Guerra y negocio
Los poderes hablan de “guerra contra el narco”, pero ¿de qué guerra se trata, quién combate y contra quién? Raquel Gutiérrez habla de “opacidad estratégica”: interesa que no se sepa quién dispara, quién se beneficia, qué es el narco, etc.“opacidad estratégica”
Para abordar la pregunta, yo creo que es más útil estudiar los productos de la guerra que los discursos de la guerra. Es decir, no voy a empezar analizando qué dice Felipe Calderón o Enrique Peña Nieto de la criminalidad, la inseguridad, el Estado de Derecho. No, empiezo preguntándome qué ha pasado en los últimos 10 años, qué se ha producido. El asesinato violento y la desaparición forzada se han disparado de forma brutal: se habla de 150.000 asesinatos y casi 100.000 desapariciones (entre mexicanos y migrantes centroamericanos).
Existían desde hace mucho tiempo microempresarios de la violencia y la muerte (secuestradores, extorsionadores, tráfico y trata de personas, etc.), pero en 10 años todo esto se industrializa y verticaliza, se administra desde la propia estructura del Estado. Como decía el periodista Javier Valdez, “esto no es mi mitote”, o sea que no es puro cuento, no es que yo invento...
Viendo esto intenté alejarme del discurso bélico y pensar en términos económicos. Bien sabemos que la droga es un gran negocio ilegal, pero también es una industria transnacional. Y si pensamos la guerra también como negocio, la guerra contra el narcotráfico es igualmente un gran negocio transnacional que crea un mercado. Y ambos mercados se fusionan, se juntan. Pienso en la metáfora de unos siameses: cuando le das de comer a uno, los dos se alimentan, comparten las mismas entrañas pero tiene dos cabezas diferentes. Históricamente, cuando se militariza el combate contra las sustancias ilícitas, la producción de estas sustancias aumenta. Lo hemos visto en EEUU con Nixon y Reagan, en Centroamérica, en Colombia y ahora en México.
¿Podrías ponernos un ejemplo concreto de esa simbiosissimbiosis?
Por ejemplo la migración. ¿Qué ha pasado en los últimos 10 años, con el Tratado de Libre Comercio y los cambios en la economía estadounidense? Esta se ha vuelto dependiente de una fuerza laboral despojada, legalmente explotable. Antes, en la frontera norte entre EEUU y México existían los minitraficantes de seres humanos, los “coyotes” y los “polleros”. Cobraban entre 1000 y 3000 dólares para pasar a un migrante por el desierto de Arizona. Ahora todos ellos trabajan para el narco/estado y los precios aumentaron hasta los 14.000 dólares. La gente llega a EEUU como esclavos, debiendo doce o trece mil dólares a la misma gente que los despojó. Porque fue ese mismo crimen organizado el que llegó a su pueblo y les dio a elegir: “o entras al narco o te vas de mojado” (o migras). Es una guerra que produce muerte y mucho dinero. Y a la vez tiene repercusiones enormes en la gobernabilidad, en el control social.
¿Control social? ¿A qué te refieres exactamente?
Me refiero a que esta guerra produce un enemigo que aparentemente no tiene nada que ver con la raza, la clase social o el sexo, sino que es un enemigo moral: quién está moralmente dañado y fuma mota (marihuana), se inyecta heroína, etc. Esa categoría de enemigo el Estado la puede aplicar dónde y cómo quiera. Y en el contexto de EEUU esa aplicación es racista desde siempre. EEUU tiene la población encarcelada más alta del mundo en porcentaje de población y también en números absolutos. La gran mayoría de esa población está encarcelada por delitos contra la salud y la gran mayoría son afroamericanos y personas no blancas. Se sabe que las personas blancas, latinas y negras consumen las diferentes sustancias más o menos por igual, pero ¿quiénes van a la cárcel? Los negros, los latinos, los chinos...
Así que tenemos una guerra que al mismo tiempo es un gran negocio y se aplica con fines de control social, ¿es así?
No es ninguna novedad. A mitad de los años 90, el reportero estadounidense Gary Webb destapó la relación entre la CIA y los narcos hondureños para traficar cocaína en forma de piedra, venderla en los barrios negros de Los Ángeles y financiar con ese dinero en efectivo a la contra nicaragüense.
