La vida de António Costa siempre ha sido política. Se afilió al Partido Socialista a los 14 años y nunca dejó de ser un miembro activo del partido. Fue alumno del actual presidente de la República cuando estudiaba Derecho en la Universidad de Lisboa. Diputado desde 1991, en las elecciones municipales de 1993 se presentó como candidato a la alcaldía de Loures, un suburbio de los alrededores de Lisboa. Llamó la atención al promover una carrera entre un burro y un Ferrari en una de las congestionadas carreteras de acceso a Lisboa. Ganó el burro, el país se rio, pero Costa perdió las elecciones por menos de dos mil votos.
En el Ejecutivo socialista de António Guterres, en 1995, se estrenó en el Gobierno. Primero, a los 34 años, como secretario de Estado de Asuntos Parlamentarios, y después como ministro con la misma cartera. Adquirió mayor visibilidad cuando estuvo al frente de la Exposición Universal de Lisboa de 1998, responsable de la transformación de la parte oriental de la capital.
Ministro de Justicia, jefe del grupo parlamentario socialista, eurodiputado, vicepresidente del Parlamento Europeo, ministro del Interior... Escaló poco a poco, pero siempre con cargos destacados y una presencia mediática que hoy sólo iguala la notoriedad del presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa.
Fue elegido por José Sócrates para encabezar la candidatura socialista en las elecciones anticipadas al Ayuntamiento de Lisboa en 2007, y empezó a ser analista en televisión, formando parte del panel de comentaristas residentes del programa de análisis político Quadratura do Círculo.
Le esperaban vuelos más altos: dejó el Ayuntamiento de Lisboa y tomó el partido por asalto. Desafió el liderazgo del menos carismático António José Seguro tras haber dicho en televisión que el Partido Socialista ganó las elecciones europeas de 2014 por “poco” –el PS había obtenido cuatro puntos más que la coalición de derechas–. Forzó elecciones primarias, permitiendo votar a los simpatizantes no militantes. Ganó y se convirtió en el candidato del partido a las legislativas de 2015. El día antes de convertirse en líder de los socialistas, el ex primer ministro de su partido José Sócrates fue detenido bajo sospecha de corrupción. “A la justicia lo que es de la justicia”, defendió.
Se hizo cargo de un partido marcado por la sombra de la corrupción de su principal figura en aquel momento y estuvo cerca de la muerte política, pero se mantuvo en el cargo de primer ministro durante ocho años. El 4 de octubre de 2015, António Costa fue declarado principal perdedor de unas elecciones legislativas en las que la coalición de derechas, que había aplicado un fuerte programa de austeridad en Portugal, ganó sin mayoría parlamentaria.
“Animal político”
Renacido de sus cenizas, aquella noche se dio cuenta de que la izquierda estaba dispuesta a romper las separaciones históricas que existían en los primeros años de la democracia –donde socialistas y comunistas eran rivales– para crear un Gobierno alternativo marcado por la ruptura con la austeridad impuesta por los programas de la Troika.
La geringonça fue un modelo exitoso en el que los partidos a la izquierda del PS –el Partido Comunista Portugués, El Bloque y Los Verdes– dieron apoyo parlamentario a los socialistas.
Con el turismo en auge y el desempleo en mínimos históricos, consiguió llevar al país al crecimiento económico y, por primera vez en 2019, al superávit presupuestario. Fue suficiente para ganar las elecciones cuatro años después, pero sin mayoría. Mantuvo unido al país durante la pandemia, pero el rechazo al presupuesto de 2022 precipitó unas elecciones en las que, contra todo pronóstico, obtuvo la segunda mayoría absoluta de la historia de los socialistas portugueses.
El miedo a la extrema derecha concentró el voto en los socialistas, en un movimiento que ninguna encuesta fue capaz de predecir. Antes de António Costa, sólo José Sócrates había logrado una mayoría semejante para el PS.
Al frente del país, y conocido por ser un hábil “animal político”, consiguió restablecer la confianza económica, atraer inversiones extranjeras y poner a Portugal a la altura de los gigantes europeos, aunque a un ritmo más lento que la mayoría de los países del Este.
Su legado deja un puñado de medidas sociales: desde la reducción del precio del transporte público hasta la gratuidad de las guarderías y los manuales escolares. Pero también dejó una crisis sanitaria, con las urgencias al borde del colapso por falta de médicos, unos años de gobierno marcados por el descontento de los profesores por los bajos salarios y la falta de progresión y una grave crisis inmobiliaria, con el precio de la vivienda subiendo hasta niveles inasequibles.
Con una mayoría estable hasta 2026, António Costa se disponía a superar a Aníbal Cavaco Silva (del partido de centro-derecha PSD) como el político que más tiempo ha gobernado a los portugueses –Cavaco Silva alcanzó una década en el Gobierno–.
Pero Costa ha dimitido a consecuencia de un párrafo de un comunicado de la Fiscalía que le implica en los sospechosos negocios del litio y el hidrógeno: “En el curso de las investigaciones los sospechosos han invocado el nombre y la autoridad del presidente del Gobierno y que éste ha intervenido para desbloquear procedimientos”.
Fue suficiente para precipitar la marcha de António Costa, que ha declarado que “no tiene cargo de conciencia” y que deja el Gobierno “siempre disponible para colaborar con la justicia”.
Señalado como uno de los candidatos mejor situados para presidir el Consejo Europeo, Costa se toma ahora un descanso de la política a la espera de los resultados de la investigación penal. La atención se centra ahora en la decisión del presidente de la República, que se espera que anuncie el jueves por la noche lo que sucederá con el país.
¿El periplo político de António Costa ha terminado el 7 de noviembre? Nadie puede dar una fecha para el fin de la pausa forzosa.