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Alberto Fernández llega al poder en una Argentina tomada por la incertidumbre económica

Javier Borelli

Buenos Aires (Argentina) —

“Decían que no íbamos a volver más, pero una noche volvimos y vamos a ser mejores”. Con esas palabras Alberto Fernández cerró su primer discurso como presidente electo ante una multitud de personas que salió a la calle para celebrar la victoria del candidato del Frente de Todos. Su triunfo significa el regreso a la Casa Rosada del peronismo después de cuatro años y la vuelta de Cristina Fernández de Kirchner a la primera plana. Quien fuera la última peronista en ocupar el ejecutivo nacional, ahora acompañará como vicepresidenta al otrora jefe de gabinete de sus primeros años de mandato. La frase sintetiza también dos puntos centrales que dejan los comicios del domingo: una disputa por el poder entre dos bloques bien definidos y el reconocimiento de que debe mejorar la última imagen de gestión kirchnerista.

Este nuevo período, sabe Fernández, estará lleno de desafíos. Se encuentra con una economía en recesión y con una inflación fuera de control. Una deuda que ronda el 90% del PIB y con pocas reservas en el Banco Central para afrontar su pago. Los índices de pobreza y desempleo suben al ritmo de un dólar que, en los últimos días, volvió a dispararse sembrando temor en la población que suele usar la cotización de la moneda estadounidense como termómetro político y social, tal como explicó eldiario.es. Tan frágil es la situación que la misma noche de la votación, minutos después de que se conocieran los resultados, el gobierno anunció nuevas restricciones al mercado de cambios fijando un tope máximo para la compra de 200 dólares por mes. Eso logró contener la cotización oficial de la moneda pero no pudo evitar que el valor aumente en el mercado paralelo (adonde ya se compra un 20% más caro).

Mauricio Macri mejoró su desempeño respecto de las primarias pero no le alcanzó para forzar un balotaje o segunda vuelta. Sin embargo, la estrategia de polarizar la elección azuzando el voto antiperonista rindió frutos y su partido obtuvo el 40% de los votos. Asimismo, aumentó la cantidad de escaños en el Congreso Nacional para su espacio por lo que, si logra mantener la alianza electoral con la que se presentó a estos comicios, quedará en una posición de poder mucho mejor de la esperada tras los resultados de agosto.

La mirada ahora está puesta en la transición que se abre hasta el 10 de diciembre, fecha en la que está previsto el cambio de mando. Todos los discursos en el búnker ganador pidieron “responsabilidad” al gobierno en funciones para evitar que la delicada situación empeore. Y la primera respuesta fue, aunque sea formalmente, bien recibida. Macri reconoció la derrota, llamó al ganador de los comicios para felicitarlo y lo convocó a una reunión para la mañana siguiente. En ese encuentro, que duró apenas una hora, ambos dirigentes definieron un equipo de colaboradores para esa transición. Fernández designó a su jefe de campaña, Santiago Cafiero; y a su equipo de economistas, Matías Kulfas, Cecilia Todesca y Guillermo Nielsen, quien además fue secretario de Finanzas de la Nación y tuvo a su cargo la renegociación de la deuda durante el gobierno de Néstor Kirchner.

Lo urgente: el dólar y la deuda externa

En la noche electoral, el búnker del Frente de Todos resumía estas dos caras de la moneda. En la calle era todo desborde y festejo, mientras que adentro la alegría se manifestaba con mesura y discursos de prudencia. Desde el cierre de los comicios a las 18 horas y hasta las 4 de la mañana, cuando un chaparrón le puso fin a la fiesta intempestivamente, la gente llenó las inmediaciones del centro cultural donde Fernández esperó los resultados. El búnker, en cambio, se vació poco después de las doce de la noche. Solo quedó dentro el presidente electo con su equipo de campaña, quienes prefiguraron los próximos pasos. El anuncio del “cepo” al dólar y la reunión con Macri de la mañana siguiente no le dieron tiempo a festejar.

El primer escollo a superar será, precisamente, estabilizar la cotización de la divisa extranjera. Una nueva devaluación del peso parece inevitable en algún punto teniendo en cuenta que hasta ahora el gobierno de Macri había logrado contener la fuga al billete estadounidense en este marco de incertidumbre elevando la tasa de interés e interviniendo en el mercado cambiario incluso con fondos recibidos del préstamo otorgado por el FMI. Claro que eso significó una pérdida de reservas del Banco Central (lo que reduce su margen de maniobra) y un ahogo al crédito para la industria local, sobre todo el sector de la pequeña y mediana empresa, que es considerado clave para la reactivación de una economía que arrastra casi 15 meses en recesión.