Cuando México declara esta guerra contra el narco en 2006 el contexto es el de una profunda crisis política. La revuelta de Oaxaca, seis meses de rebelión ciudadana, las protestas contra el fraude electoral en Ciudad de México, la brutal represión y tortura sexual en San Salvador Atenco... Calderón entra en escena como el presidente más débil en la historia moderna de México y declara una guerra copiando a George W. Bush, que inventó la mentira de las “armas de destrucción masiva” para lanzar una guerra donde han muerto más de 200.000 personas y que ha desatado una serie de consecuencias que aún estamos sufriendo por todo el planeta a día de hoy.
El objetivo de Calderón era formarse esa imagen de presidente fuerte, entonces militariza el país y en cada lugar donde llegan la Policía Federal y el Ejército empieza a aumentar la violencia. Manda el Ejército a Michoacán y Michoacán explota, manda el Ejército a Ciudad Juárez y Ciudad Juárez se convierte en la ciudad con más asesinatos del mundo. Y se le dice al público: es el narco el que mata a la gente. Pero esas muertes empiezan tras 2008, cuando el Ejército tomó legalmente el control de la seguridad en Ciudad Juárez. Y si en ese momento tú ibas a Ciudad Juárez y preguntabas qué está pasando, la gente te respondía que el Ejército salía por las noches en camionetas de civil, vestidos de civiles, hacían limpieza y tiraban los cuerpos por ahí, a veces mutilándolos e imitando así la teatralidad a la hora de matar del narco.
Entonces, para mí se trata de hacer un esfuerzo por entender que no existen el narco, la Policía y el Ejército, como cosas separadas y que pelean entre sí. Lo que revelan los hechos es que existen dos mercados unidos, el de la guerra y el de la droga, diseñados por EEUU y retomados por otros países como Colombia, Honduras y ahora México, que producen a la vez muerte, negocio y control social.
Poder político, económico y criminal
Quizá desde Europa no resulte fácil de entender esa indistinción entre poder político, poder económico y poder criminal que se da en México. Aquí está por supuesto la corrupción, a través de la cual vemos que el Estado es y no es lo que dice ser: es y no es el Estado de Derecho, la ley, etc. Pero...
Bueno, me parece que eso ya está en la misma fundación del Estado moderno y la economía capitalista, cuando mientras se habla de libertad y de ley se inventa toda una industria transatlántica de la esclavitud y el genocidio. EEUU, que es el país que se presenta como la gran democracia, como el progreso en sí mismo, el futuro hacia el que vamos todos, no existiría físicamente sin siglos de esclavitud. Es lo que da estructura a todo.
Esto es algo que aparece muy claro leyendo por ejemplo a James Baldwin, sobre quien acaban de hacer un documental. Él escribe en los años sesenta que un negro no ve al policía como a un amigo, sino como una amenaza. La policía estadounidense nace como grupos que buscaban esclavos prófugos. El país siempre ha estado racializado.
Pero en México se suma la promiscuidad entre el Estado y las bandas narco. El fenómeno es mucho más extremo. En el libro hablas de la complicidad de la ley y la no-ley, de un Estado doble o bifronte...
Antes, había una cierta legibilidad de la violencia en México: veías a un policía municipal y sabías que te podía chingar lana (robar dinero); veías a un policía judicial y sabías que te podía caer una putiza (paliza), veías a un federal y te decías 'cuidado con ese que te puede llevar al bote' (cárcel), veías a un narco con sus bototas y sabías que si no te metías en su negocio no te iba a pesar nada... Cuando yo vivía en el Estado de Guerrero mis compañeros me enseñaron a moverme más o menos así.
Pero, como dicen en México, todo eso “ya valió”. Se acabó esa legibilidad. Los hechos de Ayotzinapa lo demuestran: son policías ministeriales de tres municipios con policías ministeriales del Estado de Guerrero (los que se llamaban judiciales), protección civil y policías federales de caminos, los que se coordinan entre sí para atacar, mutilar (a un estudiante le arrancaron el rostro y los ojos y lo tiraron a un pequeño basurero) y desaparecer a 43 estudiantes hasta el día de hoy. Y eso solamente en la primera etapa, la etapa policial.
Porque luego entran en acción los abogados y abogadas, la Procuradoría General de la República, que son los que desaparecen a los estudiantes hasta el día de hoy a través de una etapa administrativa de la desaparición forzada, torturando a cuatro pobres albañiles para conseguir una falsa declaración (en la que admitían haber incinerado a los estudiantes en un basurero de Cocula), destruyendo evidencias (la juez del Estado de Guerrero destruyó los vídeos de las cámaras del Palacio de Justicia que grabaron la desaparición de un camión de estudiantes porque “no veía ningún valor jurídico en esos vídeos”), sembrando falsas pruebas (la bolsa con cenizas humanas al lado del río), etc. Es la misma violencia, en dos etapas.
