El misterioso origen de los restos humanos hallados en el psiquiátrico de Palma
La reforma del centro descubre huesos donde se ubicaba el desaparecido convento de Jesús. La “extraña” disposición de los cuerpos evidenciaría que fueron depositados ahí a raíz de una de las grandes epidemias que azotaron la ciudad en el siglo XIX
Más allá de las murallas de Palma, un viejo convento aloja a unos sesenta religiosos. Aún no han tomado forma las ideas desamortizadoras de los bienes eclesiásticos que traerá consigo el siglo XIX. Las luchas entre lulistas y antilulistas que a finales del XVIII enfrentarán a quienes siguen la doctrina de Ramon Llull y a sus detractores se encuentran en pleno auge y se contagian a todos los estamentos de la vida política y religiosa de la ciudad. Y entre los muros del convento, la vida de sus inquilinos transcurre entre la predicación, la comunidad y el estudio. Más adelante, Nostra Dóna dels Àngels, más conocido como convento de Jesús extramuros, se convertirá en uno de los mejor vendidos en subasta entre 1840 y 1843. De los cuarenta y tres que hay en Mallorca en 1836, hasta un total de 33 serán desamortizados.
Más de 150 años después, numerosos huesos acaban de salir a la luz mientras se ejecutan las obras de reforma del psiquiátrico de Palma, situado sobre los terrenos que albergaban el antiguo edificio monacal. Las dudas se ciernen sobre el origen de los restos: ¿se trata de los despojos de aquellos que fueron enterrados en el cementerio del convento o quizás de quienes fallecieron como consecuencia de alguna de las grandes epidemias que asolaron Mallorca en el siglo XIX?
En el marco del proyecto de reforma integral de las instalaciones y de sus servicios con la intención de modernizar el recinto, varios operarios se encontraban trabajando, el pasado mes de noviembre, en la mejora de las canalizaciones del enclave cuando diversos restos óseos comenzaron a aflorar en la superficie. Obra del arquitecto Guillem Reynés, en 1906 Alfonso XIII colocaba la primera piedra del futuro psiquiátrico de Palma, concebido en sus inicios como manicomio provincial. La institución abría sus puertas en 1911 en paralelo al gran avance en los tratamientos de las enfermedades y trastornos mentales y dejaba atrás las prácticas restrictivas y segregacionistas así como el aislamiento social a los que tiempo atrás eran sometidos los enfermos.
Sin embargo, mucho antes de que la psiquiatría aplicada se instalara en el lugar, lo había hecho la práctica religiosa. En 1441, los franciscanos, bajo el impulso de Bartomeu Catany, fundaban el convento de Nostra Dona dels Àngels o de Jesús, nombre este último que también tomó una de las puertas que daban acceso a la entonces amurallada ciudad de Palma. Con la desamortización de Mendizábal, el convento acabaría abandonado y posteriormente reutilizado como armería, tal como explican desde Fotografías Antiguas de Mallorca (FAM). Transcurrido el tiempo, una explosión de pólvora destruiría parte de la estructura. En los jardines del actual psiquiátrico aún pueden observarse los restos del inmueble, de su claustro -el 'claustreret' del padre Catany- y de la acequia d'en Baster, vestigio del legado musulmán de Mallorca.
Seguimiento arqueológico de las obras
Ahora, el hallazgo de los restos óseos vuelve a desempolvar la historia del lugar y suscita la incertidumbre sobre su pasado. “Realmente, la obra de reforma del psiquiátrico no contemplaba un seguimiento arqueológico. Todo fue repentino”, señala, en declaraciones a elDiario.es, la arqueóloga encargada de los trabajos de excavación e investigación, Raquel Barceló, quien explica que desde el Institut Balear de Salut (Ib-Salut) se pusieron en contacto con ella después de que empezase a salir a la luz “una cantidad muy grande de huesos” mientras se estaba llevando a cabo el cambio de todas las canalizaciones. “Algunos estaban más rotos y pensaron que podían ser de animales, pero cuando fueron avanzando y les salieron muchos más, decidieron parar y llamar a la Guardia Civil y a Patrimonio. Era necesario realizar un seguimiento arqueológico de las obras”, explica.
Algunos huesos estaban más rotos y pensaron que podían ser de animales, pero cuando fueron avanzando y les salieron muchos más, decidieron parar y llamar a la Guardia Civil y a Patrimonio. Era necesario realizar un seguimiento arqueológico de las obras
Fue entonces cuando Barceló entró en escena. La experta, quien estima que, a falta de una datación definitiva por radiocarbono, los restos podrían tener entre cien y doscientos años, afirma que comenzaron a delimitarlos y a excavar toda la zona para averiguar el alcance de los huesos enterrados. En un principio, asegura, consideraron que podría tratarse de un osario dada la presencia de numerosos restos fracturados, lo que indicaría la realización de una deposición secundaria, es decir, el cuerpo habría sido depositado en un lugar para posteriormente, cuando solo quedasen los restos óseos, ser trasladado y depositado en otro sitio, descolocando de esta forma la estructura del esqueleto.
Sin embargo, cuando continuaron excavando y delimitando aún más los hallazgos, comprobaron que la mayoría de los cuerpos que se encontraban en la parte inferior, pertenecientes tanto a niños como a adultos, se hallaban en posición primaria, de tal modo que los cadáveres se habrían descompuesto en el lugar definitivo de depósito y sin apenas sufrir alteraciones.
