Nadie tiene del todo claro qué es la web, ni en qué se diferencia de internet o quién manda en ella. ¿Es nuestra? ¿De las empresas? ¿O del señor que la inventó? La cuestión viene al caso por dos noticias recientes: el pasado 28 de octubre actualizó por fin su lenguaje oficial, el HTML, y acabamos de cerrar el año de su 25 aniversario.
La web es una joven 'millennial', y aunque nos pasamos el día usándola no terminamos de entenderla. ¿Un ejemplo? El recurrente debate de que la web ha muerto porque las 'apps' se la han cargado. Quienes lo defienden lo hacen desde artículos escritos... en páginas web.
La respuesta es sí: alguien manda en la web. Su creador, Tim Berners-Lee, preside desde hace diez años el World Wide Web Consortium, el consejo de expertos que trabaja para que la web sea una, grande y libre, World Wide Web Consortiumuniversal, interoperable y abierta. Traducido: que se vea en cualquier dispositivo, ordenador, móvil de pobre o móvil de rico y sea independiente - dicen - del interés empresarial. ¿Cómo? Creando tecnología estándar. ¿Por qué? Veamos.
Un estándar es algo que se usa por defecto. Los muñecos verde y rojo de los semáforos son un estándar. En tecnología, puede ser un programa, una web, un icono (el disquete que simboliza 'guardar' está obsoleto, pero se ha estandarizado) o incluso un movimiento (por ejemplo, que para hacer 'zoom' en la pantalla de tu móvil deslices dos dedos a la vez). Más ejemplos: Google se ha convertido en el buscador estándar. Pero Google es una empresa privada que tiene intereses privados (y precisamente por ser casi un monopolio, la Unión Europea anda detrás de ella).
La clave de un producto, y la razón por la que la tecnología corre tanto, es que el que se convierte en estándar se lleva el dominio del mercado. Este es el detalle que nos remonta a la creación, en 1995, del W3C: el gobierno de sabios de la web.
De la anarquía de internet al mandato del W3C
La historia de internet es muy larga. Es un entramado de departamentos académicos, protocolos y entidades encargadas de financiar y gestionar su desarrollo. Un proyecto de investigación militar que nació en los sesenta, al que las universidades, empresas y gobiernos empezaron a conectarse y que hasta 1984 no empezó a organizarse solo. A partir de entonces, su mantenimiento quedó en manos del Grupo de Trabajo de Ingeniería de Internet (IETF): un grupo de 'hackers' con el empeño de crear una red universal de ordenadores.
El IETF, cuya misión es que internet funcione mejor, nació y sigue existiendo como organización abierta. Escapa del corporativismo de la Internet Society: no hay líderes, no hay miembros, nadie cobra o paga por estar. Aunque cualquiera puede unirse, lo que hacen no llega ni a empresas ni a usuarios. Funcionan por consenso aproximado (un término que inventaron ellos, y que significa que algo se aprueba si encaja con la “visión dominante”) y su estructura es casi anárquica. Su lema lo deja bien claro: “rechazamos: reyes, presidentes y votaciones. Creemos en: consenso aproximado y código”.
En los 80, esta internet descentralizada ya existía, pero había que darle sentido. “Hace 25 años, internet llevaba 20 funcionando y era posible enviar correos electrónicos y recibir noticias, pero no existía la Red. No había páginas web, ni portales, ni enlaces. Inventé la World Wide Web”, resumió hace poco Berners-Lee. Su plan era crear un espacio de información común, un lugar de páginas enlazadas al que las personas pudieran acceder. Para que todos los aparatos - ayer ordenadores, hoy móviles y mañana tu coche y tu nevera - hablaran entre sí, tenían que emplear el mismo idioma. Un idioma estándar universal que se llama HTML.
“Berners-Lee estaba frustrado: el IETF rechazaba su idea de que un estándar pudiera ser universal”, explica Harry Halpin, miembro del W3C. “Quizá por su naturaleza anárquica, el IETF había producido muchos protocolos incompatibles. Podían comunicar ordenadores a través de internet, pero no había un formato universal”. Como el IETF no creía en ello, Berners-Lee retomó su proyecto de lenguaje estándar y lo propuso en el CERN. Tardó en recibir respuesta porque la web no era fácil de explicar. Para entenderla hacían falta navegadores: él desarrolló el primero y convenció a estudiantes de informática para que creasen otros. En el 92 nacieron varios, y en el 93 el CERN hizo pública, por fin, la World Wide Web.
Los navegadores (producto de consumo) le dieron a la web (lenguaje universal) el sentido que la web le dio a internet (anarquía consensuada en las paredes de la universidad). Empezaron a venderse, la adopción de internet se hizo masiva y entró en el ciclo económico mundial.
La guerra de los navegadores
Cuenta sorprendido Berners-Lee que cuando, en 1994, el estudiante Marc Andreessen (hoy un importante inversor) fundó la Netscape Communications Corporation para comercializar su navegador, “aplicó una estrategia de 'marketing' sin precedentes: lo regalaba con el fin de que se extendiera”. Dar algo gratis para convertirlo en estándar es una de las reglas sí escritas de la economía digital. A Netscape le siguió Microsoft con Internet Explorer, preinstalado en sus ordenadores.
