La portada de mañana
Acceder
Sánchez rearma la mayoría de Gobierno el día que Feijóo pide una moción de censura
Miguel esprinta para reabrir su inmobiliaria en Catarroja, Nacho cierra su panadería
Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Desembarco de Palma: hordas de cruceristas que saturan la ciudad pero no dejan ni un euro

En el muelle viejo de Palma, en Mallorca, algunos días a la semana hay un caos planificado. Una docena de autobuses tozudos desembarcan allí, incesantemente, grupos de cruceristas. Cuando se vacía un poco la acera —de unos 300 metros de largo—, en nada, llegan más buses y vuelve a rebosar. Nadie parece agobiado. El trasvase de caminantes es meticulosamente abrumador, como las olas de un temporal. De fondo, se pueden ver estas ciudades portátiles. Impresionan. Si no conociéramos la palabra ingeniería, las teorías de la conspiración serían reconfortantes. Cuesta creer que estos seres teratológicos floten. 

En esta modalidad de turismo, miles de personas llegan, recorren las mismas calles del centro de una ciudad, rellenan un álbum de fotos y se van. Es un negocio a peso. Traer a muchos y confiar, por estadística, en que algunos compren algo. La mayor parte de los cruceristas de tránsito realiza una visita media a la ciudad de 4,1 horas, según el Estudio sobre el impacto económico de los cruceros en las Illes Balears 2015, realizado por la Cámara de Comercio de Mallorca y Autoritat Portuària de Balears (APB).

En esta mañana cualquiera de julio hay tres cruceros visitando Palma. Ninguno tiene menos de 300 metros de eslora. La suma de la capacidad total de los tres: 12.073 pasajeros. Por el momento, y desde mayo del 2022, el límite de cruceros por día, acordado entre el Govern y el sector, es este, tres cruceros. Ahora a nadie le sorprende. Pero en 2016 -cuando aún coincidían 3, 6 y 7 cruceros a la vez- aparecieron numerosas pintadas en las calles de Palma en contra del turismo de masas. Entonces se habló de turismofobia. Y después se abrió una grieta que ya no se ha podido cerrar. En una isla hiperespecializada en el sector servicios, se comenzó a cuestionar la gallina de los huevos de oro.

En 2016, cuando coincidían hasta 7 cruceros a la vez, aparecieron numerosas pintadas en las calles de Palma en contra del turismo de masas y se habló de 'turismofobia

“Hay demasiada gente, esto está masificado”, dice en pleno centro Luis, un residente. Antes de responder caminaba por una calle comercial abarrotada, arramblado a la pared de los comercios. Enseguida añade: “Pero aquí vivimos del turismo, nos guste o no”. A veces la verdad no suena como la verdad. La predicción para este día de julio es de lluvia. Por lo que otros turistas, llegados en avión, han decidido dedicar unas horas a visitar la capital. “Es precioso el casco antiguo, aunque hay mucha gente, pero nos está encantando”, dice un padre de familia que empuja un carrito de bebé. Están alojados en el norte de la isla, pero hoy, por el tiempo, han bajado a comer a Palma. “Somos de Alicante y ya estamos acostumbrados a los turistas”. Otro grupito de jóvenes alemanas, dice que sí, que le parece que hay mucha gente, que es “abrumador”, pero, “como en todas las grandes ciudades, ¿no?”. Nadie niega la evidencia; otros turistas y locales repiten frases muy similares.

El desembarco de los cruceristas y los primeros pasos

De vuelta al puerto, es difícil saber exactamente de dónde viene toda esta gente. Idiomas y acentos se mezclan en un murmullo. Hay de todo: familias, parejas de mediana edad y matrimonios de boda de plata, carritos de bebé y parejas jóvenes acarameladas. Priman, salvo algunas excéntricas excepciones, las gafas de sol, las gorras, los sombreros, especialmente los sombreros de paja, algunas pamelas y viseras de tenista. Se imponen, también, los pantalones cortos, los vestidos estampados, la ropa de colores claros, el lino y las camisas manga corta. Ni rastro de calcetines con chanclas, el único cliché que no se cumple. Porque el olor a crema solar, aunque es muy sutil, está allí. De nuevo, no parecen agobiados, tan solo un poco desorientados, como mirando a lo lejos. Contemplado desde fuera, resulta hostil, como una avenida comercial el día de nochebuena.

La mayoría de cruceristas salen del muelle en la misma dirección, a paso lento, con la certeza de no saber a donde van. Con la certeza de que alguien a quien siguen —porque levanta una pala de madera, como de playa, con un número serigrafiado— va a decidir por ellos. Si todo va bien, el número de la pala de playa coincide con unas pegatinas que llevan pegada los cruceristas en diversas zonas de su cuerpo. También tienen la opción del clásico bus turístico rojo o una versión en blanco, la “Xprience”. Tras preguntar por las ventajas de uno u otro a quienes hacen cola para subirse, nadie parece tenerlo muy claro.

