1. William Gibson, escritor de ciencia ficción y creador del concepto de cyberespacio en su novela Neuromante, lleva varios años ambientando sus historias en un presente relativamente cercano. Dice que le resulta difícil imaginar el futuro como antes. Es famosa la cita de Slavoj Zizek en la que plantea que es más fácil imaginar el apocalípsis que cualquier cambio en el orden del capitalismo, por pequeño que sea. Eduardo Maura, miembro de Podemos Cultura, contaba hace poco en una charla que durante la crisis del Imperio Romano la tasa de suicidios aumentó muchísimo. Era mas fácil imaginar un mundo sin uno mismo que un mundo sin Roma.
En 2015, el mundo tal y como lo conocemos va a cambiar en su dimensión institucional naciendo un nuevo escenario que ya no será el del régimen político del 78. La irrupción de Podemos como fuerza consolidada en intención de voto y el resultado de las iniciativas municipalistas que emergen por todas partes del Estado, así como la crisis del modelo económico y territorial, nos muestran un escenario nuevo, en el que dicho orden político, sin cancelarse, deja de funcionar como lo ha venido haciendo en los últimos 30 años.
2. Ante ese certeza (no es razonable ya hablar de posibilidad) se ha desatado una fortísima campaña mediática, política y de criminalización de la sociedad civil y las distintas apuestas políticas que son herramientas de ese cambio. Dicha campaña va desde un intento de cierre y control mediático a la aprobación de leyes como la Ley Mordaza.
Se articula una campaña del miedo no muy diferente a la que se puso en marcha con Siryza en Grecia hace un par de años. La ecuación es muy simple. O nosotros o el caos. O Roma o los bárbaros. Lo curioso es que ya es bastante evidente que ese ellos que amenaza es, de hecho, el caos. Los chistes que cruzan las redes sociales se resumen en “Nos amenazan con que cuando llegue Podemos las cosas serán... Cómo son ahora”
La elección de la forma de la campaña de miedo define también los límites de quién la lanza, que pudiendo iniciar una serie de medidas renovadoras solo puede optar por atrincherarse y concederle toda la centralidad a lo nuevo y construirlo como un enemigo. Así, incluso en un escenario de acuerdo entre el PP y el PSOE, seguirían siendo la fuerza de la ciudadanía y sus distintas herramientas las que articularían la descomposición del régimen.
3.- Para romper esa dinámica de miedo tenemos que hacer un ejercicio de construcción e imaginación de ese país en el que vamos a vivir a partir de finales del año que viene.
Retomo el ejemplo inicial de la crisis del Imperio Romano y los suicidios. La solución en aquella época al problema de la crisis fueron los cristianos. Los cristianos representaban el opuesto de Roma, como los esclavos de Espartaco representaban su otro. Eran bárbaros al orden romano. Eran monstruos. Y así nos presentan y nos ven quienes tienen el dominio de la crisis del Imperio Romano que nos gobierna. Así nos ve Fernández Díaz, Esperanza Aguirre, Montoro y el propio Pedro Sánchez, por más que quiera simular ser uno de los nuestros. Hablamos un idioma extraño que llaman populismo, nos organizamos de forma rarísimas que incluyen, además (pecado mortal) la fiesta y la alegría en su repertorio. Somos cristianos en Roma, somos bárbaros, monstruos. Pero unos monstruos muy otros, no los que toman la forma perversa del Frente Nacional en Francia. No los que queman las casas de los migrantes en el norte de Europa. No los Forconi del norte de Italia ni quién aplaude el horror de Lampedusa.
Somos cristianos porque compartimos el pan y no le reímos las gracias al César. Somos cristianos porque no adoptamos la forma de nuestros verdugos. Somos cristianos porque, como hacían los esclavos en Roma cuando el César se paseaba por sus barrios rebeldes, escribimos en los muros: Hic Sunt Leones (Aquí hay Leones) Esto es territorio inexplorado. Somos cristianos porque permitimos que exista la vida en todos los lugares dónde la están exterminando.
La pregunta es ¿qué vida vamos a vivir y cómo vamos a construirla una vez hayamos ganado?
4.- Entiendo el sentido del ciclo electoral y lo comparto, participo de él como mejor sé hacerlo con la certeza de que no es suficiente. Componer un nuevo orden social democrático es una tarea que jamás imaginamos que nos iba a tocar a hacer. No es responsabilidad exclusiva de un partido, ni de un conjunto de iniciativas electorales. Tampoco es el campo de trabajo de los movimientos sociales. Se trata de hacer sociedad desde la sociedad, sin parcelas previas. Desde dónde cada uno esté. Nunca hemos afrontado un escenario en que el espacio del poder lo construye y lo compone un “nosotros”, siempre ha sido el territorio de los otros. ¿Que relación tendremos que componer como sociedad con esos espacios? ¿Qué papel nos toca jugar?
Los dispositivos electorales son una parte y sólo una parte de un proceso de transformación social más amplio que funciona en capas distintas y a velocidades distintas. La centralidad de un proceso concreto en un momento concreto sólo está determinada por esa relación entre las herramientas y el tiempo. “Cuando todo el mundo corre, se lento” decían los indios Apaches. Estamos en una tensión entre saber que los cambios son lentos y complejos y saber que a los Apaches los aniquilaron los hombres blancos.
Sabemos también que decir “nuevo orden” quiere decir componer un tiempo nuevo fuera de la excepción. Un tiempo que sea vivible para cualquiera. Un tiempo no excepcional. Quizás lo que más miedo daba de vivir fuera del Imperio Romano era el vacío temporal. La angustia de no saber cómo se sostienen las cosas. Vivir en un país después del 78 pasa porque ese país se materialice ante nuestros ojos con toda su fuerza. Cómo el gato de Chesire de Alicia en el País de las Maravillas: necesitamos intuir la sonrisa para poder materializar al gato.
Mientras tanto, el César se quedará ronco gritando contra los bárbaros, pero los bárbaros estaremos ya en otra parte: en el presente, dejando de él tan solo el eco de su voz a nuestra espalda.