El dilema para el equipo de Fernández es que una devaluación en este período de transición le evitaría asumir el costo político de la inflación que trae aparejada y la consecuente pérdida de poder adquisitivo. Al mismo tiempo, saben perfectamente que un tipo de cambio alto favorece la expansión exportadora industrial (cuyas últimas cifras del INDEC para todo el sector marcaban una capacidad ociosa del 40%). Sin embargo, las devaluaciones de los últimos 18 meses han demostrado ser ineficaces para reactivar la economía y han acumulado aumentos en el costo del pago de la deuda pública, que además fue contraída mayormente en moneda extranjera.

Una reestructuración de la deuda pública se da por descontada. De hecho, el gobierno de Mauricio Macri ya inició ese camino con el “reperfilamiento”, un plan presentado por el actual ministro de Hacienda, Hernán Lacunza, que solo incluye los bonos bajo legislación local. La parte más importante y complicada, sin embargo, está en moneda extranjera y con cláusulas que permiten el litigio en otra jurisdicción. Un detalle especialmente sensible para la memoria reciente argentina ya que allí anidaron durante años los reclamos de los “fondos buitre” que se transformaron en uno de los principales problemas de política exterior de los gobiernos kirchneristas.

Fernández ha tratado de mantenerse sereno al respecto. Él vivió desde dentro del gobierno de Néstor Kirchner el último gran proceso de reestructuración que se inició en 2005 y que incluyó quitas de hasta el 66% en los montos adeudados. Cuenta además con la asesoría de Nielsen, quien fue nombrado en el equipo de transición y entonces fue uno de los encargados de la negociación. La diferencia principal es que hoy buena parte de esa deuda está en poder del FMI, que comprometió buena parte de su cartera de activos en Argentina y, por tanto, se vería muy perjudicada en caso de impago. El ejemplo cercano de Ecuador, cuyo seguimiento de las recomendaciones del Fondo despertaron una ola de protestas inédita en su historia, también presiona para que las partes lleguen a un acuerdo aunque eso implique estirar los plazos. Fernández lo advirtió apenas ganó las primarias: el Fondo es co-responsable de lo sucedido en la economía argentina y por tanto debe asumir su parte.

Lo importante: la deuda interna y la unidad política

En términos de prioridades, Fernández ha planteado que la mayor deuda que deberá enfrentar no es la externa, sino la interna. Entiende que su llegada al gobierno tiene mucho que ver con el fracaso de la gestión del gobierno de Macri y, por tanto, no es una adhesión garantizada a largo plazo. Las cifras de pobreza y desempleo en alza presionan sobre la paz social y los acontecimientos actuales que se viven en América Latina advierten sobre la necesidad de medidas urgentes. Por eso, durante la campaña repitió incansables veces la necesidad de llegar a un acuerdo económico y social con todos los actores de peso. La semana pasada en su entorno incluso señalaban que intentarían promover ese pacto aún antes del 10 de diciembre como parte del esquema de transición.

Las principales centrales sindicales ya le manifestaron su apoyo y buena parte del empresariado hizo lo propio enviando representantes a distintas reuniones organizadas con Fernández después de las primarias. Pero el acuerdo implica, según palabras del presidente electo, que por 180 días “podamos recomponer salarios sin que esto signifique aumento de inflación”. Y para eso deberá convencer a los representantes a ambos lados de la puja entre capital y trabajo que la alternativa de un esquema no cooperativo es perjudicial para ambos. Quizás para ello la crisis de representatividad que se vive en Chile, del otro lado de los Andes, también sirva como elemento de persuasión.

Fernández tampoco desconoce que su llegada a la Casa Rosada se construyó sobre la base de una alianza electoral que logró unir a distintos sectores del peronismo que estuvieron enfrentados durante los últimos años del gobierno de Cristina Kirchner. Precisamente se necesitó que la ex presidenta resignara protagonismo para que el camino de la unidad se allanara. No es casual que haya sido Alberto Fernández quien, en febrero de 2018, marcara el rumbo: “Con Cristina no alcanza, sin ella no se puede”.

Casi todos entendieron esa ecuación y se integraron al frente electoral. El desafío será ahora manejar las expectativas de los que sienten que pusieron el cuerpo y sus oficios políticos para hacerlo posible. Habrá muchos cargos por llenar y muchos interesados por ocuparlos. En su habilidad por mitigar el fuego interno puede estar la clave de su gobernabilidad. Aquí también las imágenes que llegan más allá de las fronteras y la memoria reciente de la crisis de principio de siglo pueden servir para superar seguros enconos y frustraciones.

