Los poetas del rey musulmán de Menorca que escribía cartas de amor a hombres
Todas las sociedades necesitan mitos fundacionales. Hacen falta, en todos lados y en todos los tiempos, narrativas más o menos épicas que pongan la primera piedra del edificio que luego se hará palabra santa, rito, liturgia, costumbre y tradición. Menorca no es la excepción. Este martes se celebra la 'Diada del poble de Menorca' en conmemoración de la conquista de la isla por parte de las tropas del rey Alfonso III de Aragón. Un episodio que ponía fin al período musulmán en la isla y marcó el inicio de la identidad menorquina –casi– tal cual la conocemos hoy. Un suceso que cubre con el manto vetusto de la “Reconquista” una de las etapas más florecientes, prósperas, culturalmente ricas y –paradójicamente– menos estudiadas de este territorio: la era de los musulmanes en la isla, conocida como 'Madina Manurqa'.
En el libro Historia de Menorca, el historiador Miquel Casasnovas señala que hacia el siglo IX el imperio bizantino fue perdiendo paulatinamente su influencia política y administrativa en el Mediterráneo central. Con la decadencia de Bizancio, Menorca comenzó a ser blanco de ataques de piratas berberiscos y entró en un largo proceso de deterioro y abandono. La isla se despobló lentamente y sus puertos quedaron vacíos de comerciantes y mercaderes, las basílicas paleocristianas como la de Son Bou y Sanitja quedaron sin fieles y de la pujante y orgullosa Sanisera (actual Ciudadela), poblada desde muchos siglos atrás, apenas quedó una sombra. De estos “Siglos Oscuros”, como los nombraron varios historiadores, apenas hay registro documental y arqueológico.
Hacia el siglo X, la llegada de los Almorávides primero y de los Almohades después marca el ritmo de la recuperación económica, demográfica e incluso política de las Islas Orientales de Al-Ándalus, Mayurka, Manurka, Yabisah y Faramantira. Durante los casi tres siglos que duró la dominación musulmana de Menorca, la isla experimentó transformaciones que aún definen su territorio, sus costumbres y sus relaciones sociales. Se levantaron palacios y jardines en lo que hoy es Ciudadela y se repobló la isla poniendo la semilla de lo que siglos después serían los siete municipios insulares.
“Gran parte de la toponimia actual guarda relación directa con la herencia musulmana, puesto que muchos nombres remiten a grupos familiares”, explica el profesor Bartomeu Obrador, licenciado en filología clásica y con un Máster en Culturas y Lenguas Antiguas. Por ejemplo, Binidalí, una villa de Menorca, que significaría 'los descendientes de Dalit'. Otros nombres nos remiten a orígenes étnicos, como Sanitja, que procede de una cabila bereber, o Binimaimó, 'los descendientes de Maimūn'. Como ocurre con algunos lugares con un nombre ya en catalán, hay algún caso de topónimo en femenino, como Toraixa, y alguno judío, como Torrellafuda, e incluso cristiano, como Ruma. “En todo caso, la toponimia nos habla de una población con fuerte diversidad cultural y étnica”, señala Obrador.
El sultán y la corte de poetas
En medio de la belicosa y turbulenta baja edad media, la taifa mudéjar de Madina Manurqa fue un remanso de paz, prosperidad, diversidad cultural, tolerancia y diplomacia, fundamentalmente gracias al último sultán moro que habitó este lugar: Abü Utmán Said Ibn Hakam de Tavira. Si bien es cierto que el rais –el máximo gobernante– sentía una fuerte inclinación por las artes, promovió la convivencia pacífica entre culturas y etnias, y es recordado como un importante mecenas para la cultura hispanoárabe. También fue un gobernador autoritario que dirigió la isla con mano de hierro. Condenó a muerte a los bebedores de vino y era implacable y sanguinario con los disidentes políticos. “Esto no derivaba de un fanatismo religioso, sino que obedecía a razones de estado: seguramente Ibk Hakam pensaba que era la única manera de mantener la isla independiente en un Mediterráneo en el que la hegemonía había pasado a la orilla cristiana”, señala Miquel Casasnovas.
