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“Un niño no debería estar preocupado por dónde va a vivir”: el impacto de la falta de vivienda en los menores de Ibiza

Una madre con sus hijos al salir del colegio.

Esther Cabezas

Eivissa —

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La problemática de la falta de vivienda en Eivissa tiene consecuencias perjudiciales para la crianza y el desarrollo de la infancia y la juventud. Para los que están en tratamiento psiquiátrico supone un retroceso claro. Es uno de los factores que más influyen en que la evolución madurativa del niño pueda retrasarse, pararse o no desarrollarse por la falta de arraigo y apego, unido a los problemas derivados de obesidad, absentismo, sobreexposición tecnológica y aislamiento respecto a sus iguales.

“Un niño no debería estar preocupado por dónde va a vivir”, explica a elDiario.es Magdalena Valverde, psiquiatra infantil y responsable del desarrollo en las Pitiüses del servicio de atención psiquiátrica infanto-juvenil que atiende a pacientes de hasta 18 años. La doctora asegura que el acceso a la vivienda es uno de los principales temas que se tratan en sus consultas, ya que las problemáticas de niños y jóvenes se están viendo agravadas por las situaciones diarias de la falta de un hogar en Eivissa.

La casuística es variada, tanto como los escenarios que tienen que abordar sus familias. En la mayoría de los casos, los pacientes deben interrumpir el seguimiento de su caso y sus tratamientos, debido a los traslados forzosos de las familias. Pero no solo para los niños que ya están en tratamiento. Este problema también afecta a niños y jóvenes, que a pesar de no tener ninguna patología, sufren aislamiento, además de un alto nivel de absentismo, debido a la falta de una vivienda adecuada, un derecho que las administraciones públicas están obligadas a proteger y asegurar.

La doctora Valverde pone sobre la mesa diferentes casuísticas. Por un lado, los grupos familiares que tienen que abandonar Eivissa porque no encuentran vivienda con menores atendidos por el área de psiquiatría. “En estos casos el problema es que tienen que dejar el seguimiento, la estimulación, el tratamiento o la intervención, que se enmarcan dentro de un circuito muy específico para su atención, al que cuesta llegar”, explica. En estos casos, “los pacientes tienen que iniciar otra vez en el lugar de destino todo el proceso de derivación desde Atención Primaria, con sus correspondientes listas de espera, hasta que llegan al servicio y posteriormente pueden entrar en el circuito de atención específico”. 

Hay que tener en cuenta que la atención no es igual en todos los territorios de España, ya que las competencias de Sanidad están transferidas a las comunidades autónomas, y mucho menos en otros países. “Últimamente tenía unos papás que se tenían que ir a Granada y tenían muchas dificultades para entrar en el servicio de Atención Temprana (servicio interdisciplinar que se encarga de evaluar, diagnosticar, orientar y establecer las intervenciones necesarias en menores) por saturación del mismo. El menor se ha quedado sin el tratamiento y la estimulación que ya estaba recibiendo. Y en estos niños los cambios son muy complicados de manejar”, cuenta la psiquiatra.

Un segundo perfil es el de los casos de familias que vienen a trabajar de otras comunidades y tienen problemas para empadronarse en las casas que se les ofrecen. Según la doctora Valverde, en los últimos años se están dando muchos problemas derivados de esta situación, ya que el empadronamiento es requisito mínimo para acceder a servicios especializados como el de Atención Temprana (SEAT).

La falta de inscripción en el padrón municipal impide la escolarización y, por lo tanto, la formación y la socialización con iguales de los niños afectados. “En estos casos, para evitar daños mayores, la policía tiene que ir a sus casas para comprobar que realmente viven allí y así poder empadronarse. Pero el niño se queda en un limbo hasta que esto se pueda resolver”, especifica. Fuentes del Ayuntamiento de Santa Eulària constatan que es un proceso llamado comprobación de domicilio para aquellas familias que no pueden hacer un procedimiento normal. “Se solicita una instancia de comprobación, se paga una tasa de 50 euros y la Policía Local se persona en el domicilio hasta 3 veces para corroborar que efectivamente la familia vive en esa dirección”, explican. Si la comprobación es positiva, conseguirá estar empadronada y sus hijos podrán escolarizarse.

Los niños de familias que tienen problemas para empadronarse también pueden desarrollar problemas psiquiátricos. La falta de inscripción en el padrón municipal impide la escolarización y, por lo tanto, la formación y la socialización con iguales de los niños afectados

Mudarse tres o cuatro veces al año

Por otro lado, en las consultas de Psiquiatría infanto-juvenil de las Pitiüses también existen casos de familias que cambian tres o cuatro veces de domicilio a lo largo del año. Así lo sufren las que tienen un contrato de arrendamiento temporal. Cuando llega la temporada turística, lo tienen que abandonar para que su propietario aproveche el alquiler turístico. “Se da la circunstancia que igual el colegio en el que la niña está matriculada está en la otra punta de la isla. Esto los aleja de sus amigos, de los lugares de juego, de su socialización”.

