Argentina vota en unas primarias en las que se juega la derechización del país y el ocaso del kirchnerismo
Más de 35 millones de argentinos están habilitados para votar en las elecciones primarias de este domingo, que podrían modificar el escenario político en varios sentidos.
Por un lado, diferentes opciones de derechas tienen al alcance un éxito sin precedentes en las urnas, mientras el peronismo gobernante se enfrenta al que podría ser su peor resultado en sus ocho décadas de existencia.
Las llamadas Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) cumplirán su función básica de elegir las candidaturas de los partidos y coaliciones electorales, a la vez que brindarán una muestra de la orientación del voto de cara a las presidenciales del próximo 22 de octubre.
Por la alianza gobernante de centroizquierda, Unión por la Patria, liderada por el peronismo, compiten las candidaturas del ministro de Economía, Sergio Massa, y el dirigente de organizaciones sociales Juan Grabois.
Mientras, la coalición conservadora Juntos por el Cambio, favorita según las encuestas, presenta las candidaturas de la exministra de Seguridad, Patricia Bullrich, y el alcalde de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta. El economista libertario Javier Milei tercia en la disputa y podría obtener un apoyo inédito para una formación de ultraderecha.
Voto obligatorio
En las PASO, los ciudadanos de entre 18 y 70 años están obligados a votar, pero es optativo para los de 16 a 18 años y para los mayores de 70. Los votantes deben elegir una única papeleta por categoría (presidente, diputados, senadores, parlamentarios del Mercosur y, en algunas provincias, autoridades locales), de cualquier coalición o partido, incluidos aquellos que presentan una candidatura presidencial única.
Este peculiar sistema, que se implementó hace 12 años, ha hecho que, en ocasiones, las primarias resuelvan prematuramente la contienda presidencial, como ocurrió en 2019, cuando el peronista de centroizquierda Alberto Fernández obtuvo el 48% de los votos, con unos 17 puntos porcentuales de ventaja sobre el derechista Mauricio Macri.
El entonces presidente saliente sólo pudo aspirar a reducir la distancia de cara a la primera vuelta, como ocurrió. Con diferencias menos determinantes, las PASO dieron lugar a reajustes tácticos del electorado para la cita presidencial.
El balotaje también supone una singularidad en Argentina: el ganador de la primera vuelta debe superar el 45% de los votos u obtener entre 40% y 45% y más de diez puntos porcentuales sobre el segundo para evitar una segunda vuelta, que este año sería el 19 de noviembre.
Sin Kirchner ni Macri
Además del probable giro a la derecha y la incertidumbre sobre el peronismo, el hecho de que estas sean las primeras elecciones en dos décadas sin un apellido Kirchner o Macri en la contienda presidencial no es meramente nominal.
Cristina Fernández de Kirchner, actual vicepresidenta y expresidenta (2007-2015), sigue siendo una figura influyente en el peronismo y popular entre los sectores humildes, pero su autoexclusión de las presidenciales y, prácticamente, de la campaña hace prever un probable ocaso.
Por su lado, el expresidente Macri (2015-2019), el político conservador más exitoso en términos electorales en la historia argentina, mantiene cierta popularidad, pero su liderazgo parece terminado. Él mismo dio muestras de que prefiere mantenerse como un referente de Juntos por el Cambio desde fuera, pero dedicarse más plenamente a la Federación Internacional del Fútbol (FIFA), al esparcimiento y a sus negocios.
Juntos por el Cambio, coalición integrada por el partido Propuesta Republicana (PRO, fundado por Macri), la tradicional Unión Cívica Radical (UCR, centroderecha) y socios menores, vivirá unas primarias competitivas.
Bullrich (Buenos Aires, 1956) es una dirigente que surgió en el peronismo revolucionario de la década de 1970. Con el tiempo, viró a posiciones de derechas hasta llegar a su perfil actual, bastante extremo. El tránsito la llevó a reivindicar en años recientes casos de “gatillo fácil” policial, que acabaron con la muerte de supuestos delincuentes, y a alentar sin disimulo la represión de la protesta social.
La candidata advierte que en su gestión no le temblará el pulso. La propuesta económica de Bullrich es de una ortodoxia draconiana, con privatizaciones, flexibilización laboral, rebajas impositivas y devaluación del peso entre las medidas principales. Su lema reza “si no es todo, es nada”.
