Entrevista a Basilio Martín Patino, director de Libre te quiero.
P { margin-bottom: 0.21cm; direction: ltr; color: rgb(0, 0, 10); widows: 2; orphans: 2; }P.western { font-family: “Times New Roman”,serif; font-size: 12pt; }P.cjk { font-family: “WenQuanYi Micro Hei”; font-size: 12pt; }P.ctl { font-family: “Times New Roman”; font-size: 12pt; }A:link { color: rgb(0, 0, 255); } Segunda de las entrevistas sobre cine y 15-M. La primera se la hicimos a Stéphane M. Grueso sobre su película “Excelente. Revulsivo. Importante”. Una visión muy personal del 15-M. En esta segunda, hablamos con el director español Basilio Martín Patino sobre Libre te quiero que muestra la experiencia de la acampada de Sol. Hice la entrevista con mi amigo Álvaro, amante y grandísimo conocedor tanto del cine de Patino como del 15-M. (La tercera entrevista sobre cine y 15-M se la hice al director francés Sylvain George en torno a su película Vers Madrid)
La obra de Patino ha sido siempre en buena medida una reflexión sobre la posibilidad de capturar la realidad, de recrearla, de revivirla, de la posibilidad misma de hacer cine. Realidad y memoria, recreación, espejo, juego con las imágenes de otros pasados, eso son Canciones para después de una guerra, Caudillo o Madrid.Madrid En Libre te quiero, Patino se encuentra en el 15-M de Sol, por fin, con la realidad desplegada ante sí, en presente, la misma que lleva persiguiendo y recreando durante toda una vida. Se encuentra de frente las caras, los cuerpos y la alegría en las calles de las gentes anónimas que son protagonistas de un momento, de un tono emocional que quizás conecte con un pasado del que su cine es memoria. Una realidad que la cámara de Patino acoge con mirada tan sabia como humilde, desde alguna esquina, desde abajo, desde el respeto más escrupuloso, sin intromisión, en silencio, fascinada ante toda la crudeza de la realidad viva y desnuda que se despliega delante de ella.
El 15M florece como un regalo para el cine de Basilio Martín Patino. Y viceversa.
No sé si te acuerdas, pero nos veíamos a menudo en Sol. Tú preguntabas cada día: “¿hoy hay misa de ocho?”, refiriéndote a la asamblea general que se celebraba cada día a las ocho. Y siempre te ponías al lado del micrófono. Antes del 15-M habías dicho “yo ya no voy a hacer más cine”. Entonces, lo primero que querríamos preguntarte es: ¿por qué de golpe te metiste con otra película?
Recuerdo que volvíamos de Salamanca, yo venía medio enfadado por el ambiente de allí. Y decidimos parar en Sol, habíamos oído por la radio que allí estaba pasando algo. Lo que nos encontramos era muy emocionante, estaba claro que aquello tenía mucha fuerza y había que hacer algo. Me tope por sorpresa con mi ayudante, luego con otra chica del equipo y nos dijimos: “mañana a las nueve de la mañana cita y empezamos a rodar”. Llevábamos una cámara Red One, grande, muy seria. Y empezamos a rodar, no sabíamos qué. Todo fue rápido, bonito, divertido. Nos lo pasamos muy bien, disfrutamos como locos. Sol era una plenitud total, inesperada. Una propina de la vida. Había vivido algo parecido otras veces, pero no igual.
En tu cine ya habíamos visto a la gente en la calle...
Sí, por ejemplo en la película Madrid. El protagonista era un realizador alemán que visitaba lugares de memoria de la ciudad, y mientras había manifestaciones. El protagonista pregunta cosas sobre el pasado y lo que investiga entra en contraste con lo que ve en la calle en el presente. Obreros protestando contra la reconversión industrial, manifestaciones anti-OTAN, protestas de los años 80. Alquilamos un piso en la calle Alcalá y rodamos desde allí al pueblo en la calle. Madrid en movimiento siempre me ha interesado, lo he vivido y lo he gozado. Hay épocas que son de reunirse... y esta ciudad tiene algo especial.
