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Cuenta Santi que Karl, su padre, era famoso en toda Ciutadella. En aquella Menorca de posguerra eran pocos los niños extranjeros que vivían en la ciudad. Y todos llegaron con Karl. Habían cruzado media Europa en tren dentro de un plan que les ofrecía recuperarse en la soleada España de los horrores que habían vivido en la Segunda Guerra Mundial en sus países. Una iniciativa humanitaria que escondía una finalidad “propagandística” con la que el régimen franquista buscó romper su “aislamiento” internacional.
Europa, mayo de 1945. La rendición de Alemania puso fin a seis años de guerra mundial y a uno de los periodos más oscuros del continente. Y España, como resume la historiadora Lurdes Cortès–Braña, descubría que había quedado “en la parte equivocada de la Historia”. La dictadura franquista había sobrevivido, pero estaba cada vez más aislada. “Fue vetada en las conferencias de Potsdam y San Francisco que diseñaron el nuevo orden mundial, expulsada de la ONU y, además, en 1946 Francia decidió cerrar su frontera”, enumera.
Ante aquel panorama, el régimen buscó fórmulas que no sólo le ayudaran a mejorar su imagen, sino también a romper aquel “ostracismo internacional”. Y una de ellas fue un complejo plan por el que traer a España a niños europeos para que pudieran recuperarse de la Segunda Guerra Mundial y darles “generosa hospitalidad en su suelo”. “La idea se vendió como un plan humanitario, pero tenía un objetivo claramente político. De hecho, levantó las suspicacias de algunos países y organizaciones hasta el punto de que el ministro de Exteriores Alberto Martín Artajo se encargó de recalcar justamente eso en sus comunicaciones, que era una idea ‘ausente de todo matiz político’ y que se hacía por ‘puro sentimiento humanitario”, explica la doctora en Historia. Como otros proyectos del régimen, aquel también se presentó como algo faraónico: en noviembre de 1945 se propuso que llegaran 50.000 niños. La cifra real no llegó a un 10%.
La idea se vendió como un plan humanitario, pero tenía un objetivo claramente político. De hecho, levantó las suspicacias de algunos países y organizaciones hasta el punto de que el ministro de Exteriores Alberto Martín Artajo se encargó de recalcar justamente eso en sus comunicaciones, que era una idea ‘ausente de todo matiz político’ y que se hacía por ‘puro sentimiento humanitario
El acogimiento temporal de ‘los niños de la guerra’
“España aseguraba que había recibido múltiples peticiones de organizaciones humanitarias, cuando lo cierto era que el régimen se les había acercado por iniciativa propia”, destaca la historiadora. De hecho, la idea ni siquiera era una novedad. Cortès–Braña afirma que fue justamente el “espléndido aislamiento” español el que hizo que desconocieran que hacía años que en Europa se organizaban operativos para acoger temporalmente a los niños víctimas de la guerra. “Entre 1942 y 1950 la Cruz Roja Suiza gestionó la acogida de unos 180.000 niños para una estancia de recuperación de tres meses”, señala.
Lo de España, sin embargo, se veía con otros ojos. Por un lado, por la situación económica y social que se vivía en el país. “Aún estábamos con la miseria de la posguerra y las cartillas de racionamiento”, recuerda la historiadora. Pero también estaba el tema político. El Partido Comunista de Austria, por ejemplo, denunció que se alimentaría a los niños a costa del hambre de los españoles, y que se les pretendía “bendecir con una educación fascista”. De hecho, cuando Cáritas de Austria decidió ir adelante con el plan fue “a condición de que quedase en manos de Acción Católica Española” y sin la participación de Falange. “Sin embargo, Falange intervino en el operativo de acogida, y el papel del propio Franco fue tan destacado que él mismo acogió a tres niñas austriacas”, subraya la autora de Un asunto de Estado: la acogida de niños austriacos en la geopolítica del primer franquismo.
El Partido Comunista de Austria denunció que se alimentaría a los niños a costa del hambre de los españoles y que se les pretendía 'bendecir con una educación fascista'. 'Falange intervino en el operativo de acogida, y el papel del propio Franco fue tan destacado que él mismo acogió a tres niñas austriacas', asegura la historiadora
La apertura de la frontera con Francia en 1948 fue definitiva para que el plan echara a andar. A partir de febrero de 1949 y hasta finales de 1959 llegaron a España 2.981 niños austriacos y 974 alemanes en un total de ocho expediciones. “Alemania y Austria había sido el Reich, eran los malos, y esos niños no participaron en los viajes humanitarios hasta después de la guerra. Y, cuando Franco consiguió sacar adelante su proyecto, eran los que estaban en peor situación”, afirma la historiadora.
