La increíble “abuela” de la Web: la madre de Berners-Lee también fue una pionera
En un barrio a las afueras del Londres de los años 50 vivía un matrimonio con cuatro hijos. Una peculiar pasatiempo divertía a los seis a la hora de la cena: resolver problemas matemáticosproblemas matemáticos. En realidad, la propia profesión de los progenitores era inusual en aquella época. Los dos eran programadores cuando la informática daba sus primeros pasos.
Tan insólito era su trabajo en aquellos tiempos como llegaría a ser el de su hijo mayor. “Aprendimos a disfrutar con las matemáticas en cualquier lugar donde aparecían”, explicaba tiempo después Tim Berners-Lee, aquel primogénito. “La clave de las matemáticas en nuestra casa residía en que eran divertidas”.
De las matemáticas a la astronomía y la informática
Seis décadas antes de que el científico británico inventara la World Wide Web, su madre, una adolescente por aquel entonces, vivía el estallido de la Segunda Guerra Mundial en una pequeña localidad en el condado de Gloucestershire, donde fue evacuada desde su Birmingham natal.
Mary Lee Woods —su apellido de soltera— sufrió los avatares del conflicto bélico a su regreso a Birmingham, pero no dejó de estudiar aunque su colegio quedó prácticamente destruido. Sus progenitores, dos profesores que se habían conocido en una reunión para defender el sufragio femenino, pensaban “que era muy importante que las mujeres sintieran que tenían una alternativa a la de solamente casarse”, así que animaron a la joven a hacer carrera en aquellos años.
Después de trabajar en un centro de investigación del novedoso radar, una labor que no le convenció demasiado, Mary Lee Woods se graduó en matemáticas y se interesó por una materia que consideraba “muy romántica”: la astronomía. El Observatorio del Monte Stromlo, a las afueras de Canberra, le concedió una beca de investigación, así que cruzó el charco para trabajar clasificando estrellas. Allí se dio cuenta de que la astrofísica no era lo suyo —no se le daba demasiado bien el reconocimiento de patrones— y de que le habían asignado el peor trabajo por el mero hecho de ser mujer.
“Cuando regresé a Inglaterra [...] no sabía bien qué hacer, no quería trabajar en espectros estelares. Aunque tenía esa destreza, no quería usarla”, recordaba en una entrevista hace un tiempo. La joven vio entonces un anuncio en la revista Nature: “Los matemáticos quieren trabajar en un ordenador digital”. Intrigada por esas palabras, se dirigió a la biblioteca de Birmingham y averiguó qué era un ordenador.
Le pareció “muy interesante”, así que a principios de los 60 consiguió trabajo como programadora del pionero Ferranti Mark 1. “Se ha hablado de mi madre como la primera programadora de un ordenador comercial”, señalaba con orgullo el propio Tim Berners-Lee años más tarde.
Programando el primer ordenador comercial
En 1948, la Universidad de Manchester había creado Baby, el primer ordenador que hizo funcionar un programa almacenado en su memoria. Ni el famoso Colossus, con el que los británicos rompieron los códigos secretos del ejército alemán, ni el estadounidense ENIAC, considerado como el primer ordenador completamente electrónico de propósito general, fueron diseñados según el principio de programa almacenado.
Alan Turing lideró el desarrollo de los sistemas de programación del hermano a gran escala de Baby, el Manchester University Mark 1. Ferranti, una compañía especializada en ingeniería eléctrica, se ofreció para desarrollar una máquina robusta partiendo de aquel prototipo. Así nació el mencionado Ferranti Mark 1, el primer ordenador electrónico comercial de propósito general.
Dos cabinas, cada una de ellas de 5 metros de largo, 1 metro de ancho y 2,4 metros de alto, alojaban aquella máquina. 4.000 tubos de vacío, 2.500 transistores, 15.000 resistencias y casi 10 kilómetros de cables formaban sus entrañas. Provisto de un sistema único de memoria que podía almacenar un kilobyte de datos en tubos de rayos catódicos y 82 kilobytes de almacenamiento permanente en un tambor magnético, el Ferranti Mark 1 realizaba en dos segundos los cálculos que un humano tardaría un día en realizar, toda una revolución.
A Mary Lee le divertía la compleja labor de escribir programas en código máquinale divertía para que aquel mamotreto los entendiera leyendo cintas perforadas. “Resolver programas, mantener tu mente en la máquina y ser muy, muy preciso, porque la máquina hacía exactamente lo que tú le dijeras que hiciera, incluso si no era lo que que querías decir. Y eso requería mucha disciplina”. Eso la entusiasmaba.