Es el caso también de las familias que encuentran casa lejos de donde vivían anteriormente y del lugar de trabajo de sus progenitores. “En ambas casuísticas los menores sufren de falta de integración en la comunidad, lo que supone un aislamiento de los niños. Esto desemboca en un alto riesgo de absentismo y una súper exposición a la pantalla. Porque al niño lo tienes que entretener; los padres están agotados. Además, existe un riesgo evidente de fracaso escolar por la falta de internet o biblioteca pública, entre otros recursos que están previstos para que todos tengamos las mismas oportunidades”, aclara la doctora.

“Tenemos pacientes que han vivido durante un tiempo en un hotel, pero al terminar la temporada tienen que buscar algo y luego plantearse volver al hotel. Los menores sufren de insomnio, no quieren comer, tienen rabietas, vuelven a hacerse pipi… El niño percibe estrés y angustia. Esto no debería pasar. ¿Dónde están los derechos de los niños?. Esto le impide evolucionar, un niño no tiene que estar pensando estas cosas…”, sentencia.

Tenemos pacientes que han vivido durante un tiempo en un hotel, pero al terminar la temporada tienen que buscar algo y luego plantearse volver al hotel. Los menores sufren de insomnio, no quieren comer, tienen rabietas, vuelven a hacerse pipi… El niño percibe estrés y angustia. Esto no debería pasar

Magdalena Valverde Psiquiatra infantil

El caso más sangrante, en este sentido, es cuando los menores tienen que compartir habitación con toda su familia y la vivienda, además, está compartida con otras personas que viven en el resto de las habitaciones de la casa. “El hacinamiento es un factor de estrés. No tener un espacio mínimo no es saludable y puede provocar problemas de conducta que no se darían si el menor tuviera un sitio adecuado donde vivir. Los padres nos cuentan que les ponen la tele para que no lloren y no molesten. Están conviviendo con personas que tienen otras necesidades y esto condiciona. Además, normalmente tienen que compartir el lecho, con todo lo que eso implica. Una cosa es que voluntariamente se elija el colecho y otra cosa es verse obligado”, puntualiza la psiquiatra.

Aislamiento, obesidad y sobreexposición a las pantallas

El aislamiento por el cambio de domicilio forzado supone para los niños en general, y no solo para los que ya tenían una afección de conducta o psiquiátrica, un riesgo muy elevado de sobreexposición a los dispositivos móviles y las pantallas. Además del fracaso escolar, también se exponen a alto riesgo de contraer obesidad por la falta de movimiento y a síntomas emocionales graves por la falta de arraigo y amigos. “Para los que están en tratamiento supone un retroceso claro. Uno de los factores que más influyen en que el desarrollo madurativo del niño pueda retrasarse, pararse o no desarrollarse es precisamente el arraigo, el apego y la existencia de un lugar donde se pueda descansar, jugar…”, concreta la psiquiatra.

Es el caso de Miguel (nombre ficticio). Su padre, ibicenco de nacimiento, no encuentra una casa donde poder vivir. En los primeros años de educación primaria, el niño estaba escolarizado en Sant Miquel, al norte de la isla de Eivissa, donde vivían en una caravana estacionada en la casa de una amiga, cercana al centro escolar. Aunque el progenitor trabajaba en el sur, lo importante es que el niño tenía fácil acceso al colegio y allí hizo sus amigos que lo acompañan hasta este momento. Este 2024 empezó la educación secundaria, pero desde el 2022 las continuas mudanzas han hecho que el niño tenga dificultades para seguir el curso. “En un  primer momento pensé en cambiarlo al instituto de Sant Josep, pero allí no conoce a nadie. Hemos aguantado todo el curso, pero ha faltado mucho porque no siempre puedo combinar el trabajo y sus obligaciones”, explica el padre. El resultado ha sido varias asignaturas suspensas, aunque finalmente el grupo educativo del IES Balafia ha decidido que Miguel no repita curso por su bajo rendimiento porque todos los profesores “han estado de acuerdo en que con el apoyo de todos puede superarlo”. “No podíamos dejar que se quedara descolgado”, asegura su tutora.

Miguel es uno de esos niños afectados por los problemas para encontrar una casa en la isla. Desde el 2022 las continuas mudanzas han hecho que tenga dificultades para seguir el curso. El resultado ha sido varias asignaturas suspensas

Sin embargo, al padre le ronda en la cabeza hace tiempo marcharse de la isla. ¿Dónde?. No se sabe. Esto supondría un problema añadido: la separación de sus vínculos sociales, de sus amigos. Miguel fue diagnosticado con altas capacidades en su último curso de primaria. Nadie, excepto su padre y el grupo educativo, que lo ha salvado de la desconexión, vela por sus derechos que están profundamente socavados por la falta de una alternativa habitacional. 

