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Porque la verdad es

Miguel Bosé, a su llegada al restaurante donde se celebró el evento

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Mientras buena parte del mundo miraba al cielo de París, cerca de un millar de personas arrancaba de cuajo uno de los estandartes del carácter mallorquín. Josep Pàmies y Miguel Bosé se cargaron la leyenda por la cual un mallorquín no se mueve más de lo necesario bien por la meteorología, bien por la extrema distancia que separa dos puntos, calculada casi matemáticamente en torno a los 12 kilómetros. Sí, un viernes por la tarde, con 34 grados húmedos y en un lugar que no te pilla de paso se celebró el evento Libertad de expresión, Libertad de terapias.

El aparcamiento del complejo hostelero donde se celebró el acto estaba lleno cuando quedaba una hora para empezar y en el acceso al recinto se apostaban cámaras y periodistas de diferentes programas de televisiones nacionales, vetados por la organización. Sin embargo, sí dejaron acceder a los fotógrafos y a los periodistas de medios escritos.

Dentro, un “dudacionista”, como se definió él mismo, se mostró “dispuesto a escuchar. He estado pensando si drogarme antes de venir, pero pa qué”, confesó medio en broma y muy en serio.

“Para mí, una de las mejores presentaciones del agua de mar es la de Eivissa y Formentera”, dijo un señor educadísimo de Barcelona, vacunado y lector intermitente de El Diario. “Yo la consumo”, siguió Josep. Hasta Nadal se tomó una quinton en un partido allá por el 2015. “Yo soy enfermera y me interesa mucho la parte alternativa”, explicó la acompañante de Josep.

El público se levantó para recibir entre aplausos al curandero y éste fue el encargado de presentar al autor de Amante bandido. Miguel Bosé salió al escenario con una planta de estevia, lo que provocó el aplauso unánime del respetable. La estevia fue, según Pàmies, el origen de su persecución. Resulta que empezó a utilizarla cuando en España no estaba legalizada y por consejo de Ferran Adrià, que buscaba endulzar platos de forma más natural. Tampoco quiso olvidarse de la ayuda que recibió de Quique Dacosta y Santi Santamaría. “A mí se me complicó la vida con la estevia”, resumió.

Evitar cirugías cardíacas, homeopatía para embarazadas, vacunas como terapias génicas, alternativas a la medicina oficial que en muchos casos se queda corta. Plandemia, 5G. Las plantas para evitar los daños de la radiación nuclear, garantizar al consumidor toda la información veraz, crear una moneda que le sirva a todo el mundo, los gobiernos títeres, la mafia farmacéutica. La democracia fascista que tenemos, las propiedades del kalanchoe para curar el cáncer y otras plantas para el ELA. La marihuana para la esclerosis. David contra Goliat. La agüita amarilla. Es sólo una pequeña parte de lo que se escuchó en un encuentro cuyo acceso era bajo reserva y mediante el pago de 10 euros únicamente en metálico. Y un mensaje de esperanza: “No tengáis miedo, hay solución”.

Pàmies se refirió a los periodistas como “esclavos de su sueldo que no pueden desarrollar sus ideales. Algún día, habrá un Pulitzer para quien investigue esto”. Después de estar más de 16 minutos hablando de los vetos a los que se enfrenta desde hace años, exclamó un “¡multadme, que a mí ya no me afecta!”.

Bosé se hizo con el micro y expandió su ya característica voz por la enorme sala repleta de gente muy diversa. Había familias con carritos de bebé. En un momento de su alocución, Bosé llamó la atención a un fotógrafo por su cercanía al escenario y un miembro de la organización se acercó para solventar lo que no pasó a mayores. “Vamos a liberar muchas patentes bloqueadas por farmacéuticas y aseguradoras”, continuó el cantante. “Tenemos que estar muy firmes y muy seguros de que estamos del lado de la verdad. Porque la verdad es. Y es para siempre”. Bosé apeló al “sol, el aire, el mar, esas cosas que no se pueden patentar”. Cuando Bosé se declaró “orgullosamente negacionista”, los asistentes rompieron en aplausos y así, en alto, terminó la intervención del artista.

“Somos seres sagrados”

No acabó ahí la cosa, que duró más de tres horas. Pàmies y Bosé, en el centro del escenario, se rodearon de siete personas relacionadas con el mundo de la medicina, como médicos con más de cuarenta años de ejercicio profesional. “La medicina es la risa, hacer el amor, el baile, cantar. Como decía Gregorio Marañón, el médico que sólo sabe de medicina, ni medicina sabe”, parafraseó otro. Otro doctor confesó haber robado un cadáver del Clínico de Madrid para llevarlo a la Universidad Autónoma, lo que definió como “un acto de amor”. Además, invitó a los asistentes “a ser atrevidos” y reconoció sus experiencias trascendentales con las drogas: “Estamos retomando el contacto con nuestro espíritu porque somos seres sagrados”. El aplauso se prolongó varios segundos.

Una señora conectada a una máquina de oxígeno se dirigía hacia la salida mientras en el escenario otro de los ponentes exclamaba: “¿Cómo creéis que hemos llegado hasta aquí?, ¿con voltaren?, ¿con omeprazol?”. Y habló de las estrellas. Bosé apuntilló el tema al recordar que “el otro día, una conocida presentadora de televisión, se atrevió a decir que la medicina era una ciencia exacta”. El público se carcajeó.

Faltaban 10 minutos para las nueve de la noche cuando Bosé dijo que se tenía que ir porque es padre y había encajado a los niños. Fuera, unas cajitas de cartón, apuntó Pàmies, “las cajas de resistencia para pagar todo esto y, sobre todo, los gastos judiciales. Para los que puedan”.

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