La mayoría de cruceristas salen del muelle en la misma dirección, a paso lento, sin saber a donde van. Con la certeza de que alguien a quien siguen —porque levanta una pala de madera, como de playa, con un número serigrafiado— va a decidir por ellos

Otros, más aguerridos, se lanzan a la aventura con un mapa. De los de verdad; de los de papel. El mapa se despliega y llega a tener cierto tamaño. El teléfono móvil es evidente que sirve para algo más importante que el Google Maps. Porque para llenar el álbum hay que inmortalizar cosas e incluirse en ellas, a diestro y siniestro. Aquí yo en la Catedral de Palma. Aquí yo en el olivo centenario de la plaza del Ayuntamiento. Algo habitual en nuestras culturas y que en esta modalidad es un deporte con un nivel de entrega alto. En la portada del mapa, aun sin desplegar, precisamente hay una foto de unas ventanas de La Seu, la catedral de Palma. La foto está sobre un fondo amarillo canario y tiene unas letras imperativas en mayúsculas: THIS IS PALMA. Esto es -y no otra cosa- lo que te da Palma en un par de horas.

Otros se lanzan a la aventura con un mapa, cuya portada tiene una foto de la catedral. La imagen está sobre un fondo amarillo y tiene unas letras imperativas en mayúsculas: THIS IS PALMA. Esto es -y no otra cosa- lo que te da Palma en un par de horas

La primera foto se consigue caminando menos de un minuto. Cruzando un triple paso de peatones. Una vez del otro lado, se ve al completo la catedral. Con una ligera variación de ángulo, muchos se hacen con la instantánea. El recorrido que van a hacer está optimizado al máximo comercialmente. Si alguien quisiera hacer solo esa foto y darse la vuelta, en esos primeros metros ya podría: comprar un imán de la cabeza de un toro, de una sevillana o de la catedral con palmeras. Y claro, todos ponen Mallorca. También pueden hacerse una caricatura, o comprar algo en un mercadillo de artesanía; abanicos, por ejemplo, o un cartel de maderita fina con el nombre con palmeras dibujadas. La proporción de gente que se para en alguno de estos sitios es irrisoria. Salvo un caricaturista, a los demás les ignoran como si no estuvieran allí. Mirada al frente, oídos sordos, como quien evita hacer contacto visual con alguien que pide dinero en la calle.

En los alrededores de la Catedral, la proporción de gente que se para en alguno de los comercios es irrisoria. Salvo un caricaturista, a los demás les ignoran como si no estuvieran allí

Aparte de los puestos con licencia y otras empresas que ofrecen los conocidos Free Tours, en esta explanada también hay trabajo informal. Personas migrantes que, ante el círculo sin sentido de la falta de papeles para trabajar y la falta de trabajo para obtener los papeles, buscan una manera digna de vivir. En el caso de Balears, descartada la construcción o el campo, la venta ambulante es una opción. 

Además de encontrar, sobre todo, gorros y gafas de sol, hay quienes han sabido ver una necesidad clara del mercado. Durante todo el recorrido hay personas con carritos de la compra que gotean. Ofrecen botellines de agua, algunos a medio congelar. El primero que hay al inicio del recorrido está a pleno sol y dice que hoy es su primera vez, pero que no está vendiendo “casi nada” porque aquí “aún no han caminado tanto y en el barco pueden beber de todo”.

Primera parada: La Seu

Abandonando esta primera explanada que intenta, como sea, rentabilizar estas llegadas, hay un par de tramos de escaleras hasta llegar a la catedral. Para los residentes de la ciudad, la repetición los llega a hacer invisibles, pero en cualquier rincón hay alguien aguantando con fe, a que la estadística les sonría y puedan vender algo. Las cifras sobre el gasto estimado de los cruceristas oscila entre 60 € y 71 € por persona. Estos datos salen de algunos estudios disponibles, como el de la Cambra de Comerç y la APB que cifra en 1.331 los puestos de trabajo que genera, y otro realizado por la Comisión Europea de Asuntos Marítimos y Pesca. Ambos muy anteriores a la pandemia.

Enseguida conoceremos la opinión de algunos de los vendedores callejeros con licencia. Pero ahora, delante ya de la entrada principal de la catedral, es momento de la segunda foto obligada. Sin duda, la que más destreza requiere. La fachada principal es muy alta y encuadrarla al completo es casi imposible sin un angular; porque no hay mucho sitio delante. Coincide que en esta mañana de julio, hay unos altavoces que emiten marchas militares. Como leen. 