Asimismo, los más pequeños, hasta los 3 años, también sufren los problemas de acceso a las guarderías. Con la dificultad de acceder a un empadronamiento y la falta de plazas cerca de su hogar, los padres optan por que los niños se queden en casa. “En este caso a esta corta edad el resultado es la falta de estimulación, el retraso en el desarrollo del lenguaje, la maduración de la conducta y el juego”. Esto les puede influir en etapas posteriores de su desarrollo. “Llegan al colegio muy infantilizados, muy poco estimulados y desarrollados. Es como si fueran para atrás. El resultado es que socialmente no tienen habilidades para desarrollarse adecuadamente”, puntualiza.

Los que se tienen que marchar

Los que se tienen que marchar tienen dificultades para la vida escolar, tratamientos, arraigo...“Lo que veo en la consulta es que esto le está pasando a las segundas y terceras generaciones de la gente que vino aquí a trabajar, progresaron, tuvieron vivienda pero las siguientes generaciones no lo pueden sostener. Tienen que regresar al lugar de donde vinieron sus padres y sus abuelos. Es como trasladarte en el tiempo prácticamente, me dicen en consulta. No es elegido, es sobrevenido y deben realizar un doble trabajo de adaptación. Los padres lo suelen plantear cuando los niños son más pequeños, cuando no tienen red social. Las complicaciones vienen en momentos críticos como es el paso a secundaria. Es muy difícil de llevar. Aunque sea en el mismo país, con la misma lengua y costumbres es muy difícil y complicado”, concreta Valverde. 

“Gran parte de la población migrante está volviendo a sus países de origen. Los rumanos están regresando a Rumania con niños mayores, hacen allí la secundaria. En este caso, por ejemplo, es un país donde el autismo no se contempla como una enfermedad del neurodesarrollo. Allí es una esquizofrenia infantil. En el caso de las familias marroquíes deciden en su mayoría trasladarse a Valencia, Alicante, Murcia…. Los italianos también están abandonando la isla”. explica, poniendo de manifiesto que este último caso no es una problemática que se detecte otros ciudadanos de países del entorno europeo.

Derechos fundamentales de la infancia

Los derechos fundamentales de cualquier niño tienen que estar protegidos por los poderes públicos que deben asegurar la protección social, económica y jurídica de la familia, según el artículo 39 de la Constitución Española. Este establece que los niños deben gozar de la protección prevista en los acuerdos internacionales que velan por sus derechos. En este sentido, en 1989 fue aprobada la Convención sobre los Derechos del Niño que entró en vigor al año siguiente. Los poderes públicos aseguran, asimismo, la protección integral de los hijos, iguales éstos ante la ley con independencia de su filiación.

Según la web del Defensor del Pueblo, gracias a la Constitución y a la Convención, los niños son ahora sujetos de derecho, y no sólo objeto de protección. “La Convención considera que los niños son personas con plenos derechos, valiosas en sí mismas y en cada una de las etapas de su crecimiento y maduración”, explican. “De todos los derechos que reconoce la Convención, hay que destacar los que el Comité de Derechos del Niño ha proclamado como los principios rectores que deben orientar la aplicación e interpretación del resto de derechos. El principio de no discriminación (artículo 2); el principio del interés superior del niño (artículo 3.1); el derecho a la vida, la supervivencia y el desarrollo (artículo 6); y el respeto a la opinión del niño en todos los asuntos que le afecten (artículo 12).

Asimismo, según las Naciones Unidas, “el niño gozará de una protección especial y dispondrá de oportunidades y servicios, dispensado todo ello por la ley y por otros medios, para que pueda desarrollarse física, mental, moral, espiritual y socialmente en forma saludable y normal, así como en condiciones de libertad y dignidad”.

Esta falta de cumplimiento de los derechos de la infancia y la juventud y, en concreto, la falta de vivienda y por lo tanto de arraigo, hace que cada vez sean más frecuentes los casos de los niños y jóvenes que acuden a las consultas de psiquiatría, además de los casos de los que ya están en consulta y que se agravan por este motivo. 

En concreto, en el servicio de psiquiatría infanto-juvenil del área de Salud de Eivissa y Formentera el año pasado se han llevado a cabo 12.924 asistencias, de ellas unas 1.500 corresponden a pacientes nuevos. “En lo que llevamos de año, hasta mayo, ya llevamos 17.355 asistencias. El año pasado en total, vimos 1.700 primeras visitas y este año llevamos 438 primeras consultas, incluido abril”, según los datos con los que se cuentan en el servicio. Las segundas visitas en todo el 2023 ascendieron a 5.500. Hasta abril de este año ya son 1.900 los pacientes atendidos. “Debemos tener en cuenta que más del 10% de la población infanto-juvenil está pasando por nuestro servicio”, puntualiza la psiquiatra. “Nosotras pasamos memorias todos los años pero nunca pasa nada. No se toman medidas”, sentencia.

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