En un barrio residencial al suroeste de Moscú sobresale un alto edificio cercado por una modesta valla. De sus 19 pisos solo 12 tienen ventanas, y sus habitaciones están blindadas por gruesas puertas de metal. Solo pueden acceder los que tienen el permiso adecuado. Allí se guarda el arma más potente del Kremlin para controlar a sus ciudadanos: el corazón de la internet rusa, el punto por donde circula la mitad del tráfico diario del país.
Con su descripción comienza el libro 'The Red Web', de los periodistas Andrei Soldatov e Irina Borogan, residentes en Moscú. Su obra es el resultado de una profunda investigación en la que han analizado cómo los servicios secretos del país y sus diferentes gobiernos han tratado de vigilar las comunicaciones desde el periodo soviético hasta la actualidad.
Hoy, como hace años, cuando se habla por teléfono o a través de las redes sociales o el correo electrónico, aún se recurre a una tradicional expresión: “esto no es una conversación telefónica”. Es un aviso, una llamada de atención al interlocutor para que entienda que el diálogo deberá continuar en otro momento y cara a cara, por miedo a que alguien esté espiando.
Con la llegada del primer ordenador a Moscú, las cosas cambiaron bastante. Ahora “tenemos una sociedad más abierta y acceso a internet, es muy diferente de lo que ocurría en los años 70 y 80”, explica Soldatov a HojaDeRouter.com. No obstante, el Servicio Federal de Seguridad trata de imitar las viejas formas de control desde la octava planta del citado edificio.
Desde allí supervisa un sistema electrónico conocido como SORM, inventado por el KGB y que se ha ido actualizando con el paso de los años. Comenzó como una herramienta para controlar el teléfono fijo, después se adaptó a los correos electrónicos y a los teléfonos móviles y ahora analiza también las redes sociales, Skype y todo tipo de mensajería en línea.
Aunque se considera uno de los dispositivos de escucha más intrusivos del mundo, “técnicamente no es muy eficaz”. Los servicios de seguridad tienen acceso a toda la información que circula en el país, pero carecen de capacidad para analizarla. “No saben cómo hacerlo”, explica el autor, algo que les diferencia bastante de sus homólogos en Estados Unidos.
Por esto, explica Soldatov, muy pocas personas han sido apresadas en Rusia por publicar críticas contra el Gobierno en internet, al menos en comparación con aparatos de censura más eficaces como China o Turquía. El “mayor truco” del país es que no controla internet para identificar a quienes hablan de política, sino para difundir temor y que nadie lo haga libremente.
No es necesario perseguir a cada bloguero u opositor que se pronuncia, enviar a miles a la cárcel o reprimir masivamente: solo hay que hacerlo con unos pocos para difundir el mensaje de que cualquiera puede estar siendo espiado y acabar entre rejas. La intimidación se convierte en la herramienta más efectiva para preservar la estabilidad política.
Incluso en la era soviética, pocas personas estaban bajo vigilancia “y, sin embargo, todo el país vivía convencido de que sus llamadas podían ser interceptadas”, afirma el investigador. “Ahora ocurre algo similar”.
En los últimos tiempos, la autocensura reina en Rusia y han aparecido nuevas leyes restrictivas que afectan internet. Según Soldatov, parte de la culpa es de Snowden, que aterrizó en Moscú en 2013 en busca de asilo después de desvelar las prácticas de ciberespionaje estadounidenses. Fue entonces cuando el Kremlin comenzó a poner en marcha mecanismos más duros para controlar la Red que resultaron muy útiles, también, durante la crisis de Ucrania.
Evidentemente, los autores de este trabajo de investigación son conscientes de que Snowden no es el responsable de todos los males que viven a diario, pero sí “fue un regalo para el Kremlin”. Se muestran críticos con él porque no ayudó a los rusos y casi siempre ha guardado silencio sobre las prácticas de vigilancia a las que son sometidos. Tampoco suele conceder entrevistas a medios rusos y rechazó colaborar con Soldatov y Borogan cuando trataron de hablar con él para su libro.
Las autoridades rusas utilizaron la información del excontratista de la NSA como pretexto para lanzar nuevas “medidas represivas contra la libertad de internet en Rusia” y reforzar el sistema SORM. Entre otras cosas, los blogueros con más de 3.000 seguidores se vieron obligados a inscribirse en un registro gubernamental.
