En la periferia que acabará engullida por la ciudad de Palma ya vive gente. Hay aún algunos solares vacíos, pero la zona está preparada para cuando sea conveniente edificar. En estas calles muertas, cercanas a pisos de nueva construcción, ya están puestas las aceras y los contadores de luz. Este sitio, ahora de paso, está entre el barrio del El Amanecer y el de L’Olivera, donde hay estacionadas unas 10 caravanas, algunas furgonetas con aislantes en las ventanas y camioncitos donde viven algunas personas trabajadoras. En las últimas semanas, varias zonas del extrarradio de Palma son noticia porque se están agrupando personas que se han visto obligadas a vivir así. Casi todas fuera de la Vía de Cintura, que delimita -o delimitaba- la ciudad.
Empezamos por esta zona, una de las más pequeñas. Cercana al polideportivo Municipal de Son Ferragut. Una búsqueda rápida en la plataforma Idealista dirá que solo hay dos viviendas en alquiler en este radio. 60 m², una y dos habitaciones, a estrenar y sin un triste mueble. Ambas se ofrecen por 950 euros al mes. Por la mañana solo hay un par de personas paseando el perro. “Lo veo completamente normal, así como están los precios ahora mismo”, dice uno de ellos. Vive desde hace dos años en la zona y cuando llegó esto ya pasaba, “pero vaya, no causan ninguna molestia, ni ensucian”.
Todos estos vehículos que hacen de casa están cerrados y no hay nadie. Nos movemos a la siguiente zona. Es un buen momento para repasar algunos datos: los alquileres en Balears lideran la subida generalizada en España. Desde el 2015, el Instituto Nacional de estadística (INE) fija en un 13,3% la subida. Hay que tener en cuenta que datos que pertenecen a una estadística “experimental” (según el propio INE) que solo abarca hasta el 2020. La ciudad de Palma resultó la segunda con este índice más elevado en Balears, con un 15,3%. El Govern balear ha pedido en diversas ocasiones al Gobierno central que apruebe la Ley de Vivienda estatal para poder declarar todo el archipiélago como “zona tensionada” y así limitar los precios del alquiler.
A unos cientos de metros de allí se encuentra uno de los polideportivos más grandes de la ciudad: Son Hugo. El parking es muy grande y en la parte más alejada de este hay un campo de cultivo, con algunas balas de paja. Este campo fue también vertedero hasta que fue creciendo el número de caravanas y otros vehículos “camperizados” que estacionan allí. La elección de esta zona no fue aleatoria: a pocos minutos del centro, con mucha tranquilidad y con los servicios que ofrece el polideportivo (gimnasio y duchas decentes por 23 euros al mes). “Desde que llegamos y nos pusimos parapetados al campo ya no vienen a tirar escombros ni mierda”, dice una persona que vive allí. Son dos hombres. El más mayor, retirado por un accidente, vive en una caravana antigua desde hace unos años y el otro, de 38 años, duerme en su propio coche desde hace 8 meses.
Están hablando al sol. “No estamos cansados de hablar con la prensa, es más que ya tenemos ganas de ver si esto va a servir para algo”, dice el más mayor. Empiezan una retahíla de medidas que “ojalá se den”: que se regule el precio a la vivienda, que haya más acceso a vivienda pública, a precios sociales, y que aumenten los sueldos. Este es precisamente uno de los principales problemas del archipiélago: la riqueza que da el turismo no está bien distribuida. “Que me pueda permitir vivir en una casa, en la tierra donde nací”, pide el veterano de la caravana. Su compañero de charla hace énfasis en lo siguiente: “Un adulto se ve supeditado a tener que tener una pareja, a tener dos sueldos para poder vivir. Es imposible para una persona sola, con un trabajo”. Esa es su situación.
“Tenemos que movernos cada 10 días”
Las situaciones que han llevado a estas personas a vivir así son tantas como casos. Generalmente -con lo injusto que resulta generalizar- es obvio que el precio del acceso a la vivienda es el detonante. Pero detrás hay muchas historias de riesgo de exclusión, malas “jugadas” y tantos otros motivos. En sus casos concretos hubo mala suerte. Uno de ellos está en un proceso judicial contra su empresa por no respetar sus derechos, le retiraron un plus y ya no podía pagar el alquiler. El otro sufrió un accidente que le arruinó y le dejó secuelas físicas.
Las “reglas” que siguen son simples: “Tenemos que movernos cada 10 días y no podemos sacar mobiliario fuera”, explican. Estos dos entrevistados no hablan maravillas de cómo es su vida, está claro que no es elegida. “Una cosa es estar un tiempo así por ocio, por viajar, y otra muy diferente es no tener otra alternativa”. Invitan a los responsables políticos a que vengan a dormir así un mes “con la lluvia que no te deja pegar ojo, con el viento sacudiéndote, cocinando en un camping gas, con el frío o el calor…”.