La hipótesis de una epidemia comienza a tomar forma
Además de ello, a la arqueóloga le llamó la atención otra circunstancia: los cuerpos se encontraban colocados unos encima de otros y en diferentes posiciones. Pero, sobre todo, sin tierra entre ellos: “Normalmente, si vas enterrando a gente paulatinamente, se lanza tierra entre medias para que los cuerpos se colmaten y no se vean cada vez que se hace un nuevo entierro. Lo extraño es que en este caso no sucede así”, explica Barceló. Fruto de este hecho, la arqueóloga comenzó a vislumbrar otra hipótesis: que una catástrofe o una epidemia ocasionaran una mortalidad muy alta y abocara a la población a enterrar rápido a los fallecidos y de una sola vez.
Otro dato reforzaría esta conjetura: ninguno de los cuerpos enterrados presentaba ningún objeto que lo acompañase, cuando “es frecuente que se cuele un trozo de cerámica o que se se conserven los apliques que se les colocan a los cuerpos”. Por el momento, Barceló apela a esperar al resultado del estudio de los huesos.
La fiebre amarilla y el cólera sacuden Palma
Por su parte, el historiador Pere Salas-Vives arroja luz sobre las epidemias que asolaron Mallorca y especialmente Palma a lo largo del siglo XIX y que intuye que podrían haber influido en lo sucedido en los terrenos que hoy ocupa el psiquiátrico. Autor, junto a Joana Pujades, de Les epidèmies a les Illes Balears de 1800 a 2020 (Documenta Balear, 2021), Salas alude a los dos grandes brotes que afectaron a la capital balear en esa centuria: el de la fiebre amarilla de 1821 y el de cólera de 1865. Sus cifras de mortalidad fueron tan elevadas, explica, que esto dificultó que los entierros se llevaran a cabo en los cementerios y se improvisaran osarios para depositar los cuerpos.
Tal como apunta, meses después de que la peste devastara la comarca mallorquina de Son Servera, dejándola prácticamente despoblada, entre el 6 y el 8 de agosto de 1821 comenzaron a llegar a la isla las primeras noticias de cómo la fiebre amarilla -el 'vómito negro', como se la conocía popularmente- estaba golpeando Barcelona. Apenas dos días después, la enfermedad se introducía por el puerto de Palma y provocaba, en solo dos meses, una importante crisis de mortalidad: “No diezmó a toda la población, pero tuvo un fuerte impacto y hubo que confinar Palma”, asevera Salas.
La acometida de la epidemia fue tan dura que se estableció un cordón sanitario en el litoral de la capital y se decretó que todas las juntas municipales adoptaran medidas de aislamiento respecto a la ciudad, unas decisiones adoptadas en medio de la complicada situación económica provocada por el episodio de peste del año anterior. Unas 3.000 personas fallecieron en dos meses como consecuencia de la fiebre amarilla, una cifra destacable si se tiene en cuenta que Palma contaba entonces con unos 35.000 habitantes. El desbordamiento de los lugares de entierro, además, no tardó en hacerse patente, lo que motivó la habilitación de espacios para depositar los cuerpos, “un problema aparejado a las epidemias cuando éstas suceden en muy poco tiempo”, incide el doctor en Historia por la Universitat de les Illes Balears (UIB).
Respecto a la epidemia de cólera, que provocó estragos en Europa a lo largo de cuatro olas con la revolución del transporte y la expansión del capitalismo colonial, en 1854 azotó levemente al municipio de Andratx (Mallorca), pero en 1865 entró por vía marítima en la capital balear y, según Salas, “creó un gran trastorno social en Palma: las clases altas se fueron y dejaron a la población más desvalida a su suerte. No así las autoridades, que se quedaron para hacer frente a la epidemia y habilitaron hospitales provisionales”. La ciudad había logrado mantenerse inmune al cólera hasta ese verano, cuando la catástrofe se abatió sobre la población. Entre el 1 de agosto y el 15 de septiembre, cerca de 2.000 personas -de una población de 53.000- perdieron la vida.
Con todo, el historiador subraya que Mallorca “es una tierra que supo controlar bastante bien las entradas de epidemias gracias a los cordones sanitarios y a una inversión importante en salud”. De hecho, señala que las medidas implantadas para contener los embates de la peste de 1820 salvaron la isla “de una verdadera catástrofe sanitaria y demográfica” y predispusieron a la población mallorquina a adoptar los postulados de la medicina preventiva.
Un hospital provisional en el convento de Jesús
A raíz del hallazgo de los restos óseos en el psiquiátrico de Palma, Salas intuye que la fosa encontrada podría haber sido excavada para enterrar a fallecidos como consecuencia de la fiebre amarilla de 1821. Ese año, como documentó la también historiadora Isabel Moll, el convento de Jesús fue habilitado como hospital provisional (su ubicación extramuros lo convertía en un lugar idóneo para los enfermos pero también para la propia población de Palma, separada de quienes habían sido contagiados). En el caso de la epidemia de cólera de 1865, se habilitó para los entierros el convento de los Capuchinos.
Ahora, el análisis de los huesos debe determinar la datación de los restos y, con ello, el contexto en el que los fallecidos a los que pertenecen fueron enterrados. Como apunta Barceló, “no sabemos todavía qué provocó que se enterrara a mucha gente a la vez. Hasta que no continuemos con la investigación, no lo sabremos”. Mientras tanto, el resto de cuerpos encontrados han sido de nuevo tapados y dejados en el lugar en el que fueron hallados: “Al final es mejor que los restos descansen donde ya estaban antes de removerlos”, sentencia.
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