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ENTREVISTA Lucía Graves, escritora e hija de Robert Graves

Lucía, hija de Robert Graves: “La correspondencia entre mis padres demuestra una conexión muy especial”

Esther Ballesteros

Mallorca —
20 de julio de 2022 22:36 h

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Más de 8.000 cartas recopiladas hasta el momento, numerosas de ellas escritas desde Mallorca, y otras miles aún repartidas en museos, archivos y colecciones privadas. La obra epistolar del afamado poeta británico Robert Graves, quien, siguiendo los consejos de Gertrude Stein, se trasladó en 1929 a Mallorca (instalándose en el pueblo de Deià) junto a la también escritora Laura Riding para continuar desplegando el genio intelectual que ya había sembrado hasta entonces, fue tan intensa como lo fue su propia vida.

El reciente congreso internacional celebrado en Palma para analizar la correspondencia del autor de 'Yo, Claudio' ha dado a conocer los aspectos más relevantes de su vida y su obra a la luz de las numerosas misivas que envió a personajes de toda índole, entre quienes se cuentan la propia Stein, mecenas y madrina de las primeras vanguardias del siglo XX, y poetas como el también crítico Derek Stanley Savage, T.S. Eliot –quien como director de la editorial Faber publicó ‘La Diosa Blanca’ de Graves– y Siegfried Sassoon, su camarada en el regimiento de los The Royal Welch Fusiliers y con quien compartió los momentos más duros en las trincheras de la Primera Guerra Mundial.

Su hija Lucía (Devon, Inglaterra, 21 de julio de 1943), una de las grandes apasionadas de la trayectoria de Graves, habla de la relación que sus padres, Robert y Beryl, mantuvieron por carta y, sobre todo, de aquellas misivas en las que “empezaron a decirse que se querían”, allá por 1938. “Tenían un vínculo muy fuerte que se trasluce en todas las cartas, hasta el final”, asegura.

Terminada la guerra, la familia Graves –Robert, Beryl y sus hijos William, Lucía y Juan– se instaló en 1946 en Deià, entonces un remoto pueblo agrícola de unos 500 habitantes cuyas casas de piedra y su ubicación entre montaña y mar fascinaron al escritor, que regresaba así a la tierra que le había cautivado años atrás. Desde esta pequeña localidad situada en plena Serra de Tramuntana, Graves escribió cartas a diario. “Vivíamos en Mallorca y esa era la única forma de comunicación”, recuerda Lucía en esta entrevista con elDiario.es, en la que se sumerge en recuerdos y anécdotas de la vida cotidiana.

¿Qué ha supuesto para usted leer las cartas que se escribieron su padre y su madre?

Yo ya había visto estas cartas antes, pero cuando murió mi madre [en 2003] se donaron a la Universidad de Oxford, donde las conservan, y al celebrarse este congreso se me ocurrió que me gustaría muchísimo estudiarlas y hablar sobre ellas. Y una vez que te pones a leerlas te das cuenta de lo que había entre ellos: algo muy especial. Esta correspondencia va desde el principio de su relación, en 1938 ó 1939, hasta pocos años antes de morir mi padre. De esta primera época solo tengo las cartas de mi padre a mi madre. Ella estaba en Estados Unidos, con [Laura] Riding y el resto de los miembros de su grupo con los que seguía trabajando en varios proyectos, y mi padre había venido a pasar un mes en Inglaterra, después de que Laura le dejase por Schuyler Jackson. Así pues, justo antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial es cuando Robert empieza a escribirle a Beryl. Y ella, dándose cuenta del gran amor que crecía entre ambos, se desplazó a Inglaterra para estar con él. Ya no regresaron a Estados Unidos y a partir de entonces permanecieron juntos toda la vida. Las primeras cartas son estas. Él le decía que guardaba todas sus cartas, que eran muchas, tantas que casi formarían un libro, pero no sé qué se hizo de las cartas de Beryl.

¿Cuándo entró en escena Mallorca?