¿Ves conexiones entre el 15-M y otros momentos históricos?
Veo la misma alegría. En varias películas muestro la alegría en las calles, por ejemplo cuando la proclamación de la Segunda República. Hay imágenes documentales que yo he utilizado en alguna película y que son formidables. Aparece la gente en la calle, poco después de la proclamación de la República, cantando y danzando, grupos de mujeres muy protagonistas, agarradas del brazo, que exclaman “¡hemos ganado!” Difieren los trajes, la gente era quizá más seria, pero se trata del mismo entusiasmo. Supongo que esas cosas me han influido a la hora de hacer Libre te quiero. Esta película tiene un punto de vista muy colectivo, muy de masa. Es el espectáculo de las masas en la calle. Y de la alegría.
Y la música, que es central en tu cine, en la película todo el rato hay músicas, orquestillas, charangas, batucadas...
Para mí el 15-M está asociado a la música, la música de la calle, las consignas... “¡No hay pan para tanto chorizo!” Donde hay alegría la gente canta siempre. Es una cuestión de autoafirmación, de vigor. La sonrisa, la risa, los cánticos... Empezaba uno, seguía el otro y al final cantaba la plaza entera, todos a una. No sé si están estudiados esos momentos, esos fenómenos espontáneos de masa. Nosotros entramos en esa vida, éramos parte. Ni cine ni nada. Hasta nos olvidábamos de comer y de dormir. Sin duda es mi película más feliz.
Pero también hay escenas de tensiones y enfrentamiento con la policía.
Sí, pero yo nunca percibí miedo. Recuerdo el día que desmantelaron los restos del campamento y quitaron la placa que decía “Dormíamos, despertamos. Plaza tomada”. La gente volvió a Sol esa tarde y la policía se puso muy bruta, pero la alegría neutralizaba la brutalidad. Al final las furgonetas que custodiaban la plaza se fueron y pudimos volver a entrar en Sol, fue una noche eléctrica.
La película no tiene voz en off, no hay ninguna explicación al espectador de lo que está viendo, ¿no te da miedo que el espectador se pierda?
Nunca me ha gustado adoctrinar y poner voz en off viene a ser adoctrinar, dar sermones a la gente... Yo nunca explico cosas, las cosas se tienen que explicar solas. El espectador no se pierde nunca. El cine tiene la ventaja del mundo sonoro, la vistosidad, el ritmo... Si sabes manejar esos elementos, el espectador se mete en harina, se deja llevar. Hay muchas maneras de llevar al espectador sin conducirlo. Hay una diferencia entre llevar y conducir o adoctrinar. Pero si se hace mal, si se manejan mal esos elementos del cine, todo queda muy artificial, es cuestión de montaje, de edición. La gente me dice que se emociona y llora viendo la película, creo que es señal de que la cosa no ha salido mal del todo.
¿Y qué crees que es lo que emociona de la película?
La fraternidad que puede verse, esa solidaridad afectiva... La plaza era un espectáculo permanente. Mirases dónde mirases había cosas para rodar. Sorpresas todo el rato. No se puede producir eso artificialmente, por los medios del cine. Allí era todo espontáneo. Era un clima. La batuta la llevaba la realidad y nosotros nos dejábamos llevar. Simplemente se trataba de ser humildes, de reconocer que la realidad siempre te propone cosas más ricas, más sinceras y más divertidas que las que puedas tú inventar, de disponerte a aprender.
¿Dejarse desbordar?