La escena, pues, es la siguiente: personas desfilando con el móvil a dos manos, bien en modo selfie o bien en modo foto arquitectura, contorsionándose como pueden para conseguir la foto. El reto añadido es evitar ser atropellado por las galeras de caballos que hacen sonar bocinas para poder pasar. Los que consiguen la foto más rápido son los pocos que aún usan palos selfie, pues con un contrapicado e inclinando el cuerpo para evitar la indeseada papada, la foto es ideal. Aquí yo, en la catedral esta.

Impacto ambiental: partículas 

Antes de seguir la ruta. Nos detenemos aquí, el último sitio desde el que se ven estas ciudades flotantes. Según el último estudio de la asociación internacional Transport & Environment, presentado hace unas semanas, el puerto de Palma es el cuarto en el ranquin europeo de puertos europeos en cuanto a niveles de contaminación relacionados con la actividad de cruceros. En 2022, el año de estudio, los 79 cruceros que pararon en la ciudad emitieron la misma cantidad de óxidos de azufre (SOx) que 248,207 coches. En el estudio anterior, con datos del 2019, Palma estaba en el segundo puesto.

El puerto de Palma es el cuarto en el ranquin europeo de puertos europeos en cuanto a niveles de contaminación relacionados con la actividad de cruceros

Desde Transport & Environment apuntan que Venecia es un ejemplo a seguir, ya que “los contaminantes atmosféricos procedentes de los cruceros disminuyeron un 80%” tras la prohibición impuesta por la ciudad a los grandes cruceros. Pero prohibir su entrada “no es la única solución”, añaden. Para reducir estos niveles de contaminación recomiendan “obligar a los buques a conectarse a la red eléctrica del puerto en lugar de quemar combustibles fósiles”.  Porque claro, estos botes no se definen como “ciudades flotantes” por capricho, sino por todos los servicios que ofrecen y requieren de mucha energía: restaurantes, teatros, spas, discotecas, tiendas, peluquerías. Todo lo necesario para viajar sin perder la comodidad de estar en casa; viajar sin, prácticamente, viajar.

En 2022, gracias a una campaña de crowdfunding, la Plataforma contra els Megacreuers -que agrupa entidades ecologistas y vecinales— pudo instalar una red de sensores que analizan la calidad del aire en el Puerto de Palma. David López, ambientólogo y técnico la Fundació Iniciatives del Mediterrani (entidad responsable de analizar las mediciones) dice que así “han podido constatar el aumento de partículas PM2.5 y PM10 en suspensión, cuando hay este tipo de embarcaciones en el puerto”. Estos nombres (PM2.5 y PM10) no se refieren a la composición de estas partículas sólidas “sino al tamaño”, si son “inferiores a 2,5 o a 10 micras”, explica López. 

Y es que, hay evidencias científicas (publicadas, por ejemplo, por la American Lung Association) de que “al respirar estas partículas, en especial las más pequeñas, se produce un incremento de las afecciones pulmonares y cardiovasculares en humanos”. Por eso existen limitaciones legales a estas emisiones por parte de la Unión Europea o recomendaciones aún más exigentes por parte de la Organización Mundial de la Salud. Hasta ahora, estos datos solo los medía la Autoritat Portuaria de Balears. El técnico David López apunta que “tener distintas mediciones es una buena noticia para la transparencia”. Por ello, ahora están impulsando un proyecto europeo que permitirá instalar más sensores y comparar los resultados con los de otras ciudades europeas que participen del proyecto.

La masificación hecha imagen, año tras año

Desde la catedral el recorrido a seguir acepta algunas variantes. A pesar de las amenazas de prohibición durante dos legislaturas progresistas, como han leído antes, siguen operando las galeras en la ciudad. Si no se quiere andar, ni usar la opción de la tracción animal (unos 60 euso la hora), aún siguen ofreciéndose —contra todo pronóstico— los segways; los patinetes de ruedas grandes en paralelos en los que hay que mantener el equilibrio (los más baratos son 44 euros la hora). 

La más habitual, y más si se tiene en cuenta el gasto medio por persona antes comentado, es ir hasta el ayuntamiento a pie. Y allí ver/fotografiar el olivo centenario. Se pueden conseguir también otras fotos, un banco de piedra de la fachada del consistorio, su reloj histórico, o el voladizo de madera bajo las tejas tallado en 1680. Sea como sea, desde esta plaza y pasando una calle comercial ya se puede ir hasta la plaza mayor de la ciudad. Y de ahí a otra calle comercial que hace también de embudo, estrechándose a niveles medievales que poco previeron estas marabuntas.

