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De la infravivienda a las casas baratas: el eterno retorno de la precariedad

Laura Jurado

Mallorca —
14 de noviembre de 2023 08:10 h

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En la misma calle Fornaris -en el barrio de La Soledat de Palma- en la que la historiadora del arte Sandra Rebassa hace la primera parada de su ruta, el paisaje demuestra que el problema de la vivienda en la ciudad mallorquina vive en un bucle permanente. Frente a la que fuera una de las primeras construcciones surgidas de la Ley de casas baratas de 1911 se sucede una ristra de puertas tapiadas. En la superposición de capas de hormigón, maderas y persianas aún alcanza a leerse un antiguo cartel de 'Tabacos'. “En más de un siglo la crisis habitacional no ha cambiado mucho: tenemos más habitantes que viviendas, alquileres elevados y muchos pisos cerrados. Ahora, además, se ha sumado la escasez de territorio”, analiza. 

Si el título de la visita guiada que conduce dentro del festival Open House Palma, De la infravivienda a las viviendas baratas, radiografiara también el presente, podría cerrar el círculo añadiendo un “y de vuelta a la infravivienda”. Hace seis años el Ayuntamiento incluyó a La Soledat como uno de los cuatro barrios con mayor índice de vulnerabilidad y exclusión social. El último atlas de distribución de renta de los Hogares calculaba que la media de ingresos anuales estaba aquí entre los 23.000 y los 26.000 euros por familia. Por si fuera poco, sumando los principales portales inmobiliarios sólo aparece un piso de alquiler en la barriada, justamente en la calle Fornaris y frente a la iglesia: 111 metros cuadrados por 2.400 euros al mes. 

A finales del siglo XIX, diferentes autores pusieron ya sobre la mesa el problema de la vivienda en Palma. La mayor parte de la ciudad seguía rodeada por las murallas -cuyo derribo no comenzó hasta 1902-, lo cual se traducía en importantes problemas no solo de hacinamiento, sino también de insalubridad. El ingeniero de caminos Eusebi Estada decía que el agua que se consumía era “tan mala como escasa” y que, a falta de alcantarillado o fosas sépticas, “las materias fecales sólidas” se almacenaban y guardaban “con esmero debajo de las viviendas”. 

Para entonces, la ciudad ya experimentaba una progresiva industrialización. También en La Soledat, donde la fábrica textil de Can Ribas se fue ampliando hasta ocupar más de 14.000 metros cuadrados. El fenómeno se tradujo en un éxodo rural que aumentó aún más la población en Palma y que desembocó en el agravamiento de la crisis habitacional. “Es entonces cuando comienzan a aparecer pequeños conjuntos de casas, la mayoría cerca de las fábricas, que levantan los mismos propietarios por una cuestión de pura necesidad. Eran construcciones populares, hechas fuera de normativa y sin un plan de urbanización organizado”, describe Rebassa. Situación que llegó a La Soledat -donde un informe de 1883 contabilizaba 278 casas- y a otras zonas como Els Hostalets.

La ley de casas baratas: el germen de la vivienda social

Estas construcciones surgidas como una solución de emergencia no sirvieron para paliar la situación a medio ni largo plazo. Al entrar el siglo XX, muchos países europeos comenzaron a pensar en fórmulas legislativas que permitieran solventar el problema de la vivienda. En 1911 España pondría la primera piedra con la Ley de casas baratas: “El primer intento oficial de vivienda obrera”, subraya Sandra Rebassa, y que sentó las bases también para la futura vivienda social. El primer paso de una intervención pública que se expandiría ya durante la dictadura con los grandes polígonos de viviendas. 

El propio articulado señalaba que estas casas baratas estarían pensadas para “obreros, jornaleros del campo, pequeños labradores o empleados modestos”. “Lo cierto es que la ley se hizo pensando más en los propietarios que en la necesidad real de vivienda que existía. De hecho, quienes se acogían a la normativa tenían muchas ventajas fiscales”, explica la historiadora del arte. Entre ellas, estar exento del impuesto de contribución durante un mínimo de veinte años, como también del de transmisión, siempre que existiera una sucesión directa. No obstante, la norma establecía toda una serie de requisitos y limitaciones para poder acogerse a estos beneficios que iban desde los materiales de construcción a emplear -económicos y locales-, a las rentas de sus propietarios o el alquiler máximo que éstos podían fijar. 

La Ley de casas baratas señalaba que estas estarían pensadas para obreros, jornaleros del campo, pequeños labradores o empleados modestos

“Uno de los datos más sorprendentes es que Palma fue la tercera ciudad de España [sólo por detrás de Madrid y Barcelona] donde se presentaron más solicitudes para la construcción de casas baratas entre 1911 y 1939: más de un centenar de proyectos. Una cifra que estaba por encima de Bilbao, pese a que estaba muy lejos de su nivel de industrialización”, destaca Rebassa durante su visita guiada. Como detalla el estudio Casas baratas, centenario de la primera ley -publicado por el Ministerio de Fomento en 2011, todas procedían de Palma -con la excepción de una presentada en Manacor- y la mayoría habían sido presentadas por particulares.

