En pleno fin de semana y de madrugada, recibimos un mensaje del trabajo. ¿Cuál es nuestra respuesta? Leerlo y contestar. Este es el impactante -por lo común y cotidiano- punto de partida del último libro del filósofo Maurizio Ferraris, Movilización total.
El título remite a un concepto acuñado por el filósofo y escritor Ernest Jünger en 1930, mediante el cual se trataba de pensar la novedad que supuso la I Guerra Mundial: hizo desaparecer las distinciones entre el trabajo y el ocio, entre lo público y lo privado, entre la producción y la reproducción, promoviendo una “disponibilidad absoluta” en el tiempo y el espacio al poder económico-militar.
¿Vivimos hoy, paradójicamente en tiempos de paz, una nueva “movilización total”? ¿Están desapareciendo, con las nuevas formas de trabajo y de comunicación, las fronteras entre los tiempos de trabajo y los tiempos de la vida? ¿Estamos hoy, mediante nuestros teléfonos móviles, siempre “disponibles” a la llamada del poder?
Ese mensaje que usted recibe, las “llamadas” que recibimos todos los días a través de nuestros móviles, no hay que confundirlas con simples transmisiones de información, con meras formas de comunicación, sino que hay que pensarlas más bien como un mandato, como una orden. Es su propuesta. ¿Qué tipo de orden? ¿Una llamada a hacer qué?
Como una orden que se apoya en la misma autoridad que la de “el rostro del otro” en la ética de Lévinas: el otro me llama, tengo que responder, no responderle significaría negarle la dignidad humana, no considerarlo como un interlocutor. Pero, obviamente, esta autoridad no es necesariamente tan noble y humanitaria. Puede ser la autoridad de un superior, la carta del emperador o, en definitiva, de alguien que tenga poder sobre nosotros y que nos pide algo, por ejemplo que trabajemos a cualquier hora estemos donde estemos. Da igual que se trate del rostro del otro como debilidad, o de una petición autoritaria, es en cualquier caso una orden, y el mundo social está basado precisamente en esta orden: en el fondo, si no respondiera a sus demandas sería descortés, pero si respondo a sus demandas reacciono a una orden, por muy amable y cordial que sea.
¿Por qué respondemos a la llamada? ¿Qué hace de ella algo tan irresistible? ¿Qué papel juegan ahí tanto la responsabilidad individual a la que interpela la llamada como la búsqueda de reconocimiento a la que estamos tan sujetos hoy?
Imaginemos un mundo en el que no se respondiera nunca a las llamadas. Sería un mundo sin móviles, obviamente, pero también un mundo sin cartas (¿para qué escribir si nadie responde?), sin libros (¿para qué escribir si nadie lee?), por lo tanto también sin blogs (y, por lo tanto, cabría preguntarse qué hacemos usted, quien nos lee en este momento y yo). Lo que sería peor: sería un mundo sin humanidad, porque los seres humanos son animales sociales, por tanto responden a la llamada, por definición. Me parecen argumentos suficientemente sólidos para responder a la llamada.
La culpa, ese sentirse permanentemente en culpa que usted menciona, es sin duda una de las fuentes actuales de sufrimiento (tantos mails por responder, etc.). ¿Cómo entender esa “culpa”, un mal que parecía asociado a paisajes culturales impregnados de lo religioso? ¿Y qué puede hacerse para combatirla, si es que puede hacerse algo?
La culpa, efectivamente, parece tener que ver con lo religioso: el “¿Dónde estás?” que decimos al teléfono recuerda mucho el “¿Dónde está tu hermano?” con el que Dios interpela a Caín. Al mismo tiempo, no creo que el sentimiento de culpa sea un efecto de la religión; más bien, la religión es una de las infinitas consecuencias del sentimiento de culpa, que parece consustancial a la naturaleza humana.
Y que nos aflija el sentimiento de culpa no es en absoluto un mal. Cuando encontramos a alguien inmune al sentimiento de culpa, difícilmente estamos ante un espíritu libre nietzscheano (suponiendo que algo así haya existido alguna vez, dado que Nietzsche era de todo menos inmune al sentimiento de culpa). La mayoría de las veces se trata de un idiota, un insensible, un bruto, un criminal. En otras palabras, sentirse culpable no es bueno, pero no sentirse culpable es peor.
El título del libro, y mucho de su reflexión, remite al concepto de “movilización total” en Jünger. En ese ensayo de 1930, se analiza cómo el poder militar-económico exige una disponibilidad total, se alimenta de la destrucción de sentidos capaces de orientarnos autónomamente y elimina las fronteras entre el trabajo y el ocio, el dentro y el fuera, la producción y la reproducción, lo público y lo privado. ¿Cómo se relaciona usted con ese concepto de Jünger? ¿Cómo lo retoma y cómo lo resignifica? ¿Cómo puede ser que un concepto de 1930, asociado a la experiencia de la Primera Guerra Mundial, sirva hoy para explicar el presente?
Obviamente, es una paradoja y fue esta paradoja la que me hizo reflexionar. Jünger soñaba con un estado totalitario, pero este estado totalitario se llevó a cabo de forma imperfecta. Todavía en 1943, Goebbels se quejaba de que en Alemania no estuviesen dispuestos aún a la guerra total y de que quedaran resquicios de vida burguesa. Se podría concluir que si ni siquiera los nazis fueron capaces de llevar a cabo la movilización total, entonces no lo puede conseguir nadie. Sin embargo no ha sido así.
