La comunidad china celebra su Año Nuevo: “Los jóvenes quieren dar un paso más allá de los bazares”
Cuando el arquitecto mallorquín Guillem Forteza diseñó la famosa Plaça de les Columnes nunca imaginó que, noventa años después, un paifang se convertiría -al menos por unos días- en uno de los accesos oficiales a la zona. Una enorme puerta china plagada de flores, dragones rojos y flanqueada por dos leones levantada en Palma para conmemorar el Año Nuevo Chino pero que, también, sirve para reivindicar y dar carácter oficial a la pequeña China de Ciutat: el barrio de Pere Garau.
El geógrafo y profesor universitario Jesús M. González sitúa el inicio de la inmigración china en Mallorca a finales de los 90. Hasta entonces era “un fenómeno puntual y numéricamente poco relevante”, como asegura en su estudio ‘Fronteras en la ciudad. La población de nacionalidad china en Palma de Mallorca’. De hecho, según sus datos, entre 1988 y 1997 vivían en la ciudad sólo 47 personas de origen chino. Aquella primera generación, explica, se dedicaba principalmente a la restauración y alcanzó a España después de que se produjera “una cierta saturación de este tipo de negocios en el resto de Europa”.
Para cuando llegó el nuevo siglo, ya vivían en Balears 686 ciudadanos chinos, el 52,7% de ellos en Palma. Ésta fue, apunta González, la generación de los bazares y las tiendas de regalos. Pero también la que inició una expansión que desde entonces se ha mantenido imparable. En 2021 –el último año para el que el IBESTAT tiene cifras-, la población china ya era de 5.902 personas en todo el archipiélago y de 3.672 en la capital. Una estadística que habla de un crecimiento del 519% y del 611% en sólo dos décadas.
La comunidad china palmesana huyó del centro histórico para instalarse en el ensanche. Poco a poco el barrio de Pere Garau -uno de los más poblados de la ciudad- fue convirtiéndose en su epicentro. Hace unos años el Ayuntamiento de Palma calculó que vivía allí el 43%. Pero no ha sido sólo una cuestión poblacional, sino también de economía. En el año 2000 la Asociación del Pequeño y Mediano Comercio de Mallorca (PIMECO) hablaba de dos únicos locales en el barrio regentados por chinos. Seis años después, eran 17. En 2011 ya habían subido hasta los 57. Y no han dejado de crecer.
El filólogo Antoni Martínez analizó el “paisaje lingüístico” de los establecimientos de Pere Garau a través de sus rótulos y certificó aquella evolución. Más allá de una cuestión de porcentajes es una realidad palpable a pie de calle. Del supermercado Mindu a la peluquería Chuang Yi, y de la tienda de ropa Fu Dong Lai al restaurante Shi Shan Xuan, conocido como “el chino-chino” porque entre sus clientes abunda la población originaria. Además de crecer en número también lo han hecho en diversificación.
La pequeña China
¿Por qué Pere Garau se ha convertido en la pequeña China hasta el punto de inaugurar su propio paifang? Los expertos apuntan varias razones. Para González, que la restauración y el comercio sean dos de los grandes “nichos laborales” de la comunidad china hace que necesiten instalarse en zonas muy pobladas donde la demanda sea alta. No sólo eso: en Pere Garau ya existía “tradicionalmente una importante actividad minorista”. Otro factor, sostiene, ha sido el hecho de que aquí se dé una gran concentración de población extranjera -“De muchas nacionalidades, pero sobre todo de origen extracomunitario”- y que ha sido “positivo para su actividad económica”. El geógrafo va aún más allá para asegurar que la apertura de estos comercios ha supuesto una auténtica “revitalización” para la zona.
Para Jing Jing Pan, propietaria de Moda Lala y madre de dos hijos mallorquines, ésa es una de las principales diferencias que notó cuando se mudó de Asturias a Mallorca. “Allí la comunidad china estaba mucho más dispersa. Aquí está todo cerca: el supermercado, la peluquería…”, afirma. Aterrizó en la Isla en 2011 después de conocer por Internet al que hoy es su marido. Para entonces, él ya llevaba una década al frente de la zapatería Journey, instalada en el corazón del barrio, en la Plaça Pere Garau. El bullicio es otro de los cambios que experimentó, no sólo como comerciante, sino también como vecina. “En Asturias también trabajaba de cara al público pero no era lo mismo: aquí, al estar cerca del mercado, ves pasar gente todo el rato. Y, los días que vienen los payeses, la tienda se llena mucho más”, asegura.
González señala aún un factor más para esa concentración de la comunidad: la búsqueda de cercanía entre el negocio y el hogar en una población que destaca por su carácter emprendedor. “La comunidad china está compuesta por familias que suelen ser propietarias de sus propios negocios, que además casi siempre son de tipo familiar”, detalla en su estudio.
Algo de eso sabía Minwei Jiang cuando en 2018, junto a otros socios, abrió la inmobiliaria Huading. “Cuando acabas de llegar y abres un negocio sabes que será difícil, quizá tienes que trabajar doce o dieciséis horas hasta que funciona, y por eso quieren vivir cerca y ahorrar tiempo en los desplazamientos”, explica. Eso y que a los chinos, reconoce, “les gusta estar cerca de sus compatriotas”.