Reportear sobre los reporteros
En este contexto, el periodismo supone un enorme desafío: rescata y cuenta historias que se quieren borrar. Y de ahí el silenciamiento de periodistas a través de la violencia directa y el asesinato. ¿Cómo nace Morir en MéxicoMorir en México?
Pues nació en una cantina, en Distrito Federal, en el año 2008. Yo estaba con varios reporteros mexicanos hablando y reflexionando sobre cómo cubrir la realidad diaria. Y me decía: soy un pinche gringo, llevo dos años aquí, no tengo ningún contacto en ningún lado (familiares, etc.) que me pueda ayudar, no tengo acceso al mismo nivel de información que los demás, ¿qué puedo aportar que sea realmente útil y no sea un robo? Porque yo tenía muy claro que no simplemente me quería aprovechar de las ondas, los contactos y las publicaciones de los demás. Entonces pensé: ellos van a reportear y yo puedo reportear sobre ellos.
O sea, hacer crónica sobre reporteros mexicanos y mexicanas: cómo son sus vidas, cómo son sus preguntas, cuáles son sus retos, cómo hacen. Y escribir y publicar sobre ello en inglés para darlo a conocer fuera. Eso me pareció que merecía la pena y tenía un interés. Pero tardé mucho tiempo en convencer a un editor de que eso fuera valioso porque me decían que no era tema... Y yo me preguntaba: ¿pero cuántos reporteros tienen que matar antes de que sea tema? En fin, esa fue la primera decisión: reportear sobre los reporteros. Acompañarlos, citar los trabajos que publican, las investigaciones que desarrollan, mirarlos y observarlos, ver cómo se ve el mundo estando ahí con ellos.
Me gustaría que nos contaras sobre las estrategias que se ponen en marcha para contar en esas condiciones tan difíciles.
Yo personalmente intento aferrarme mucho a la documentación y, a partir de ahí, escribir de manera interesante, que llame la atención. Busco estructuras narrativas diferentes que sirvan para contar cada realidad. En el caso de Ayotzinapa, decidí no escribir nada yo, en el libro no hay prosa. Aunque tenía mucha investigación, entrevistas y había estado allí meses y meses acompañando y cubriendo, pensé: 'políticamente ahora no me toca. Lo que yo tengo más valioso es haber escuchado las historias de las gentes implicadas (reporteros, familiares de personas asesinadas o desaparecidas, personas que viven allí)'. Entonces lo que busqué fue una estructura narrativa que compartiese esa escucha y llegué a la idea de hacer una historia oral.
Mi idea no es contar muertos, sino contar la vida, retratar el miedo. El miedo es a veces otro tipo de muerte y no se cuenta. Buscar historias de vida y otros ángulos que nos permitan desentrañar los mitos y esa “opacidad estratégica” sobre lo que pasa, tan bien elaborada, construida, producida, exactamente como la impunidad. En México el 98% de los homicidios en el país ni siquiera se investigan: es una impunidad fabricada.
¿Y cómo reportear? Pues por supuesto cuidándote, no viajando solo de noche, con gente amiga que está en otros lugares y te monitorea. Colaborando con gente de mucha confianza cuando vas a lugares difíciles, como en mi caso son Marcela Turati o Sergio Ocampo. Con esa confianza tiramos y nos autocuidamos. Porque ya sabemos que el Estado no nos va a cuidar y somos free-lance, no hay ninguna empresa, ni ningún medio que se preocupe por ti tampoco.
La precariedad de la empatía
Me gustaría compartir algo que es motivo de conversación entre los amigos cuando voy a México. Es el problema de la anestesia.anestesia. Vivir con un exceso de violencia cotidiana puede llevarte a la respuesta de anestesiarte para seguir viviendo. Hacerte insensible al dolor del otro, porque sea un otro “completamente otro” (esa racialización de la violencia que mencionabas) o simplemente para poder seguir viviendo. Es lo que en el libro llamas “la precariedad de la empatía”. Entonces, me pregunto si el periodismo puede ayudar a producir esa empatía que nos falta, si se puede conmover a través de la escritura. Ya no sólo registrar violencias, sino producir una alteración de nuestra percepción que nos haga más sensibles al dolor del otro.
Ese es el reto. En primer lugar, en uno mismo. No acostumbrarte al infierno, a la violencia, a la impunidad. Mantener esa sensibilidad es muy difícil porque estás golpeado constantemente. Y, la verdad, todos fracasamos tal vez. Yo fracaso. Yo vivo y escribo en México, pero como soy de EEUU mantengo un vínculo fuerte con lo que pasa allí. Sin embargo, me cuesta sentir con la misma intensidad lo que hace mi país en Irak, lo que hace la policía de mi país con los jóvenes negros o chicanos. Me rebasa.