Como lo más común es que desde la plaza Mayor sigan recto, este estrechamiento (La Calle Sant Miquel) sirve para performar al máximo nivel que la ciudad está tomada durante varias horas por una turba de turistas. La imagen sirve a los residentes para compartir cada año en redes sociales un sentimiento de agobio que les hace tomar, durante varios meses del año, caminos alternativos por callejones paralelos.

La imagen en la calle Sant Miquel sirve a los residentes para compartir cada año en redes sociales un sentimiento de agobio que les hace tomar, durante varios meses del año, caminos alternativos por callejones paralelos

En la calle (y embudo) Sant Miquel, hay una zona habilitada para algunos puestecillos de artesanos y artistas plásticos. Allí, una caricaturista dice que ellos están “colocados demasiado lejos”, porque “aquí, a veces, ni llegan los cruceristas, se quedan por la catedral”, los días que llegan “se puede notar un poquito, pero no son los principales clientes”. Francisco hace solo tres meses que vende sus joyas aquí y dice que no, que los días que hay cruceros en la ciudad “no nota más ventas”. Vende sobre todo a los turistas “que por ahí bajan a Palma a pasear con calma”.

Las tiendas comerciales de esta calle podrían ser las mismas que las de cualquier otra ciudad europea. Multinacionales del textil, heladerías italianas, sitios de jamón. Muy poco que no hayan visto ya. Cosas de la globalización. Dos trabajadores de tiendas de ropa explican que los días que hay cruceros tienen “más gente dentro de la tienda”, pero que “sobre todo miran, solo se compran alguna cosilla suelta”. En esa mañana de julio el sol pica, pero aún es tolerable, más adelante en agosto estas tiendas se llenan, según dicen los mismos trabajadores, “porque el aire fresquito les sirve para resguardo, un ratito, del calor”.

Fin del trayecto: futuro y propuestas electorales

Una pareja de agentes de la Policía Nacional patrullaba justo allí una hora antes que rompa la primera oleada fuerte. “Hoy esperamos la máxima afluencia sobre las 11 horas”, dice el más serio de los dos. En verano, explican, se incrementa la vigilancia de la zona. “Hay policías con uniforme, de paisano y grupos de investigación especializados. Los días como hoy incrementamos el dispositivo”, añaden. Básicamente están pendientes de “pequeños hurtos sin violencia”, como los “carteristas y otros robos menos silencios”, aunque a veces, “cuando está todo lleno, algunos aprovechan para robar en las tiendas”. La conversación acaba abriendo otro melón. Uno de ellos dice que ha pensado en irse de la isla porque está todo muy caro, especialmente la vivienda. Su compañero añade que “no quiere venir nadie a trabajar aquí porque no compensan la insularidad como toca, y por eso hay menos policías de los que debería”.

El pasado 28 junio, el Partido Popular y Vox llegaron a un acuerdo para investir a la conservadora Marga Prohens como presidenta del Govern balear a cambio de la participación de Vox en los consells insulars de Mallorca y Menorca y del cumplimiento de 110 medidas programáticas. En ese documento, las dos formaciones dicen que “defenderán” el turismo de cruceros por su “impacto” en el comercio, la restauración y otros sectores estratégicos, si bien se comprometen a controlar los flujos de embarcaciones y visitantes, evitando una sensación de saturación para los residentes.

PP y Vox se han comprometido a 'defender' el turismo de cruceros por su 'impacto' en el comercio, la restauración y otros sectores estratégicos

De cara a las próximas elecciones generales, las propuestas de los partidos que se presentan son aún vagas. El anuncio les pilló a todos con el pie cambiado. El PP ha sido el primero en publicar su programa electoral y en él los cruceros no se mencionan, aunque en el apartado de medias turísticas sí qué anuncian “planes de prevención y lucha contra el comercio no reglado”, para evitar así “la proliferación de las ventas ilegales en las calles”. SUMAR aún está trabajando en su programa; aunque a nivel local los partidos que lo conforman presentaron medidas con intención de mantener las limitaciones actuales o aumentándolas en las pasadas elecciones locales y autonómicas. El PSOE aún no ha respondido a la petición de elDiaro.es y tampoco ha presentado su programa electoral.

En 2016, después de que aparecieran estas pintadas contra el turismo de masas, algunos vecinos se organizaron. De los balcones colgaban banderolas amarillo canario que rezaban: “La ciudad para quien la habita”. Aún cuelgan algunas. Cuestionar el modelo turístico parecía entonces descabellado. En las últimas elecciones todos los partidos hablaron de “masificación” o de “turismo de calidad y sostenible”. Las críticas individuales a turistas se han tildado en ocasiones de injustas. El desajuste entre actos individuales, como entregarse a unas vacaciones, y las consecuencias a gran escala, como saturar una ciudad o empeorar la salud pulmonar de los residentes, es tan grande que resulta inasumible.