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Guerra abierta entre las monjas jerónimas y el obispo de Mallorca: misas prohibidas en un codiciado convento

Vista al mar desde el campanario de la iglesia.

Pablo Sierra del Sol / Francisco Ubilla

Mallorca —
8 de enero de 2025 22:10 h

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Cuando el cura descolgó el teléfono nadie podía imaginarse que aquella llamada les dejaría con la palabra de Dios en la boca. Sin –tempranera– misa de Maitines. Era el mediodía del 24 de diciembre. La iglesia estaba llena de personas sin recursos y de benefactores. Todos, alrededor de la imagen de un Niño Jesús. El sacerdote colgó el teléfono y explicó en público lo que acababan de decirle: prohibida la Eucaristía. Donde manda obispo no manda sacerdote.

“Me han llamado diciéndome que esta iglesia no está abierta al culto y que no puedo celebrar la misa. Me corresponde callar y rezar para que la Justicia se manifieste. De todas maneras quiero felicitaros a todos, daros las gracias y desearos una Navidad agradable. Creamos en la bondad que Jesús expresó con su nacimiento… Él quiere que nos humanicemos y hagamos el bien”. No hubo Misa del Gallo, pero un niño recitó el Sermó de la Calenda, se cantó la Sibil·la, y el Coro del Ilustre Colegio de Abogados de las Illes Balears entonó Adeste Fideles, y, luego, ricos y pobres se sentaron a comer en la misma mesa.

La escena habría estimulado la imaginación de Luis García Berlanga. Encajaría en varias películas de la carrera del cineasta valenciano. Entre otras cosas porque ocurre junto al Mediterráneo dentro de una de las grandes joyas arquitectónicas del casco antiguo: el Convent de Santa Elisabet. Los hechos, aunque parezcan berlanguianos, no datan de los años cincuenta, sesenta o setenta. Son de la pasada Navidad y tienen un trasfondo claro. Desde hace diez años, la orden de hermanas jerónimas y el Bisbat de Mallorca mantienen una disputa por la propiedad de casi una hectárea de territorio monacal (iglesia, con sus capillas y coros, celdas, refectorio, sala capitular, jardines, huerta, almacenes…) en suelo urbano. De salir al mercado inmobiliario, el complejo podría alcanzar un valor millonario. El metro cuadrado en sa Calatrava, el barrio de Palma donde está en convento, se paga a más de 6 mil euros; hace apenas treinta años el Ajuntament subvencionaba a los jóvenes para que alquilasen pisos y revitalizasen este barrio medieval asediado por la venta de droga. 

Hoy, sa Calatrava es uno de los focos que irradian gentrificación en la capital balear. Y, quizás por ello, el campo de batalla judicial entre dos instituciones de la Iglesia Católica.

Desde hace diez años, la orden de hermanas jerónimas y el Bisbat de Mallorca mantienen una disputa por la propiedad de casi una hectárea de territorio monacal en suelo urbano. De salir al mercado inmobiliario, el complejo podría alcanzar un valor millonario

Una lucha judicial

28 de noviembre de 2014. El Bisbat de Mallorca introduce varios documentos en el Registro de la Propiedad para inmatricular el Convent de Santa Elisabet. Cinco meses antes, en junio, las ocho jerónimas que vivían allí se han mudado a Inca. Terminaba una estancia ininterrumpida de más de cinco siglos. Se establecieron en Palma en 1485 (hay más de quinientas monjas enterradas bajo la tierra de la sala capitular, casi una hermana por año de estancia), pero decidían marchar para reagruparse con las hermanas de Sant Bartomeu, el otro monasterio que las jerónimas poseen en Mallorca. ¿La razón? Aunque el monasterio de Inca también es muy antiguo, del Barroco, se reformó en 1999. Esas instalaciones eran más cómodas y modernas. Un hogar. 

Entre maletas, enseres religiosos y cuadros, la mudanza también incluyó un buen número de papeles que, según las jerónimas, codiciaba el Obispado. El archivo, muy bien conservado y ordenado, documentaba los últimos cinco siglos del Convent de Santa Elisabet. La relación de las monjas con un lugar que, pese a los consejos de Josep Miralles, obispo de Mallorca entre 1930 y 1947, no quisieron inmatricular durante la II República. Ese trámite en vísperas de la Guerra Civil habría evitado, probablemente, el pleito actual. 