En los últimos días, en México, han secuestrado a un reportero de Michoacán, han asesinado a Javier Váldez, a Miroslava Breach. Y eso sólo entre los periodistas. No damos a basto con la empatía, pero hay que hacer el esfuerzo de no acostumbrarse. A nada, ni a la guerra de Irak o de Siria, ni a la narcoguerra o al racismo cotidiano en las calles de Madrid. Lo cual es imposible, porque las estructuras de producción de terror son tantas a nivel global... Pero un objetivo del terror es producir la insensibilidad. Entonces, aunque nos vaya a romper o no seamos capaces de sentir ese dolor lo suficiente, hay que estar abiertos a sentir. Antes de narrarlo, hay que sentirlo.
Y luego está el reto de cómo contar y compartir para que conmueva. Para llegar al sentimiento de la persona que lee. ¿Cómo escribir? ¿Cómo soslayar todos los filtros que tenemos puestos para no sentir? ¿Cómo atravesarlos y llegar al sentimiento? Y cada vez que me planteo esta pregunta, encuentro una respuesta diferente. Porque cada historia es diferente y requiere una estructura narrativa cada vez. En Morir en México es la mezcla de crónica y entrevista y ensayo. En Fue el Estado es una historia donde los mismos protagonistas cuentan y se cuentan. El gran asunto es qué estructura narrativa encontrar, cada vez, para evitar la anestesia, la insensibilidad.
Me parece, ya para acabar, que en México hay mucha muerte pero también mucha vida. Las dos cosas a la vez. Incluso diría que la vida cotidiana tiene una intensidad especial porque es en sí misma una resistencia a la muerte tan presente. Por todas partes uno se topa con prácticas de vida y movimientos colectivos muy potentes. Y leyendo Morir en México me cuesta un poco ver esta dimensión, esa potencia de la vida que se fuga todo el rato de la muerte. Me pregunto si no hay que escribir una segunda parte del libro que podría llamarse Vivir en México Morir en MéxicoVivir en México y que de cuenta de esa riqueza de las prácticas de vida cotidianas, explícitamente políticas o no.
Quisiera compartir en primer lugar que el título del libro es una cita. El libro arranca con un dibujo político de Antonio Helguera publicado en La Jornada el 15 de marzo de 2010 que se llama “Morir en México” y de ahí la idea. Muestra un panteón y las diferentes tumbas, se nota que es un panteón de la clase trabajadora porque en él las tumbas no aparecen nombres, fechas de vida, pero dice: “en algo debió estar metido... fue un pleito entre pandillas... se mataron entre sí... era puta, vestía provocativamente... fue un ajuste de cuentas”.
También me gustó la portada que hicieron en La Oveja Roja que muestra los dos tipos de muerte que hay en México: la muerte como parte de la vida, la calavera bonita, una cultura mexicana muy conocida, propia, indígena, precolombina; y la muerte como ese balazo que te están dando, que es otra muerte, muy concreta, producida desde el Estado bajo el discurso de combatir sustancias peligrosas para tus niños.
Estoy de acuerdo en que hay que contar las historias de vida. Lo he hecho varias veces antes, por ejemplo en el capítulo con el que contribuí al libro Entre las cenizas; historias de vida en tiempos de muerte, que es un libro donde se cuentan historias de resistencia de periodistas, madres de desaparecidos que buscan a sus hijos, etc. En Morir en México conté la historia de Alma Trinidad en Culiacán (Sinaloa), una de las primeras madres que se organizó para que se investigase la muerte de su hijo asesinado.
Pero mi propósito en este libro fue más bien retratar y combatir el discurso de “en algo andaba”. Y para ello no sólo hacer análisis, sino retratos, reportaje, periodismo militante, comprometido, de calle. Ese fue el propósito. Y dentro de eso, hay muchas historias y para mí retratar a los periodistas es una manera de mostrar resistencia, porque ellos no se callan. A todos los amenazan y golpean, pero ellos no se rinden.
Javier Valdez fue una luz ejemplar de ese espíritu de lucha, hay un capítulo que le está dedicado. Le asesinaron el lunes pasado. Sigo el consejo que una vez me dio Javier: buscar, contar las historias de resistencia, las historias de vida dentro de esa muerte fabricada que producen el Estado y el crimen organizado, entrelazados y fusionados.
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