Cuando se difundió la noticia de la toma de Kabul por parte de los talibanes, pocos la recibieron con tanto miedo como los chiíes hazara. Esta minoría religiosa, en un país de mayoría suní, fue uno de los grupos más perseguidos la última vez que los talibanes gobernaron Afganistán. Los recuerdos de los asesinatos, la tortura y las ejecuciones en masa no se han borrado.
Los indicios apuntan a que los hazaras vuelven a ser un blanco para los talibanes. Un informe reciente de Amnistía Internacional denuncia que milicianos talibanes fueron responsables del asesinato de nueve hazaras cometido en julio en la aldea de Mundarakht. Seis de los hombres fueron acribillados y tres fueron torturados hasta la muerte. A uno de ellos lo estrangularon con su propio pañuelo y le rebanaron los músculos del brazo.
Ataques como este han provocado un éxodo de hazaras a través de la frontera con Pakistán. Los activistas dicen que, hasta el pasado domingo, han llegado alrededor de 10.000 a la ciudad pakistaní de Quetta, en Baluchistán, donde viven en mezquitas, salones de boda y habitaciones alquiladas. Varios hazaras cuentan a The Guardian que han pagado entre 60 y 400 euros a traficantes para conseguir cruzar la frontera.
“Una cuestión de vida o muerte”
Entre los refugiados en Quetta está Sher Ali, un tendero de 24 años que ha escapado junto a su esposa y su bebé. Ali llegó el pasado jueves a Chaman, en el lado paquistaní de la frontera. El viaje, a través del territorio controlado por los talibanes, duró tres días. Condujeron por carreteras destrozadas por impactos de bomba y pasaron al lado de coches calcinados y puentes destruidos.
Ali decidió marcharse tras presenciar cómo los talibanes asesinaban a su amigo Mohammad Hussain, de 23 años, hace dos semanas en Kabul. Hussain estaba atravesando un puesto de control de seguridad de los talibanes en su moto. Se negó a frenar y le dispararon con un fusil de asalto, según su testimonio.
“Cuando llegué al lugar, el cadáver de Hussain yacía sobre la carretera tendido en un charco de sangre. Vaciaron el AK-47 con él”, dice Ali. “Ese fue el momento en que decidí irme. Para los chiíes hazara, es una cuestión de vida o muerte: o te vas y vives, o te quedas y mueres”.
Recientemente, se han producido escenas caóticas en el cruce fronterizo de Chaman a medida que miles de afganos han intentado cruzar. Oficialmente, solo aquellos con papeles de residencia o que viajen para recibir tratamiento médico pueden entrar en Pakistán, pero algunos de los hazaras dicen que los traficantes sobornan a las autoridades fronterizas para que los afganos crucen de manera irregular.
Ali dice que el resto de su familia se marchará a Pakistán dentro de unos días. “No podemos vivir en la Afganistán de los talibanes”.
Separados de sus familias
Mohammed Sharif Tahmasi, un estudiante de informática de 21 años procedente de la provincia de Gazni, llegó el pasado jueves a Chaman junto a sus dos hermanas y su hermano. Tras lograr cruzar, esperaron a otras familias hazara en una esquina embarrada cerca de la valla fronteriza para viajar todos juntos a Quetta.
La familia de Tahmasi nunca había ido a Pakistán, pero sus padres les dieron algo de dinero y les dijeron que cruzaran la frontera tan pronto como pudieran. “Todos los padres hazara están pidiendo a sus hijos que se vayan de Afganistán para estar a salvo”, dice Tahmasi. “No sé cómo están mis padres y mis otros hermanos, pero espero que mis hermanos estén bien y que crucen pronto”.
Su hermana, Nahid Tahmasi, de 15 años, estudiante de escuela primaria, dice que no quería abandonar a sus padres pero que, antes de irse de Ghazni, ya habían comenzado a imponerse las restricciones talibanes a las mujeres.
“Me siento fatal”, dice. “No puedo ir a la escuela y echo de menos mi ciudad y a mis amigos. Echo de menos a mis padres, echo de menos mi colegio. Cuando los talibanes tomaron el control de la provincia de Gazni, prohibieron la entrada de niñas a los parques públicos y a las escuelas. No querían que las niñas estudiaran. No podíamos deambular por la calle, ni visitar a nuestros vecinos, ni vestirnos como quisiéramos”.
“Los talibanes nos odian”
Gulalai Haideri, una hazara que trabajaba como maestra para la ONG Mujeres por las Mujeres Afganas, en la provincia de Faryab, llegó a Quetta la semana pasada. Está embarazada y vendió sus joyas para costear el viaje y cruzar la frontera de manera irregular.
“Nos habían rechazado la entrada dos veces, entonces rogué a los guardias que me dejaran entrar porque estoy embarazada y no puedo vivir en Afganistán. Soy mujer, me van a matar”, dice. “Tuvieron clemencia y permitieron que mi familia entrara”.
Haideri dice que, después de que su provincia cayera en manos de los insurgentes, los talibanes han ido casa por casa buscando niñas, huérfanas, divorciadas y viudas para casarlas con sus combatientes.
A Mohammad Fahim Arvin, estudiante de la Universidad Politécnica de Kabul de 21 años, sus padres le dijeron que se fuera y salvara su vida. Sin embargo, expresa su tristeza por haber tenido que dejarlos atrás.
“Los talibanes nos odian y quieren que nos unamos a ellos y luchemos para ellos, pero no podemos”, dice Arvin. “No es mi culpa haber nacido hazara; fue una decisión de Dios. No estaba en mis manos. ¿Por qué quieren matarnos por ser hazaras?”.
Pero ni siquiera en Pakistán los hazaras están a salvo. Aquí también han sido perseguidos durante tres décadas por grupos de milicianos suníes. A comienzos de este año, diez mineros hazara que trabajaban en Baluchistán fueron asesinados por miembros del ISIS. De acuerdo con un informe de 2019 de la Comisión Nacional de Pakistán por los Derechos Humanos, al menos 509 hazaras han sido asesinados por su fe desde 2013.
Muchos de la comunidad hazara de Afganistán que llegan a Pakistán con poco dinero y sin contactos han tenido que depender de la amabilidad de los locales.
Syed Nadir es uno de ellos. Acoge a cinco familias hazara, incluyendo a la familia de Haideri en Quetta, que habían llegado pocos días antes. “No conozco a ninguno, pero todos los hazaras están pasando por uno de sus peores momentos”, dice. “Están dejando sus hogares y deberíamos acogerlos. Todos los países deberían poner de su parte con los hazaras y los afganos”.
Traducción de Julián Cnochaert