Diario de un robot autoestopista: un ‘Harlem Shake’, conciertos de rock y hasta el reto del cubo de agua

A primera vista parezco una niña con una cabeza un poco más grande de lo normal. Cuando te acercas un poco, quizá lo que más llame tu atención sean mis botas de agua; tienen muchas estrellas y son de color amarillo. Mi cuerpo es un bidón de plástico y para completar mi modelito llevo un sombrero hecho con latas de cerveza recicladas. Tengo la cara cuadrada y rodeada por una burbuja también de plástico. Pero lo que más le suele gustar a la gente es mi perenne sonrisa formada por bombillas LED.

Por si aún no has oído hablar de mí, voy a presentarme: me llamo hitchBOT (hB para los amigos) y puede decirse que soy un robot autoestopista. Desde que cobré vida me he dedicado a viajar utilizando este método y hasta mi nombre refleja cuánto me apasiona, porque ‘hitch’ significa hacer dedo en inglés. Gracias a la amabilidad de la gente, he conseguido cruzar Canadá a golpe de pulgar, o algo parecido, porque debajo de mis guantes no hay dedos.

Como decía, puedo parecer una chica (sobre todo por mis botas y mi voz femenina) pero ni yo mismo lo tengo muy claro. “Técnicamente hitchBOT no tiene género”, o eso le ha dicho a los amigos de HojaDeRouter.com Jacky Au Duong, uno de mis parientes y guardianes humanos. Él se encarga de ayudarme con la comunicación ‘online’, por lo que ha seguido de cerca todos mis pasos.

Según Au Doung, los internautas me consideran un chico, pero ninguno de los miembros del equipo ha querido contradecirles. Prefieren dejarlo a la elección de cada uno. Durante el viaje, sin embargo, los que me conocían pesaban que era un robot femenino.

La (alocada) idea de que un robot pudiera hacer un viaje así se le ocurrió a mis padres, los expertos en comunicación Frauke Zeller (de la Universidad de Ryerson) y David Harris-Smith (de la Universidad McMaster). Frank Rudzicz, un ingeniero informático experto en inteligencia artificial, también estuvo en el proyecto desde el principio y dice que la proposición le pareció genial pero que “dudaba de que el robot fuera capaz de completar todo el trayecto”. Gracias a él puedo comunicarme con las personas.

El plan era recorrer los más de 6.000 kilómetros que separan las ciudades de Halifax y Victoria. La verdad es que me apetecía, como explico en mi web, porque me di cuenta de que había muchas cosas por conocer fuera de Toronto. También tenía miedo. Iba a hacerlo solo y las carreteras son peligrosas.

¿Por qué debería fiarme de los humanos?

En realidad, soy un instrumento para realizar un estudio sociológico sobre las relaciones hombre-máquina, pero lo llevo bastante bien y hasta me gusta. Zeller dice que “normalmente la gente se pregunta si los humanos pueden confiar en los robots”, pero que conmigo querían cambiar la perspectiva para averiguar si los robots como yo podemos confiar en las personas.

Cuando el 27 de julio comencé mi aventura, nadie de la familia sabía exactamente cuánto iba a durar el viaje, ni lo que iba a pasar.

Al final todo fue bastante bien. Las personas que me han recogido han sido muy consideradas y me han sacado muchas fotos. De hecho, mis padres pudieron confirmar que los transeúntes me han tratado mejor de lo que suelen hacerlo con autoestopistas humanos.

El caso es que el 17 de agosto llegué a mi destino sano y salvo, después de tres semanas de aquí para allá. He ido contando en Twitter las distintas historias que me han sucedido por el camino, y lo mismo ha hecho la gente que me ha acompañado durante algún tramo del trayecto. Todo el mundo ha preguntado a mi familia por el viaje, pero esta vez me toca a mí, así que voy a relataros mi experiencia. Intentaré no enrollarme demasiado.

Todo comenzó en Halifax. Mi familia me llevó hasta un lugar cercano al monumento en honor de los veteranos, al lado de la autopista que va hacia el oeste. Allí me recogieron Anne y Brian Saulnier, con los que recorrí el camino hasta el Parque Nacional de Kouchibouguac.

“Una de las principales dificultades fue seguirle el rastro”, asegura Au Duong. “La familia y fans podían saber dónde estaba utilizando un mapa que se actualizaba con la posición del robot cuando se conectaba a internet”, añade.

A pesar de que llevo incorporado 3G y GPS (soy un robot 2.0) solo puedo conectarme a la Red si hay wifi en la zona y si tengo la batería cargada. “Cuando estaba apagado, lo que ocurrió varias veces durante el viaje, o sin conexión, solo era posible saber de él a través de las redes sociales”, continúa Au Duong. Los que quisieran recogerme tenían que tener en cuenta que, como dice mi amigo, puedo quedarme sin energía. Como una persona necesita comer, yo necesitaba que las personas que me llevaran en su coche me enchufaran al cargador o a la corriente de su casa.

