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La rebelión de 'El Cristo de los hippies': cómo un desalojo acabó en una batalla campal con la Guardia Civil

Recreación de la comuna hippie de Sa Rota. Ilustración de Yoa Covas

Nicolás Ribas

Eivissa —

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Entre los días 16 y 17 de julio de 1971, en los últimos años del franquismo, tuvo lugar uno de los episodios más surrealistas de la historia hippie de Eivissa. En esa época, la isla era uno de los polos de mayor efervescencia de este movimiento contracultural a nivel global, junto a Goa y Ámsterdam. A finales de la década de los 60 ya había hippies en todos los lugares de Eivissa, aunque tenían preferencia por la zona noreste de la isla: Santa Eulària des Riu y Sant Joan de Labritja. En uno de estos núcleos se produjo una auténtica rebelión hippie que terminó en un enfrentamiento entre ellos y la Guardia Civil, que contó con el apoyo de la población local.

Por aquel entonces, las casas de campo tenían poco valor para los ibicencos. La mayoría de ellas no contaban con agua corriente ni luz eléctrica, pero a los hippies les encantaban. La población local aprovechó esta circunstancia para alquilarlas a la población extranjera que, en general, tenía un poder adquisitivo muy elevado.

Uno de ellos fue Robert Jack Berg, un ingeniero estadounidense, que se había autoproclamado como “el cristo de los hippies”. En 1971 tenía alquilada una casa payesa, Sa Rota, a tres kilómetros del núcleo de Santa Eulària, según el historiador José Luis Mir, quien lo ha documentado en el libro Santa Eulalia Ibiza 1971: La rebelión de los hippies.

Cuando llegaba el verano, hippies como Robert y otros realquilaban las diferentes habitaciones de las casas, e incluso viejos corrales, para pagar el alquiler o sacar algún beneficio económico. Otros dividían los gastos entre todos para pagar el alquiler y el mantenimiento de la casa y se organizaban para realizar las tareas domésticas y el trabajo en el campo (algunos cultivaban sus propios alimentos o compraban gallinas para luego alimentarse de la carne o de los huevos). Así es como se formaron las “comunas” hippies.

Sa Rota era una casa de nueve estancias (entre habitaciones y corrales) donde se alojaban los miembros de la comuna hippie, ya fuera en camas, sacos de dormir o mantas en el suelo. Robert 'El Cristo' era el arrendatario legal, junto a dos alemanes más, a los que poco a poco se fueron sumando más hippies. Los propietarios aceptaron que fuera entrando más gente con la condición de que se “mantuviera la casa y alrededores limpios”. Llegaron tantos que empezaron a ocupar los terrenos que rodeaban la casa porque en el interior ya no cabían más.

Robert 'El Cristo' era el arrendatario legal de Sa Rota, una casa de campo de la isla. Los propietarios aceptaron que fueran entrando nuevos inquilinos con la condición de que se 'mantuviera la casa y alrededores limpios'. Así se creó una comuna hippie. Llegaron tantos que empezaron a ocupar los terrenos que rodeaban la casa porque en el interior ya no cabían más

Hurtos, suciedad y fiestas

Los problemas empezaron a medida que se iban sumando más y más hippies a la casa. “Allí había la porquería más grande que te puedas imaginar. (...) No tenían baño ni nada, lo hacían en cualquier sitio, se bajaban los pantalones donde les pillaba y delante de cualquiera, pero tanto hombres como mujeres”, según lo describe una de las vecinos que lo vivió. Según ella, cuando se quedaban sin agua, acudían a la cisterna de los vecinos.

“Ahora hay agua corriente por todos lados, pero antes las casas de campo solo tenían el agua de sus cisternas, y claro, en verano ya sabes que llueve poco, así que tenías que pagar un camión cuba para que te trajera, y esto costaba un dinero”, asegura. Según ella, cuando se quedaban sin comida, cogían todo lo que podían de los campos de alrededor: almendras, higos, algarrobas… Además, molestaban hasta altas horas de la madrugada porque “gran parte de la noche se la pasaban haciendo música de la suya, con latas, sartenes, qué sé yo”.