La apertura de la frontera con Francia en 1948 fue definitiva para que el plan echara a andar. A partir de febrero de 1949 y hasta finales de 1959 llegaron a España 2.981 niños austriacos y 974 alemanes en un total de ocho expediciones
Un “asunto de Estado”
Materializar el plan fue toda una odisea. El sistema de transporte estaba “completamente desestructurado” y los niños sólo pudieron llegar a España “en trenes cedidos por los británicos”. “Aun así, el plan consiguió extenderse y alcanzar a todo el país, incluso a Canarias. De hecho ése era el objetivo porque se trataba de un asunto de Estado”, afirma.
A Balears llegaron 102 menores –96 austriacos y seis alemanes– entre abril de 1949 y abril de 1950, que acabaron repartidos entre Menorca y Mallorca. En ésta última isla, se sabe que residieron entre Palma, Sóller y Felanitx. “La mayoría fueron acogidos por familias acomodadas porque el régimen buscaba quedar bien y que pareciera que en España atábamos a los perros con longaniza. Pero es evidente que también pesaba que fueran católicas”, señala.
En el listado de familias mallorquinas de acogida destacan apellidos como Orlandis, Oleza, Calvet u Oliver, y los nombres de Fausto Morell o María Garau, viuda del industrial Manuel Salas. También la familia Moll tuvo un papel relevante. Por un lado, el filólogo y profesor Francesc de Borja Moll publicó el mismo 1949 una suerte de diccionario, el ‘Sumario de alemán para hablar con los niños austriacos’ –bajo el pseudónimo de Fritz Hartmann– con la idea de facilitar la comunicación entre los menores y sus acogedores. Por otro –como recupera Alejandro Casadesús en el estudio ‘Alcover, Moll i la llengua alemana’–, su hermano Bep también acogió a un niño austriaco en Menorca: Adolf Brückler. Uno de los hijos del filólogo contó a Casadesús que, cuando un día jugaban en una cueva de Macarella, se desató una tormenta. Y aquel niño estaba “tan marcado por la guerra” que, “al oír los truenos, se escondió en el rincón más hondo y no quería salir”.
El filólogo y profesor Francesc de Borja Moll publicó el mismo 1949 una suerte de diccionario, el ‘Sumario de alemán para hablar con los niños austriacos’ -bajo el pseudónimo de Fritz Hartmann- con la idea de facilitar la comunicación entre los menores y sus acogedores
Entre la miseria y la desmemoria
“Mi padre tenía seis años cuando llegó a Menorca y recordaba muy poco de la guerra. Sí tenía la imagen de cuando bajaban al sótano cada vez que empezaba un bombardeo, pero poco más. Lo cierto es que su padre había perdido una pierna luchando en el frente”, explica Santi Bock. Su padre, Karl Bock, fue uno de aquellos niños austriacos que llegó a Menorca. El menor de una familia con tres hijos que vivía en Viena y que decidió apuntarse a aquel programa de acogida temporal en España.
“Cáritas de Viena enviaba personal a las escuelas para que explicaran la iniciativa. En aquel momento muchas familias estaban en la miseria absoluta, pasaban hambre y vivían entre ruinas, en infraviviendas o incluso en trincheras”, relata la historiadora. Todos los niños que se inscribían en el programa pasaban primero por una revisión médica. “Podían estar débiles, pero no enfermos”, señala. “En el caso de mi padre, sus dos hermanos mayores se quedaron porque tenían edad para ayudar a la familia y les necesitaban. Por eso decidieron enviar al pequeño”, añade Santi.
Mi padre tenía seis años cuando llegó a Menorca y recordaba muy poco de la guerra. Sí tenía la imagen de cuando bajaban al sótano cada vez que empezaba un bombardeo, pero poco más. Lo cierto es que su padre había perdido una pierna luchando en el frente
Karl y otros tantos niños llegaron a Barcelona después de haber pasado dos días recorriendo Europa en tren. “De aquel viaje recordaba que sólo había comido pan y chocolate negro”, dice Santi. Cuenta la familia que hasta la Ciudad Condal se desplazó el que iba a ser su ‘padre’ de acogida, y que no era otro que el capellán Jaume Gener. Su hermana Magdalena haría las veces de ‘madre’. El estudio de Cortès–Braña demuestra que lo de Karl fue un caso especial, pero no único. Entre los acogedores hubo alcaldes, organizaciones religiosas e incluso obispos como el de Jaén.