En 2014, cuando el obispo Salinas les reclamó el archivo, y antes de saber que el Bisbat de Mallorca inmatriculaba el monasterio, las hermanas buscaron asesoramiento jurídico. Intuían, cuentan, que sería un error deshacerse de la pila de documentos que, durante décadas, compiló Pere Estelrich i Costa (un sacerdote e historiador que llegó a escribir una completa obra sobre el Convent de Santa Elisabet). Las monjas no soltaron los papeles. No tenían por qué hacerlo. La Orden de San Jerónimo (OSH son sus siglas latinas) está considerada como una institución de derecho pontificio es una sociedad de vida apostólica desde que se fundó en Belén (donde murió San Jerónimo, donde nació Jesús de Nazaret). Según reivindican las jerónimas, deben obediencia directa al Vaticano, no a la Diócesis en la que se encuentren.

En 2019, cinco años después de la inmatriculación realizada por el Bisbat de Mallorca, las monjas demandaron aquel registro ante el juzgado de primera instancia. Las llaves de la media docena de puertas por las que se puede entrar al Convent de Santa Elisabet –desde tres calles distintas y una plaza– seguían en manos de las monjas. 

En 2014, el Bisbat de Mallorca introdujo varios documentos en el Registro de la Propiedad para inmatricular el Convent de Santa Elisabet. Cinco meses antes, las ocho jerónimas que vivían allí se mudaron a Inca. Según reivindican ellas, deben obediencia directa al Vaticano, no a la Diócesis en la que se encuentren

El cronograma podría resumirse así: el 24 de septiembre de 2019 empieza el proceso, con la petición de que se cancele la inmatriculación del monasterio a nombre del Obispado, que decide ir a juicio, aun a sabiendas de que la petición bloquea su trámite de inmatriculación; el 30 de junio de 2022, el juzgado número 9 de Palma falla a favor de las jerónimas (atendiendo, en gran medida, a los 143 documentos, del archivo, que se presentan para demostrar que, de facto, el monasterio pertenecía a las hermanas desde el siglo XV); el Obispado recurre la sentencia, y hay que esperar al 6 de mayo de 2024 para que la Audiencia Provincial ratifique el primer fallo.

No hay matices, dicen las jerónimas, en la segunda sentencia. El juzgado entiende que el Convent de Santa Elisabet no se desamortizó a través de la ley aprobada por el liberal Pascual Madoz cuando fue ministro de Hacienda los primeros seis meses de 1855. Hay que retroceder a mediados del siglo XIX para entender el principio del embrollo. A diferencia del argumento que defiende el Bisbat de Mallorca para solicitar la propiedad del monasterio, el lugar nunca dejó de pertenecer a este grupo de religiosas, una comunidad muy independiente aunque esté federada a otras comunidades de jerónimas repartidas por el resto de España. 

¿Por qué no se desamortizó el Convent de Santa Elisabet? Los edificios estaban habitados y en buen estado, la comunidad superaba la docena de monjas y las jerónimas no poseían otro monasterio en Palma. Cumplían con todas las exenciones que se habían incluido en la Desamortización Madoz. Aunque tuvieron que pagar el peaje de no admitir novicias durante casi dos décadas (renunciando a la dote y a las donaciones que aportaban las familias), nunca se firmó una Real Orden para expropiar el monasterio. Si hubiera ocurrido lo contrario, esta hectárea en el corazón de sa Calatrava tendría un aspecto muy diferente hoy en día. Hasta hace menos de doscientos años, el Mercat de l’Olivar o la sede del Parlament de les Illes Balears también fueron conventos.

Regreso a 2024. El proceso judicial continúa: el Bisbat de Mallorca no se rinde y trata de elevar la causa al Tribunal Supremo. Actualmente, las dos partes esperan noticias de Madrid. Todavía no saben si el segundo recurso episcopal se admitirá a trámite. Si pasa el filtro, las jerónimas solicitarán su impugnación. Si no lo pasa, la guerra judicial habrá terminado. Este movimiento, clave en la partida, podría conocerse durante los meses de frío; máximo, en primavera. Desde el obispado, se niegan a explicar su punto de vista sobre el embrollo legal. Las jerónimas explican que, aunque empiezan a vislumbrar un desenlace, esta prórroga alarga una pesadilla difícil de digerir. Sobre todo, por la salud del monasterio. Sobre todo, por el último episodio. Cinco años, dos sentencias, con sus dos recursos, y una prohibición de celebrar la Eucaristía que, paradójicamente, podría favorecer el deseo de las jerónimas: que vuelva la vida al Convent de Santa Elisabet. 