Poco a poco, los vecinos se fueron cansando de las molestias, los hurtos y los desórdenes que los hippies de la comuna estaban causando. El 15 de julio decidieron acudir a las autoridades, ya fuera al ayuntamiento o a la Guardia Civil. Entre los hechos de los que se quejaban, afirmaban que les robaban la fruta, causaban daños en las cosechas, robaban agua de las cisternas, y hasta altas horas de la noche hacían música con latas, tambores y otros instrumentos, “molestando a aquellos que tenían que madrugar para ir a trabajar”.

Los vecinos se quejaron ante las autoridades porque, según su versión, los hippies les robaban la fruta, causaban daños en las cosechas, robaban agua de las cisternas, y hasta altas horas de la noche hacían música con latas, tambores y otros instrumentos

“Se les veía muy a menudo completamente desnudos, tanto hombres como mujeres, provocando el correspondiente escándalo, viéndose obligados a encerrar a sus hijos menores para que no tuvieran que presenciar este espectáculo inmoral”, se afirmaba en una de estas quejas. Otras, en cambio, tenían que ver con la falta de higiene, ya que los hippies “hacían sus necesidades” en el campo o en los alrededores de las casas. Después de que los vecinos se quejaran, el alcalde se comprometió a que tanto la Policía Municipal como la Guardia Civil se desplazaran a la finca para que, en caso de que fueran ciertas las denuncias, fuera desalojada. Tres guardias civiles y dos policías locales acudieron a Sa Rota, sin embargo, los hippies hicieron caso omiso a las peticiones de desalojo de las autoridades locales. Se cree que había más de 200 personas cuando la finca fue inspeccionada el 16 de julio de 1971.

En vistas a que iban a ser desalojados de Sa Rota, Robert Jack y otros hippies propusieron una cena de despedida en la casa de campo. Quienes no pudieron acudir por falta de espacio quedaron en el restaurante La Bota, ubicado en el centro de Santa Eulària, donde fueron invitados hippies de otras partes de la isla. Cuando terminó la cena se fueron concentrando en una plaza de la calle principal, donde la Guardia Civil calculó que llegaron a concentrarse 300 hippies.

Fue en este contexto cuando empezaron realmente los problemas. Los hippies estaban muy enfadados por el “desalojo” de Sa Rota, así que empezaron a entrar en grupo en los comercios, sustraían lo que podían, tiraban petardos al suelo, escupían a los transeúntes e increpaban a las personas mayores.

“Se sentaban en las entradas de los comercios y no dejaban ni entrar ni salir, tirados por las aceras. (...) Las mujeres se levantaban las camisetas, enseñaban los pechos y sus amigos se los tocaban delante de todo el mundo, incluso niños. También orinaban en las esquinas y en los portales de las casas, vamos, sin miramientos”, describe un vecino que lo vivió. Pese a las quejas, los hippies seguían igual, y la gente se cabreaba cada vez más. En otros episodios más desagradables, hubo vecinos que tuvieron que intervenir para rescatar a mujeres o personas mayores. 

Entre la multitud había, por ejemplo, una mujer, muy nerviosa, sentada en el suelo, a quien habían empujado y levantado la falda. “Cogí la furgoneta (...) y me acerqué. Me costó llegar porque había mucha gente por el medio. (...) Cargamos a la mujer, que estaba temblando, pero al momento ya nos habían rodeado y no me dejaban salir”, asegura, por lo que tuvo muchos problemas para salir de la calle. Entre tanto, los vecinos empezaron a armarse con palos y piedras de una obra que había enfrente. Pedían permiso a la Guardia Civil para cargar contra los hippies, que a su vez respondía que no podían autorizar algo así. Estaban a la espera de recibir órdenes de la Comandancia y de la Delegación del Gobierno.

Refuerzos para sofocar la “rebelión”

Los refuerzos que necesitaban estaban tardando en llegar porque el 16 de julio se celebra la Virgen del Carmen, patrona de los marineros, por lo que las autoridades civiles y militares estaban concentradas en el puerto de la ciudad de Eivissa. Horas después llegó el capitán de la Guardia Civil, Férvida Cortés, junto a otros refuerzos. Con la ayuda de los otros guardias civiles empezaron a rodear la plaza, pero los hippies seguían sin acatar las órdenes del capitán.