Los medios de comunicación dan una mala imagen de nosotros pero, como se puede ver, esto está impoluto. Siempre hay alguien de nosotros por aquí, si te vas a trabajar puedes estar tranquilo porque te vamos a vigilar el vehículo
Están molestos con la definición de “asentamientos” que han dado algunos medios de comunicación que les han visitado. “Eso da muy mala imagen y, como se puede ver, esto está impoluto. Antes aquí venía gente a hacer botellón y desde que estamos eso no pasa”. Los días que hay competición en el polideportivo el parking se llena y dejan aparcar delante de ellos, ponen todo lo que esté de su parte “para no molestar”.
Intentos de robo y apoyo mutuo
Sobre el sentimiento de comunidad, de apoyo mutuo, coinciden en que es incluso mayor que el de una finca de pisos. Aunque hay gente más reservada, en general se llevan bien todos con todos y cuidan unos de otros. El motivo de agruparse no está organizado, obviamente, es espontáneo, pero tiene un porqué. “Siempre hay alguien de nosotros por aquí, si te vas a trabajar puedes estar tranquilo que te lo vamos a vigilar”, porque esto no deja de ser un vehículo. “Muchos tienen las ventanas de plástico, se pueden romper fácilmente o incluso abrir las puertas con un destornillador”, comentan.
Las caravanas se parecen más a una casa que las furgonetas camperizadas. Tienen al menos una puerta que hace de portal y no un portón corredero. Todas tienen ventanas y un techo. Son casi casas, pero no lo son. Según FEANTSA (Federación Europea de Organizaciones Nacionales que trabajan con Personas sin Hogar), este tipo de “mobile homes” o autocaravanas entran dentro de la clasificación de “situación de exclusión de vivienda” como “vivienda inadecuada”.
Este parking ahora cierra por las noches -un cambio reciente que celebran todos-. Por los horarios de su trabajo, el chico que vive en el coche, a veces tiene que dormir en la primera zona en la que arrancamos el artículo. Hace unos días, mientras dormía, se despertó porque intentaban entrar en su coche. “Y eso que tenía las cortinas puestas y se veía claramente que podía haber alguien dentro”, comenta.
Trabajadores del turismo
La siguiente zona está a unos pocos kilómetros. Se deja atrás la salida de la Vía de Cintura pegada al polideportivo y se sigue recto hasta el final de la calle Manacor, arteria de entrada al centro. Cerca de allí, en una calle de 235 metros, de nuevo rodeada de solares listos para edificar y viviendas nuevas, hay estacionadas casi 30 caravanas. Algunas más nuevas que otras. También hay algún coche y dos o tres motocicletas. A pesar de lo vistoso de la imagen, por la cantidad, algunos de sus habitantes diarios explican que no todas las caravanas están siempre habitadas. Algunas son de vecinos o de gente que la usan para moverse los fines de semana. Y esto se repetirá en todas las zonas. Se puede intuir, asumiendo cierto margen de error, cuáles son las más espectaculares y relucientes, las que tienen los oscurecedores de las ventanas puestos y nadie dentro.
Juan (nombre ficticio) primero vivió en Ciutat Jardí -otra zona de Palma-, pero ahora se ha establecido en esta calle “porque es menos concurrida” y, si tiene la moto aparcada, “no molesta”. Su vida en autocaravana empezó hace un año, después de divorciarse. Este hombre argentino, de 40 años, “lo probó” porque se había comprado la autocaravana hacía años para poder viajar. “Cuando uno está solo o pagas un alquiler de 700 u 800 euros o tienes que compartir”. Viviendo en una autocaravana ahorra casi todo su sueldo y pasa más tranquilo los meses fuera de temporada. Porque, como muchos, él trabaja en el turismo, el sector que condiciona a la mayoría de residentes. Ahora consigue ahorrar y se puede dar “un capricho al año”: una moto o el implante de pelo.
Es un buen ejemplo de muchos otros casos. Fue algo temporal, pero las perspectivas de que cambie son remotas. “Comprar otra propiedad ya lo he descartado, por los precios elevados. Cuando me jubile igual intento comprarme algo en la Península”, comenta. Sobre el estigma de vivir así dice que ha escuchado de todo, aunque hay muchos argentinos que viven así en la isla: “Puede extrañar a la gente que ve que allí -en Argentina- tenías tu casa y que aquí vives en una caravana”. Dice que está muy contento con la decisión, que “es como una casa, pero en pequeñito” y que vive con todas las comodidades: aire acondicionado, calefacción, consola, etc. Se lo ha ido mejorando todo por su cuenta. Respondiendo al tipo de perfil de persona que se encuentra en su misma situación, dice que “muchos jóvenes no se ven” y que la mayoría son hombres. “Hay gente trabajadora y jubilados, sobre todo de 30 hasta más de 70. Mallorquines y un poco de todo”, afirma.