El Convent de Santa Elisabet nunca se desamortizó, gracias a que cumplían con los requisitos para librarse de la expropiación. El Supremo tiene que pronunciarse sobre una sentencia de la Audiencia Provincial de Palma que ratifica que el monasterio pertenece a las hermanas desde el siglo XV

El monasterio está en stand by, pero su memoria es una caja negra: allí, la orden hizo tratos comerciales con Felipe II; allí, Antoni Gaudí quiso bordar unos tapices que ilustrasen motivos eucarísticos; allí, cayeron varias bombas lanzadas por la aviación republicana durante la Guerra Civil (dañando el claustro y matando a varias hermanas); allí, a finales del siglo XVII ya se libró un pulso legal entre Pere d'Alagó, obispo de Mallorca, y la orden jerónima, que se resistía a plegarse a la regla que trataba de imponerle la diócesis. Ganaron, con mucha paciencia, las hermanas, capitaneadas por la priora: sor Anna Maria Sureda, una mujer de Valldemossa que leía a Ramon Llull y se comportaba con la determinación de Santa Teresa de Jesús.

Los benefactores

Ángel Jaudenes Gual de Torrella abre el WhatsApp y busca un audio en el hilo de chat de su hermana Teresa. Play. Voz masculina y madura, que pide, con cercanía, pero con mucha educación, el número de Ángel. Se intuye la confianza que da conocerse desde hace muchos años. Se intuyen los exquisitos modales de otra época, la buena cuna. El audio es corto, pero dura el tiempo suficiente para conectar el pasado cercano con el pasado remoto. Es un túnel a la niñez. La voz, masculina y madura, ha visto publicado en la prensa local lo que ocurrió en el Convent de Santa Elisabet la última Nochebuena y está indignada. 

De niño, cuenta la voz masculina y madura, acompañaba a su madre hasta el monasterio, se metía en el torno y las monjas (que se saltaban un poquito la clausura) le entregaban en mano una caja de madritxos. Pasta de yema, azúcar, harina. Rectángulo dulce. Una magdalena de Proust a la mallorquina. El anclaje a un tiempo perdido, la razón que lleva a la voz masculina y madura a preguntar, tantos años después, qué hay que hacer para convertirse en un Amic de Sant Jeroni.

“No estamos constituidos como asociación, pero si lo vemos necesario, miraremos cómo y dónde registrarnos”, explica Jaudenes Gual de Torrella, ya con el móvil en el bolsillo de su pantalón claro. Calza zapatillas cómodas y una chaqueta de tono marino que corta el viento, igual de útil para embarcarse en un velero, salir a dar un paseo por el campo o inspeccionar un monasterio que, para él, tiene un gran valor sentimental. Como la persona que le ha hecho llegar, a través de su hermana, ese mensaje sonoro, este hombre, que trabajó reformando casas y ahora está jubilado, también se crió en sa Calatrava. 

La casa de los Torrella aparece en cualquier libro de Historia balear. Esta familia de nobles empordanesos asistió a Jaume I para conquistar Mallorca, Eivissa y Formentera, y para someter a Menorca. Más tarde, la saga produciría políticos o artistas. Pero uno de los primeros antepasados mallorquines de Jaudenes Gual de Torrella fue, de hecho, el primer benefactor que tuvieron las monjas de Santa Elisabet. “Esa es una de las razones”, explica, “que me llevan a colaborar, voluntariamente, con ellas, además de ser católico y practicante. Entre los Amics de Sant Jeroni, el nombre informal que nos hemos dado, todos tenemos algún vínculo con el monasterio. Por ejemplo, hay personas que tuvieron una tía jerónima. Muchos son o han sido vecinos de este barrio”.

¿A qué se dedican? “A mantener presentable el monasterio”, resume Jaudenes Gual de Torrella. Los miembros más activos son unos treinta. Aportan dinero para ayudar a la economía de una orden que no se libra de la bajada de vocaciones religiosas en España. Además, debido a la situación judicial, las jerónimas no pueden solicitar subvenciones al departamento de patrimonio del Consell de Mallorca. Y el edificio reclama atención: sólo en los últimos tiempos se ha tenido que reparar una tapia (10 mil euros) o arreglar una parte del inmenso tejado (sólo las tejas costaron otros 20 mil euros). Pero el apoyo de este grupo de laicos a las religiosas no es exclusivamente económico. 

Aunque estén en Inca, dice Jaudenes Gual de Torrella, las hermanas quieren que el monasterio palmesano tenga vida “siguiendo el carisma jerónimo”. La idiosincrasia de la orden. De ahí nacen propuestas como los conciertos de música sacra, donde vibra un órgano fabricado entre los siglos XVI y XVIII y que sigue sacándole un sonido limpio y claro al tubo de la corneta, que volverán a celebrar en Pascua. O exposiciones, aprovechando el fondo artístico y religioso del monasterio, trasladado en parte a Inca. El destino del Convent de Santa Elisabet, dicen las jerónimas, es convertirse, total o parcialmente, en un museo que no pierda su vocación evangélica. De ahí, que quieran seguir organizando jornadas de caridad como la comida –sin Misa del Gallo– que sirvieron en Nochebuena, una iniciativa que Amics de Sant Jeroni llevó a cabo con Cruz Roja y el Ajuntament de Palma. 