En este contexto, Férvida Cortés da la orden de cargar contra ellos. Rápidamente se produjo una estampida y empezaron a huir mientras eran perseguidos por vecinos armados con palos, así como por agentes de la Guardia Civil. Al principio fueron detenidos 27 hippies, mientras que el resto huyeron hacia el monte o se escondieron donde pudieron.

Durante la mañana del 17 de julio, voluntarios acompañaron a la policía a las casas de campo donde sabían que vivían hippies con el objetivo de encontrar al resto. Casa por casa fueron deteniendo a más hippies a los que luego trasladaban al cuartel de la Guardia Civil. “Se hicieron batidas durante toda la noche para encontrar más. (...) Fuimos a Sa Rota y no encontramos a nadie, pero en el bosque cercano a la casa encontramos unos diez o doce escondidos, tirados en el suelo, y nos los llevamos”, detalla Antonio Domínguez, uno de los policías locales que presenció los hechos.

Durante esa mañana, otros 18 hippies fueron detenidos. “Como ya estábamos cansados de hacer viajes con unos y otros, les cogíamos los pasaportes y los mandábamos al cuartel. (...) Tras ser interrogados se los dejaba marchar, o bien, si había indicios de que hubieran participado en la manifestación, quedaban detenidos”, explica Emilio González, uno de los guardias civiles que participó en el operativo. 

A media mañana se dio por finalizada la operación. En total, hubo 46 detenciones. Fueron trasladados al Juzgado de Instrucción y acto seguido ingresaron en prisión. Durante ese día también declararon los vecinos de Sa Rota para testificar sobre los supuestos perjuicios que los hippies les habían causado. El juez ordenó, esa misma noche, que los detenidos fueran trasladados a Palma para quedar a disposición del Juzgado Especial de Peligrosidad y Rehabilitación Social, acusados de escándalo público, resistencia a la autoridad y atentado, siendo ingresados durante unos días. El 22 de julio fueron puestos en libertad.

La Guardia Civil cargó contra los hippies. Acompañados por voluntarios, fueron a las casas de campo a la búsqueda de los hippies. En total, hubo 46 detenciones

Uno de los guardias civiles que presenció todo aquello, Emilio González, no se explica cómo pudieron tener lugar los sucesos del 17 de julio. “Aún lo pienso y no me lo explico”, afirma. “La vida hippie aquí era una vida tranquila. No solían meterse con nadie. Sí que a veces estaban tirados por las aceras o en los bancos de las plazas y, claro, si alguien quería pasar o sentarse, la verdad, molestaba, porque no hacían ni amago de levantarse. Eran gente que iban vestidos como iban y llevaban las pintas que llevaban, pero sí que algunos tenían cierta cultura”, argumenta.

Aún lo pienso y no me lo explico. La vida hippie aquí era una vida tranquila. No solían meterse con nadie

Emilio González Guardia civil

En general, no había problemas. El agente González recuerda también que muchos de los ibicencos que se quejaban –con razón, añade– de lo que hicieron los hippies esos días también habían hecho mucho negocio con ellos. “Estaba Anita, la de San Carlos, que tenía un chollo con los hippies. En su bar les guardaba el correo, les hacía gestiones, les vendía tortillas a la francesa y ensalada, y así se ganaba un buen dinerito”, recuerda.

En aquellos años, recuerda González, se iban a la playa de s’Aigua Blanca –muy cerca del núcleo de Sant Carles– donde “se bañaban en pelotas, que en aquel tiempo no se podía”. “Nosotros íbamos allí, los mirábamos desde el acantilado y cuando nos veían se vestían o se iban, pero tan normal”, asegura. “Hacían su vida, sus fiestas de tambores en Cala Boix las noches de luna llena (...). Por eso, cuando pasó aquello, al día siguiente pensaba: ¿Cómo se pudo llegar a ese extremo?”, se pregunta.

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