Medio siglo después de la segunda guerra mundial, y en países liberales, caracterizados por un fuerte énfasis en lo que se refiere a los derechos individuales, han aparecido la web y el teléfono móvil, y en este momento ha empezado a realizarse la movilización total: la exigencia de responder en cualquier momento; la desaparición de la diferencia entre el tiempo de trabajo y el tiempo de la vida (que era, no solo el sueño de Jünger, sino también uno de los sueños de la sociedad comunista según Marx); la desaparición de las clases, sustituidas por mónadas conectadas las unas a las otras a través de las pantallas de sus aparatos (y también la desaparición de las clases era un objetivo no solo de Jünger sino también de Marx).
El resultado es, paradójicamente, que nuestra sociedad –la llamada sociedad neoliberal, turbocapitalista, etc.– ya no es capitalista, y recuerda por el contrario aspectos del comunismo realizado según Marx. En lugar de mercancías producimos documentos (o sea que ponemos en primer plano la relación entre las personas que precedentemente se escondía y se reificaba en las mercancías). En lugar del trabajo retribuido tenemos una movilización no retribuida cuyo único objetivo es el reconocimiento por parte de los demás (no hay nada más narcisista que el selfie: Narciso no estaba conectado, quien se hace el selfie sí y se lo hace precisamente porque está conectado). En lugar de la alienación que nos fuerza a realizar gestos repetitivos que se reproducen durante horas a lo largo de toda una vida laboral, tenemos la desaparición de la diferencia entre vida y trabajo, o sea la realización de la humanidad comunista de La ideología alemana, aquella en la que por la mañana se va a pescar, por la tarde se critica, por la noche se atiende al ganado (mutatis mutandis: por la mañana se vuela low cost, por la tarde se discute en un blog, por la noche se participa en un festival Talent…).
¿Estamos contentos? Es obvio que no. Pero al menos tenemos que hacer una cosa, por honestidad intelectual: dejar de hablar de turbocapitalismo, de liberalismo desencadenado, de tramas astutas y de complots, y en su lugar, fijarnos en las características del mundo en el que vivimos (y en nuestras responsabilidades dentro de él). Solo este examen de la realidad hará que la crítica sea eficaz, y posible la transformación.
Sin duda, en la actual “movilización total” uno de los factores más importantes es el registro, la escritura. Es lo que hace de la llamada algo “vinculante”, lo que permite la trazabilidad, lo que sostiene el orden. ¿De qué tipo de registro y escritura se trata en el caso de la web y el móvil? ¿Qué diferencia esta “escritura” de otras escrituras de poder (la del poder burocrático, por ejemplo)? ¿Cuál es el poder específico de esta?
No creo que la escritura en la web sea diferente a la del poder burocrático, es lo mismo, y precisamente por esta razón la web moviliza con la misma autoridad, y con mayor eficacia (siendo ubicua) que la burocracia tradicional. Tanto es así que la burocracia se hace más potente –y no solo más user friendly, como a menudo se sostiene– a través de la web. Ya no tenemos que hacer cola para obtener documentos, esta es la comodidad para nosotros. Pero por otra parte, la burocracia puede saber muchas cosas (si hemos pagado las facturas, cuál es nuestra renta) y tener la certeza de que sus mensajes nos llegan al instante, y nos llegan a nosotros, a nuestro smartphone. Esta es la comodidad para la burocracia.
Sobre todo, entre nosotros y la burocracia ya no hay diferencia ya que cada uno se convierte en burócrata de sí mismo y de los demás: el doble check de Whatsapp es un potentísimo sistema jurídico y burocrático que asegura con certeza no sólo que hemos recibido el mensaje, sino también que lo hemos leído y que, por lo tanto, somos plenamente responsables de nuestra posible no respuesta.
¿Podemos no responder a la llamada? ¿Imagina usted formas individuales y colectivas de in-disposición, de olvido, de pérdida e ilocalizabilidad? Rechazar la visibilidad y la trazabilidad, ¿es necesariamente suicida? Toda una serie de pensadores y grupos radicales contemporáneos, como Franco Berardi (Bifo) o el Comité Invisible, están pensando (y tratando de practicar) formas de “desconexión”: anonimato, invisibilidad, sustracción, etc. ¿Cuál sería, en este sentido, su propuesta, su línea de fuga?Franco Berardi (Bifo)Comité Invisible,
Mi línea de fuga no es la desaparición, sino la comprensión. Desaparecer, volvernos ilocalizables, es la solución romántica: ir a vivir al campo y soñar con ese estado de naturaleza. Pero, ¿qué le decía Voltaire a Rousseau? “Tras leer su libro, se tiene el deseo de caminar a cuatro patas, pero, como he perdido el hábito hace ya más de sesenta años, temo que no podré recuperarlo”. Y prosigue haciendo observaciones sobre el hecho de que no puede alcanzar el estado de naturaleza porque necesita a los médicos; yo podría decir lo mismo: los reumatismos no me permiten huir a la naturaleza, ni siquiera ese tipo de huida particularmente radical que es la desconexión. Dejo esta empresa a los más jóvenes o a los más heroicos, por lo que me concierne me limito a desear la elaboración de una razón práctica para la web, de normas para civilizar la praxis en la web y, por mi parte, trato de hacer lo que está en mi mano para contribuir a esta elaboración.
Traducción del italiano: Laura Muñoz Villacañas