Hay gente trabajadora y jubilados, sobre todo de 30 hasta más de 70. Mallorquines y un poco de todo. Casi no hay mujeres ni jóvenes
Justo en mitad de la entrevista un coche negro que hace un ruido infernal se para delante de la caravana de Juan. El conductor explica que llevaba 25 años en un piso y que la casera le ha echado porque uno de sus hijos lo necesita. “El contrato tiene una cláusula que lo permite. ¿Qué le vamos a hacer? Los alquileres están muy complicados”, dice. Tiene 70 años. Está dando vueltas por todo preguntando cómo se hace a los que ya han dado el paso. Entablan conversación sobre precios: “Tienes que preparar unos 10, 8 o 6 mil euros, y mejor busca en la península, ahora es buen momento, con el calor los precios suben como la espuma”. Al señor se le ve derrotado, y más cuando le explica que lo mejor es buscar por internet, en Facebook. Dice que pedirá ayuda a su hijo para eso, que él no sabe.
Tengo 70 años y llevaba 25 años en un piso. La casera me ha echado porque uno de sus hijos lo necesita. El contrato tiene una cláusula que lo permite. ¿Qué le vamos a hacer? Los alquileres están muy complicados
Antes de salir al siguiente punto del recorrido llega una caravana de unos 7 metros de largo. Su propietario será el primero y único que acepta que se le haga un retrato. Su situación es diferente, eso lo explica todo. No es raro querer evitar salir en un periódico en una situación no escogida. La caravana recién llegada es una virguería. Nueva, espaciosa, con cocina totalmente equipada, acabados de calidad. Él mismo reconoce que su casa rodante y su decisión poco tiene que ver con las otras que están aparcadas en la calle de 235 metros. De hecho, él aparca un poco más lejos, porque madruga y no quiere despertar a los vecinos.
Nico Muíños es gallego, el apellido no engaña. Trabaja de mantenimiento en el Real Club Náutico de Palma, tiene un puesto fijo y el sueldo es más bien bueno, dice. “Hasta hace dos años vivía de alquiler, precio amigo: 700 euros”, dice irónicamente, luego por circunstancias de la vida se compró la caravana, nueva y de buena calidad. En parte lo vio como “hacer una inversión, a diferencia del piso que tenía antes”, con el que “palmó pasta”. Meses después de comprarla, los precios se dispararon y si decidiera venderla tendría ganancias. Sobre la zona explica que él fue la tercera persona en llegar hace un año y cuatro meses. La calle ahora está completa y ya hay caravanas en las paralelas. “Lo mío fue una elección, tuve la oportunidad y estoy muy contento. Pero sé que a mucha gente no le ha quedado otra”, afirma. Nico deja una reflexión que comparten muchos entrevistados: faltan puntos habilitados para que puedan estacionar, abastecerse de agua y tener seguridad. “Yo y muchos lo pagaríamos encantados”, añade.
Caravanas de extranjeros
La última zona de este tour por las caravanas de Palma es Ciutat Jardí. Hay que recorrer lo que falta de la Via de Cintura, salir dirección autopista de Llucmajor y pasar el Molinar, un barrio obrero (a partir de la segunda fila de mar). Cruzando un torrente se llega a una zona de casas unifamiliares, algunas más bien son chalets de lujo. Las calles de aquí también tienen autocaravanas y furgonetas aparcadas. Algunas, a diferencia de los sitios anteriores, con una estética más surfera que desvirtuaría cualquier estudio sobre el perfil habitantes de estas zonas que estamos recorriendo.
Hay buenas vistas y una brisa marina reconfortante. La sensación es diferente. La mayoría de caravanas son más nuevas. Una de ellas, la mejor ubicada, justo frente al mar, es de gente local, pero que rehusa hablar de forma seca, tajante. Las dos siguientes, que tienen alguna puerta o ventana abierta, están en una calle cercana. Son de un perfil totalmente diferente. Un chico de 37 años, alemán, que ha venido a pasar el invierno porque los precios allí, dice, han subido mucho, “sobre todo la calefacción”. Tiene un hermano en la ciudad y en abril planea volver a su tierra. Sobre el sentimiento de comunidad dice que apenas se dicen hola y adiós, que no van juntos a tomar nada. El siguiente intento es en una furgoneta camperizada repleta a reventar de cosas y habitada por una pareja inglesa más cercana a los 40 que a los 50. Pasarán unas semanas en la isla, vacaciones. Mientras hablamos, el señor no para de mostrar disconformidad mediante gestos. Le da pereza.
Idealista pone que el más barato en esta última zona está por 850 euros al mes, 62 m², 1 habitación. No olviden las fianzas, dos meses en el mejor de los casos. Entre los 700 y 900 euros se mueve la horquilla de alquileres de esta ciudad, Palma. El centro está cada vez más desangelado y en la periferia habitan como pueden, apoyándose los unos a los otros en el mejor de los casos.