Por su parte, tras más de una década como brazo ejecutor de Macri, Rodríguez Larreta (Buenos Aires, 1965) lo sucedió en la alcaldía de la capital argentina en 2015. Administrar un alto presupuesto en el distrito con mayor nivel socioeconómico otorga proyección nacional.
De perfil técnico, Rodríguez Larreta es mucho menos estridente que Bullrich en las formas. Propone una orientación económica similar a la de esa última, pero de modo más gradual y en consenso con otros sectores, excluidos el kirchnerismo y la izquierda. En el último año trató de navegar entre la derechización acelerada de Juntos por el Cambio y la moderación.
Aunque Macri tiene mayor sintonía ideológica con Bullrich, su entendimiento con Rodríguez Larreta es profundo, tanto en la táctica política como en la estructura de negocios y contrataciones de la alcaldía de Buenos Aires. Mientras el alcalde tejió un amplio entramado de alianzas políticas y económicas, su rival apela a su carisma y su olfato político para vencer al “aparato”.
La reinvención de Massa
La gobernante Unión por la Patria, alianza que lidera el Partido Justicialista (peronismo) y formaciones de centro y de izquierda, incluido el Partido Comunista, tendrá unas primarias más desiguales.
El centrista Sergio Massa es apoyado por Cristina, el presidente Alberto Fernández, unos 15 gobernadores peronistas y las centrales sindicales. El ministro transitó la campaña entre los actos electorales y las arduas negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
El organismo financiero condicionó hasta el último momento la refinanciación de vencimientos de deuda, marcando una diferencia abismal con la magnanimidad de 2019, cuando otorgó a la administración Macri el que todavía sigue siendo el mayor préstamo de la historia del FMI, por un monto de 44.500 millones de dólares.
En su primera juventud, el hoy candidato había pertenecido a un partido de derecha liberal, pero de inmediato se transformó en un peronista pragmático. Llegó a ser jefe de gabinete de ministros del Gobierno de Cristina entre 2008 y 2009, pero cuando la líder de centroizquierda encaró su etapa más ideológica, Massa dejó el cargo, enemistado, y al tiempo se transformó en un tenaz opositor con partido propio.
Fue candidato a presidente en 2015, se acercó a Macri un tiempo y, en 2019, regresó al peronismo. Ingresó a la alianza Frente de Todos (predecesora de Unión por la Patria) como el socio menor de los Fernández, Alberto y Cristina. Con la victoria electoral de la actual alianza gubernamental, Massa buscó sosiego como presidente de la Cámara de Diputados y emergió como mediador entre Alberto y Cristina. La capacidad de reinvención de Massa no deja de sorprender al sistema político.
Su contrincante, Grabois, es el líder de organizaciones de trabajadores de la “economía popular”. Su discurso anticapitalista sirve para contener parte del descontento de la izquierda peronista y sectores populares que no digieren a Massa.
Cristina mantiene silencio sobre Grabois, pero la habilitación de las primarias dentro de la coalición gubernamental puede ser leída como la enésima gran jugada de la líder, ya que la desmovilización de las bases más pobres del electorado es la principal amenaza para el peronismo. Grabois, un dirigente creativo y de verba encendida, puede ser un antídoto que coseche votos suficientes para luego condicionar a Massa.
Fernández, con varias crisis a sus espaldas
El carácter obligatorio del voto en Argentina es una formalidad, ya que abstenerse no tiene consecuencias prácticas. Las elecciones legislativas de 2021 y las provinciales de este año marcaron la menor participación (en torno al 70%) desde la vuelta a la democracia.
El Gobierno de Fernández llega a las elecciones con varias crisis a cuestas. Como otros gobernantes del mundo, el presidente argentino padeció en su popularidad las consecuencias de la pandemia y la guerra de Ucrania.
Ese frente endiablado hizo que el peronismo no pudiera cumplir su promesa histórica más básica, que es el crecimiento del salario. El ingreso de los trabajadores había caído 20 puntos porcentuales con Macri y Alberto Fernández llegó con el compromiso de reparar esa situación. No lo hizo.
El Gobierno amplió ayudas sociales, expandió la cobertura de medicamentos gratuitos para los pensionistas y las becas de estudio, multiplicó la obra pública y fue uno de los primeros mandatarios en aplicar el impuesto a las grandes fortunas por la crisis del coronavirus.