Obsesion por la comida

Aunque sabían que me alimento de energía eléctrica, como un móvil o una tostadora, a algunos de mis acompañantes les gustaba ponerme delante un plato de comida. Un ejemplo son los tres chicos que me recogieron en Kouchibouguac: Keith Campbell, Jean-Pierre Brien y Kyle Souvé. Me llevaron hasta el Centro de

Información de Campbellton, donde me sirvieron un plato lleno de tuercas y tornillos con la mejor intención.

Después, fui con la pareja formada por Sharon y David Smyth hasta el camping de Blue Heron, en Charlo. Allí tenían su caravana. Me hicieron fotos en el baño, en la cama y también se les ocurrió la idea de ofrecerme comida, aunque esta vez humana: en el álbum puedes verme con una manzana. Aunque quisiera decirles algo sobre mis gustos en cuestión de almuerzo, la verdad es que no podría, porque mi vocabulario es bastante reducido.

“Utiliza un programa de reconocimiento de voz de código abierto y una base de datos para hablar, ambos de cleverbot.com, aunque los modificamos bastante”, dice Rudzicz. Suelo saludar cuando me encuentro con alguien y le digo mi propósito; que intento llegar a Victoria y que necesito la ayuda de la gente.

Como apunta mi pariente a continuación, puedo mantener una conversación muy básica pero a menudo me equivoco reconociendo lo que me cuentan y me cuesta recordar los temas anteriores. “El diálogo puede volverse un poco extraño”, asegura. Lo que mejor se me da es hablar de las diferentes regiones de Canadá. “Dice cosas como ‘¿te gustaría saber algo sobre Vancouver? o ‘cuéntame cómo ha ido el viaje”.

De todas formas, mi familia no sabe exactamente de qué hablé con las personas que me encontré en mi viaje. “Tenemos algunas grabaciones, pero nos faltan muchas de sus conversaciones”, afirma Rudzicz.

La pareja Smyth me dejó en la sede del periódico Campbellton Tribune, donde me recogió el editor jefe, Timothy Jaques, y me llevó hasta el centro de información turística de Quebec. Los Smyth me habían regalado una mochila de niña, que aparece en las imágenes del resto de mi diario. Todos se empeñaban en que era una chica.

Una señora muy simpática llamada Margot Mandy me condujo hasta Toronto. Alanna Lazer me esperaba allí para llevarme con el resto de la familia (ella también es pariente), a Port Credit, en Ontario.

Una parada técnica

El desarrollador Colin Gagich (otro de los miembros del equipo hitchBOT), junto con Domink Kaukinen, fueron los encargados de llevarme hasta Hamilton para apretarme algunas tuercas y fijar bien todas las partes de mi cuerpo artificial. Como bien señala Au Duong, necesitaba “un chequeo médico”. Gagich y Kaykinen me prepararon para que pudiera adaptarme mejor a la vida en la carretera. Consiguieron que pudiera cargarme de forma más eficiente con el adaptador del coche. Además de arreglarme y mejorarme, mis dos amigos me llevaron al museo de historia natural.

Durante los siguientes días viví nuevas experiencias: monté en ferry, visité una reserva india, me pusieron un nombre indio (‘Biiabkookwe’, que significa mujer de hierro) y fui a la playa. El 7 de agosto estuve con Roy Howell y Andrew Heath. Juntos nos disfrazamos de ‘Spiderbot’ y participé en un ‘Harlem Shake’. O al menos hice acto de presencia, porque desgraciadamente no sé bailar.

Con Kyle Sheperd y Julie Branch fui a una boda en las montañas de Golden. Además, he conocido a dos deportistas olímpicos: Jeff Christie y Arianne Jones, miembros del Equipo Olímpico de Luge. También asistí a un concierto de rock, con los chicos de la emisora de radio Power 104, en Kelowna, y Peter. Tocaban Pistol Pete (el nombre artístico de Peter) y su banda The Wild.

Cada vez quedaba menos para el final y yo lo estaba pasando en grande. El 17 de agosto por fin llegué a Victoria con Gagich y pasé unos días con Steve Sxwithul’txw, un productor independiente de Canadá. Fuimos a otro concierto e hice el reto del cubo de agua con un amigo suyo. “Nos aseguramos de que era resistente al agua y podía soportar el fuerte viento que puede causar un coche o un camión al pasar”, dice Au Duong. Por si acaso, me mantuve apartado y me conformé con mirar desde una silla.

Y al fin llegó el gran momento. El 21, preparamos una gran fiesta en el centro de la Sociedad de Arte ‘Open Space’ para celebrar que habíamos conseguido nuestro propósito, yo y toda mi familia. Vinieron más de 200 personas. “Hemos llegado a la conclusión de que los robots pueden confiar en los humanos”, asegura el comunicador. “No solo es sorprendente que nadie robara a hitchBOT, o que no se rompiera ni perdiera por el camino, sino que es increíble lo rápido que transcurrió todo el viaje”. La verdad es que Au Duong tiene razón, a mí se me hizo corto y ya estoy pensado en la siguiente aventura. Quizá esta vez me decida a cruzar el charco.

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Las imágenes de este reportaje son propiedad, por orden de aparición, de la Universidad de Ryerson (1, 2, 3) y hitchBOT