Aunque desde que se confirmara la victoria de Fernández en los comicios ya comenzaron a circular distintas listas con nombres de posibles ministros, con tanto tiempo por delante y en este escenario de inestabilidad es muy difícil anticipar qué figura ocupará cada cargo. El presidente electo fue muy cuidadoso de no dar nombres ni hacer anuncios grandilocuentes para evitar desgastes antes de tiempo. Sí anticipó que crearía un “Ministerio de la mujer”. También destacó que las carteras de Trabajo y Salud recuperarían el rango de ministerio tras haber sido degradadas a secretarías durante el macrismo.

Sobre el perfil económico se sabe que apostará a dinamizar el mercado interno y que buscará generar divisas por medio de la explotación de los recursos naturales (agro, minería y petróleo), una medida que ya puede anticiparse y que le generará conflictos con los movimientos sociales. Presionado al respecto por sus rivales en el último debate presidencial, Fernández hizo una declaración para dejar felices a todos: “No soy un dogmático. Van a ver en mí decisiones heterodoxas, otras tal vez ortodoxas. Lo que no van a ver nunca que haga son cosas contra los que producen y trabajan”.

Qué pasará con el macrismo

Otro de los grandes interrogantes que deja la elección y que tienen que ver con la gobernabilidad es qué sucederá con el macrismo. Los resultados económicos del último año y medio erosionaron inicialmente el capital político del presidente y arrastraron con él a quien hasta hace poco era vista como su estrella en alza, la gobernadora de la Provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal. La primera mujer en ocupar el ejecutivo en el principal distrito del país incluso le disputó internamente la candidatura presidencial a Macri. También amenazó con adelantar las elecciones en la provincia para que no se pegaran a las nacionales e independizar sus destinos. Pero finalmente no avanzó en ninguna de esas líneas y los resultados del domingo terminaron por opacar el foco que habían puesto en ella: su performance fue peor que la del presidente y Axel Kicillof, el candidato peronista, le sacó 14 puntos.

Con el mapa del país pintado a dos colores, Juntos por el Cambio será la principal fuerza opositora. Su liderazgo, sin embargo, será parte de una fuerte disputa interna. Horacio Rodriguez Larreta es el único referente que quedó en pie ocupando un rol público de peso. Con una gran elección (logró el 55% de los votos en el distrito), logró garantizar el control de la capital del país por cuatro años más. El dilema que deberá afrontar es que su jurisdicción se ha transformado en una isla rodeada de peronismo, una imagen remarcada por los colores amarillo de Juntos por el Cambio y el celeste del Frente de Todos. Esa situación lo obliga a mantener buenos vínculos con el gobierno nacional y con el de la Provincia de Buenos Aires, a quienes necesita para gobernar.

En Macri, el hasta ahora indiscutido líder de este movimiento, es donde se posan todas las miradas. Las fichas que mueva habilitarán el juego de los demás. Los últimos días a puro acto público le permitieron demostrar que aún cuenta con muchos fanáticos que se embanderan detrás de las consignas éticas que propone. Su apuesta por la polarización agitando el fantasma de la corrupción kirchnerista también surtió efecto: canibalizó los votos de sus contendientes y, según el escrutinio provisorio, sumó 2,3 millones de votos respecto de las primarias de agosto. Recuperó poder político y eso le permite todavía disputar el liderazgo del espacio. Así lo hizo saber en su discurso de reconocimiento de la derrota: “Vamos a defender los valores en los que creemos. Vamos a ejercer una oposición sana, constructiva, responsable, que pueda reafirmar las conquistas logradas en estos años”.

Alberto Fernández llega a la presidencia con una enorme legitimidad. Un capital indispensable para afrontar la tarea de sacar al país de la crisis para lo que lo eligieron casi la mitad de los argentinos. Sin embargo, cuatro de cada diez volvieron a votar por Macri a pesar de su mala gestión, configurando así un escenario de bipartidismo como no existía en el país hace décadas.

Los referentes de ambos espacios ahora deberán bajar el tono beligerante que imprimieron a la campaña en los últimos días para que la transición no genere más problemas. El panorama regional obliga a ese acto de responsabilidad. A las protestas en Ecuador y Chile se suma el ajustado triunfo de Evo Morales en Bolivia que levantó polémica y ahora el balotaje presidencial en Uruguay, que puede significar una derrota para el Frente Amplio luego de 15 años. También es inminente una definición sobre la prisión de Lula da Silva en Brasil que podría generar un nuevo sacudón en la política latinoamericana.

En esas arenas movedizas que no reconocen fronteras los argentinos lograron canalizar el descontento social a través de las urnas. Pero sus dirigentes saben, aun los que ganaron por los votos, que no hay tiempo para celebrar ni un escenario de tranquilidad en el cual confiar. Lo único que pueden dar por seguro para los próximos días es que seguirá la incertidumbre.