En casa de los hermanos Gener –en la que también vivían sus padres–, Karl Bock se convirtió en el mimado. “Estaba más consentido, le cuidaban muchísimo y era como un hijo único. También era un pillín, pero se adaptó muy bien y enseguida hizo amigos”, afirma su viuda, Margarita Florit.
En aquellas calles de Ciutadella en las que corría y jugaba, Karl destacaba entre el resto de niños. “Siempre fue muy guapo, pero es que un niño extranjero de esa edad en aquella época era noticia”, asegura Margarita. Su perfil –ojos azules y pelo rubio platino– había sido uno de los más buscados entre las familias de acogida. Tanto que, según los testimonios recogidos por Lurdes Cortès–Braña, en los lugares y expediciones en que no hubo buena organización, la llegada de los niños se acabó convirtiendo en una suerte de subasta.
De los repetidores a la adopción
“No sabemos qué vio mi padre en Menorca para que cuando regresó a Viena le dijera a su familia que quería volver a la isla”, recuerda Santi. Según la historiadora, se calcula que entre 1950 y 1959 se dieron en España unos 900 retornos –costeados por las familias españolas–, especialmente durante los veranos. Para muchos, la vuelta a sus países rozó el shock: algunos habían olvidado el alemán, otros no conseguían reintegrarse en la escuela y menos en el nivel que correspondía a su edad y a los que habían ido a parar a las familias más adineradas, les costó “adaptarse a no tener coche o servicio”.
Para muchos, la vuelta a sus países rozó el shock: algunos habían olvidado el alemán, otros no conseguían reintegrarse en la escuela y menos en el nivel que correspondía a su edad y a los que habían ido a parar a las familias más adineradas, les costó 'adaptarse a no tener coche o servicio
Karl Bock también fue uno de esos repetidores. Y nadie recuerda a ciencia cierta cuándo se decidió que sus estancias temporales se convirtieran en algo definitivo. El objetivo del plan nunca había sido que los niños fueran adoptados. De hecho, Cortès–Braña señala que era una de las primeras advertencias que se hacía a las familias y que eso motivó que muchas decidieran no participar. Sin embargo, las adopciones –“formales e informales”– acabaron por llegar.
“Karl nunca dijo que echara de menos a sus padres o a su familia, o su país. Supongo que si hubiera sido así no se habría quedado o habría viajado a verles más a menudo”, plantea Margarita. Su padre murió cuando él era aún adolescente y su madre fue a verle a Ciutadella cuando cumplió los 18. Karl sólo viajó a Viena para la boda de su hermano Gustav, quien llegó a vivir en la ciudad menorquina durante unos siete años después de casarse. “Él trabajaba en una fábrica de bisutería y su mujer era peluquera, pero acabaron por volverse a Austria, creo que porque ella echaba mucho de menos a su familia”, señala Santi. A día de hoy, sus hijos siguen visitando Menorca con frecuencia.
En su nueva vida en Menorca, Karl Bock también olvidó el alemán –“En aquel momento no tenía posibilidad de hablarlo con nadie”, dice su hijo–, fue a la escuela del Seminari y a la D’Es Born antes de que el capellán Jaime Gener le convenciera de pasar unos meses en Barcelona para estudiar mecanografía. A su vuelta abrió en Ciutadella la primera escuela de toda la isla para aprender a escribir a máquina. Y así, pasó de ser “Karl el austriaco” a “Karl el de Mecanografía Viena”.
“El éxito fue asombroso. Creo que por la academia pasaron todos los niños de la ciudad. Teníamos 30 máquinas de escribir y las clases se llenaban cada hora”, explica Santi. La fama de la academia creció hasta el punto de que eran muchas las empresas que buscaban personal entre sus alumnos. “Creo que la oficina del paro y de colocación en Ciutadella era la nuestra”, bromea.
Después de que el propio capellán le pidiera permiso al padre de Margarita, Karl y ella iniciaron un noviazgo que acabó en matrimonio y en nueve hijos: seis chicas y tres chicos. “Cuando no estaba en la academia estaba con su familia. También cazaba y pescaba, pero no era hombre de bares”, recuerdan. Karl falleció de un infarto –el segundo que sufría– cuando tenía sólo 48 años.