La matemática no solo se convirtió en una pionera de la programación en Ferranti. Las trabajadoras se enteraron de que los hombres cobraban más en la empresa y Mary Lee asumió el cargo de portavoz de todas ellas, pese a que la encargada de la plantilla femenina no les prestó su apoyo.
Carecía de los conocimientos legales para defender su justa causa, así que se dirigió al director de ventas y le preguntó cómo podía convencer al departamento de personal para que atendiera a sus demandas. “Al principio empezó a discutir conmigo y dije ‘no, no, no, no. Entiendo todo eso, lo que quiero saber es qué tengo yo que decir’”, rememoraba Mary Lee. Ayudada por la respuesta, acabó venciendo aquella batalla: “¡Conseguimos la igualdad salarial! Todas las mujeres conseguimos un aumento para ser iguales que los hombres”.
La familia que nació gracias a un ordenador
Por aquel entonces, a Mary Lee le presentaron, hasta en tres ocasiones diferentes, a un matemático de Birmingham que también empezó a trabajar en el Ferranti Mark I de la Universidad de Manchester. Fue entonces cuando nació la historia de amor entre aquel científico, Conway Berners-Lee, y la valiente mujer a la que algunos investigadores comenzaron a llamar Mary Berners-Lee al cuadrado.
“Cuando yo había estado trabajando toda la noche en el ordenador y él necesitaba llamar para [saber] los resultados y yo estaba en la habitación con los teletipos sonando, podía escuchar lo que decía en el teléfono a pesar de los teletipos. Si eso fue por lo que me casé con él, no lo sé”, ha explicado esta investigadora con humor.
Mary Lee planeaba viajar a Italia para probar el Ferranti Mark 1*, el segundo modelo de aquel primer ordenador comercial, utilizado principalmente por la industria aeronáutica. Su primer embarazo le impidió realizar aquel viaje. En 1955, nacía Tim Berners-Lee. “Creían que era mejor para una madre estar en casa con el bebé, y yo fui feliz de hacerlo. Tuvimos cuatro hijos y lo disfruté muchísimo. Pero eso rompe cosas”, afirmaba hace unos años. Abandonó su trabajo en Ferranti pero no dejó la profesión: comenzó a desarrollar programas para pequeñas empresas por su cuenta.
Con el tiempo regresó al ámbito educativo, aunque esta vez como profesora. Impartió matemáticas en un colegio femenino de educación secundaria. “Tim tenía la misma edad que mis estudiantes y sabía, y me pudo ayudar con las matemáticas modernas que habían llegado por entonces y que yo no había aprendido”.
Su hija Helen también le inspiraba a la hora de preparar las clases. Debatía con ella incluso cómo confeccionar una falda guiándose por las matemáticas. Se lo contó a sus alumnas, pensando que les atraería aquella historia. Sin embargo, la miraron con “ojos desorbitados”: “¡Creo que ellas pensaron que estábamos locas!”.
Las aficiones de aquella familia sorprendían a todos los que les rodeaban. Por ejemplo, cuando Conway y Mary Lee decidieron no comprar un televisor para su hogar. Así, en lugar de entretenerse con la caja tonta, sus hijos se divertían creando con sus propias manos. El pequeño Tim fabricaba sus propios juguetes, como un sistema ferroviario que instaló en su habitación. Gracias a su pasión por la electrónica, consiguió incluso que el convoy emitiera un silbido o cambiara de dirección.
Tres de los cuatro hijos de la familia Berners-Lee acabaron dedicándose a la informática. La propia Mary Lee volvió a trabajar en el mundillo. Aprendió a programar en el lenguaje FORTRAN y se dedicó a escribir manuales. Cerró su etapa profesional a los 62 años y pocos meses, el punto medio entre la edad de jubilación de las mujeres y la de los hombres. Lo hizo porque pensó “que la mitad era una edad justa”.
Al fin y al cabo, las matemáticas y una cierta rebeldía habían marcado gran parte de una carrera que dio por concluida en 1987, poco antes de que su primogénito inventara las tres uves dobles. “Bueno, honestamente, la contribución más grande que he hecho a la informática es ser la abuela de la Web, ¿verdad?”, señalaba Mary Lee, entre risas, a comienzos del siglo XXI.
“Creo que ella superó los límites de ser una mujer en esa generación, en matemáticas y en muchos otros caminos”, ha dicho sobre ella su hijo Tim. Hace solo dos años, Mary Lee aún seguía recordando vívidamente aquellos atardeceres en los que toda su familia se reunía para resolver problemas matemáticos. Una afición “enormemente divertida” que no sabemos si han seguido practicando con el paso de los años.
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