Cuando acabas de llegar y abres un negocio sabes que será difícil, quizá tienes que trabajar doce o dieciséis horas hasta que funciona, y por eso quieren vivir cerca y ahorrar tiempo en los desplazamientos
Para la mayoría, Pere Garau va más allá de una cuestión estratégica. “Es un barrio en el que hemos vivido casi siempre, aquí está la mayoría de mis paisanos. Un barrio cerca del centro donde la gente siempre ha sido encantadora”, añade Minwei. Al hijo de Jing Jing Pan, de once años, lo que más le gusta es jugar a fútbol en la plaza cuando el mercado echa el cierre. A su madre, la cantidad de conciudadanos que entran a saludarla a la tienda. El presidente de la Asociación de Chinos de Balears (ACHINIB), Fang Ji, destaca también la transformación que la zona ha vivido en los últimos años: la llegada de la biblioteca, la peatonalización de la calle Nuredunna, la renovación de las aceras.
Hace sólo unos días el Ayuntamiento de Palma declaraba “de interés municipal” la celebración del Año Nuevo Chino, que desde 2016 ACHINIB organiza en Pere Garau. El día grande será el próximo 29 de enero, cuando los dragones Montse y Pep salgan de su guarida para desfilar por las calles y más de cincuenta comercios de todas las nacionalidades elaboren menús especiales para dar la bienvenida al Año del Conejo. Para Fang Ji, ése es uno de los logros principales de la ciudad: conseguir implicar en su fiesta a personas y negocios de diferentes orígenes. Como la empresa mallorquina Poraxa que esculpió en su taller de Porreres la puerta china que preside la entrada al barrio. Una guinda a la que se suma la decoración especial que luce la línea 40 de autobús.
Entre la transformación y las nuevas generaciones
Tres años después de la pandemia de la Covid-19 que situó a China en el ojo del huracán, la comunidad continúa creciendo y transformándose en Palma. Entre los chinos de segunda generación comienza a verse una evolución cada vez más palpable. “Los negocios familiares siguen siendo importantes, como lo son las empresas familiares mallorquinas, pero es cierto que los jóvenes nacidos aquí quieren dar un paso más allá. Entienden que gestionar únicamente bazares forma parte de la generación de nuestros padres, que vinieron a trabajar honradamente. Ahora se amplían los horizontes”, afirma Fang Ji. Entre los sueños de sus sobrinos, confiesa, están conducir un camión, bailar o ser famosa. “Al final también son mallorquines y sus proyectos de vida pueden ser tan diversos como los de cualquier niño”, añade.
Los jóvenes nacidos aquí quieren dar un paso más allá. Entienden que gestionar únicamente bazares forma parte de la generación de nuestros padres, que vinieron a trabajar honradamente. Ahora se amplían los horizontes
Esa segunda generación tuvo gran importancia a la hora de crear en Pere Garau el Centro Educativo Huayue, en el que estudian más de 500 alumnos. “Tenemos muchos jóvenes de segunda y tercera generación que no hablan chino o que sí lo hacen pero no saben leerlo ni escribirlo y vienen aquí para aprender el idioma porque no queremos que pierdan sus raíces”, asegura Xialin Li, una de sus directoras. Por sus clases pasan muchos de los hijos de familias chinas del barrio.
Casi un 15% de su alumnado son adultos chinos que buscan aprender español. “Es una forma de que puedan participar más en las actividades, de entender las noticias, de poder realizar gestiones”, apunta Xialin. Durante algún tiempo, reconocen, el idioma ha sido una de las dificultades para su integración. “Al principio se reunían solo con chinos, pero hoy están mucho más integrados, hay matrimonios mixtos y muchos tienen hijos ya españoles”, afirma Minwei.
Al principio se reunían solo con chinos, pero hoy están mucho más integrados, hay matrimonios mixtos y muchos tienen hijos ya españoles
Los años de esfuerzo y sacrificio también van teniendo su recompensa y Minwei destaca que hay una parte de la comunidad que ha conseguido generar ahorros y una posición más acomodada. “Hemos detectado que algunos ya no buscan pisos sino chalets o que se interesan por comprar una segunda vivienda o un local para alquilar, como inversión. Algo que era impensable hace veinte años”, detalla.
Una de las características que no ha conseguido hacer desaparecer el tiempo es el fuerte sentimiento de comunidad que mantienen. Antes de transformarse en inmobiliaria, Huading era una plataforma de ayuda a los ciudadanos chinos recién llegados a la Isla con más de 10.000 seguidores. “Una ONG que atendía consultas sobre cómo hacer trámites de salud, de extranjería, de vivienda y que ayudaba a integrarse en la ciudad”, recuerda Minwei. Un apoyo que también alcanza a lo personal. La escuela Huayue también mantiene esa mano abierta a los que acaban de inmigrar. “Cuando acabas de llegar es difícil hacer amigos y el centro también es una forma de conocer gente dentro de la propia comunidad”, añade Xialin.
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