La polémica celebración de la misa

“Durante los últimos años se han celebrado varias misas en el monasterio, sin problema. En septiembre se ofició el funeral de mi madre y, después, sí sé que el sacerdote que la presidió recibió una reprimenda. De todas maneras, no me esperaba que nos prohibieran la Eucaristía porque la iglesia, aunque haga mucho tiempo que no tenga misa diaria, no se ha desacralizado”, explica Jaudenes Gual de Torrella. 

Durante los últimos años se han celebrado varias misas en el monasterio, sin problema. En septiembre se ofició el funeral de mi madre y, después, sí sé que el sacerdote que la presidió recibió una reprimenda. De todas maneras, no me esperaba que nos prohibieran la Eucaristía porque la iglesia, aunque haga mucho tiempo que no tenga misa diaria, no se ha desacralizado

Jaudenes Gual de Torrella Benefactor de las monjas

Los hechos del 24 de diciembre han levantado polvareda. El abogado Carlos Portalo, que estaba en el templo aquel mediodía, entre citas a Joan Manuel Serrat y Oscar Wilde, llamó hipócrita al obispo en una columna de opinión publicada en Diario de Mallorca el 8 de enero. Seis días antes, Jaudenes Gual de Torrella ya había enviado una carta, como portavoz oficioso de Amics de Sant Jeroni, a monseñor Sebastià Taltavull: “La envergadura de la prohibición episcopal –que no alcanzamos entender– nos lleva a solicitarle, en nombre propio y en el de nuestros voluntarios de la familia jerónima, una audiencia con Su Excelentísima, a fin de que una comisión integrada por mí y una representación de los mismos, podamos tratar este asunto personalmente con usted”.

El menorquín Sebastià Taltavull i Anglada era obispo auxiliar de Barcelona cuando lo pusieron al frente de la diócesis de Mallorca tras la caída en desgracia del valenciano Xavier Salinas i Vinyals, denunciado por mantener una supuesta relación sentimental con su secretaria. El relevo fue en 2017. El monasterio ya estaba inmatriculado por parte del obispado, la demanda de las monjas todavía no se había interpuesto. Según las jerónimas, a instancias de Sor Natividad (el nombre religioso de Ángela Sanz, la madre federal de la orden en España), hubo varios encuentros con el obispo para resolver el pleito sin pasar por los tribunales. Ninguno prosperó y, desde 2019, la comunicación se cortó. Consultados para obtener su punto de vista para escribir este reportaje, los responsables de prensa de la diócesis mallorquina respondió que preferían no hacer declaraciones.

En mayo de 2024, cuando se conoció el fallo de la Audiencia Provincial y la madre federal viajó desde Guadalajara, donde vive su vida contemplativa, hasta Palma para atender a los medios de comunicación, las palabras de Sor Natividad casi podían oírse en el despacho de monseñor Taltavull: entre el monasterio y la sede del Bisbat de Mallorca hay apenas ochenta metros, la anchura de la Plaça de Sant Jeroni; menos de un minuto caminando: 

–Ahora se persigue que el monasterio se convierta en algo social, que lo participe la sociedad, para crear lo que se decida, pero que no sea otra cosa, porque lo que nos ofrecen es hacer hoteles y es un sitio consagrado.

¿Un futuro hotel?

La tarde declina, alargando las sombras y proyectando una luz anaranjada sobre las almenas de la muralla árabe, una muralla milenaria, que cierra el monasterio por levante. En forma de u, los tres edificios del complejo rodean jardines y huertas, una de las últimas huertas que resisten en el casco antiguo de la ciudad, hoy sin trabajar y habitada por cuatro gallinas, que picotean entre los frutales. 

Mirando hacia abajo, el gran patio del monasterio, parece un fotograma italiano. Una mezcla, a partes iguales, de belleza y decadencia. Mirando hacia arriba no se ve el cielo, sin embargo. Las azoteas están cubiertas por un porche: esas galerías, típicas de la arquitectura mallorquina, permitían que corriera el aire y, a la vez, aislaban del calor y del frío a los pisos inferiores. Como la altura es considerable, mirando al frente, por una ventana abierta en la pared del porche y sobre las calles que bajan hacia el paseo marítimo, sí puede verse el mar. La línea del horizonte es nítida y dibujada en azul añil por el sol de enero. 

Es fácil imaginarse la azotea descubierta y rebautizada (rooftop). Es fácil imaginarse la huerta convertida en una piscina. Es fácil imaginarse la cancela, verde y metálica, una trasera, convertida en una puerta, corredera y transparente. Sobre el vidrio, las cinco estrellas del hotel al que tanto le temen las jerónimas.

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