unos días, el Abogado General del Tribunal de Justicia de la UE, Michal Bobek, publicaba su opinión al respecto.
Para Bobek, algunos de los organismos modificados con estas técnicas están exentos de cumplir con las obligaciones de la Directiva OGM europea. En particular, aquellos editados con herramientas de mutagénesismutagénesis, es decir, las que producen cambios genéticos sin necesidad de insertar ADN foráneo —a diferencia del famoso maíz Bt que vende Monsanto, que tiene genes de una bacteria—.
Aunque la postura del jurista no es vinculante, sus argumentos suponen la primera pista sólida que desvela por dónde irán los tiros en el Viejo Continente. Bobek respondía a una serie de preguntas que el Consejo de Estado francés, contrario a los transgénicos, ha hecho al Tribunal para que se pronuncie sobre el asunto con el fin de aclarar el marco regulatorio aplicable, algo que, después de su reciente aplazamiento, no ocurrirá hasta mediados de este año. Eso si la decisión no se posterga de nuevo.
La Comisión Europea lleva casi una década discutiendo sobre este tema sin emitir juicio alguno porque “los Estados miembros no se ponen de acuerdo sobre si las plantas modificadas con técnicas como CRISPR se consideran transgénicas o no”, explica a HojaDeRouter.com Josep Casacuberta, del Centro de Investigación en Agrigenómica (CRAG) e integrante del panel científico de OMG de la Autoridad Europea de Seguridad de los Alimentos.
En el terreno de los OMG, los países tienen potestad para regular sobre ensayos confinados de campo y de laboratorio, pero “el análisis de riesgo y la decisión de si finalmente se pueden cultivar, importar o comercializar se toma a nivel europeo”, advierte Casacuberta. Hasta ahora, el único transgénico aprobado para agricultura en la práctica es el citado maíz Bt, aunque se ha autorizado la importación de cientos. Sin embargo, dentro de sus competencias, algunos países como Suecia ya se han posicionado y permitido la investigación con plantas editadas con CRISPR alegando que no son OMG.
Debido a la incertidumbre, aunque ya hay numerosas empresas de dentro y fuera de Europa interesadas en aplicar este tipo de mejoras genéticas en el continente, “no se atreven a dar el paso porque no está claro cómo se van a regular”, señala el experto del CRAG.
Aceites más sanos y piñas rosas
Gracias a la evolución de técnicas de edición del ADN como CRISPR, cada vez más precisas y sofisticadas, desactivar un gen o añadir alguno al genoma de una planta se ha convertido en una tarea relativamente barata, rápida y sencilla. Desde gigantes como Monsanto o DuPont Pioner, que desarrollan tomates con más antioxidantes, melones más dulces y semillas de soja y girasol con menos grasas saturadas, hasta startups como Calyxt, pasando por Del Monte y sus piñas rosas, se cuentan por docenas las compañías que las emplean en agricultura.
El equipo científico de Calyxt también ha utilizado la herramienta TALEN, en cuyo desarrollo estuvo implicado el propio fundador de la empresa, el investigador de la Universidad de Minnesota Daniel Voytas. Tanto TALEN como CRISPR son tijeras genéticas que emplean nucleasas, unas enzimas que cortan el ADN en sitios específicos.
Los de Voytas la han usado, entre otras cosas, para apagar dos genes de la soja implicados en la síntesis de ácidos grasos para aumentar el contenido de aceites beneficiosos para la salud en las semillas. “Estás desactivando ciertos genes para una función, pero no introduces nada externo de otro organismo diferente”, aclara el investigador Jordi García-Mas, también del CRAG.
Las plantas obtenidas de esta forma podrían considerarse una segunda generación de organismos editados genéticamente, que debe enfrentarse a las reticencias y desacuerdos inspirados por la primera. Mientras que los cultivos de OMG cubren millones de hectáreas en Estados Unidos, Brasil, Argentina o India, los Gobiernos de países como Francia, Alemania, China y Rusia los rechazan rotundamente. Mientras, organizaciones ecologistas como Greenpeace dudan sobre su seguridad.
