Google Maps nos está volviendo idiotas: cómo las 'apps' han arruinado el GPS
Durante los últimos años, conforme los dispositivos basados en la tecnología GPS se han vuelto más comunes, las situaciones ridículas, accidentes e incluso muertes por su culpa han ido haciendo aparición. Aunque en ocasiones se han quedado en anécdotas simpáticas, como la de la pareja que pretendía llegar a la isla mediterránea de Capri y acabó en Carpi, una ciudad de la provincia de Módena, otras han tenido un final menos feliz.
De hecho, cada año se registran nuevos casos en los que la excesiva confianza en el navegador tiene consecuencias nefastas. En Estados Unidos, por ejemplo, una pareja procedente de la Columbia Británica acabó perdida en las montañas de Nevada después de que su GPS les llevara por una serpenteante e inaccesible carretera secundaria. Tras ir en busca de ayuda, el marido falleció debido al frío. Ella, en el coche, fue encontrada siete semanas después, aún viva, tras haber consumido las escasas provisiones de las que disponía. Sin ir más lejos, en España tenemos que lamentar la pérdida de un conductor que, de noche y siguiendo las indicaciones de su GPS, acabó cayéndose a un pantano en Badajoz.
Tal y como explica Greg Milner en su libro 'Pinpoint' —que cuenta la historia del GPS y su influencia en la sociedad actual—, algunas veces el navegador hace su trabajo “demasiado bien”, calculando la ruta más rápida del punto A al punto B. El problema es que ese camino tan eficiente equivale en ocasiones a una carretera que no existe, se encuentra en grave estado de abandono, es poco adecuada para el tipo de coche que se está conduciendo o entraña peligros que solo conocen los conductores de la zona.
“Aunque pueda sonar pedante, merece la pena mencionar que toda representación del mundo es, por su naturaleza, una distorsión, porque es un intento de reducir la complejidad de la realidad”, explica Milner a HojaDeRouter.com. “Esto siempre ha sido el problema y el reto de los datos geodésicos que se han empleado a lo largo de la historia para hacer mapas del mundo”.
El problema no es de la propia tecnología GPS, sino de los sistemas de información geográfica (GIS por sus siglas en inglés) que la utilizan, combinándola con otras disciplinas como la cartografía, la informática y el manejo de bases de datos. En la práctica, el GPS es inútil si no está integrado en algún tipo de tecnología GIS (Google Maps, Apple Maps, Waze...), porque las coordenadas de latitud y longitud que proporciona no sirven de mucho si no se visualizan de algún modo o se colocan sobre un mapa.
“Para simplificar la enorme cantidad de datos procesados cada día, necesaria para proveer millones de mapas, Google Maps usa un modelo de la forma de tierra que es mucho más simple que su forma real, y después convierte los datos”, detalla el escritor. “En un nivel más simbólico, aplicaciones como esta nos dan una visión distorsionada del mundo por la forma en el que lo representan, con conexiones sin obstáculos que te llevarán de forma fácil del punto A al punto B”, añade. “Tal y como muestran las muertes por GPS, el mundo no es así”.
Más allá de que las representaciones que realizan estas 'apps' obvien detalles relevantes del mundo real o nos muestren caminos que no están hechos para ser transitados, el confiar de manera ciega en sus indicaciones, abstrayéndonos de los paisajes que nos rodean, puede tener consecuencias no solo para nuestra seguridad, sino también para nuestra inteligencia.
“Hay evidencias crecientes de que la excesiva confianza en la tecnología de navegación puede debilitar lo que psicólogos y científicos llaman 'el mapa cognitivo'”, explica Milner. Aunque no existe una definición única de este término, el mapa cognitivo vendría a ser la habilidad que tienen los humanos para visualizar su posición en base a lo que los rodea y a cómo se mueven entre esos puntos.
Aunque las evidencias son todavía muy preliminares, confiar demasiado en el GPS, olvidándonos de nuestro entorno, y no ejercitar nuestro cerebro podría producir cambios neurológicos, causando modificaciones en las partes del hipocampo responsables de la conciencia espacial. “Creo que cualquiera que haya usado el GPS para maniobrar por un área que no le es familiar, sin molestarse en consultar un mapa físico, puede atestiguar la manera en la que modifica la forma en la que vemos y en la que interactuamos con el mundo”, afirma el experto.
Una tecnología tremendamente popular
Desarrollado inicialmente con fines militares por el Departamento de Defensa de los Estados Unidos, el GPS se vale de una red de 24 satélites y de receptores capaces de determinar en tiempo real la posición de un objeto. A disposición universal desde el año 2000, navegadores y aplicaciones como Google Maps o Apple Maps lo han convertido en una herramienta tremendamente popular.
“Hay un enorme poder, tanto práctico como económico, en saber dónde se encuentra algo en cualquier momento”, explica Milner. “Pero también hay que tener en cuenta el factor del tiempo. Uno de los secretos mejor guardados del GPS es que se usa más como un dispositivo de medición del tiempo que como uno de posición o de navegación”.
“Los sistemas más complejos del mundo, como las finanzas globales o la telecomunicación, dependen de la precisión temporal”, añade. “Y en última instancia, el GPS es un reloj increíblemente fiable con una señal de tiempo que alcanza cada rincón de la Tierra”. Además, es completamente gratis y sus especificaciones están públicamente disponibles, haciendo que sea fácil diseñar aplicaciones basadas en su tecnología.
A pesar de los accidentes que provoca y de que está modificando no solo nuestra percepción del mundo sino nuestro propio cerebro, el GPS parece destinado a seguir creciendo y convertirse en la base de materias cada vez más variadas, desde la monitorización de terremotos hasta los coches autónomos. Queda en manos de ingenieros y usuarios que se aplique con sentido común, recordando que la tecnología tiene sus limitaciones y que aún debemos levantar la cabeza, mirar a nuestro alrededor y aprender del entorno. Nuestro mapa cognitivo nos lo agradecerá.
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Las imágenes de este artículo son propiedad de Pixabay (1 y 2), Angus MacRae, Thomas Abss