Por otro lado, el Roskomnadzor, organismo encargado de la vigilancia de los medios de comunicación, comenzó a bloquear algunos de forma selectiva. Entre ellos, el blog del activista Alexei Navalny, la web del excampeón de ajedrez Garry Kasparov y las páginas de información Kasparov.ru y Grani.ru. Además, pidió a Facebook, Twitter y Youtube que eliminaran material que se consideraba “censurable”.
Cuando comenzó la crisis de Ucrania, en noviembre de 2013, la presión sobre los que se mostraban en contra de la guerra se hizo evidente. Así nació predatel.net, un portal afín al Kremlin que apoyaba la intervención como una forma de “garantizar la seguridad de la población” ucraniana. Pronto señalaría con el dedo y consideraría “traidores” a líderes de la oposición como Boris Nemtson, muy crítico con Putin, periodistas como Sergei Parkhomenko y otros activistas entre los que figuraba el propio Navalny.
En febrero de 2014, Rusia contaba ya con varias listas negras oficiales de sitios web que debían ser bloqueados. Una de ellas hacía referencia a aquellas páginas que eran consideradas “extremistas”, otra a las que convocaban manifestaciones no autorizadas por el Gobierno y una tercera a las empresas con 'hosting' en el exterior. El Roskomnadzor considera que estas últimas no están colaborando con el país y, por tanto, también deben ser bloqueadas.
Sin embargo, el control de internet tiene serias lagunas: con el tiempo, muchas páginas han sido bloqueadas por error y otras han logrado encontrar la forma de burlar las restricciones. Un ejemplo es Ruslan Leviev, un amante de la informática que ha creado herramientas para eludir la censura y publicar información sobre la participación de Rusia en Ucrania y Siria. “Todo gracias a las redes sociales”, apunta Soldatov.
Rusia ha hecho todo lo posible por controlar a las multinacionales tecnológicas. Por eso decidió que las empresas extranjeras, como Google, deben ubicar sus servidores en Rusia, de tal forma que, por ejemplo, las cuentas de Gmail sean accesibles para los servicios de seguridad. Lo peor de todo es, según el investigador, que “esta idea fue presentada al público ruso como una herramienta para proteger los datos personales frente al espionaje”.
La ley que obliga a dichas compañías a reubicarse entró en vigor en septiembre, y tienen hasta enero para cumplirla. Algunas, como PayPal, eBay o Apple, ya han decidido jugar con las reglas de Putin. La plataforma de pagos, de hecho, ya ha comenzado a solicitar más información personal a sus usuarios rusos y en mayo de este año bloqueó una cuenta creada por un grupo de opositores que pretendían recaudar dinero, mediante donaciones, para elaborar un informe sobre la participación militar del país en la guerra de Ucrania.
Mientras tanto, Apple está siendo investigada a cuenta de sus emoticonos con parejas del mismo sexo, porque “violan” la ley que prohíbe promocionar y exhibir la homosexualidad. “Hasta el momento no contamos con información sobre Google, Twitter o Facebook”, explica Soldatov. “Tendremos que esperar hasta enero para entender lo que está pasando”.
Según el periodista, esta situación responde, al menos en parte, a que el país sigue temiendo a “los otros”. El Kremlin piensa que cualquier nueva herramienta tecnológica que se utilice en Occidente puede socavar la estabilidad política rusa y, para evitarlo, apuesta por estrangular la información. Es lo mismo que pensó el KGB cuando, en la década de los 50, Vladimir Fridkin, jóven físico judío, creó la primera fotocopiadora de la URSS. Fue destruída por el servicio de inteligencia, que temía que alguien pudiera distribuir documentos prohibidos.
Soldatov se pregunta por qué, años después del totalitarismo soviético, Rusia sigue buscando vías para ahogar la libertad de sus ciudadanos mientras se ahoga a sí misma. Cree que la raíz del problema está en una sociedad “políticamente ingenua y sin educación, muy susceptible a la paranoia y a la propaganda gubernamental”. La república exsoviética tiene una “fuerte tradición de secreto”, una suerte de muro de silencio que impide a la gente hablar con libertad y que persigue al país desde su fundación.
Por eso 'The Red Web' se fundamenta en la comparación entre el pasado y el presente. No se trata solo de cuestiones tecnológicas, sino de fantasmas que siguen aterrorizando a la población rusa. “Todavía somos víctimas de esa mentalidad autoritaria”, sentencia Soldatov. Un cuarto de siglo después del colapso de la Unión Soviética.
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Las imágenes obtenidas son propiedad, por orden de aparición, de Wikipedia, Andrei Soldatov (2 y 4), Bellingcat.com y Navalny.ru