Nosotros pasamos la guerra en Inglaterra, no nos podíamos mover de allí. Fue en 1946 cuando todos nos vinimos a Mallorca, a vivir a la casa que mi padre había construido con Laura. Naturalmente, todas las cartas entre mis padres existen porque hay una separación. Cuando empezaron a compartir su vida cesaron las cartas. Sin embargo, se reanudaron en 1944, cuando mi madre tuvo a mi hermano Juan y estaba en el hospital. Entonces se cartearon continuamente, con mi padre contándole cosas domésticas, visitas de amigos, o que si mi hermano William o yo habíamos hecho esto o aquello... Pero lo que se ve desde un principio es cómo él comparte con ella sus ideas tanto sobre su obra en prosa como sobre su poesía. Tenían un vínculo muy fuerte que se trasluce en todas las cartas, hasta el final.

Fue en 1946 cuando todos nos vinimos a Mallorca, a vivir a la casa que mi padre había construido con Laura. Naturalmente, todas las cartas entre mis padres existen porque hay una separación

¿Algún fragmento en particular que rememore especialmente?

Había uno en concreto. Cuando nació mi hermano Juan, mi padre escribió un poema que se titulaba 'A Juan en el solsticio de invierno', y se lo mandó a mi madre. Es un poema que ahora es muy conocido. Mi madre le contesta: “He leído el poema de Juan: me quedé sin aliento y casi no me atrevo a mirarlo de nuevo”. Es muy emocionante todo esto. Después hubo unas cartas que se escribieron cuando mi hermano William (o Guillermo) sufrió un accidente y estuvo en un hospital en Barcelona. También hubo cartas entonces. Y luego vinieron las cartas que se escribieron cuando él se fue a Estados Unidos a dar conferencias para poder pagar nuestros colegios. También mi madre a veces viajaba a Rusia con amigos –le interesaba mucho la cultura rusa–. Entonces se carteaban y por eso hay tantas cartas entre ellos, unas 190 en total. Mi padre también escribió algunos poemas en formato de carta –como uno muy largo dedicado a su amigo Sassoon después de la guerra de 1914–. Y también de esto se ha hablado en el congreso.

Cuando nació mi hermano Juan, mi padre escribió un poema, que ahora es muy conocido. Mi madre le contestó: 'He leído el poema de Juan: me quedé sin aliento y casi no me atrevo a mirarlo de nuevo'

¿Quién se ocupa de conservar todas estas cartas?

Mi hermano William y su hijo Felipe. Entre los dos están recogiendo y digitalizando muchísimas cartas. Hay cartas en muchos centros, en la Biblioteca Pública de Nueva York (en la Berg Collection), por ejemplo, o en St John’s College, en la Universidad de Oxford, por nombrar solo dos. Y también hay mucha gente que tiene cartas de mi padre pero que aún no las ha entregado. William ya ha localizado unas 9.000 y puede haber muchas más.

¿Con quiénes se carteaba?

Con gente muy interesante del mundo literario o con quienes investigaba algún tema específico relacionado con alguna obra que estuviese escribiendo. Vivíamos en Mallorca y esa era la única forma de comunicación. El correo llegaba de forma continua a casa. Aunque hay que pensar que las cartas van desde que era muy joven, porque, cuando tenía 20 años, mi padre ya había publicado poesía y entonces ya se carteaba con otros poetas y personas conocidas. Pero sobre todo desde Deià hubo muchas cartas. En esos tiempos todo el mundo se escribía cartas. Y en casa no había teléfono. Lo que leo en muchas cartas de mi padre es, por ejemplo: “Acabo de telegrafiar a tal o a cual”. Había servicio de telégrafos y la gente se mandaba telegramas.

¿Transmiten las cartas la evolución de su padre tanto a nivel personal como literario?

A nivel literario sobre todo. Pero, para mí, la correspondencia entre mis padres es como un guion sobre la intimidad entre ambos, que va desde lo emocional a lo práctico. Mi madre se va preocupando por él: “No pierdas esto”, “¿Estás bien?”. Y él, al envejecer, seguía mostrándose vivaz, espontáneo e inteligente. El sentido del humor siempre aparece en ambos. En una de las últimas cartas, él le dice: “De memoria estoy fatal, pero de salud estoy estupendo” [se ríe].

¿Cómo se refleja en las misivas la relación de Robert Graves con Mallorca?

