La tecnología afecta al empleo, pero la culpa no es (solo) de Uber ni de los robots

El Foro Económico Mundial vaticina que en el 2020 se habrán perdido cinco millones de empleos a nivel mundial por culpa de la inteligencia artificial, los robots y otros factores relacionados con la sustitución de la mano de obra humana por la tecnológica. Más de trescientos expertos, consultados por investigadores de Oxford y Yale, también han dado su opinión sobre la destrucción de empleo debido a la creciente inteligencia de las máquinas: estiman que los autómatas podrán hacer cualquier trabajo en 120 años.

Otros señalan a los nuevos modelos de negocio de la economía colaborativa, como los de Uber o las empresas de reparto a domicilio, como los causantes de la pérdida de empleos y su precarización. Pero los datos aún no son del todo concluyentes y se desvanecen en augurios y cábalas. Algunos economistas del trabajo apuntan a otras posibles explicaciones para la caída del empleo que sí está confirmada, la que se ha producido, aproximadamente, desde principios de siglo. La relacionan, por ejemplo, con la crisis financiera global y otros efectos macroeconómicos.

Por si aún no había suficientes factores en una ecuación que se complica por momentos, un grupo de economistas del prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y de la Universidad de Harvard añaden otra variable: la de las compañías “superestrella”, como han bautizado a un puñado de empresas, generalmente de base tecnológica, que dominan el panorama económico mundial.

“Siempre las ha habido, pero el incremento en su número parece haber arrancado hace unos 30 años”, dice a HojaDeRouter.com el investigador del MIT John Michael Van Reenen, uno de los defensores de esta teoría y coautor del estudio en el que se recoge. Seguro que los nombres de las firmas te suenan: en la lista de ‘celebrities’ corporativas de Van Reenen y sus colegas figuran tanto las experimentadas Google, Amazon, Facebook y Apple como las relativamente novatas Airbnb, Tesla y Uber.

Mientras que unas pueden presumir de haber construido todo un imperio, otras aún están asegurando sus cimientos. Todas, no obstante, tienen ciertas características en común, como su rápido crecimiento, su presencia en varios sectores y su fuerte componente tecnológico.

Han ganado músculo alimentadas por los cambios tecnológicos, la globalización, mastodónticos mercados internacionales y las escasas leyes que regulan la competencia en Estados Unidos. Por una parte, la llegada de internet ha hecho los precios más transparentes, permitiendo a los consumidores identificar al vendedor que ofrece mayor calidad o menores precios. Por otra, productos tecnológicos como el ‘software’ tienen altos costes fijos de producción pero bajos costes marginalescostes marginales, lo que beneficia a las grandes empresas.

A los anteriores hay que sumarle otro factor. “En los sectores de alta tecnología digital hay efectos de red”, dice el economista del MIT. Si una compañía consigue hacerse con un buen pedazo de pastel en el mercado, su atractivo se dispara entre los consumidores que tienden a copiarse entre sí. Dicho de otro modo, todos acabamos comprando lo mismo y en los mismos sitios.

Esta posición dominante, que se han ganado a pulso, puede explicarse por diferentes motivos: “Porque los desarrolladores quieran escribir código para una plataforma importante [como Microsoft Windows]; porque los ingresos por publicidad sean los mayores del sector [Google]; debido a algoritmos más inteligentes [Facebook]…”, enumera Van Reenen. Y fuera del universo puramente tecnológico, una logística más eficiente, precios bajos o una regulación holgada permiten a estas firmas diferenciarse de la competencia.

Una carrera de fondo

El problema es que cada vez son más. La tendencia ha cogido velocidad desde finales del siglo pasado y salpica ya a casi todos los sectores, de las finanzas al transporte o la vivienda. En este sentido, el estudio sugiere que el modelo de organización y de crecimiento de estas compañías podría estar detrás de la metamorfosis sufrida por el mercado laboral, especialmente palpable desde el año 2000.

Los autores han analizado el caso de Estados Unidos, pero el problema se replica en muchos otros países: la economía se ha ralentizado, a pesar del vertiginoso desarrollo tecnológico que se ha experimentado desde entonces.

¿Y entonces no es culpa de los robots, la automatización y la economía colaborativa? Van Reenen admite que tienen parte de responsabilidad. “Es muy probable que haya un cambio continuo de empleo a jornada completa por media jornada, colaboraciones, etc.” Pero, en su opinión, la precariedad no tiene por qué traducirse en una caída en el número de trabajadores. “La tecnología destruye empleos, pero crea otros nuevos”.

Las compañías superestrella, por su parte, destacan por su alta productividad y eficiencia y un volumen de ingresos que supera con creces el de otras firmas de su mismo sector, factores que las posicionan como líderes en el mercado. Su superioridad impide que esas empresas puedan competir con ellas o conseguir emularlas. “Hay evidencias de que esta brecha productiva se está haciendo más profunda”, señala el economista. “Esta podría ser parte de la causa de la ralentización”.

Pero aún hay otra tendencia preocupante que acompaña a la anterior, recogida en otro estudio firmado por Van Reenen y sus colegas. Si bien lentamente y con algún que otro frenazo brusco, la economía ha seguido creciendo. Los sueldos, sin embargo, no han aumentado al mismo ritmo. En términos económicos, esto se traduce en que, en la mayoría de países occidentales, ha disminuido la porción de la renta nacional destinada a los salarios de los trabajadoresrenta nacional desde finales del siglo pasado. Para los países de la OCDE, el porcentaje cayó un 3 % entre 1990 y 2009.

Después de analizar la evolución de las empresas de diferentes sectores para buscar las causas de este fenómeno, las pistas les llevaron, de nuevo, a las compañías superestrella. A pesar de su alta productividad, estas firmas pueden invertir un bajo porcentaje de sus ingresos en salarios —aunque las pagas que ofrecen son altas— debido a su gran eficiencia o unos beneficios que aumentan exponencialmente mientras el coste de la mano de obra se mantiene estable.

Sin embargo, por muy rápido que avancen y crezcan, no son imparables. Hay maneras de obligarlas a cambiar su modelo de negocio y contratación. “Responden al entorno legal”, indica Van Reenen. Solo “un debilitamiento de la globalización o un endurecimiento de las leyes que regulan la competencia podría atenuar su crecimiento”. Algo que, según el economista, no tiene ninguna pinta de hacerse realidad.

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Las fotografías de este artículo son propiedad, por orden de aparición, de Yaircohen90, Guerrilla Futures y Barmala