No se trata de quedar desbordados. Ni dominar la realidad ni quedar desbordados. Entrábamos en el ambiente, dando confianza. Cuando a la gente le das confianza, en lugar de darle la lata con sermones, entonces te respetan. Recuerdo grabar a dos chicas bañándose en la fuente de Sol, estaban tan tranquilas... Se trataba simplemente de fotografiar un espectáculo a la vez político y lúdico. Fotografiar la alegría. Filmar lo que veíamos, sin guión, sin nada preparado... Todo ese artificio chirría mucho y si lo montas desde un sesgo político, pues más aún. Por eso hay un clima en la película que no pertenece al artificio del cine. Ya nos pasó con los verdugos de Queridísimos verdugos, simplemente les tratábamos bien, con respeto y ellos se abrían, nos regalaban lo que tenían: una realidad muy dura, brutal...
Para mí el tuyo es un arte de las texturas, las superficies. Se llora porque la película refleja la textura de lo que pasaba en la plaza. Ya lo conseguiste en Canciones para después de una guerra, recuperar la textura de la posguerra española... Canciones para después de una guerra,
Aquí la materia prima era ya expresiva. No hay escenario, pero todo era un decorado con la gente como actores, inconscientes de ser actores. Era como un teatro. La gente estaba allí para ser filmada. Nunca habrían salido las cosas tan bien en un rodaje. Es una experiencia muy vital. Son cosas que te afectan y tu mismo eres el espectador. Y como la luz era toda buena, pues no había que preparar nada.
¿Por qué ese título, Libre te quiero? Libre te quiero
Es la canción famosa de Amancio Prada con letra de Agustín García Calvo. A veces ruedas ya con un título, pero esta vez no. Me acordé de esa canción y pensé que le venía bien a las imágenes. Agustín murió sin poder ver la película. Me hubiera gustado mucho que la viera, éramos muy amigos y vivimos juntos varias aventuras. Él siempre estaba en Sol, me gustaba escucharle, ¡aunque se repetía un poco! (risas)
¿Y esas escenas al final de la película tan extrañas en las que se ven fotos de “familias bien” con el 15-M al fondo?
Quería sacar la película de la plaza. Salir de la fiesta y hacer un contraste con esas gentes normales y decentes, con esos interiores familiares burgueses tan crueles... Me divertía hacer algo artificial para romper el ritmo y ofrecer otro punto de vista. El de esa sociedad estática que ve el movimiento por televisión, que ve el teatro en lugar de participar en él. Con ese rictus tan raro en la cara y esos gestos... Es un contraste entre lo falso y lo verdadero, el Madrid estático y el Madrid en movimiento. Es un pequeño disparate, no sé si funciona. Un juego...
Te cuento una historia: hace poco, una doctora súperconservadora, ahora muy implicada en la marea blanca, me dijo: “con lo que yo me he metido contigo por el 15-M... Que a mí me parecía eso... Puafff. Pues si hay otra acampada ahora vamos juntos”.
Qué bonito, así que le había afectado, le había dolido. Claro, no son realidades separadas, hay un choque que incomoda, un entusiasmo contagioso... Realidad interior y exterior, parecen incompatibles, pero no. Habría que estudiar mejor eso.
Hablabas de juego, siempre has asociado el cine al juego...
La realidad exige mucha humildad, pudor y respeto. Se ha perdido la noción de lo que es el cine. Hay una adicción al espectáculo. Yo ruedo para mí, para fijar y compartir algo fuerte e importante que he vivido. El exhibicionismo y la retórica no tienen sentido. Ya no existe la mordaza de la censura, pero está la censura económica. Las películas son caras, quien te deja el dinero quiere recuperarlo. A mí también me gusta ganar dinero, pero no a costa de todo. Lo que me gusta es jugar. Ya de pequeño jugaba a hacer cine con cartón y unos carretes y así sigue siendo para mí. Un juego consciente, un juego terrible, algo insensato que bordea el peligro. El juego me ha alejado de muchos peligros: el cine retórico, artificioso, los sermones políticos... No sé si se puede reflejar la realidad, pero no hay que engañar ni ser un cínico. Las cosas que nos afectan y nos duelen las convertimos en cine, pero siempre está ahí el riesgo de hacer con ellas una patochada. Hay que moderarse continuamente, no caer en la autocomplacencia.