En el caso de las herramientas de modificación genética más modernas, el debate se concentra en torno a su naturaleza y si entran dentro de la definición convencional de OMG. Los partidarios de su distribución alegan que los cambios que provocan podrían haber sido producidos espontáneamente o por las técnicas tradicionales de mejora de variedades. “Lo que hacemos, simplemente, es acelerar lo que la naturaleza ha producido durante un montón de años”, dice García-Mas.
Lo cierto es que, en Estados Unidos, a pesar de la laxitud de las entidades reguladores, tampoco existe una decisión absoluta ni una regla general, sino que se estudia caso por caso. “La tónica parece ser que, si el número de cambios introducidos es limitado, los organismos no se consideran transgénicos”, indica Casacuberta, siempre que no quede rastro de ADN extraño en el vegetal.
Si el Departamento de Agricultura les da el visto bueno —el de la FDA es voluntario—, las empresas como Calyxt ven reducirse enormemente tanto el tiempo como la inversión multimillonaria que requiere el desarrollo y comercialización de OMG. Tanto a este como al otro lado del charco, “tienen que demostrar con muchos controles y pruebas toxicológicas muy caras que la planta no tiene diferencias con el resto excepto por el carácter que han introducido”, señala García-Mas.
De todas formas, la mayoría de productos no llegan a comercializarse directamente: el aceite de soja de Calyxt, que la empresa planea vender a finales de año, se empleará para freír alimentos como patatas fritas o donuts. Otra cuestión que se discute en Estados Unidos es si los que acaban en los supermercados deberían informar sobre su modificación genética. Las manzanas Artic, por ejemplo, llevan una etiqueta inteligente con un código QR que lo indica.
¿Y qué pasa en Europa?
El modus operandi estadounidense basado en decisiones individuales es el que Europa podría seguir para abordar la cuestión, alentada por distintas sociedades y academias científicas y los primeros pasos de países como Inglaterra y Suecia.
Para Casacuberta, la actual situación de incertidumbre, discordia y continuo aplazamiento de las decisiones por parte de la Comisión Europea es “un auténtico desastre”. “Se piden informes y más informes científicos, y todos vienen a decir lo mismo”, asegura. Y resume las conclusiones de esos trabajos: “Si se trata de pocas mutaciones sin ADN exógeno, los cambios son indistinguibles de los que aparecen de forma espontánea en la naturaleza o los que inducimos voluntariamente con métodos químicos o radiación”. Y en esos casos, las plantas resultantes no están sujetas a regulación. Otra cosa es que estas herramientas se usen para insertar genes foráneos; entonces, el organismo resultante “no sería muy distinto de un transgénico”.
Según el propio Bobek, la interpretación del Derecho “debe atenerse a la evolución de la sociedad, tanto técnica como social” y los conceptos no pueden quedarse congelados en el tiempo. Hace esta apreciación porque los demandantes defienden que “únicamente las técnicas seguras que se empleaban habitualmente en el momento de la adopción de la Directiva OMG [el 2001] están comprendidas en la exención de la mutagénesis” de cumplir con las obligaciones de la norma.
“Considerar que las mutaciones mucho más dirigidas y precisas que pueden introducir estas técnicas son más peligrosas es absurdo desde el punto de vista científico”, critica Casacuberta, que sostiene que la Comisión Europea va a tener que tomar algún tipo de decisión de manera inminente. “Dudo que la Corte Europea de Justicia dictamine de forma tajante si son transgénicos o no, pero va a sentar algunas bases que deberían ayudar a tomar una decisión después. Al final es una decisión política”, sentencia. Y su desenlace tendrá mucho que decir en lo que dentro de unos años nos llevemos a la boca.
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Las imágenes de este artículo son propiedad, por orden de aparición, de Okanagan Specialty Fruits, Monsanto y Calyxt