Hay muchas anécdotas reflejadas en ellas. Él tenía muchos amigos en el pueblo, le conocían muy bien y era muy familiar con todo el mundo. También hay una carta en que le habla a mi madre de que en el pueblo quieren volver a poner una obra sobre los Reyes Magos. Cuando estaba mi madre en Barcelona con Guillermo, le dijo en una carta: “Hoy hemos bajado a la cala y Juan [que debía tener tres o cuatro años] ha corrido hasta abajo y no se ha caído ni una vez”. Cosas que te emocionan mucho porque es el día a día, pero es también, no sé... Son tus padres, son cosas que uno no nota cuando eres pequeño y que sobre todo se valoran con el paso de los años.

¿Sentía quizás un cierto aislamiento en Deià respecto a otros lugares en los que había vivido? 

No, en absoluto. Él estaba en su casa. Yo tampoco tuve nunca esa sensación. Estaba en su casa y era su mundo. No lo comparaba con ningún otro mundo. Nunca. Venía mucha gente a visitarlo. Me acuerdo de que a mi hija menor una vez le estábamos hablando y yo le dije a mi padre: “Ella no ha estado nunca en Inglaterra”. Y mi hija me miró y me dijo: “Sí, he estado en Deià”. Y nos reímos. Allí todos hablábamos inglés en casa, así que podía pensar que aquello era Inglaterra... Tenía como dos años. Otra anécdota que recuerdo fue cuando, en una de las primeras veces que mi padre fue a Estados Unidos a dar conferencias, llevaba una 'sobrassada' para regalar y al entrar en el aeropuerto en Nueva York se la quitaron. Se lo contó a mi madre en una carta. “Espero que me la devuelvan al regresar”, le decía.

Ya no sabemos si la recuperó...

[Risas] No, no lo sabemos. Tampoco me acuerdo... Imagino que no...

¿Recuerda algún detalle del viaje que les llevó de Inglaterra a Mallorca en 1946?

Yo no lo recuerdo, pero por lo visto lo hicimos con el mismo piloto que había llevado a Franco de Canarias a Tetuán... Sé de este viaje que tardamos tres días de Londres a Mallorca –entre otras cosas, porque la isla era todavía zona militar y había que pedir un permiso–. Y mi madre me contaba que cuando aterrizamos en el aeropuerto del Prat estaba todo lleno de ovejas dispersándose. A veces me pregunto qué debió de pensar mi madre al llegar a Deià con sus tres hijos pequeños –mi hermano menor, Tomás, nació en Mallorca–. Pero sé lo feliz que fue allí, durante todos aquellos años que siguieron.

A veces me pregunto qué debió de pensar mi madre al llegar a Deià con sus tres hijos pequeños –mi hermano menor, Tomás, nació en Mallorca–. Pero sé lo feliz que fue allí, durante todos aquellos años que siguieron

¿Qué cree que ha cambiado desde entonces hasta la actualidad?

Pues sobre todo un aspecto: una de las cosas que ya no hacemos es escribir cartas. Ahora podemos corregir errores en un email, pero en las cartas éramos más espontáneos, y a la vez pensábamos con más claridad. Es lo que se ve en las cartas de mi padre, una mente muy clara, unas oraciones muy bien escritas que no necesitan corrección. Y también lo más interesante siempre está en los márgenes, en las cosas que apuntaba en letra diminuta al final de las cartas: posdatas, cuando ya no le cabía nada. Apuraba el papel. Y en esas anotaciones se puede leer “te quiero mucho” y “besitos”. Es algo muy bonito que realmente emociona.

¿Era su padre una persona concienciada con las problemáticas sociales?

Las problemáticas no eran las mismas –la sostenibilidad, por ejemplo– y sería injusto comparar épocas. Pero era un hombre que ayudaba siempre a los demás. Un ciudadano excelente en cuanto a ciudadano mundial. Y sí, preocupado por los demás, incluso por los animales. Aún recuerdo cuando el hombre llegó a la Luna. Decía que a la Luna había que dejarla sola y en paz.

Mi padre era un hombre que ayudaba siempre a los demás. Preocupado incluso por los animales. Aún recuerdo cuando el hombre llegó a la Luna. Decía que a la Luna había que dejarla sola y en paz

¿Cómo cree que se valora la obra de Robert Graves en la actualidad?

Yo no lo puedo decir, es algo que debe valorar el mundo exterior a la familia... Pero es muy bonito ver todo lo que está haciendo la Fundación Robert Graves y las visitas permitidas a la casa de mi padre. Yo creo que sí, que hay mucho interés en su vida y en su obra. Es un legado que sigue vivo.