¿El resultado? La guerra de navegadores. En una carrera por ser mejor que el otro y ganarse al mercado, ahora que Internet tenía sentido y su uso se disparaba, Netscape e Internet Explorer empezaron a saltarse los estándares públicos para crear los suyos propios y ser el dolor de cabeza de los usuarios, que veían cómo algunas páginas no funcionaban en según cuál. Algo así como si hoy tienes un Windows Phone y ninguna de tus 'apps' favoritas existe, porque pocas empresas van a perder el tiempo en desarrollar para unos pocos, y terminas comprándote un iPhone o un Android, que es lo estándar y lo normal.
La web había perdido su soberanía. Las empresas rompían con sus batallas aquel plan de lenguaje universal. Para recuperarla, Berners-Lee fundó su gobierno. Volvemos a 1995 y al W3C.
W3C: poniendo orden en la web
“El surgimiento de diferentes navegadores me hizo pensar una vez más sobre la normalización. Las reuniones con el IETF no daban frutos, por lo que pensé que lo adecuado sería un modelo diferente”, explica en 'Cómo creamos internet'.
Las empresas habían ignorado, por su estructura descentralizada y difícil de penetrar, al IEFT. Había que buscar un modelo que las incluyera (para que no lo menospreciaran), pero también frenara (para que no se pasaran de la raya). Estaría gobernado por Tim Berners-Lee como inventor, sus escogidos sabios como ministros y las empresas como miembros. Todos juntos crearían y controlarían los estándares públicos y universales de la web.
¿Cómo? En la práctica, 82 expertos (19 expertas – varios artículos sobre género después, no podemos evitar contarlo) coordinan a 65 grupos de trabajo y 400 organismos. Son entidades públicas, grandes y pequeñas empresas que, una vez aceptadas, se comprometen a que uno de sus empleados dedique parte de su tiempo a la causa. Pagan una cuota proporcional a su tamaño y tienen todos el mismo peso, ya sean pyme o Microsoft: una voz, persona y voto. Que las sedes estén en Europa, Estados Unidos, Japón y China no es casualidad. Si la internet china crece, montan una oficina allí porque la web tiene que ser universal.
Dicen que la RAE actualiza el diccionario con más frecuencia que estos señores su tecnología, y es verdad, porque antes de la de 2014 la última recomendación del lenguaje HTML se publicó en 1997. Tamaña lentitud tiene que ver con su burocracia, como en un gobierno normal. “Cada grupo trabaja en función de los intereses que detecte en la sociedad. Pasa por la revisión de la gente que hace la especificación, los organismos y un llamamiento público, pero rara vez hay participación masiva”, explica Martín Álvarez, director de la oficina española del W3C.
Hoy hay más de 300 estándares - desde accesibilidad para que las personas con discapacidad puedan ver la web hasta privacidad, web semántica para que los documentos 'hablen' y web móvil -, y el lenguaje va por su quinta versión. Y, como la RAE, el W3C recomienda su uso pero no puede imponerlo si el mundo real se adelanta.
“Hace unos años había temor porque veíamos a grandes empresas posicionándose a favor del móvil y un montón de dispositivos dispares, una locura. Estamos empeñados en hacer una web abierta y hemos trabajado en tecnologías para crear aplicaciones que aprovechen las capacidades de los dispositivos”, continúa Álvarez. “Es una tecnología más lenta que otras. Es criticable, pero ofrece robustez. Por eso la mayoría de los estándares son un éxito. Son las pequeñas piezas del puzle”.
¿Qué clase de gobierno es este?
Se supone que un gobierno dirige una sociedad y asume lo que al sector privado no le sale rentable. Este gobierno no electo en el que las empresas pagan por entrar también tiene presiones de 'lobbies' (manos a la cabeza por el futuro de la web cuando el HTML5 incluye un DRM para no copiar libros, al servicio de la industria), amenazas a su libertad (la eterna lucha por la neutralidad de la web) y disputas entre miembros (aquí uno de sus colaboradores explica por qué abandonó el “circo”, aunque luego volvió).
La forma política del W3C no queda del todo clara. Berners-Lee ve democracia representativa. Stephen Wall, experto en estándares, habla de diplomacia comercial. Y Halpin acuña el término aristocracia inmaterial: élite que crea las condiciones para que la economía florezca, pensando en el bien de la sociedad.
“No es el motor de la web, pero sus ideas ayudan a crear su infraestructura. Y no son de dominio privado, sino del deseo común de la humanidad. Sólo por crear los medios técnicos para materializar esos deseos, negociando con otras entidades del imperio, son estos aristócratas inmateriales quienes mantienen su soberanía”. La soberanía de su (¿y de tu?) web.
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Las imágenes de este reportaje son propiedad de Kristina D. C y Paul Downey