En 1231, el rey Jaime I de Aragón (conocido en catalán como Jaume I el Conqueridor) firmó con el rais Ibn Hakam el Tratado de Capdepera, un acuerdo que permitirá que Menorca permanezca bajo dominio administrativo y político musulmán durante casi 60 años más, a diferencia del resto de Balears, donde el dominio cristiano se consolidó tras la toma de Mallorca en 1229. A propósito de este pacto, la historiadora y arabista María Jesús Rubiera destacó en la Revista de Menorca que “Ibn Hakam era un hombre de pluma más que de espada”. “Un ávido lector y un consumado poeta. Supo burlar las intenciones de Jaime I y logró un tratado que retrasó la conquista de Menorca por varias décadas y le permitió continuar al mando del gobierno como vasallo de la corona de Aragón”.
Ibn Hakam era un hombre de pluma más que de espada. Un ávido lector y un consumado poeta. Supo burlar las intenciones de Jaime I y logró un tratado que retrasó la conquista de Menorca por varias décadas
Tras la batalla de las Navas de Tolosa, el avance armado de los reyes cristianos desde el norte de la Península se aceleró, promoviendo un lento pero constante repliegue de los reinos musulmanes hacia el sur. Algunas de las mentes más brillantes de aquel decadente imperio almohade que huían de la guerra, musulmanes en su mayoría pero también judíos y conversos, encontraron en Menorca su último refugio y en Ibn Hakam, un anfitrión generoso y abierto. “Se rodea de poetas, de literatos e intelectuales. En aquella corte se escribieron algunas de las más bellas páginas de la poesía hispano–árabe. Poesía que no sólo tiene un valor estético; es, dentro de los límites de su expresión genérica, un documento histórico”, señala Rubiera.
La corte de los poetas fue una excepción extraordinaria. El último reducto donde brilló el esplendor moro en el Mediterráneo. De los documentos que pudieron ser rescatados tras la conquista cristiana se recuperó parte del poemario de Ibn Hakam, entre cuyos versos destaca un poema de amor dedicado a un hombre:
“Su belleza hace enflaquecer
los cuerpos caducos de sus enamorados; sus mejillas son como un sol enjoyado (...)“.
Sobre este hallazgo Rubiera señala que “no es descartable una aventura homosexual en un hombre de su época y posición, aunque quizás fuera un mero ejercicio literario, ya que la poesía de este tipo fue una extendida moda literaria durante toda la edad media árabe”. Sea como fuere, la inspiración abierta y tolerante de la corte de los poetas fue apagando su esplendor con la muerte de Ibn Hakam en 1281 y la posterior asunción como rais de su hijo Abu Ummar.
No es descartable una aventura homosexual en un hombre de su época y posición, aunque quizás fuera un mero ejercicio literario, ya que la poesía de este tipo fue una extendida moda literaria durante toda la edad media árabe
Y llegó la Menorca cristiana
El ocaso de los poetas con turbante llegó el 5 de enero de 1287. El mito fundacional de la Menorca cristiana se hizo leyenda, y cuenta que, debido a una tormenta, las tropas del rey Alfonso III debieron desembarcar en el islote que todavía hoy nombramos “Illa del Rei”, ubicado en el puerto de Maó. No sería hasta el 17 de enero, día de Sant Antoni Abat, desde entonces patrón de Menorca, que los soldados cristianos tocarían tierra, dando inicio a una matanza que anegó de sangre las calles de toda Madina Manurqa. Durante cuatro días las tropas de Alfonso III “El Liberal” pasaron a cuchillo a los menorquines que supieron oponerse, mientras los nobles y miembros de la corte se refugiaron en el castillo de Santa Águeda con un puñado de soldados.
Finalmente, Abu Ummar capituló ante el rey Alfonso el 21 de enero y entregó la isla. El acuerdo de rendición permitió que el rais y su familia pudieran salir de Menorca junto a una escolta de hasta 200 personas. Todos aquellos que pudieran pagar 7 doblas de oro fueron perdonados, el resto de la población fue esclavizada y distribuida entre los nobles cristianos. Todos los bienes, animales y hacienda de los menorquines musulmanes fueron expropiados y repartidos entre los caballeros que tomaron parte en el asalto. Menorca fue repoblada con colonos venidos principalmente de València y Catalunya. Triste y derrotado, el último rais partió hacia Túnez llevando consigo el bien más preciado: la biblioteca que con tanto esmero había construido su padre Ibn Hakam. Poco antes de llegar a su destino, el barco de Abu Ummar naufragó y todos sus tripulantes murieron. La biblioteca se perdió para siempre en el fondo del mar.
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