El PIB respondió con un acelerado crecimiento entre 2021 y 2022, mientras el empleo lleva 34 meses consecutivos al alza. Sin embargo, nada está tan presente en los hogares como la inflación: la aceleración de precios alcanza los peores registros en cuatro décadas, con más de un 6% mensual, en lo que va de año.
Massa lleva adelante su problemática candidatura bajo esa sombra.
Candidato ultra para la ira
La irrupción de Milei (Buenos Aires, 1970) representa la principal novedad en la de por sí agitada política argentina de estos años. Hasta hace poco, este economista, fundador del partido La Libertad Avanza, no era más que un consultor entre los muchos liberales ortodoxos que pueblan los medios argentinos.
Al promedio tecnocrático, este economista le agregó una personalidad exuberante que hacía que su participación televisiva rindiera en términos de audiencia. Se estableció así un amorío entre los medios y el invitado.
Los problemas económicos no resueltos brindaron a Milei la oportunidad de pescar en el hartazgo, sobre todo, de sectores medios y medios-bajos. El economista encontró un blanco, “la casta”, pero desde un lugar opuesto al sindicado por Podemos en España. En su primera participación electoral, en las elecciones legislativas de 2021, Milei cosechó 17% de los votos en la ciudad de Buenos Aires.
El economista circunscribió la casta al Estado y “los políticos”, los sindicatos y, a veces, “los periodistas”. A todos ellos insultó con enjundia. Preservó de la descalificación a los grandes empresarios, presidentes de derecha y poderes fácticos en general. Detrás del economista se concentraron youtubers, brokers financieros, mediáticos, predicadores de la ultraderecha nostálgica de la dictadura militar, antifeministas y conservadores de todo color.
El mercado electoral de Milei fue, en un primer momento, el de los “decepcionados” con Macri —a quien siempre exceptuó de su ira—, pero, más tarde, su mensaje permeó en sectores populares afines al peronismo.
Milei circunscribió la casta al Estado, “los políticos”, los sindicatos y, a veces, "los periodistas". A todos ellos insultó, pero preservó de la descalificación a los grandes empresarios, presidentes de derecha y poderes fácticos
El hiperliberalismo económico que propone La Libertad Avanza incluye la dolarización de la economía (eliminación de la moneda nacional, el peso). Su mirada con tintes esotéricos incluye la privatización de la salud y la educación, y el libre cambio en casi todos los órdenes de la vida, desde candidaturas (fue pública la compra-venta de puestos en las listas del partido) hasta órganos humanos. Aunque la prédica genera simpatía en el empresariado, voces de la ortodoxia económica alertan que la dolarización provocaría tal descalabro que no podría ser concretada sin violencia y dramas sociales.
El ascenso fulgurante de Milei se detuvo aparentemente hace unas semanas, aunque no habría que descartar un apoyo oculto y no registrado en las encuestas, que en Argentina acumulan desaciertos año tras año.
Los últimos sondeos le otorgan menos de 20% de la intención de voto. En principio, si el postulante libertario queda muy alejado de la competencia principal, es previsible que pierda votantes en la primera vuelta de octubre a manos del ganador de la primaria de Juntos por el Cambio. Bullrich, Macri y Milei mostraron amplia sintonía en la descripción de los problemas.
Aumento de la pobreza
Desde 2012, los índices de pobreza e indigencia no mejoran y, en los últimos seis años, empeoran. La estadística oficial ubica la pobreza por ingresos en el 39% (el indicador no es comparable con otros países de América Latina porque Argentina fija un umbral mucho más alto que el promedio). El deterioro del salario frente a la inflación hace que hogares con sus integrantes adultos empleados no puedan cubrir sus necesidades básicas.
El dato más estructural es que la pobreza de un cuarto de la población parece haberse cristalizado desde fines de la década de 1990. Unos cuatro millones, 10% de la población, viven en villas de emergencia (barrios de chabolas o muy precarios). Cerca de un tercio del mercado laboral no está registrado. En gran medida, ese segmento padece condiciones inestables e ingresos mucho menores que los empleados “en blanco”.
Números fríos que se traducen en que, al caer la tarde, las calles de Buenos Aires, Córdoba o Rosario se pueblan de “cartoneros”, hombres y mujeres que llegan de los suburbios para tratar de rescatar algo vendible de la basura. Los fines de semana, los niños acompañan a sus padres. Esta realidad persiste en Argentina desde hace, al menos, 25 años.
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