Hace aproximadamente dos años el Gobierno de los Estados Unidos hacía público una serie de documentos hallados en la casa en la que se alojaba Osama Bin Laden cuando fue capturado y abatido en su escondite en Pakistán en aquel anunciado momento. Aquellos documentos mostraban, cuatro años más tarde de la muerte del terrorista, todo tipo de pruebas que de alguna manera justificaban su captura: libros sobre teorías conspiratorias, materiales de think tanks o grupos terroristas y manuales de software. Ya en aquel momento resultaba curioso (aunque no del todo sorprendente) encontrar dos trabajos del lingüista y teórico Noam Chomsky.
A pesar de que nunca sabremos qué podrían pensar el uno del otro en la intimidad, lo cierto es que esta conexión es hasta previsible. Tal y como dice Iñigo Sáenz de Ugarte en un texto de hace un par de años titulado Osama Bin Laden y sus lecturas: “Algunos dirán con mala intención que sería su autor favorito, pero en realidad tendría que estar intrigado por el debate interno en EEUU sobre sus intervenciones militares en el exterior y las contradicciones internas que pudieran surgir”. Ahora, con la filtración por parte de la CIA de los 470.000 archivos desclasificados se abre la veda: ¿Quién era Osama Bin Laden?
Parece evidente que nadie puede juzgar la vida de otra persona por un puñado de archivos. Pero diera la sensación de que con los personajes públicos es diferente. Osama Bin Laden no es una excepción. Es como si ya supiéramos quién es: terrorista yihadista de origen saudí, conocido por ser el fundador de Al Qaeda. Aunque fue entrenado y financiado por la CIA en la guerra de Afganistán contra la URSS y los comunistas afganos, posteriormente lideraría múltiples ataques contra los Estados Unidos y otros países, siendo el 11S su atentado más mediático. El mal.
En cualquier representación caricaturizada o ficcionada de “El mal”, los personajes que lo representan (por motivos de síntesis narrativa) no suelen ser mostrados haciendo cosas mundanas. No vemos a Darth Vader limpiarse las botas ni a El Padrino cortarse las uñas. La representación del mal necesita ser alejada lo más posible de lo que consideramos que nos define como seres humanos. Quizás porque cuando miramos de cerca temamos sentirnos identificados.
Osama Bin Laden tenía descargado el mítico vídeo viral de Charlie Bit My Finger. También tenía el documental Where In The World is Osama bin Laden. Las películas Antz, Batman, Cars, Ice Age, Los 3 Mosqueteros. Tenía los videojuegos Final Fantasy VII y Resident Evil. Y de entre todos los archivos, destacan algunos por sus repeticiones. Sobre todo los video-tutoriales de la Youtuber Teresa Richardson sobre Croché.
Juguemos a imaginar. Osama Bin Laden confinado en Pakistán, privado de Internet y teléfono para no ser localizado, tratando de gestionar una red terrorista internacional y esperando el momento en que uno de sus lacayos le traía el USB con los últimos vídeos de su Youtuber favorita experta en croché. Como toda persona estresada por su trabajo o su situación personal, los vídeos de Youtube de nuestros hobbies preferidos pueden ayudar a dejar de pensar por un rato en problemas. Y es justo ahí donde resulta necesario deconstruir la narrativa construida en torno al personaje.
En Occidente se nos da muy bien construir narrativas que generan otredad. Lo hacemos constantemente y generalmente desde la perspectiva de que ‘aquí’ se están haciendo las cosas bien y ‘allí’ no. De que ‘aquí’ tenemos una serie de valores y principios democráticos que ‘allí’ no se cumplen. Pero hay momentos donde se producen terribles fisuras en ese discurso. Los atentados de Barcelona fueron uno de esos momentos.
Muchos de los relatos surgidos del contexto cotidiano de Ripoll que era habitado por los terroristas demuestra que, aunque nos duela reconocerlo, los terroristas eran de ‘aquí’. Núria, una funcionaria del Ajuntament de Ripoll y vecina del bloque donde vivían dos de ellos, declaró “Es que son marroquís pero hablan mejor catalán que muchos de nosotros, llegaron hace muchos años y se relacionan con gente con apellidos autóctonos. Son de Ripoll y punto”.
No tendría sentido hacer un ránking del terror. Matar es terrible, punto. Pero mientras nuestros telediarios sigan edulcorando con música de películas de acción las noticias sobre atentados y sigamos trazando una línea imaginaria entre los de ‘aquí’, los humanos, y los de ‘allí’, los inhumanos, mientras que no miremos cara a cara y de forma descarnada el hecho de que aún siendo un monstruo sanguinario, teníamos cosas en común con Osama Bin Laden o con los chicos de Ripoll que decidieron matar en Barcelona, no terminaremos de comprender que la construcción cultural conocida como “El Mal” está en todas partes, allí y aquí.
Decía Gemma Galdón en otro texto a raíz de los atentados de Barcelona que lo que le tranquilizaba es que comparando la masacre de Columbine con la de Barcelona, “El nivel de anomia social de los jóvenes europeos parece estar aún lejos del de los estadounidenses. Los yihadistas europeos siguen atentando en espacios alejados de su cotidianeidad. Pueden matar porque atentan contra un enemigo abstracto, caricaturizado en su proceso de radicalización. El odio y la rabia, pues, no tienen una forma concreta, y la ruptura con la sociedad no es total. Por las declaraciones de sus amigos y conocidos, parece poco probable que los jóvenes de Ripoll hubieran podido atentar en su propio pueblo”.
Debemos pues humanizar los relatos que se hacen de los terroristas. No permitir que se caricaturice ni mitifique sus figuras. No alejarlo hacia 'allí' como si el terror no estuviera también 'aquí'. Osama Bin Laden no era un personaje de película. Se cortaba las uñas como tú y como yo, veía vídeos chorras como tú y como yo, jugaba a videojuegos como tú y como yo, tenía pasiones banales como tú y como yo. Desgraciadamente, cualquiera que comete un acto terrible era antes como tú y como yo. Y paradójicamente, justo ahí es donde también reside la esperanza.