En el número 51 de la calle Fornaris, al otro lado de las puertas tapiadas, sigue una de las casas baratas que se levantaron en Palma. Su estructura conserva gran parte de la original, frente a la enorme transformación que ha sufrido la situada en el número 10 de la calle Cabrera. En el exterior, una planta baja y un primer piso con balconada. Dentro, un pequeño patio y la obligación de que todas las habitaciones contaran con ventilación. Características que, para la experta, evidencian la clara conexión que este tipo de viviendas tuvo con la arquitectura popular mallorquina y, a la vez, cómo contribuyó en que ésta perdurara durante décadas. Según Rebassa, cerca de un 80% de las que se construyeron eran plantas bajas. Las que añadían un segundo piso, debían ser plurifamiliares. 

Su arquitecto, cuenta Rebassa, fue Josep Alomar, autor de la mayor parte de casas baratas de Palma, pero también arquitecto oficial de la Junta Local de Casas Baratas. “Un hecho que despertó no sólo las suspicacias de otros compañeros de profesión, sino incluso sus quejas, ya que aseguraban que los proyectos de Alomar obtenían el visto bueno con mucha más facilidad que los suyos”, afirma. 

Una arquitectura poco reconocida

No muy lejos de la zona, Alomar firmó otro de los proyectos más reconocibles de vivienda obrera en Palma: una hilera de 24 plantas bajas situadas al final de la calle Manacor y en cuya fachada aún puede leerse ‘Grupo de viviendas propiedad de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de las Baleares’. El hecho de que una entidad bancaria actuara como promotora, dice la historiadora, en realidad, fue algo mucho más propio de la Península. 

Lo cierto es que este conjunto -que, según la prensa, debía alojar a 34 familias- sirve para poner sobre la mesa otro de los objetivos de Sandra Rebassa y del Open House Palma: la reivindicación de la vivienda obrera. “La historiografía no pone en valor las viviendas sencillas y humildes y, además, hay muy poca vivienda obrera protegida”, lamenta la historiadora del arte. Que estas 24 casas construidas en 1924 hayan conservado su estructura y tipología ha sido más una cuestión de suerte y de voluntad que de normativa para la defensa del patrimonio.

La historiografía no pone en valor las viviendas sencillas y humildes y, además, hay muy poca vivienda obrera protegida

Esta recuperación arquitectónica, además, cuenta en Palma con un elemento diferenciador en materia urbanística: “En otras ciudades como Barcelona o París los ensanches estaban habitados por los burgueses. Aquí en Palma, la burguesía continuó intramuros, en el centro, y el ensanche se hizo mucho más obrero”, destaca la experta. De hecho, ésa fue una de las críticas que también se hizo a los resultados de la Ley de casas baratas, que, como explicaba la historiadora Paloma Barreiro en elDiario.es, en lugares como Madrid se utilizó incluso para levantar multitud de palacetes. 

Lo cierto es que la vivienda obrera tuvo en Palma otra particularidad más: mientras que otras ciudades se crearon enormes conjuntos, en la capital mallorquina el movimiento se limitó a casas aisladas -incluyendo algunas preexistentes que se reformaron para adaptarse a la nueva ley con el objetivo de conseguir sus beneficios fiscales-, con la excepción de algunos pequeños grupos.  “Lo más parecido fueron Ses Cent Cases de Pere Garau, que en realidad ocupan sólo tres isletas”.

En aquel listado de solicitantes para la construcción de viviendas baratas la mayoría, como hemos dicho, eran particulares. Pero también hubo peticiones realizadas desde cooperativas como Hogar Propio, El Hogar del Porvenir o, la más conocida, La Redención del Hogar, integrada por carteros de Correos e impulsora precisamente del conjunto arquitectónico de Pere Garau. “Su construcción fue muy lenta porque estuvo parada en varias ocasiones por falta de financiación. De hecho, la cooperativa tuvo que pedir varios préstamos al Estado y las obras no se terminaron hasta 1934”, relata Rebassa frente a sus reconocibles fachadas. 

Hubo peticiones de casas baratas realizadas desde cooperativas. La más conocida es La Redención del Hogar, integrada por carteros de Correos

Carles Garau fue el arquitecto del que hoy es “el ejemplo más paradigmático de casas baratas en Palma”. Un total de 102 casas estructuradas en dos plantas con cuatro viviendas cada una, que comparten una cisterna y un patio que ocupa más de la mitad del solar. De su estructura destacan las vigas de madera, los muros de marés y los forjados de cerámica. De su fachada, su disposición vertical y su balcón. Ya en el interior, su distribución seguía la tradición mallorquina, con las habitaciones situadas a los lados de los dos cuerpos centrales: el comedor y la sala. 

Exteriormente, el conjunto apenas ha sufrido alteraciones. Una supervivencia que, como en el caso del grupo de la calle Manacor, ha sido casi una cuestión de suerte. Desde 2009 la Asociación para la Revitalización de Centros Antiguos (ARCA) reclama al Ayuntamiento de Palma su inclusión en el catálogo municipal. 

Hace unos años, la periodista Mariona Cerdó explicaba en El Mundo que los propietarios de Ses Cent Cases tardaron más de treinta años en pagar las casas, a razón de dos pesetas semanales y otras 30 mensuales en concepto de alquiler. En la actualidad, su valor histórico y patrimonial las ha convertido en una adquisición suculenta para inversores extranjeros desde que Pere Garau se ha convertido en un barrio en proceso de gentrificación. Una de estas viviendas -con 205 metros cuadrados y tres habitaciones- se encuentra a la venta por 365.000 euros. Su compra, destaca la inmobiliaria, no es sólo la posibilidad de hacerse con un “hogar encantador y funcional”, sino también “de ser parte de una historia fascinante y de sumergirse en la riqueza cultural de Palma”. La paradoja de la vivienda obrera convertida en lujo.